El retorno del alma al cuerpo
Desde hace un par de meses, a la mayoría de los dirigentes de los partidos de la Concertación les volvió el alma al cuerpo: ya no perciben, como percibieron durante un buen lapso de tiempo, que la elección presidencial del 2005 esté irremediablemente perdida. Cambio de percepción que tiene amparo en razones objetivas y objetivables.
La imagen del gobierno y de la Concertación salió mucho menos dañada de lo que se previó o presumió de la larga y erosionante crisis provocada por las denuncias y juicios sobre irregularidades. Tampoco los indicadores muestran que la derecha haya capitalizado considerablemente los efectos políticos y político-electorales de ese prolongado período crítico.
La popularidad del alcalde Joaquín Lavín se mantiene estancada, incluso, con leves bajas. Dato muy decidor, porque el contexto era extremadamente propicio para que se incrementara. La estrategia y estilo del “lavinismo” se ha puesto en entredicho desde sus propias filas y varias señales permiten conjeturar que a sus ideólogos no les está resultando fácil encontrar un rediseño estratégico. La Alianza por Chile sigue sin alcanzar una institucionalidad mínima y sólo se sabe de ella por las controversias en su seno. Luego de trastabillar varias veces, como alguien que recién recupera el andar, el gobierno, de todas formas, se ha revitalizado y avanza en retomar la iniciativa de la agenda pública y política. La economía y sus expectativas son bastante más favorables, etc.
En suma, una simple lectura de la realidad reciente y actual es lo que ha permitido que a la mayoría de dirigentes concertacionistas les vuelva el alma al cuerpo. Y escribo premeditadamente “mayoría” porque no a todos les ha vuelto de la misma manera. Para algunos, para una minoría, ese retorno del alma les implica un sufrimiento existencial. Habían guardado el alma para el 2009 y ahora y todavía no están muy convencidos de desempacarla o no. Pero, en fin, lo relevante es que la tendencia que se expande dentro del mundo concertacionista es la de pensar que el 2005 “también existe”.
Falta, eso sí, que tras el alma, vuelva el cuerpo al cuerpo de la Concertación. Porque la Concertación hoy es incorpórea. O, si se quiere, se encuentra corporalmente desmembrada.
¿Conflictividad natural o artificial?
Que la Concertación está viviendo en un extenso y permanente estado crítico, es un diagnóstico ampliamente compartido. Lo curioso, paradojal y hasta absurdo es que, pese a ese diagnóstico, los discursos y acciones que desarrollan las dirigencias partidarias – o algunas de ellas – apuntan factualmente al agravamiento de la prolongada situación crítica.
A estas alturas no es en absoluto insólito, al contrario, es lícito y pertinente, preguntarse si esos discursos y actos tan reiterados derivan de errores “forzados”, de diseños “duros”de negociación electoral, de la naturaleza intrínseca de las pugnas de poder, del súbito descubrimiento de profundas divergencias filosófico-políticas entre el mundo socialista y el mundo socialcristiano, o si son producto de revisiones y reconstrucciones estratégicas inconfesas y coincidentes con proyectos de poder grupales y personales, ergo, ocultos y partidariamente extrainstitucionales.
Desde el punto de vista de una estricta racionalidad política – que considera, por cierto, los intereses y competencias de poder y político-electorales de los partidos y liderazgos – y si el análisis se atiene a los argumentos que se esgrimen en las controversias, son inexplicables los niveles de conflictividad y de deterioro de las relaciones intra Concertación.
Hay dos argumentos o discursos que concentran la esencia de las justificaciones que se le dan a las conductas que tienen en vilo la funcionalidad y pervivencia de la Concertación.
Uno, cuyo principal vocero (pero no el único) es el presidente del PDC, el senador Adolfo Zaldívar, consiste en diagnosticar el agotamiento de la Concertación y que, por tal motivo, sería inviable su adecuado funcionamiento y muy escasa o difusa su razón de ser, mientras no se rectifique su política, su composición y hegemonía interna.
El segundo argumento o discurso señala, en lo sustantivo, que la coalición debe recomponerse sobre la base de los perfilamientos propios de los partidos, de manera que se establezcan categóricamente las diferencias entre su centro y su izquierda. En esta tesis coinciden los senadores Adolfo Zaldívar y Carlos Ominami, aunque los orígenes de tales coincidencias son distintos. En el fondo, lo que se postula es que la Concertación debería dejar de ser un “bloque histórico progresista”, una alianza unificada por concepciones y políticas de centro-izquierda que subsuman los particularismos de las culturas políticas que la integran, para transformarse en una alianza del centro y de la izquierda, sin un ethos común superior al ethos de cada una de sus partes. En términos más simples, se trataría de una alianza por necesidad, de un matrimonio por conveniencia, de un pacto electoral y eventualmente de un pacto de gobierno y regido más por relaciones de competencia que por relaciones de cooperación.
Razones poco sustentables para objetar la vigencia histórica de la Concertación
Ambas visiones o argumentos son escasamente sustentables en el plano conceptual y en el plano político.
Es cierto que la Concertación está sometida a un síndrome crítico por agotamiento de las principales razones que la originaron: enfrentar a la dictadura y conducir el proceso restaurador de la democracia. Síndrome que resulta también del “desgaste natural” que afecta a cualquier fuerza política que gobierna por muchos años. Y participan en él niveles de agotamiento que no le son intrínsecos, sino que producto de la entronización en la Concertación del agotamiento relativo de un ciclo político-estructural integral presente en el devenir de la sociedad chilena.
Pero si se tuviera en cuenta que la Concertación ha sido y es la agrupación política que reúne al progresismo político, social y cultural del país, o a la mayor parte de él, y que sin esa instancia unificadora el progresismo estaría a mucho más mal traer, merced a la enorme capacidad de ejercicio factual de poder que posee la derecha y a las formidables redes de las que dispone para imponer hegemonías políticas y culturales conservadoras, entonces, si se consideraran ambos fenómenos, nadie – con mínimas facultades para reconocer la realidad nacional – podría postular la obsolescencia histórica de la Concertación o su conversión en pacto político menor, básicamente electoral y ceñido a lógicas de aguda competencia interna.
Las razones de un futuro
Cualquier pretensión o propuesta de rectificación, readecuación, refundación de la alianza gobernante, no puede omitir la vigencia de dos razones de ser esenciales y que le continúan dando una contundente legitimidad histórica.
La primera es que su ser y deber ser prioritario consiste en enfrentar a la derecha e impedir que su inmenso poder se expanda a grados tales que lo pueda ejercer casi sin contrapoderes significativos, que es lo que ocurriría si la derecha ocupara la Presidencia de la República.
La segunda es que el estadio modernizador en que se encuentra Chile demanda de nuevos impulsos y que el sello que adquieran éstos será decisivo en la configuración del tipo de sociedad en el que habitaremos durante bastante tiempo.
El proyecto de sociedad de la derecha es inercial. Ofrece una sociedad cuyo desarrollo depende, esencialmente, de las inercias de las modernizaciones inducidas por la espontaneidad de los procesos modernizadores y que conducirían a la postre a una sociedad ordenada por las relaciones mercantiles y por mecánicas autoritariamente conservadoras, ergo, coactivas, para manejar y “solucionar” las conflictividades y marginalidades que inevitablemente acompañan a desarrollos de esa naturaleza.
En el Chile de hoy, dadas las características de su derecha dominante, sólo el progresismo puede orientar los avances modernizadores hacia una efectiva modernidad (1). Y aunque ese propósito no se halle explícitamente traducido todavía en un proyecto, programa y políticas, las posibilidades de su edificación están en la naturaleza genérica de las culturas que conforman la Concertación.
En suma, evitar una mayor oligarquización de la sociedad chilena y avanzar en la línea de darle contenido humanista a la modernización, son dos ideas-fuerzas constitutivas de un proyecto histórico y más que suficientes para contradecir los juicios y augurios del agotamiento de la Concertación.
Identidades partidarias propias: ¿cuáles serían?
La cuestión de los énfasis puestos en los perfilamientos propios de las subculturas concertacionistas tampoco escapa a inconsistencias como las tratadas en el punto anterior.
Una definición de ese carácter tendría grados aceptables de racionalidad política – aunque no sería necesariamente aceptable como parte de estrategias políticas realistas – si las identidades partidarias tuvieran i) sólidos componentes conceptuales, programáticos, político estratégicos y, ii) diferencias y discrepancias entre sí igual de sólidas y trascendentes.
¿Podría decirse que es eso lo que está ocurriendo hoy entre el socialismo y el socialcristianismo chileno? ¿Alguien, honrada y cuerdamente, podría asegurar que ambas culturas políticas se han reconstruido, se han reactualizado a un punto tal que han esclarecido y superado todos sus estremecimientos doctrinarios y político-históricos, producto de los velocísimos, profundos y radicales cambios que han aquejado – y aquejan – ininterrumpidamente a Chile y al mundo desde hace al menos tres lustros y que, en el curso de esos hipotéticos procesos de superación cabal de los problemas, las dos culturas han descubierto, de paso, distanciamientos de magnitud tal que, para el desarrollo de cada cual, es inevitable confrontarlas sistemáticamente? ¿No sería más probo, más sano y más fiel a la verdad reconocer que no ha sucedido ninguna de las dos cosas, que los procesos partidariamente reconstructivos están lejos de haber concluido y que mientras se mantengan inconclusos es muy difícil – por no decir imposible – señalar cuáles serían las discrepancias conceptualmente relevantes que forzarían a una continua competencia?
En definitiva, no son convincentes ni fiables los argumentos y discursos que tienen a mal traer las relaciones entre los partidos de la Concertación. Como alianza política, es ostensible la razón de ser y la necesidad histórica de la Concertación; por ende, no es congruente hablar de su cancelación. Y tampoco resulta muy coherente trazar diseños de acentuación en las identidades propias de los partidos, cuando las identidades tradicionales han ido perdiendo actualidad y consistencia y las nuevas identidades están todavía en fase de reconstrucción.
Nada de lo escrito hasta aquí niega que la Concertación encuentre dificultades objetivas en sus relaciones internas ni que esté demandada a reformularse. Lo que aquí se sostiene es que el quid de esos problemas no se encuentra ni en el potencial colapso de la Concertación ni en el perentorio requerimiento de pasar de una alianza de centro-izquierda a una alianza entre el centro y la izquierda.
Dos estrategias fácticas y autodestructivas
Los innegables problemas reales que cruzan a la Concertación están siendo usados, como se dijo más arriba, para desarrollar estrategias fácticas, no enteramente develadas ni confesas y partidariamente extrainstitucionales.
La “estrategia Zaldívar” (del senador Adolfo Zaldívar) pareció, en un momento, la más “rupturista” y amenazante para el futuro de la Concertación. Sin embargo, en el último tiempo, se muestra casi inocua si se le compara con la “estrategia Ominami-Martner” que, día a día, desnuda su existencia y su carácter extremadamente pretencioso.
La “estrategia Zaldívar” es de una simpleza casi ingenua y su aplicabilidad se reduce a cuestiones meramente electorales. Para el senador Adolfo Zaldívar, “rectificar” la Concertación no es mucho más que instalar o reinstalar en su seno la hegemonía del centro, o sea, de la DC. Para ello es menester contar con más votos, más concejales, más alcaldes, más parlamentarios e imponer la lógica del derecho preferencial de la DC para postular un candidato presidencial de la Concertación.
Como nada de eso está garantizado a priori ni tampoco lo garantiza el libre juego electoral, la estrategia comprende forzar a negociaciones electorales que favorezcan a su partido. Para lograr ese fin, aparte de otros recursos, el principal es mantener, al gobierno y al resto de los partidos, bajo constante amenaza de quiebre de la Concertación.
Estando ahí el meollo de la estrategia, se complementa con otra fórmula clave: erigir a la DC como un partido categórica y visiblemente de centro. Puesto que tal condición no es fácil de exponer doctrinaria, programática y políticamente, lo que queda más a mano es el camino del “centro ecléctico”, o sea, que define políticas y discursos mirando primero las políticas y discursos de la derecha y de la izquierda, para luego descubrir la equidistancia.
Discrepancias arbitrarias
Lo malsano de esa parte de la estrategia, es que, en el afán por diferenciarse de la izquierda concertacionista, se buscan arbitrariamente discrepancias con sus partidos y con el gobierno “socialista”.
A todas luces es una estrategia arriesgada, que entraña peligros innecesarios o soslayables, que debilita a la coalición, que no se condice con ciertos parámetros mínimos de “cultura” de alianza y, sobre todo, es una estrategia “pequeña”, útil, tal vez, para objetivos menores, pero que no da cuenta de los problemas sustantivos ni de la Concertación ni del país.
Estos son aspectos que no escapan de los conocimientos y de las percepciones de buena parte de la dirigencia de la democracia cristiana y que resisten – con escaso éxito al parecer – a la implementación de tal estrategia. Es por eso que es una estrategia que se ha personalizado y que, probablemente, ningún otro dirigente de envergadura estaría dispuesto a conducir. El punto es que esa personalización ha hecho que entre el senador Adolfo Zaldívar y la estrategia de la DC se haya establecido una relación simbiótica. Sólo él puede dirigirla y ella sólo puede proyectar su liderazgo individual. Es una estrategia que no acepta poderes compartidos ni mucho menos contrapoderes.
No obstante, su relativa inocuidad estriba en que es una estrategia hecha para el negocio político-electoral y, en ese plano, siempre hay posibilidades de arreglos.
La “estrategia Ominami-Martner” es de otro carácter. Tiene una dimensión irruptiva de difícil manejo. En primer lugar, porque su objetivo no es el perfilamiento de la identidad propia del PS. Para esa estrategia el PS es la “masa de maniobra” inicial. El objetivo es la configuración de una “nueva izquierda”, que supla definitivamente a la “izquierda tradicional” (el sueño mirista de la década de los sesenta) Tampoco se trata de cualquier “nueva izquierda”, sino de una izquierda capaz de modificar sustantivamente el cuadro político nacional, subsumiendo o minimizando al centro político (a la DC), de suerte que la conflictividad política se represente esencialmente a través de sólo dos fuerzas: la derecha y la izquierda.(2)
En este esquema, la coincidencia con el diputado Pablo Longueira es evidente. La única diferencia es que Longueira piensa en la “americanización” de la política nacional y Ominami-Martner en su “afrancesamiento”.
El desarrollo de la estrategia comprende una radical competencia con la DC, que comienza con duras negociaciones para las elecciones municipales, se sigue con los preparativos para que la DC elija un mínimo de senadores el 2005 y termina con la presentación de dos candidatos presidenciales ese mismo año.
No es relevante, crucial o dramática para esa estrategia una victoria presidencial de la derecha. De un lado, porque es un proyecto que por la trascendencia que le otorgan sus autores demandaría tiempos largos y bien podría soportar una derrota de la Concertación. Y de otro lado, porque una derrota inauguraría un período sustantivamente distinto que abriría puertas para que los promotores de la estrategia consolidaran sus propios liderazgos nacionales y presidenciables.
Estupro histórico
No es demencial pensar en la recomposición del cuadro político nacional. De hecho, es un proceso racionalmente previsible y estructuralmente propuesto desde hace algunos años. Ya en 1997, Genaro Arriagada publicó un lúcido análisis al respecto ¿Hacia un “Big Bang” del Sistema de Partidos?) Pero los procesos político-históricos tienen sus “leyes” y sus ritmos. Y, a veces, se manifiestan a través de formas insospechadas. Como “iluminismo” se conoce al pensamiento que cree que bastan algunas acciones audaces para hacer parir la historia. En analogía gramsciana, el diseño compartido por Longueira y Ominami-Martner para reconfigurar el cuadro de partidos presupone el equivalente a un estupro histórico.
En conclusión, el estado crítico de la Concertación encuentra su principal causa en la existencia de dos estrategias que se convierten en un fin en sí mismas y que centralizan la conflictividad política al interior de la Concertación: la “estrategia Zaldívar” que las “quiere todas” para asegurar la hegemonía DC y la “estrategia Ominami-Martner” que pretende hacer saltar el sistema de partidos a partir de la disolución del centro político, organizado principalmente en la DC.
Ambas son autodestructivas de la Concertación y dan sustento para que permanezca la tendencia a la “ceremonia del adiós”, precisamente, en momentos en que una infinidad de antecedentes objetivables operan en sentido inverso.
¿No quedan en la Concertación, en sus partidos, reservas de cordura y de calidad política para frenar esas insensateces?
Notas
1) Norbert Lechner, con su reconocida maestría, sintetiza esta idea: “Por importante que sea el proceso modernizador en un país, el no contemplar la subjetividad de las personas, no significa un avance del proyecto de modernidad…Entendemos por subjetivación la creciente autonomía del individuo, cuyos valores, expectativas y conductas se independizan de las tradiciones consagradas, dando lugar al desarrollo más consciente y deliberado de identidades colectivas y pautas de acción social.” (El Estado en el Contexto de la Modernidad)
2) “Es necesario un sinceramiento de la actividad política, en donde la gente de izquierda seamos claramente de izquierda, los de derecha sean claramente de derecha y los del centro que vean cómo se las arreglan”. Senador Carlos Ominami (El Mercurio. 25/09/03)