El reciente encuentro de la dirigencia concertacionista – bautizado periodísticamente como Santiago I – ha sido evaluado de distintas formas. Cuestión previsible, por lo demás, puesto que también eran diversas las expectativas que se habían creado en torno a él.
En los días previos, autoridades de Gobierno enfatizaron en que el evento se centraría en la discusión de una agenda de cuatro puntos: desempleo, salud, educación y modernización del Estado. Es decir, para el Gobierno lo importante era acordar las prioridades para el próximo año.
Pero la proliferación de voces y documentos críticos que habían aparecido las semanas anteriores al torneo y que demandaban la necesidad de debates destinados a redefinir esencialidades de la Concertación, generaron expectación en cuanto a cuál sería finalmente el carácter del encuentro.
Como suele ocurrir en estos casos, lo que se impuso a la postre fue la lógica de la realidad política más acuciante: el mayor tiempo se dedicó a debatir lo expuesto por el presidente Lagos y a discutir las relaciones entre Gobierno y parlamentarios del conglomerado.
Si hubiera que puntualizar los resultados más tangibles del evento, éstos serían:
• Reafirmación y reconocimiento del liderazgo del presidente de la República.
• Mejoramiento del clima concertacionista entre los asistentes al evento.
• Compromiso de continuar con diálogos similares.
• Acotamiento a un número determinado de medidas en las áreas privilegiadas para el año 2001.
• Animo de reactivar polémicas diferenciadoras con la derecha.
• Ratificación de una efectiva interlocución entre las partes de la Concertación allí concurrentes. Quizá lo más expresivo de esto último haya sido el acuerdo de reincorporarle la negociación colectiva y el pleno ejercicio del derecho a huelga a la reforma laboral, materias sobre las cuales el Gobierno o algunas de sus autoridades eran reticentes.
No obstante este balance positivo, sería un error o una ingenuidad suponer que las dificultades al interior de la Concertación quedaron enteramente superadas y canceladas las discusiones que precedieron a la realización de Santiago I. Tanto más equívocas son algunas declaraciones de autoridades de Gobierno que así lo insinúan. Precisamente, la afición de algunas personalidades gubernamentales a emitir opiniones siempre acríticas y áridamente planas respecto de la realidad del país y de la Concertación es un aliciente para sobrerreacciones críticas, hasta angustiadas o irritadas.
Los riesgos del gobiernocentrismo
También debería formar parte de este reaprendizaje la identificación de las distintas naturalezas que poseen los problemas que aquejan a la Concertación, porque ellas determinan los lugares en los que deben abordarse y los tiempos distintos que demandan.
A riesgo de esquematizar, son identificables cuatro áreas que encierran interrogantes y que son causales objetivadas de discusión:
• Teórico-doctrinaria: alude a revisiones conceptuales y de viejos paradigmas y que están presentes hoy, universalmente, en todos los pensamientos de matriz progresista.
• Programático-estratégica: se vincula a la anterior, pero alcanza también dinámica propia, merced a que dos ciclos -uno político y el otro económico – coincidentemente concluyen o están en su etapa final, lo que implica que el actual Gobierno inaugura un nuevo período en ambos campos.
• Político-gubernamental: comprende básicamente la jerarquización y orientación de las medidas gubernamentales en virtud de la apertura del nuevo ciclo político y económico y en virtud de los compromisos sociales a los que debe responder la Concertación.
• Político-electoral: se refiere obviamente a las materias que aseguren la condición de mayoría de la Concertación y un respaldo efectivo y leal de partidos y fuerzas sociales.
Es evidente que estas áreas se articulan entre sí, pero es más evidente aun que cada una de ellas demanda tiempos y urgencias muy distintos y que su tratamiento preferencial también demanda de instancias o cuerpos diferenciados. Los lapsos y los lugares para resolver las mejores tácticas y ordenamientos electorales en miras a las elecciones parlamentarias del próximo año obviamente que no serán los mismos que se requieren para avanzar en redefiniciones de orden teórico-doctrinarias o programático-estratégicas.
Se infiere de lo anterior la necesidad de otro reaprendizaje: el cúmulo de materias que convoca a discusiones obliga a abandonar una suerte de gobiernocentrismo que se detecta a veces en la Concertación, en sus dirigentes y partidos. Por ejemplo, no es responsabilidad del Gobierno asumir el protagonismo en rubros que pasan por un fuerte ejercicio y práctica intelectual, como tampoco son responsabilidades exclusivas del Gobierno las carencias discursivas y comunicacionales de la Concertación o de la pérdida de influencia de ésta en los mundos colectivos. Sintomático de este gobiernocentrismo es el propio evento que aquí analizamos: pareciera que sólo el Gobierno puede reunir a la dirigencia concertacionista para tratar temas de trascendencia.
Santiago I no fue – ni podía ser – un punto final a las polémicas al seno de la Concertación. Estas son racionalmente inevitables. No sólo ni fundamentalmente por la pluralidad político-cultural de la alianza, sino, sobre todo, por la emergencia y desarrollo de nuevos escenarios en múltiples niveles que, de una u otra manera, provoca incertezas y trastornos en los actores políticos. Tampoco tal mecánica de encuentro – que anunció su repetición – puede devenir excluyente de otros mecanismos de debate ni menos convertirse en excusa para dificultar o descalificar otras iniciativas, precisamente porque por su naturaleza está impedido de abordar las muchas áreas que requieren de reflexión y debate.
Desdramatizar el hecho de que existan polémicas intelectuales entre los componentes de la Concertación es una fórmula idónea y tal vez única para evitar precisamente que las polémicas devengan en drama y para facilitar que se encarrilen hacia resultados positivos.
Reaprender a discutir
Tal vez uno de los primeros escollos que deben salvar los partidos de la Concertación y el Gobierno se refiere a reaprender y discutir. No toda reflexión crítica puede ser asimilable a un vulgar estado sicológico de pesimismo, ni tampoco todos los inconformismos pueden ser leídos como ataques al Gobierno.
Las fuerzas políticas adscritas a cosmovisiones progresistas son – o deben se r- por antonomasia rebeldes respecto del status quo, aun cuando gobiernan. Para eso gobiernan: para modificar el status quo. Si la derecha en Chile se ha ido apropiando del concepto de cambio se debe, en gran medida, a que el discurso concertacionista no ha conjugado adecuadamente la defensa de lo obrado por sus gobiernos con la crítica social intrínseca a la condición progresista.
Situación que se produce por la inconsciente complicidad de dos factores: de un lado, el excesivo celo autodefensivo que ponen las autoridades gubernamentales en cuanto a su accionar y, de otro, la facilidad, relativamente frecuente, con que parlamentarios, dirigentes partidarios y gremiales traducen en críticas al gobierno problemas sociales o políticos que derivan de cuestiones de carácter estructural y que requieren de complejos y largos procesos para ser resueltos.
Esta afirmación conduce a otra constatación: a lo largo de los doce años de gobierno la Concertación ha venido viviendo una suerte de estratificación en su seno, que se acompaña del surgimiento de subculturas políticas con muy escasos vasos comunicantes. Se han ido afianzando en la alianza subconjuntos con personalidad y lógicas propias y distintas, dependiendo de las funciones que cumplen y de las ubicaciones que tienen en el Gobierno, en el Parlamento, en los partidos, en las organizaciones sociales y gremiales. La relativa cerrazón de cada uno de estos subgrupos, la poca rotación de sus componentes por las distintas esferas y la falta de espacios de interlocución en el que cada cual se sienta y se vea como entre pares, han producido subsistemas autorreferentes, en momentos corporativos, que razonan y operan con altos niveles de autonomía y a veces en competencia y hasta rivalidad entre sí.
El fenómeno descrito es una fuente explicativa de estados anímicos en la Concertación, y sobre todo de una diversidad de miradas que tienen menos que ver con pluralidades doctrinarias o ideológicas y mucho más con intereses difusos e independientes que autogeneran los subconjuntos.