Introducción
Uno de los momentos más prominentes para la actividad política en el actual contexto de apatía sobre esta práctica, son las elecciones. En ella la comunidad quiera o no, se ve inmersa en un movimiento colectivo que hace olvidar todos los prejuicios y balances sobre el escaso interés que despierta la política como factor de convivencia. Más aún, cuando las claves para comprender el despliegue de este fenómeno en el actual escenario socioeconómico, son interesantes y complejos. Entre otras razones porque:
a) Se han modificado los electorados tradicionales y se han desdibujado los 3/3 que marcaron por décadas la contienda electoral (izquierda, centro, derecha). Junto con ello, han emergido los electores “volátiles” capaces de dirimir su decisión a muy pocas semanas del acto de votar.
b) Ingresa en escena el factor comunicacional a complementar la práctica electoral.
c) La tensión dictadura/democracia ha desaparecido progresivamente y Pinochet, la figura más controvertida de este período, vive sus últimos estertores.
d) La estabilidad del modelo político-institucional es notable, comparativamente incluso, con el resto de los países de América Latina, ésta se ha afianzado. Las elecciones en Chile no han devenido en un factor de controversia sobre el modelo político-económico, situación no menor en la región (como el FMI con “Lula” Da Silva).
e) El mercado se ha consolidado como asignador de recursos y junto con ello el aumento del estándar de vida de los chilenos alcanza niveles insospechados, siendo desplazada la relación política-Estado por la de consumo-mercado en diversas áreas (Educación, Salud, Vivienda).
En este nuevo escenario, para la derecha las elecciones han significado una gran apuesta a su favor y un método atractivo en el cual plantearse la posibilidad efectiva de triunfo. Para la Concertación por el contrario, las elecciones se han traducido en un costo o un reordenamiento que les ha sido desfavorable, pero que también le ha significado una oportunidad para poner a prueba su proyecto que tras 12 años persiste aún de modo inédito.
A ello hay que agregar que en el actual contexto, las elecciones se han transformado en un evento impredecible a diferencia de la década de los noventa y en especial después de las Presidenciales de 1999. Entre otras razones, porque se han generado fenómenos que operan sin la tensión dictadura/democracia y que dan paso a la irrupción de nuevos dilemas para los actores políticos y su competencia electoral, en los cuales:
a) Adquiere mayor atención en los medios la oferta política entre los conglomerados y su intento por “diferenciarse”.
b) Se expresan los compromisos con los grupos económicos y de interés junto con la evaluación ciudadana sobre esos vínculos.
c) Se activa el negocio informativo en donde los medios de comunicación juegan un papel relevante.
Además, en un contexto de bajo interés por la administración del poder – como remanente del bajo interés de la política – la elección se ha transformado en un horizonte positivo para la derecha como escenario para agitar su nueva imagen. Para el Gobierno-Concertación, por el contrario, la distancia del factor electoral ha sido considerada como ventaja que permite la divulgación de la obra del Gobierno en el marco de una agenda apacible que potencie su sintonía con los nuevos referentes sociales.
La “relativa estabilidad” sin el factor electoral, augurada entre el fin de las Parlamentarias (2001) y las Municipales (2004), proyectaban un escenario de quietud para este objetivo. De alguna forma, eso así se ha manifestado mediante una amplia capacidad del Gobierno para imponer sus temas e incluso elevar las controversias con la derecha (1), relegándola a apariciones episódicas, marcadas incluso, por controvertidas iniciativas de Joaquín Lavín que han cuestionado su halo de figura intocable pese a sus esfuerzos por mantenerse en la parrilla informativa mediante giras internacionales o gestionándose recursos con la venta de los derechos de agua en Santiago.
Para la derecha un período de relativa estabilidad comienza a percibirse como un riesgo, aunque no en menor grado también lo es para la Concertación por la escasa “diferenciación” con este sector y los sucesivos “desgastes” de imagen. Distingamos por separado:
a) para la Concertación, el bajo interés que provoca en la ciudadanía la simple administración del poder en un contexto de escasa atención por la actividad política, no es garantía para la continuidad del proyecto concertacionista.
b) Para la oposición, el control de la agenda por parte del Gobierno y la consolidación de sus metas pueden enfriar sus ánimos triunfalistas y su último protagonismo electoral.
Para ambos sectores, la elección se transforma desde ya en un factor interviniente de su comportamiento político y latente en su agenda. En alguna medida porque el “vacío de controversias” marcado por la apatía de los grandes públicos y la reducción de la tensión dictadura/democracia, coloca nuevas representaciones y referentes sociales con los cuales, la mera continuidad en la agenda política, no garantiza una mayor adhesión de la gente. Eso obliga a los actores a generar sintonía con sus ideas-fuerza que los movilizarán para los próximos años.
En ese esfuerzo, comienzan a ordenarse para enfrentar la coyuntura de “relativa estabilidad”, comprender los dilemas sociales emergentes e incorporar nuevas dimensiones de análisis a la coyuntura. En ese marco:
a) El Gobierno y la Concertación redefinieron sus prioridades político-comunicacionales enfocadas en la Solidaridad y en el Combate a la Pobreza, acompañada de una adecuación de piezas en el plano municipal (tal como lo resolvió la DC en el mismo tema).
b) La derecha por su parte, afianza sus lineamientos programáticos (recientemente en el Consejo UDI) y su orientación estratégica: las clases medias y los íconos DC, que es uno de los “nichos” donde puede crecer electoralmente.
Este dinamismo contrasta con algunos diagnósticos que pretendían orientar la acción política en un período sin contingencia electoral y a los que se estaba haciendo habitual recurrir. Por un lado, para la Concertación-Gobierno, en la idea motora que el despliegue de su programa sin un marco de confrontación electoral corregirá el contexto adverso y urgencias a los cuales se vio sometida la gestión del Presidente Lagos en sus primeros años. Y para la oposición-derecha, en la prolongación de una sensación negativa que resuma la adversidad del escenario económico y que se sintetizan en la idea que “no va a pasar nada” (Pablo Longueira) con tasa de crecimiento muy diferentes a la de los 90.
Para el público de la Concertación, se abre la oportunidad de recuperar su animosidad y confianza electoral en base al intento de establecer una diferenciación con la derecha y de atender a las nuevas preocupaciones ciudadanas. Este estado emocional busca “re encantar” a su electorado sobre la base de reorientar el sentido político de la coalición, no temerle a los avances de la derecha y no rendirse a las acciones de Lavín.
En su lado más visible, destaca la vitalización doctrinaria y orgánica de la DC (que es uno de los principales blancos de la UDI para expandirse electoralmente) y en su lado menos visible, el intento de algunos por “hallarse” en la Concertación pese a las múltiples propagandas críticas sobre la “ceremonia del adiós”, la “privatización” o las nuevas “redes con los vecinos del frente”. Quizás este sector, es más ilustrativo para graficar la disolución de las fronteras, en la medida que allí se encuentra una variedad de jóvenes profesionales que están en los límites de la in-“diferenciación”, circulando entre el Estado y el ámbito privado.
La derecha por su parte, pese a agitar la inactividad de la escena política-social (“no va a pasar nada”) su estado no es de simple cautela. Su intento por aminorar los riesgos frente a los avances del Gobierno y mantenerse presente en la agenda serán claves para su posicionamiento, en la cual, el tiempo de exposición y su calidad son muy relevantes. Por el momento, la derecha oscila:
a) Evitando que Lavín sea estropeado por un afán comunicacional desafortunado, conjugando “redes de protección” a nivel parlamentario y de medios de comunicación que neutralicen diversos flancos críticos.
b) Intentando la UDI imponerse sobre RN, creando una hegemonía en torno a Lavín.
c) Disputándole espacio electoral a la DC, distrayéndola políticamente en la propiedad de sus iconos y misticismo histórico.
d) Manteniéndose en una activa labor “fiscalizadora” sobre la base de los escándalos fundados en la sospecha y el desprestigio de la clase política.
e) Enterrar sus nexos con la Dictadura, su asociación con el mundo empresarial y perfilarse a lo menos en el eslogan, en un conglomerado popular.
Bajo este escenario desinhibido del factor electoral, para la derecha la escena política casi podría “congelarse” ante el despliegue del Gobierno que atenta contra su ánimo triunfalista. Es por eso que no es extraño observarla denunciando al Gobierno en sus esfuerzos comunicacionales, arguyendo “shows” o atacando al Gobierno y al Presidente Lagos de “comentarista medial”.
Ese afán tiene dos objetivos. Por un lado, alentar un ánimo negativo que roza e interpreta incluso hasta los públicos concertacionistas, en el supuesto que “todo se hace a medias”, “tardíamente” o en “negociación”, como si la práctica política fuera una métrica simple de avances sin retrocesos o sin transacciones. Y por otro, en capitalizar en una sensación negativa del actual escenario económico, evitando así, la configuración de sensaciones en base a una proyección más alentadora sobre el devenir del país.
Por eso que no es muy ventajoso para la oposición que se consoliden las políticas del Gobierno en la perspectiva del 2004 ó 2005 (2). Más aún, cuando el Gobierno puede imponerse en áreas sensibles con la derecha que se derivan del fin de la tensión entre dictadura y democracia y orientar desde esta perspectiva, sus políticas. Pero la diferenciación con la derecha no es tan simple, y a la vez es paradójica.
Por un lado, no basta con mejorar la gestión para hacer de la política un factor en que se conjuguen intereses masivos con la identificación hacia el Gobierno. Así quedó evidenciado tras la escasa valoración ciudadana de los esfuerzos del Gobierno de Frei por imponer una agenda modernizadora, ordenada en torno a dos grandes Reformas: Educación y Justicia” (3).
A su vez, no basta con que el Gobierno imponga su agenda cuando los temas ordenadores de la discusión pública (entiéndase por ello, del interés ciudadano expresado en los ratings de lo noticieros), transcurre por otros focos que son de fácil conducción por la derecha en su lógica de rápida sintonía con el factor comunicacional. Escenario que es indispensable asumirlo como la plataforma de representación colectiva que “construye realidades” sobre la cual se orientan las sensaciones o intereses particulares.
La disputa en lo in-mediático
En lo inmediato el Gobierno apuesta a imponer su agenda en torno a la Solidaridad, lo que ha sido tildado por algunos medios y analistas como su giro “hacia la izquierda”. Acá adquieren sentido la Reforma a la Salud y el “Chile Solidario”, cuyo objetivo es vitalizar los apoyos institucionales a los más pobres evitando el “asistencialismo” burdo que genera inactividad en los beneficiados.
Estos nuevos ejes se superponen a los fundados sobre el Crecimiento+Seguridad Social y anteriormente a las siete Reformas anunciadas en el primer Mensaje Presidencial que fueron coherentes con su contingencia particular.
Las siete Reformas del año 2000, como todos saben, se fundaban en una mejor perspectiva de crecimiento. La influencia del factor internacional redujo estas proyecciones e instaló el pesimismo, obligando a conciliar el Crecimiento con la Seguridad Social como nuevos referentes. Allí tuvo sentido la agitación política en torno a las Reformas Laborales, el Seguro de Desempleo y los subsidios a la contratación, como reflejo de la necesidad de dar respuesta a la demanda por estabilidad laboral en este clima de incertidumbre.
La invocación a la Solidaridad por parte del Gobierno, abre un terreno novedoso de diferenciación con la derecha en el plano político-comunicacional.
a) Coloca al Gobierno en el terreno popular-demandante.
b) Lo sintoniza con los lazos vitales de la sensación de comunidad, contraria a la inestabilidad que genera la lógica “privatista” del mercado en el consumidor y que reafirma una sensación de individualidad desolada.
c) Busca asumir la pobreza como dilema social y no como mera caridad.
La invocación a la solidaridad, tras el Mensaje del 21 de Mayo, se desplegó además en un contexto potenciado por los temporales, los que pusieron de relieve una realidad sobre la cual orientar estos esfuerzos. Casual y coincidente con el temporal del año 2000 que posicionó la imagen de un Gobierno y de un Presidente “a todo terreno”, los temporales del 2002 infundieron la sensación que la pobreza y la solidaridad están inmersas en una demanda masiva compatible con la escena informativa y la lógica de los medios de comunicación.
En la solidaridad confluyen diversos valores que se oponen a los dinamismos de la sociedad de mercado y que se hace representativa en sectores sociales medios que canalizan a través de esta acción su necesidad de relación y gratificación con la comunidad. El sentir de la solidaridad (un fragmento de nociones para pensar a través de ella en la comunidad) se funda en el resguardo de los otros y en el sentimiento de pertenencia que en sociedades como la nuestra, afligidas por incesantes cambios, éstos se perciben como amenazas.
En la actual escena, los medios de comunicación han interpretado esa demanda graficada en un “sentir” y han montado un adecuado negocio con programación en ayuda de los más necesitados (“Buenas Tardes Eli”- TVN, “Aló Andrea” – Mega) y hasta con concursos con ese objetivo (“Noche de Juegos” – TVN), sintetizando con ello, una demanda-sensación de solidaridad de tipo neutro (despolitizado), sin complejizar las causas sociales que la promueven.
Esa lógica no obstante, es coincidente con la que la derecha intentó implementar para su posicionamiento en el terreno popular, es decir, en la tendencia a des-politizar la pobreza, des-historizarla y fundar a la caridad como política asistencial.
El intento de la derecha de posicionarse sobre esta demanda hace un año, se fundó en base a generar “asistencias” mediante subsidios y raciones de ayuda (tal como lo hace Lavín con “La Vaca” y en Santiago con las Juntas de Vecinos y sus políticas corte populista-popular), confundiéndola con la caridad.
Además, con la caridad la derecha se evita un gran dilema: enfrentar las contradicciones que generan las políticas públicas en Educación, Salud y otras áreas donde se abre una discusión con los intereses empresariales de los cuales dependen como sector político, tal como se advierte en el actual debate con las Isapres sobre la Reforma a la Salud o en defensa de los abusos laborales (Reformas del 1999).
La disputa por la agenda
En estos últimos años la derecha ha logrado imponerse en la agenda en marcos de competencia electoral, con gran activismo y despliegue en sectores populares y altamente vulnerables por la estrategia de tinte populista.
Para el público de la Concertación, que aún mantiene, divaga con una evaluación difusa de la derecha y del tipo de sociedad que emergió en los últimos años en Chile, no es fácil comprender el avance electoral de este sector.
Pese a que caracterizan a la derecha como una coalición anacrónica en lo valórico, marketera en la política, sin “idea de país” o sin “contenido social” y asociada a elementos autoritarios que la desestiman, se ha hecho difícil la comprensión para el grueso del público Concertación de estos avances electorales, los que han sido respaldados además, con un gran despliegue comunicacional que asienta esas sensaciones (4).
Es por eso que la derecha puede apostar a las elecciones por sobre su episódica aparición en la agenda política, relegando la administración del poder a un espacio de “rutinarias controversias” que desgasta a los actores y que es funcional para su objetivo. Todo ello sobre la base de tres dividendos favorables que les vale la pena sostener:
a) Una fina estrategia político-comunicacional en torno a Lavín;
b) Imponiéndose en un electorado con baja cultura cívica que acoge promesas y estilos populistas;
c) Ordenando sus prioridades y apariciones en función del factor comunicacional.
A nivel de elites políticas y de dirigencia media de la Concertación se tiende a comprender ese diagnóstico, cristalizándolo en un discurso que es paradójicamente ventajoso para la derecha y su proyecto, porque coincide con un tono de pesimismo y de apatía que lo convierte en un estímulo a la inmovilidad.
La intervención del factor comunicacional – predominante en la estrategia de la derecha – se proyecta como un gran desafío para la Concertación, fundamentalmente porque se presenta como una antítesis de la actividad política. Entre otras razones, porque la derecha no enfrenta el dilema comunicacional con prejuicios y asociaciones al marketing, al engaño, al monitoreo de los medios de comunicación y a la reducción del debate político-racional, como dinámicas sancionatorias de la actividad política tradicional.
De aquellos dilemas, se abren otros para la acción política de la Concertación:
a) La difícil comprensión, a veces generacional, del factor comunicacional. Fenómeno que se funda en las pre nociones recién enunciadas (asociación al marketing y carencia de racionalidad), que contrasta con la lógica de la militancia tradicional.
b) La comunicación no resuelve los dilemas en coaliciones como la Concertación donde persisten diferencias propias de un conglomerado en materias tales como los temas valóricos, la relación con el mercado y el proyecto de sociedad. La comunicación, como herramienta de la política, no es unidireccional entre la cúpula y la ciudadanía en la medida que puede fundarse sólo donde hay gran consenso o por lo menos donde el disenso está bien regulado.
La UDI es un buen ejemplo de un disenso bien regulado y de una fina sincronización en función de esos objetivos. Para la UDI la comprensión del factor comunicacional como reducción de la esfera de la política va desde aspectos muy triviales como la coordinación en el vestuario, los colores de su propaganda y la definición de sus prioridades en el discurso, hasta aspectos tan puntuales como contar con una de las mejores salas de conferencia de prensa entre los partidos políticos chilenos. Si para algunos esto parece menor, sólo basta recordar la crisis entre RN y la UDI por la fotografía de Lavín con los candidatos a las Municipales de uno u otro partido.
La comunicación política excluye y reduce a veces la racionalidad y de no existir gran acuerdo o concordancias mínimas en los debates y entre los partidos (en especial en la Concertación), es aún más difícil situar un mensaje que apunte hacia la acción y el convencimiento masivo. Y peor aún, cuando muchos de los involucrados saben que la política real está fundada en el disenso y en el conflicto de intereses. El factor comunicacional es un elemento oscilante para el Gobierno y la Concertación porque está enfrentado a las confrontaciones políticas y a sus visiones de mundo que públicamente a través de los medios, son resumidas en sensaciones como la “confusión” o “politización” de sus iniciativas, agregándoles con ello una valoración negativa.
En este contexto y pese a las diferencias propias de la coalición, el Gobierno ha logrado avanzar en lo que se refiere al fenómeno político-comunicacional con hitos que mezclan cambios efectivos en la forma de hacer política (apertura de La Moneda, Mesas de Diálogo, la cultura como forma de convivencia, el Día del Patrimonio Nacional, visitas a terreno de los Ministros, etc.) y de hacer comunicación (diálogos radiales del Presidente, síntesis en un logo del Gobierno, autoridades “en terreno”, jerarquizando las vocerías como una forma de orientar su mensaje, etc.).
El Gobierno ha logrado avanzar incorporando esas claves a sus estrategias. Y esto se percibe en la constante denuncia de la UDI a los “shows comunicacionales” del Gobierno y otras caricaturas más, que no hacen más que evidenciar el cambio de actitud hacia la comunicación-política como una forma de relacionarse con la ciudadanía.
Más aún, la derecha lo percibe en dos actores gubernamentales que han sido capaces de emplazarla en este territorio: el Ministro Osvaldo Artaza y el Intendente Marcelo Trivelli.
Ellos han impuesto un “estilo” y han superado una brecha en la manera de relacionarse con la ciudadanía a través de los medios de comunicación. Se han transformado desde la puesta en marcha de la Reforma de Salud a la acusación constitucional, en figuras controvertidas en el ámbito político-comunicacional y han devenido en lo que en un primer momento fue Lavín para la Concertación: en personajes “escurridizos” desde la habitual evaluación política.
El Ministro Artaza ha sido cuestionado tanto en su capacidad para conducir un Ministerio como por su facha y vestuario. No obstante, su imagen de médico de alto compromiso fundada en la inédita separación de siameses, se ha transformado en su mejor capital político para proyectar credibilidad en la ciudadanía e imponerse en una Reforma de enorme controversia con la derecha (derivado de sus nexos con las Isapres) como en los gremios de la Concertación (la Confusam y el Colegio Médico).
El Intendente Trivelli es otro caso de avances en el territorio comunicacional, fenómeno que ha sido agenciado durante mucho tiempo por la derecha. Con su estilo ha respondido con “argumentos televisivos” a las críticas de este sector, fundado en un concepto novedoso la vinculación derecha-Lavín, que ha sido clave para la imagen de independencia de éste último como candidato: el lavinismo. Trivelli es quizás uno de los personajes que sintetiza adecuadamente el interés político con el despliegue comunicacional y eso lo convierte en un capital relevante.
Las “redes de protección” de la derecha se han desplegado para neutralizar esos avances. Por una parte, mediante la persistente evaluación de los medios de la figura del Ministro Artaza (La Segunda): Evaluación de su cadena en TV; El Mercurio: Perfil del Ministro y los límites entre propaganda y difusión de la Reforma; Megavisión advirtiendo de las diversas estrategias del Ministro Artaza para posicionar la Reforma; La Tercera y El Mercurio: modificaciones en sus equipos asesores) y por otra, mediante acciones como la acusación constitucional contra el Intendente, que lo repuso paradojalmente, como un hábil replicador que derivaba las críticas hacia Lavín.
En estos focos se observa una estrategia de la derecha destinada a ordenar en lo inmediato y largo plazo sus filas en la perspectiva electoral. Por una parte, ampliando el “círculo de protección” de Lavín con la colaboración alternada de los parlamentarios y de algunos medios que adecuan el tratamiento noticioso sobre el alcalde. Y por otra, en intentar mantener acotada la presencia del Gobierno e infundiendo un ánimo negativo sobre la administración del poder.
Pese a que estos datos pueden sonar obvios, tanto el control de la agenda por parte del Gobierno y la incapacidad de la derecha para imponer sus temas no garantiza un marco de estabilidad rentable para la Concertación. Fundamentalmente:
a) Porque la derecha actúa sobre la esfera comunicacional con mayor propiedad y holgura que los tradicionales actores políticos de la Concertación.
b) Porque las políticas públicas usualmente no son hitos comunicacionales que garantizan éxito electoral ni se asientan en el imaginario de la gente. Prueba de ellos es que ni la Reforma a la Educación ni a la Justicia parecieran gravitar como factores relevantes al momento de la elección del voto.
Además, la derecha tiene una ventaja tácita sobre el Gobierno. Usualmente trabaja los temas contingentes sobre la base de la emocionalidad que los circunda y construye política de esa forma. En las críticas sobre seguridad ciudadana, sobre desempleo o sobre la conducta de la clase política, el discurso predominante se funda una apelación a la sensación en cuestión: la inseguridad, la inestabilidad, la desidia. Esas invocaciones muchas veces no calzan con la comprensión sobre el procedimiento del poder, el cual la derecha califica habitualmente en su discurso como tardío, indiferente, desprolijo, reconvirtiendo de este modo, la sensación en clave de la acción política.
Esta estrategia se sustenta en una cultura política debilitada carente de la comprensión y funcionamiento de la lógica del poder y que intenta representar a partir de una sensación individual (inseguridad, inestabilidad, riesgo, desidia), una excusa para agitar sus críticas a las iniciativas del Gobierno. La apelación de la derecha a esas sensaciones masivas está en directa relación en como también los medios expresan su oferta noticiosa, es decir, poniendo el acento en factores controvertidos que activen el interés noticioso.
En el ABC de la descripción de los fenómenos de opinión pública, todas esas sensaciones son legítimas para infundir y crear una opinión – que no es un juicio, sino una falacia – sustentada en la fragmentación de información. Un ejemplo notable de ello es el rumor. La sensación de información fragmentada que se genera en el formato del rumor, hace incluso, partícipe al lector o televidente de una interacción en la cual su opinión es además un componente de la información, relevando de este modo, los temas que en la prensa se ventilan.
El rumor es una adecuada síntesis para graficar cómo los actores pueden imponer temas a través de las sensaciones, o al revés, cómo la sensación puede servir para imponer temas en la agenda. Es por eso que los voceros de la derecha comprenden adecuadamente esa relación con la noticia y la política (el factor comunicacional), transmitiendo a través de la prensa las sensaciones (inseguridad, inestabilidad, desidia, carencia) como una manera de imponer sus temas: seguridad ciudadana/inseguridad, desempleo/pesimismo, ineficacia del Estado/desidia, uso de recursos/desconfianza. Esa sintonía entre sensación e información le ha sido útil para la derecha y para mantenerse latente en la agenda, pese a su ineficacia para imponer “temas”.
Es sobre esa base en la que ya está actuando el Gobierno al conciliar la responsabilidad de gobernar con la coherencia comunicacional, pese a los constantes desaciertos que no son de estricto carácter comunicacional todos los días. A su vez, sus despliegues en esta materia les han sido ventajosos para maniobrar en la agenda, en un cuadro de escasa aparición de la derecha y en donde sus desaciertos comienzan a mostrar disonancias en la Alianza. No obstante, el desafío para el Gobierno y la Concertación sigue siendo la elección. Ese es el único test para poner a prueba la comprensión de las claves sociales y de la gente frente a las nuevas dimensiones que emergen. Porque, gran parte de ello pareciera resumirse en la paradoja que, el ejercicio de gobernar correctamente con amplio despliegue en la agenda, no es garantía de un positivo resultado electoral.
Notas
(1) La Segunda, 12 de julio de 2002: los 1.400 segundos en TV del Pdte. Lagos. Este tipo de notas, habituales hace un tiempo en los medios, grafica la capacidad del Presidente Lagos y del Gobierno para figurar en la agenda no estrictamente política, con apariciones en distintos escenarios comunicacionales: Programas de entretención, misceláneos y diálogos radio-TV
(2) En declaración a la prensa, la UDI formuló en dos instancias ese temor. El diputado Leay advirtió la necesidad de aprobar rápidamente la Reforma a la Salud con el fin de evitar una imagen mejorada y una percepción corregida de este sector para el período electoral del 2005 (7 de Julio de 2002). Por su parte, la diputada Cubillos señaló que el SIES espera dar a conocer sus resultados el 2005, denunciando que con ello el Gobierno mostrará positivos avances en la Educación (Mega 8 de Julio del 2002).
(3) Haciendo un breve paréntesis sobre este fenómeno y no sobre el hecho en particular, podemos decir que, sin expresarlo, la gente siente que la política tiene un sustrato de sensaciones y de sensibilidades que la movilizan. Por una parte, porque es una “religión civil”, ciudadanamente hablando, que pone en el centro de interés la acción colectiva y la voluntad general. Y por otra, porque la ideología que la orienta – aún sin saber expresarlo con claridad sus militantes – está plagada de emociones básicas como las visiones de mundo, la pobreza, de la diferencia, de la propiedad y de justicia, que estimulan la atracción por la política como canalizadora de esas sensaciones.
(4) Luego de las Municipales del 2000, la importancia noticiosa se centró en el triunfo de Lavín en la comuna de Santiago. Canal 7, Canal 13 y Megavisión reportearon el triunfo de Lavín y su discurso casi con la misma sincronización de una cadena nacional, afianzando la sensación de triunfo en esta especie de “tercera vuelta” electoral. Por otro lado, finalizada la elección municipal, los medios infundieron la sensación que la UDI avanzaba electoralmente y era la triunfadora, mientras la DC perdía espacio. Pero poco se señaló del triunfo del PPD en los distritos que compitió con la UDI o en otros matices de los resultados.