En los últimos meses – y desde antes de los acontecimientos internacionales que se desencadenaron el 11 de septiembre de este año – estuvieron en el debate público varios temas referidos a la defensa nacional y a las FF.AA: presupuesto, equipamiento, transparentización y homologación de gastos, modernizaciones, etc. Pese a que casi han desaparecido de la agenda medial, por razones obvias, tales temas son señales inequívocas del notable progreso alcanzado en la normalización de las relaciones entre civiles y militares.
En efecto, las discusiones relevantes y centrales ya no están copadas por la situación del general Pinochet ni por las materias atinentes a violaciones de los DD.HH, sino por aquellas que se corresponden estrictamente con las funciones institucionales de las FF.AA y con las necesidades de la política de defensa nacional. No importa cuán polémicos puedan ser estos asuntos ni cuántas discrepancias generen. Lo valorable es que se discuta sobre ese tipo de cosas y no sobre otras.
El valor de la modernización del Ejército
También en los últimos tiempos – y hasta antes del 11 de septiembre – la ciudadanía pudo informarse de una serie de medidas adoptadas por el Ejército, inscritas en la línea de readecuaciones modernizadoras y que, sumadas a otras resueltas con anterioridad, son indicativas de que esa rama de las FF.AA tiene un decidido ánimo, voluntad y accionar innovador. Con esto no se quiere decir que las restantes ramas no estén imbuidas de un espíritu semejante, sólo que, y al parecer, el Ejército ha sido más célere y tal vez más radical en su proceso modernizador. Queda la impresión, sin embargo, que ni la ciudadanía ni buena parte de la dirigencia política han mensurado en toda su magnitud el proceso transformador y modernizador del Ejército.
Quizás, para mejor comprender y evaluar la dimensión de los esfuerzos que implican los cambios introducidos por esa institución, deberían tomarse en cuenta tres situaciones.
En primer lugar, siendo el Ejército una institución tan antigua, tan estructurada, tan formada por acumulación de experiencias históricas, es inevitable que en su seno se desarrollen fuertes componentes culturales conservadores o tradicionalistas. Fenómeno común a todos los ejércitos y, de hecho, a todas las instituciones de carácter histórico, sujetas a normas estrictas y a prácticas consuetudinarias. En instancias con esas características, introducir modificaciones significativas y en breves lapsos es una labor ardua y compleja y que requiere de una particular energía y audacia.
Cuando el Ejército reelabora sus planes de estudios, elimina regimientos, disminuye considerablemente su planta de oficiales, por mencionar algunos de los cambios más simbólicos, está efectuando actos modernizadores que atañen a lo cualitativo y que, sin duda, han debido realizarse enfrentando atavismos y resistencias naturales e intrínsecas, probablemente enclavadas incluso en el alma de quienes han sido sus precursores, conductores y ejecutores.
En segundo lugar, lo meritorio del proceso es que se ha llevado a cabo, principalmente, por motu proprio. Habitualmente en organizaciones como los ejércitos – dado su conservadurismo o tradicionalismo – son factores externos los que las obligan a abrirse a las innovaciones, léase, presiones desde la sociedad o de las autoridades civiles, fracasos militares, etc. En este caso, no ha sido así, al menos lo externo no configuró factores determinantes, aunque, por cierto, siempre los entornos tienen algún grado de participación.
Y en tercer lugar, si se toman en cuenta la magnitud cuantitativa y cualitativa de las modernizaciones – de las ya realizadas y las por realizarse – y el bajo costo presupuestario que éstas han involucrado y si se las compara con otras modernizaciones de instancias estatales o de la Administración Pública, bien puede aventurarse la afirmación de que el proceso modernizador seguido por el Ejército es uno de los más radicales y entre los menos costosos de todos los que se han emprendido en los últimos años en el cuadro general de modernización del Estado y de la Administración Pública.
En definitiva, en el plano de las modernizaciones son encomiables las labores cumplidas por el comandante en jefe del Ejército, general Ricardo Izurieta, por los altos mandos de la institución que lo han acompañado en su gestión y por las autoridades del Ministerio de Defensa.
Mediatizaciones en las modernizaciones
Sin embargo, como todas las modernizaciones emprendidas y que atañen a instituciones del Estado, también las del Ejército plantean una duda: ¿son suficientes? Pregunta tanto más pertinente habida cuenta de lo que en estos mismos instantes está acaeciendo en el mundo.
Desde hace varios años que Chile vive procesos modernizadores muchos de los cuales han sido afectados por demoras y mediatizaciones que redundan en resultados insuficientemente satisfactorios o relativamente tardíos, lo que se explica, principalmente, por dos razones de orden doméstico y otra de carácter más universal.
a) La larga e intrincada transición política obligó a postergar decisiones sobre modernizaciones y además creó situaciones y atmósferas inhibitorias para un avance modernizador más radical y rápido, particularmente en ciertas áreas. Y, por otra parte, de hecho, tanto la Concertación como la oposición derechista, en muchos casos, subsumieron las necesidades y conveniencias de determinadas modernizaciones a los cálculos de la redistribución de poderes que, en el fondo, es el problema clave de toda transición de dictadura a normalización democrática.
b) Un problema mayor en la política chilena – que no siempre se le considera en toda su gravitación – es que las dos fuerzas políticas protagónicas tienen visiones conceptuales distintas sobre el Estado, sobre lo público y sobre la organización de la sociedad. A grosso modo, las diferencias estriban en que mientras en la Concertación prima una concepción que valora altamente el Estado, lo público y lo asociativo; en la derecha se imponen pensamientos que subliman lo privado, lo mercantil y lo individual. Obviamente que con tales diferencias conceptuales es difícil arribar a un criterio común acerca de la orientación general que deberían tener las modernizaciones que involucran al Estado y a sus instancias. Sin un criterio común sobre las esencialidades modernizadoras y dados los juegos políticos institucionales y extrainstitucionales (presiones fácticas) es natural que se tienda, en más de un momento, a encontrar soluciones modernizadoras mediatizadas.
c) La razón de carácter universal se refiere a la emergencia de un nuevo mundo, que se identifica con el vocablo globalización, y que aún se encuentra en pleno y simultáneo proceso de deconstrucción y reconstrucción de instituciones, procedimientos, relaciones, etc. Como toda creación inacabada, este nuevo mundo emergente produce y se mueve en terrenos todavía inciertos. Así, muchas modernizaciones se llevan a cabo con las certezas de lo que hay que deconstruir, pero sin las mismas certidumbres acerca de lo que hay que construir. Fenómeno tanto más evidente en los países en vías de desarrollo, puesto que en ellos buena parte de las modernizaciones son inducidas o demandadas por dinámicas internacionales y que implican, a veces, una veloz adopción de medidas readecuadoras que no siempre alcanzan a estar precedidas de estudios y reflexiones que aseguren su perdurabilidad estructural y su congruencia con las dinámicas modernizadoras nacionales.
Mediatizaciones en la modernización de las FF.AA.
La modernización del Ejército no ha escapado a estas tres causales que, con más o menos intensidad, han perturbado los procesos modernizadores en Chile. Durante varios años la modernización de la principal rama de la defensa nacional se estancó o dio pasos muy tímidos merced a la evidente politización que producía la presencia del general Pinochet a la cabeza del Ejército y que a la postre terminaba siempre sesgando, contaminando o subsumiendo otras materias requeridas de reflexiones y de discusiones. Quiérase o no, para el Ejército el gran tema en el curso de la transición fue el general Pinochet, lo que devino en el óbice principal para el adecuado desarrollo de su modernización.
La cuestión de la existencia de dos concepciones acerca del Estado y sus instituciones cruza a las Fuerzas Armadas y al Ejército de manera bastante compleja y produce no pocas paradojas. Es innegable que al seno de las Fuerzas Armadas, de sus jerarquías y de sus círculos de oficiales predominan simpatías ideológicas y políticas por la derecha. No obstante, la ideología o subcultura castrense, aquella que se produce y reproduce por la naturaleza intrínseca e histórica de la institución FF.AA, no se concilia fácilmente con los macros pensamientos de la derecha actual, básicamente neoliberales, ergo, conceptualmente reduccionistas de la esencia de la figura y de las funciones del Estado y de sus instituciones y, además, despreocupadas o simplificadoras de las dimensiones que hoy tienen los conflictos que afectan al Estado-Nación.
Bastante se ha discutido sobre la concepción minimizadora del Estado que tiene el pensamiento neoliberal. Pero no se ha discutido mucho sobre la indiferencia del neoliberalismo respecto de los serios problemas que la modernidad y la globalización le plantean a los Estados nacionales y, consecuencialmente, a sus instancias que más fuertemente se deben a lo nacional, entre otras, por cierto, a las FF.AA.
La adscripción o simpatía de la mayoría de la oficialidad de las FF.AA con la derecha y la indiferencia de ésta respecto de las grandes preocupaciones político-históricas de las FF.AA en cuanto a sus roles futuros, desorienta los lineamientos estratégicos que deberían fijar las jerarquías castrenses. Muchos de los oficiales jerárquicos se debaten entre aceptar los roles minúsculos y represivos que le asigna la derecha a las FF.AA (“garantes de la institucionalidad”, o sea, policiales) o los roles mayúsculos que pretenden asignarles los pensamientos progresistas, en cuanto a desenvolverse como institución cultural y política de lo nacional-popular e histórico.
Las desconfianzas: prejuicios y obstáculos
La cuestión de la modernización de las FF.AA está muy lejos de agotarse en sus aspectos técnicos y tecnológicos. Es una cuestión que requiere de asentar cosmovisiones sobre lo nacional y su defensa en el mundo moderno; sobre los nuevos espacios que cubre el interés nacional; sobre las nuevas conflictividades que emanan de la globalización; sobre cómo éstas se internan en la realidad nacional y afectan al Estado-Nación, etc.
Naturalmente que una revisión de esa naturaleza implica revisiones más particulares como las de hipótesis de conflictos, las de teorías de las guerras convencionales, las de organización y formación militar, las dimensiones de la defensa, etc.
Dicho de otra manera, la modernización de las FF.AA no es asunto puramente militar, en el sentido restrictivo del término, sino también un esfuerzo intelectual y político de gran envergadura e inserto en un efectivo proceso de renovación del conjunto de las instituciones del Estado.
En Chile, existen avances en esa línea. El Libro Blanco de la Defensa es uno de ellos. Varias de las reformas introducidas particularmente en el Ejército también pueden considerárselas inspiradas en apreciaciones de esa índole.
El problema que persiste radica en dos cuestiones. La primera es que los acontecimientos desatados a partir del 11 de septiembre de este año sugieren que los temas del Estado-Nación, del ejercicio de su soberanía y de la defensa de sus intereses deberían ser abordados con mucha más intensidad y premura. Es evidente que esa fecha marcó un hito en la recomposición política del mundo, en la puesta en marcha de un proceso de alcances todavía impredecibles en cuanto al futuro de las relaciones internacionales, a la consolidación de ejes de poder, a los límites en el desenvolvimiento autónomo de los estados nacionales, etc.
Y es evidente, además, que los sucesos internacionales que se están viviendo indican que el mundo moderno y global entraña infinidad de fuentes de conflictos que merced, precisamente, de lo moderno y global, fácilmente se mundializan y que tal mundialización implica que pueden entronizarse en cualquier área geográfica del orbe.
La segunda cuestión que pervive como problema para el desarrollo de una adecuada e idónea modernización de las FF.AA., alude a un fenómeno que a estas alturas debería aparecer como trivial y que, no obstante, reviste, en el aquí y en el ahora, una dificultad mayor: el fenómeno de las desconfianzas entre lo que equivocadamente se da en llamar civiles y militares. Equivocadamente, porque, en rigor, son desconfianzas entre jerarquías castrenses y elites políticas e intelectuales y, dominantemente, aunque no sólo, entre jerarquías castrenses y las elites políticas e intelectuales ligadas a los espectros culturales del progresismo y de la izquierda concertacionista.
Desde ambos mundos se han hecho múltiples gestos de buenquistamiento y se han producido hechos que, indiscutiblemente, constituyen progresos. Pero, la verdad sea dicha, aún quedan desconfianzas y del peor tipo: de aquellas que se ocultan, se soslayan, se silencian y que se mantienen en la categoría de los prejuicios.
¿Por qué y cómo estas desconfianzas repercuten negativamente en la modernización de las FF.AA?
Tal modernización -ya se dijo – comprende los niveles militares, políticos e intelectuales y no puede ser razonada sino dentro de las exigencias generales de modernización que se le plantea al Estado-Nación en virtud de los efectos de la globalización modernizadora. En consecuencia, debería resultar obvio que es una tarea conjunta y común a esos tres estamentos. Salvo que se piense que uno de los tres dispone o puede generar las capacidades de los restantes y que, por tanto, puede realizarla por sí solo. Error que, además de contrariar normas elementales de la economía de esfuerzos, significaría un soberbio absurdo.
Entendida de esta manera la modernización de las FF.AA es evidente que las desconfianzas señaladas dificultan y no potencian a cabalidad los encuentros productivos y constantes entre los tres estamentos. Obstáculo tanto más relevante si se atiende a lo siguiente: el carácter militar, político e intelectual que alcanza la modernización de las FF.AA reclama de una relación orgánica de los tres momentos, esto es, de un tipo de relación que no se basa en el puro aunar, en el puro sumar los aportes particulares de cada momento sino que se basa en la relación de elementos internados en cada especialidad y que se condicen con los propios de los otros momentos. Dicho de manera más simple: aunque sea una especialidad, lo militar incluye cosmovisiones, pensamientos genéricos e incluye conocimientos de la teoría y de la práctica política. Lo mismo ocurre o debería ocurrir con las otras especialidades. Es decir, si cada uno de los momentos se ha cultivado idóneamente entonces debería existir per se un lenguaje compartido y facilitador de interlocuciones fluidas. La idoneidad de cada oficio es condición para establecer las relaciones orgánicas requeridas. Pero también es condición para que los agentes de cada oficio tengan las suficientes confianzas mutuas para arribar a esa calidad de vínculos.
Comunidad de la Defensa Nacional
Un punto de partida común de los tres estamentos es que la función de sus oficios es pensar lo nacional, la unidad y permanencia de la comunidad nacional, su bienestar y desarrollo histórico. Ningún otro oficio tiene de por sí y con la misma perentoriedad igual función. Hoy ese rasgo común debería manifestarse de manera mucho más categórica que en el pasado.
En primer lugar, porque los vientos de la modernidad y de la globalización estremecen las formas – y en alguna medida las esencias – de los estados nacionales, de las comunidades nacionales y, por ende, éstos están exigidos de repensarse y de renovarse para coexistir adecuadamente con una internacionalización a veces avasalladora. Y en segundo lugar, porque desde la desaparición de la guerra fría virtualmente no existen significativamente en Chile visiones antagónicas sobre lo nacional que amenacen con confrontaciones radicales. Perviven diferencias, por cierto, y algunas muy profundas, pero dentro de marcos que no anuncian rupturas y sí aseguran interlocuciones razonables.
Pero aparte de estas causas que demandan y coadyuvan a la cooperación y complementación entre las labores de militares, políticos e intelectuales, existen, adicionalmente otras dos:
a) La modernización de las FF.AA -y hay que insistir en ello – debe formar parte de un proceso de readecuación general de las instancias estatales para responder las interrogaciones de toda índole que la mundialización le acarrea a lo nacional y al Estado-Nación. En tal sentido, forma parte de un proceso de readecuación totalizadora, que, por lo mismo, integra lo cultural y lo político.
b) Los acontecimientos políticos y militares que empiezan a caracterizar el mundo contemporáneo permiten conjeturar que los problemas de la defensa nacional demandarán estrategias que imbricarán, crecientemente y de manera hasta ahora desconocida, aspectos políticos, culturales y militares y con una organicidad tal que, en momentos, pueden llegar a hacerlos indistinguibles.
En definitiva, las cuestiones atingentes a la defensa nacional, pero también las que se refieren a las innovaciones que necesita el conjunto de las instituciones del Estado, abogan por el desarrollo y consolidación de una comunidad de la defensa que efectiva y fiablemente concite y reúna a actores de los tres oficios que tienen como misión pensar la Nación con lógicas de política-historia.
Dos alcances finales
Todo lo dicho hasta aquí es comprensible y válido entendiendo que las categorías de militares, políticos e intelectuales se han empleado weberianamente, como tipos puros. Se ha hecho consciente omisión de que en la realidad parcial y temporal los agentes de cada categoría no siempre se comportan de acuerdo a los parámetros estrictos de sus oficios. Premeditadamente se han soslayado datos que indican, por ejemplo, que a veces y algunos militares ocultan tras el uniforme una vocación más bien política que castrense; que algunos políticos tienen mucho más en mente la reproducción de su poder, de su prestigio o de su fortuna que el interés general; que algunos intelectuales abandonan el razonar crítico y trascendente para devenir en publicistas ilustrados de vulgares corporativismos.
Realidades rutinarias y frecuentes, pero que, sin embargo, no han disuelto o extinguido la existencia del tipo puro de las categorías de Weber y que se encuentra, esencialmente, en las conductas de cuerpos, de colectivos integrados por actores de las distintas categorías.
El segundo alcance es que, para que los tres estamentos analizados desempeñen sus papeles en los propósitos de reafirmación de lo nacional y de readecuación del Estado-Nación a las nuevas modalidades que reviste el mundo globalizado y moderno, es menester que constituyan una suerte de trilogía solidaria. Algo anecdóticamente común a militares, políticos e intelectuales es que están siempre propensos a que, de vez en vez y de turno en turno, se vean cuestionados, subvalorados, denostados en sus funciones. Pero lo anecdótico termina cuando se constata la generalización de un discurso, ampliamente difundido por tirios y troyanos, inmediatista, cosista que quiéranlo o no sus inventores y comunicadores, produce, de facto, una reacción negativa del público respecto y en contra de los oficios que, precisa y paradojalmente, son los únicos que tienen como cliente exclusivo lo público en su expresión máxima: la República.