“Un par de palabras para evitar equívocos. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas” (Carlos Marx. El Capital).
En pocos días más, los militantes del Partido Socialista deberán elegir a sus miembros del Comité Central, quienes, a su vez, definirán los nombres de sus máximas autoridades, empezando por su Presidente.
Por lo visto hasta ahora, lo que en verdad pareciera estar enfrentándose en esas elecciones es, de un lado, la rutinidad, la ritualidad y la inercia, y de otro, una rebeldía, que se inspira casi en el hastío, contra lo establecido e inercial y una voluntad por reorientar los rumbos por los que ha optado, desde lo oficial, esa colectividad.
Nada extraño que ese sea el meollo de las elecciones de los socialistas. En realidad, todos los partidos de la Concertación están cruzados por una situación similar. En cada uno de ellos esta situación se vive y se expresa de manera particular, pero lo cierto es que tiene una causal común.
Profundidad y efectos de un nuevo ciclo político y estructural
En Chile se está llegando al final de una etapa histórica que abarca mucho más que el previsible término de la transición política. En rigor, muchos elementos de un nuevo período histórico ya están presentes. Si hubiera que resumir el escenario nacional vigente se podría decir que está caracterizado por la convivencia, por la imbricación y por la yuxtaposición de tres momentos:
uno, compuesto por fenómenos propios y cada vez más menguados del tránsito político de un régimen de excepción a uno de normalidad democrática; otro, que dice relación con los cambios que han introducido las aceleradas modernizaciones de los últimos lustros; y un tercero que alude a síntomas de agotamiento de las dinámicas de esas mismas modernizaciones y a la apertura de búsquedas, no exentas de convulsiones y controversias, de nuevas fases modernizadoras
La imbricación de estos tres momentos está resultando tortuosa, puesto que tiende a ocultar o a oscurecer los problemas nuevos y más esenciales, su jerarquización y prioridades. La transición política ha consumido demasiadas energías políticas, intelectuales y emocionales limitando las capacidades y los esfuerzos para mejor comprender los múltiples efectos de las modernizaciones y, por ende, para establecer un diagnóstico más cabal acerca del Chile de hoy. Las carencias en los diagnósticos, por su parte, devienen en óbices para el encuentro de alternativas modernizadoras, habida cuenta de la tendencia al estancamiento que muestran las lógicas modernizadoras que se han impuesto hasta ahora.
Ilustrativas de estas fragilidades en los diagnósticos del Chile contemporáneo son ciertas actitudes regresivas que aparecen en sectores de las dos corrientes políticas más importantes. Fracciones de la derecha han vuelto a un discurso propositivo que vindica las viejas fórmulas de la ortodoxia neoliberal que campearon en la década de los ochenta: menos Estado, menos impuestos, más privatizaciones, más ordenamiento coactivo de la sociedad, etc. Y en sectores de la Concertación reaparecen críticas añejas sobre la economía de mercado, visiones tradicionales sobre las relaciones laborales y propuestas quiméricas para humanizar el capitalismo con medidas burocráticas de control sobre materias que son factualmente incontrolables por esas vías, emulando los absurdos reclamos del conservadurismo para controlar por ley el incontrarrestable proceso de liberalización y secularización valórica.
Los cambios acaecidos en Chile en los últimos años hacen inviables mecánicas que fueron efectivas en el pasado, porque esas fórmulas tuvieron efectividad, precisamente, en un estadio distinto del país y que ellas mismas se encargaron de transformar. Es obvio que para un nuevo período, que se anuncia profundo en cuanto demandas transformadoras, se requieren nuevas políticas.
Los actores políticos, principalmente los partidos y las alianzas, sufren las consecuencias del enmarañamiento que produce la imbricación de los tres momentos descritos. En los hechos, los partidos o, más exactamente, algunas de sus fracciones, parecieran haber optado por instalarse en uno de ellos, privilegiando los problemas que entraña ese momento particular y sin hacerse cargo del escenario completo que configura la existencia y articulación de la trilogía. Es como si cada quién quisiera comprometerse sólo en los temas políticos que más le acomodan.
Peor aún, los grupos políticos más estructurados y formales dedican sus mayores energías a atender las cuestiones o bien de la transición política o bien de la fase modernizadora que va quedando obsoleta, pero poco o nada atienden los diagnósticos y problemas que surgen del nuevo ciclo emergente.
Lo anterior permite formular dos pronósticos acerca de tendencias en desarrollo.
Una manifestación probable sería una creciente soledad estratégica del gobierno. En efecto, por su naturaleza y funciones el gobierno es uno de los actores más sensibles a los cambios ya presentes y a aquellos que se encuentran en ciernes y en perspectiva reformuladora de las estrategias de desarrollo seguidas hasta ahora, lo que le obliga a actuar en concordancia a sus percepciones. Pero, en la medida, que los restantes actores políticos formales (partidos, fracciones partidarias, gremios, etc.) se encuentran rezagados en sus evaluaciones acerca de los nuevos escenarios, lo esperable son grados importantes de incapacidad y de tardanza de estos últimos para comprender las modificaciones de sentido estratégico y para participar positivamente en ellas.
El segundo pronóstico se refiere directamente a estos actores políticos formales. Las limitaciones y la lentitud que muestran para asimilar el nuevo ciclo puede agudizar y precipitar sus deterioros, ampliar sus evidentes disfuncionalidades y dejar vacíos direccionales que van a ser cubiertos por instancias informales, pero más eficientes y competitivas a la hora de rediseñar estrategias y medidas políticas. Ese es un proceso latente en la política nacional desde hace bastante tiempo, pero que en las últimas semanas se ha tornado más evidente y con señales de que avanza hacia expresiones más tangibles. El documento Recesión Sicológica, firmado conjuntamente por Andrés Allamand y Jorge Schaulsohn y el comentado encuentro de figuras de la DC, conocido como reunión de Las Acacias, son indicadores nada irrelevantes en el sentido de lo aquí analizado: ambos se asemejan por su carácter políticamente informal y por estar destinados a abordar temas propios de la nueva etapa modernizadora.
Si estos pronósticos se cumplen, en el curso de este gobierno, los partidos, los sistemas de alianzas y todo el circuito formal por el que transcurre la política, se verá estremecido y sometido a crisis parciales de intensidades diversas, no siendo impensable que al término del mandato presidencial nos encontremos, de facto, con un cuadro político partidario muy distinto, caracterizado todavía por situaciones muy móviles e inestables, aun cuando pervivan nominalmente los mismos partidos y coaliciones.
Burocracia facciosa
¿Cuán preparado está el PS para insertarse activamente en el nuevo ciclo?
¿Cuánto ocupan los temas sobre la nueva etapa en el proceso electoral interno?
Sobre lo primero, la respuesta es que, como institución, ni siquiera tiene cabal autoconciencia de lo que se avecina. En lo esencial, el PS continúa instalado en el momento, en el nicho político de la transición y en el de las resistencias o incomodidades respecto de la economía de libre mercado, pese a que la mayoría de sus actuales dirigentes operan en la política interna con amplio dominio de las leyes de mercado.
Y en cuanto a los debates sobre el período venidero, éstos no ocupan lugares prioritarios en las agendas de las instituciones partidarias, aunque sí hay círculos extrainstitucionales y personalidades que de motu proprio les asignan prioridades.
¿Por qué el PS, de partido tan doctrinario e ideológico, tan utópico y voluntarista, ha devenido en un partido tan minimizado en lo que respecta a la política trascendente?
Es razonable pensar que la acumulación de sus trágicas experiencias lo hizo un partido más reflexivo y cauteloso, más realista y pragmático. Pero de lo que adolece es de algo mucho más grave, de algo que raya en la abulia histórica; en cansancio, en agotamiento proyectivo. El PS es un partido excitable – y toda excitación es sólo temporal – pero no apasionado por el futuro.
En estas actitudes y conductas hay razones objetivables y que provienen de biografías colectivas e individuales, pero el elemento catalizador de ellas es el tipo de dirigencia y el tipo de instancias que ha conducido al PS en los últimos lustros y cuya prolongada permanencia en el poder interno se ha traducido en la consolidación de una férrea categoría burocrática que se desenvuelve y ejerce el poder a través de un símil de las facciones que dominaron la política en la era premoderna, especialmente durante el medioevo. No por nada en la jerga socialista se usa el término “barones” para referirse a los jefes de grupos.
Con algunos sutiles movimientos de ajustes, ese molde es aplicable a la vida interna del PS y a su sistema de poder. Quien conozca mínimamente su vida íntima sabe que ésta, en lo grueso, se organiza alrededor de personalidades que disponen de recursos de poder (de variados tipos) con los cuales reclutan fieles operadores, los que, a su vez, se encargan de disciplinar (por muy distintos métodos) a contingentes de militantes que devienen en un electorado cautivo y/o en grupos de presión internos. A estas formas de estructuración se les denomina tendencias. La sumatoria de ellas no alcanza a cubrir más de un cuarto de los miembros del PS, no obstante se imponen holgadamente sobre la totalidad porque, de hecho, virtualmente no existen otros canales orgánicos: las facciones – y es propio de ellas – han destruido la institucionalidad o la han reducido a una extrema formalidad.
El sistema descrito lleva tanto tiempo funcionando, lo mismo que sus agentes, que ha tomado carta de ciudadanía, se han naturalizado al punto que las propias facciones son presas del sistema. En varias ocasiones y casi todas ellas han proclamado su autodisolución, dado que muchos de sus dirigentes se han percatado de las perversidades que encierran sus dinámicas. Pero siguen existiendo. Incluso procrean y se reproducen, porque se escinden o porque para combatirlas surgen otras que a poco andar están asimiladas al sistema.
La cuestión de fondo es que un partido dirigido fundamentalmente por una burocracia facciosa es virtualmente impermeable a los nuevos fenómenos externos y a sus complejidades. Por antonomasia, son figuras políticas corporativas y conservadoras, autodefensivas y que sólo pueden permanecer en el tiempo refugiándose en el statu quo que ellas mismas han desarrollado.
El socialismo es un asunto serio
El Partido Socialista forma parte de una corriente de pensamiento y de acción política de carácter histórico.
Es histórico no sólo por su larga existencia como organización partidaria, sino y sobre todo, porque se corresponde y está inmerso, como parte activa, en el devenir social conflictivo de la sociedad chilena y en la evolución de un determinado tipo de pensamiento y de cultura dentro de la nación.
Su vida real y ancestral comienza incluso antes del uso del vocablo socialista, porque está ligada a las perennes contradicciones que encarna toda sociedad entre minorías hegemónicas y mayorías subalternas, entre quienes sufren el orden y quienes lo disfrutan, entre quienes aspiran a la transformación de lo establecido por necesidad objetiva y vivencial y entre quienes resisten a los cambios o aceptan sólo aquellos que no interrogan sus privilegios y que más bien tienden a expandirlos.
El socialismo, en definitiva, existe en la historia como fracción constituyente de los mundos sociales que tratan de ser sometidos por otros a la condición de objetos de la existencia social (a simple y exclusivo “factor de la producción” o a vulgar “consumidor”, por ejemplo) y que se rebelan ante ello con una mirada positiva, esto es, reformadora y progresista.
Dicho de otra manera, si se acepta que la humanidad siempre se ha tensionado por la contraposición entre cambio y conservación, el socialismo tiene su origen y ubicación histórica en los colectivos sociales y en los pensamientos transformadores.
En tal sentido, como pensamiento y cultura el socialismo es una institución histórica.
La mayoría de los actuales dirigentes formales del PS parecen haber perdido esta noción del socialismo al extremo que el aparato-partido vigente, con su burocracia facciosa, opera inconscientemente en contra de la condición de institución político-cultural histórica del socialismo. Son demasiadas las apuestas del PS que están inspiradas o contaminadas por inmediatismos y que las más de las veces emanan de lógicas introvertidas, de necesidades e intereses grupales e individuales. ¿Cuántas actitudes, gestos, discursos, decisiones se conocen de los dirigentes partidarios que puedan ser asimilables a las que corresponderían a dirigentes con autoconciencia y orgullo de pertenecer y conducir una cultura de rango histórico?
Ni el período dictatorial ni la transición pueden ser ya excusa o justificación del aletargamiento que afecta a la cultura y a la política socialista. Ni su estado actual puede ser motivo para la autocomplacencia de sus dirigentes.
El PS no luce personalidad, identidad inequívoca. Tiene múltiples personalidades, dependiendo del tema en boga y de los liderazgos que devengan en voceros sobre tal tema.
El PS se encuentra electoralmente estancado en un modesto 12% y sin visos de mejorar su caudal de votos.
El PS es marginal en el sistema de toma de decisiones políticas, tanto en lo que se refiere a las decisiones gubernamentales como a otro tipo de decisiones que se adoptan en la política nacional.
El PS tiene una escasísima influencia cultural, una muy poca relevancia en las pugnas por las hegemonías culturales en la sociedad.
Paradojalmente, adscriben a sus filas personalidades que, de por sí, transmiten identidad de cosmovisiones socialistas fuertes.
Por otra parte, al socialismo le está absolutamente posibilitado expandir su fuerza electoral, de un lado, porque virtualmente no tiene competidores para cubrir espacios sociales sensibles al discurso de una izquierda contemporánea y, de otro lado, porque dispone de liderazgos potencialmente capaces de mejores competencias electorales.
A su vez, cuenta con un buen número de políticos, dirigentes gremiales y sociales, intelectuales, tecnopolíticos, etc. Que bien podrían configurar redes de poderes efectivos y reales para los efectos del desarrollo de políticas socialistas.
También en su entorno existe una considerable cantidad de personas vinculadas a los oficios que tienen que ver con la creación y transmisión de ideas y que están en condiciones de enfrentar más satisfactoriamente la creciente y avasallante cultura neoderechista.
Casi todas estas potencialidades están excluidas del quehacer socialista actual por responsabilidad del sistema orgánico y de relaciones de poder que se ha radicado en su seno.
Las próximas elecciones del PS abren un pequeño margen – pequeño porque la mecánica electoral es ad hoc al sistema de facciones – para que su universo militante reaccione. De lo contrario, la inerte declinación de la cultura socialista seguirá su curso hasta un punto crítico no muy lejano, puesto que, de no producirse cambios sustantivos en su conducción, el PS no estará preparado para enfrentar la radicalidad de los cambios de escenarios que se aproximan.