Un socialismo claramente oscurecido
Nacional e internacionalmente, el pensamiento y las políticas socialistas continúan sometidas a la impronta de lo difuso y a procesos que le restan personalidad e identidad. Si hasta hace poco, como corriente político-cultural universal, mostraba visos de dispersión y confusión, hoy, después de que Tony Blair definiera una política de alianzas con el gobierno de Bush, el panorama es claramente oscuro.
También hasta hace un tiempo, las confusiones dentro del socialismo mundial eran comprensibles y explicables. Se podría decir incluso que formaban parte de una etapa inevitable, racionalmente necesaria, dado el cúmulo de céleres transformaciones y nuevas experiencias acaecidas a escala universal que debían ser asimiladas y respondidas. Dicho de otra manera, en tanto cultura política histórica, arraigada en un largo pasado, el socialismo debía pasar por una fase de reflexiones, discusiones, disputas, antes de lograr su reencuentro con el mundo nuevo que surgía post socialismo reales y cuyos cambios, o varios de ellos, pusieron en interrogación muchos de sus supuestos doctrinarios y políticos.
Hoy, no obstante, esa explicación o excusa ya no resulta tan presentable. Quince años suman un lapso suficiente para que el proceso de reactualización o reconstrucción del socialismo cuajara, aunque fuera en parte y en lo grueso, en una traducción contemporánea del significado del socialismo y en lineamientos políticos genéricos que lo identificaran como cultura y movimiento político efectivamente distinto, alternativo y superior a las corrientes de derecha, neoderecha o neoliberales.
El distanciamiento de Tony Blair del resto del socialismo europeo es un hecho paradigmático. No sólo porque en sí refleja el estado difuso en que se encuentra el socialismo, sino también, por cuanto Blair era una de las cabezas más visibles y promisorias de la “Tercera Vía” y una de las figuras más destacadas del “nuevo” socialismo, especialmente después del inicio de la declinación del socialismo español y francés.
Por otra parte, la crisis mundial desatada por la guerra contra Irak ha develado el precario nivel de poder o influencia al que ha llegado la hasta ayer poderosa Internacional Socialista, fenómeno que, por cierto, se liga al debilitamiento conceptual, político y social que aqueja universalmente a esta cultura política.
El socialismo criollo no escapa a esta situación confusa y confundida que muestra el socialismo internacional. Un somero seguimiento casuístico de las opiniones y conductas distintas que se manifiestan entre sus parlamentarios, dirigentes gremiales, autoridades partidarias, estructuras de bases, etc. bastaría para demostrar tal afirmación. Pero el asunto no es puramente casuístico, es más de fondo. Si se estudia la lógica que subyace en la diversidad de opiniones, si se presta atención a la variedad de discursos más sistematizados y elaborados que circulan en su seno, lo que se descubre son diferencias más esenciales, choque de cosmovisiones que, por lo demás, tampoco constituyen cuerpos de ideas sólidas y rigurosas, puesto que comprenden un buen número de supuestos implícitos y, por lo mismo, no facilitan un ordenamiento nítido de las avenencias y desavenencias, ergo, también suman a la confusión.
Es cierto que el PS es uno de los partidos de la Concertación que, en momentos, luce superiores grados relativos de disciplina y unidad. Pero ello no debe inducir a engaños. El problema a plantearse es cuál es el origen de esa disciplina y unidad. La fuente dominante no es un sustrato potente de carácter doctrinario, programático y político-estratégico. El principal origen es de rango político circunstancial: la edificación de un sistema de poder interno elitario y casi coactivo y que funciona merced a la enorme dependencia que tiene el PS del poder que ostentan autoridades de gobierno, parlamentarios y jefaturas de fracciones. La sumatoria de esos poderes – en cierta medida corporativizados – conforman una suerte de bismarquismo partidario, esto es, un tipo de poder que disciplina y unifica “desde arriba”, por el poder en sí del que dispone y aun cuando no genere ni goce de una “hegemonía político-cultural”, de un mínimo común de conceptos, programas y políticas precisas, masiva y activamente compartidas.
Es evidente que una disciplina y unidad basada en ese componente es necesariamente feble y poco útil para los efectos de un funcionamiento partidario eficiente e históricamente proyectivo. No obstante, sí se ha mostrado eficiente para una pervivencia electoral honrosa – modesta, claro está – y para los requerimientos del gobierno.
El deterioro o estancamiento que ha venido viviendo la cultura política socialista, en la medida, precisamente que se prolonga, va adquiriendo ribetes graves y trascendentes. Si bien, como fenómeno profundo, el proceso de estancamiento o deterioro se incubó desde el derrumbe de los socialismos reales (y en algunos casos desde antes), la autoconciencia y los efectos del mismo fueron demorados, soslayados o morigerados por tres grupos de razones:
• Por la emergencia, en la década de los noventa, de un clima universal de optimismo libertario, democrático, progresista que favoreció política y electoralmente a la corriente socialista europea.
• Por el agotamiento relativo que en ese mismo período experimentó el neoliberalismo y las corrientes de derecha que los impulsaron, a lo que se agregó, en América Latina el desprestigio en el que quedaron sumidas las derechas autoritarias comprometidas con los regímenes dictatoriales.
• Específicamente en Chile, porque lo absorbente y extensa que resultó la transición política tendió a subsumir toda otra temática y dinámica política, doctrinaria y programática.
Terminado el ciclo de optimismo y concluida, en su esencialidad, la transición chilena, es decir, vuelto el mundo a su “normal” devenir histórico y exigida la política de responder a esa “normalidad”, el socialismo sintió el peso de los cambios y se percató más crudamente de las interrogaciones que esos cambios le planteaba. La lentitud y/o liviandad con la que ha respondido es una de las causas mayores de su estancamiento.
Tal cual hoy se encuentra el socialismo y visto en lo grueso, su racionalidad político-histórica se ha reducido virtualmente sólo a dos aspectos:
• A la resistencia que opone a la implantación absoluta y hegemónica de un capitalismo construido a imagen y semejanza de la cosmovisión neoliberal
• Y a la defensa – no absoluta, pero significativa – de políticas públicas, de políticas sociales que provienen (con variaciones de grados) de sus tradiciones estatistas.
El socialismo contemporáneo, siempre hablando en términos genéricos y evaluando estrictamente el aquí y el ahora, ha dejado de ser una propuesta de sociedad. A lo más es una anti-propuesta, una oposición, una resistencia a las tendencias hegemonizantes del capitalismo actual.
En alto grado, de esa carencia deriva su estancamiento y su declinación. Ninguna cultura política cuyo ideario, en lo esencial, se restringe a ser una anti-propuesta de sociedad puede ser sólida y socialmente cautivante. Menos cuando ni siquiera puede lucir éxitos notables como fuerza resistente. Porque nadie podría negar que el capitalismo, tipificado y purificado como tal y con sesgos neoliberales, continúa, bemoles más bemoles menos, inexorablemente su marcha expansiva y profundizadora. Tanto así que incluso en las naciones en donde la cultura socialista ocupa o ha ocupado el gobierno esa marcha está muy lejos de haberse detenido.
El riesgo de las regresiones
El socialismo chileno, expresado en el PS, desde que empezara a asumir su estancamiento, ha venido incubando una creciente tendencia regresiva, esto es, tiende a buscar en su pasado ideológico, programático, político, organizativo, etc., las respuestas para enfrentar su anquilosamiento. Escudriñar en las propias vivencias y experiencias pretéritas no es negativo de por sí, por el contrario, es una excelente fórmula de acumulación de conocimientos y no tiene nada de regresivo si esas indagaciones se hacen con mirada crítica, desprejuiciada, historicista y con el propósito de obtener datos, información, sabiduría histórica. Esa actitud deviene regresiva cuando el pasado que se interpreta está plagado de mixtificaciones, sublimaciones, parcelaciones y cuando el propósito no es su revisión crítica sino su reproducción lineal o casi lineal. Esto último está ocurriendo en el PS. Proceso de por sí alarmante, pero lo es tanto más si se tienen en cuenta que determinados contextos de la realidad presente y mediata van a servir de nutrientes a la tendencia regresiva.
Hay dos causas principales y envolventes de otras que yacen tras este fenómeno.
1. Ninguna duda cabe que el PS ha avanzado en la actualización de sus pensamientos y prácticas, a través del proceso que en lo grueso se ha denominado “renovación”(1). Pero la renovación socialista ha sido desigual. Está claro, y se ha insistido en ello, que hay una gran distancia entre la renovación de sus elites y la que ha acuñado el partido-masa. Y hoy se constata fácilmente que tampoco entre sus elites la renovación ha sido suficientemente uniforme. Las carencias claves en el proceso de renovación se pueden resumir en los siguientes puntos:
• Sus momentos y tónicas más significativas tuvieron un carácter inminentemente político y empírico, es decir, el proceso renovador no estuvo (o estuvo débilmente) acompañado de revisiones más o menos integrales de sus ancestros doctrinarios más enraizados y asumidos colectivamente y que constituían un cuerpo de ideas bastante sólido, totalizador y que, en gran medida, predeterminaba la manera de ver y hacer la política.
• Intelectualmente y en esencia, lo que la renovación hizo fue i) corregir los maximalismos, los extremismos ideológicos y políticos que se desarrollaron en el PS desde fines de la década de los sesenta, ii) reivindicar lo democrático como finalidad y práctica política del socialismo y iii) concederle méritos y vigencia a la economía de mercado. Pero lo que no hizo (ni ha hecho) fue debatir y resolver sobre conceptos duros de la teoría socialista tradicional, como por ejemplo, sobre la relación capital/trabajo, la categoría lucha de clases, la noción de cambio social, los vínculos y papeles del Estado en la economía, la concepción y forma de la organización partidaria, etc.
• El soslayamiento de la discusión sobre estos conceptos se ha traducido en dos grandes debilidades de la renovación. De un lado, los aspectos y discursos acerca de tópicos que simbolizan mejor la renovación se han edificado, en lo fundamental, no desde indagaciones y proyecciones de las matrices del pensamiento socialista sino desde la importación de los pensamientos demo-liberales, lo que ha dado como resultado que la cultura socialista pierda organicidad conceptual y devenga en una cultura de yuxtaposiciones, en una suerte de collage de ideas o de multitienda en donde cada quién puede adquirir las ideas que más le acomoden. De otro lado, como consecuencia de lo anterior, el partido-masa, el colectivo basal del socialismo, lugar en donde con más fuerza perviven las tradiciones conceptuales e ideológicas, yace en un estado casi permanente de confusión doctrinaria y política, de incomprensión – cuando no de rechazo – de las políticas definidas o respaldadas por la institución partidaria, puesto que no encuentra clara coherencia entre éstas y las macro ideas tradicionales del socialismo.
• La renovación, en sus expresiones más avanzadas o radicales, y que es la que, por norma general, más influye a la hora de las definiciones de las grandes políticas gubernamentales, ha optado por un camino empírico, factual como mecánica para superar la conflictividad interna. Es decir, ha preferido eludir las contradicciones conceptuales, no desgastarse en esfuerzos e iniciativas masivas de reculturización de las bases socialistas, puesto que dispone de dispositivos que le permiten imponer sus políticas sin necesidad de contar con el aval de los colectivos partidarios. El resultado ha sido la muy escasa interlocución verás entre los resabios ortodoxos y los pensamientos renovados y que ambos corran por carriles paralelos auto reproduciéndose sin nexos significativos.
Ahora bien, la renovación así implementada gozó de un largo período de gracia y de hegemonía factual merced a la extensa transición política y a la bonanza económica que duró hasta 1997. Ambas cuestiones opacaron las disidencias y las forzaron a la resignación. Pero una vez desaparecidos esos factores la situación se ha invertido. El estancamiento y la amenaza de declinación que aqueja al PS ha empezado a ser vista, por los sectores más tradicionales, como responsabilidad de algunas de las políticas y discursos impulsados por la renovación que ha juicio de ellos extremó renunciamientos y concesiones doctrinarias, políticas y programáticas. Con ese diagnóstico es lógico que se alienten tendencias regresivas, que se comience a reivindicar mucho del pasado y que quede bajo sospecha cualquier intento de reforzar y profundizar el proceso renovador.
2. La segunda causa que facilita lo regresivo – por cierto, vinculada a la anterior- tiene que ver con la percepción, en franca etapa expansiva dentro del partido-masa, de que el socialismo, en su dimensión de cultura y de proyecto histórico, ha sufrido una sucesión de reveses. El partido-masa lejos de sentirse exitoso siente que, en el curso de los gobiernos de la Concertación, le han inflingido (o se ha auto inflingido) una serie de “derrotas”: privatizaciones, debilitamiento de las funciones estatales, abandono de políticas redistributivas, subvaloración de los actores sociales, morigeración excesiva de la discursividad y conductas antiimperialistas, flaquezas en materia de derechos humanos, demasiada condescendencia con el empresariado y el mercado, fragilidad de las políticas laborales, etc. Y se perciben también como parte de esta sucesión de “derrotas” el estancamiento electoral en una cifra modesta, la pérdida de injerencia en los asuntos públicos, el ostensible debilitamiento de su ascendiente social y cultural, etc.
Ahora bien, cuando en una corriente política se entroniza una percepción de esa naturaleza tiende a aparecer un fenómeno similar al que describiera Gramsci a propósito de los acontecimientos políticos europeos en la década de los treinta y que a todas luces propende a lo regresivo, política e intelectualmente: “Cuando no se tiene la iniciativa en la lucha, y cuando la lucha misma termina por identificarse con una serie de derrotas, el determinismo mecánico (léase “ortodoxia”) se convierte en una fuerza formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseverancia paciente y obstinada (“regresión”” Luego, Gramsci advierte: “Es necesario siempre demostrar la futilidad la futilidad del determinismo mecánico, el cual, explicable como filosofía ingenua de la masa reflexiva, cuando es elevado a filosofía reflexiva y coherente por los intelectuales, se convierte en causa de pasividad, de imbécil autosuficiencia”
A estos factores, presentes en el PS desde hace algún tiempo, hay que sumarles hoy dos situaciones que estimulan el cuadro regresivo. La primera se halla en el plano internacional. Ya son más que evidentes las muestras del agotamiento de la “etapa fácil” de expansión de la modernidad y la globalidad. El período que se ha abierto está signado por una alta complejidad y conflictividad en el devenir de la modernización y globalización. La invasión a Irak y la agresiva política exterior norteamericana reinaugurada por Bush, son respuestas neoconservadoras a la acumulación de dificultades y conflictos que soterradamente se incubaron durante los años de la “etapa fácil” y son hechos que anticipan los escenarios conflictivos en los que se desenvolverán los ineluctables procesos de modernizaciones globalizadas. El período que se inicia con el hito de la invasión a Irak será de radicalización de la conflictividad política internacional (con efectos concretos en los estados nacionales, merced a la globalización) fundamentalmente en torno a dos cuestiones: i) a la reconstrucción de los focos hegemónicos mundiales, sus interrelaciones y áreas de influencias, ii) y a las políticas y al “nuevo trato” a aplicar en las zonas y naciones de desarrollo relativo, sujetas a una globalización y modernización predominantemente inducidas y afectadas por las consecuencias deconstructivas de esos procesos y, por lo mismo, más propensas a reacciones opositoras o resistentes y a que en su seno se gesten movimientos desestabilizadores.
Dicho en pocas palabras, lo que se avecina es una etapa de ajustes y reordenamientos mundiales bajo la égida del interés globalizador, reordenamientos que implicarán conflictos más o menos radicalizados y frente a los cuales cabe esperar, en casos, el uso de componentes coactivos y de fuerza.
Esta previsible radicalización de la conflictividad internacional, sin duda que será un aliciente a reacciones regresivas de parte de sectores de las izquierdas y del socialismo.
En el plano nacional, las tendencias regresivas encuentran amparo: a) en las frustraciones que ha producido el escaso crecimiento económico de los últimos años, con su secuela de limitaciones para políticas sociales, lo que se interpreta como fin o agotamiento del modelo económico-político seguido por la Concertación, y b) en el conjunto de sucesos recientes que atañen a casos de irregularidades y corrupción y que, quiérase o no, han ido instalando en los conglomerados socialistas y concertacionistas la convicción de que se está ad portas de una nueva y gran derrota.
Disyuntiva socialista
En definitiva, las tendencias regresivas son más poderosas de lo que habitualmente se piensa. En primer lugar, porque es una conducta casi natural el que cualquier ente social, presionado por circunstancias inciertas y dramáticas, tienda a buscar refugio en las certezas de lo conocido que proviene del pasado. En segundo lugar, porque el socialismo regresivo, mal que pese, tiene grados de racionalidad política, toda vez que, al menos, es una alternativa de resistencia, de oposición ante los avances hegemónicos de un tipo de conducción excluyente y elitaria de los procesos de modernización y globalización capitalista y frente a los cuales las renovaciones socialistas no han demostrado mucha eficacia ni tampoco ofrecen hoy propuestas confiables y viables. Y en tercer lugar, porque las tendencias regresivas poseen organicidad social. De una u otra manera, recogen espacios marginados por las modernizaciones y aparecen como protectores de instancias, agrupaciones, culturas afectadas o amenazadas por lo deconstructivo de lo moderno y global.
No obstante lo anterior, el predominio de las tendencias socialistas regresivas llevaría al socialismo a una “crisis catastrófica”
En efecto, lo regresivo implicaría alejarse todavía más de la verdadera realidad contemporánea. Lo que está acaeciendo en el mundo y en Chile no es resultado de un retroceso histórico. Por el contrario, los tiempos críticos son producto de cambios trascendentes e irreversibles vividos en todas las esferas de la vida social. Los agotamientos de ciclos, las crisis y conflictos no son expresiones ni síntomas de una dinámica histórica que está próxima a perecer. Por el contrario, son expresiones del asentamiento y consolidación de fuerzas capaces de reordenar de manera más unilateral esa dinámica. Siendo así, lo que al socialismo le está demandado no es una readecuación hacia atrás, motivada por el falso supuesto de que el mundo y el país se han vuelto a mover con lógicas similares a las de antaño. Las similitudes son sólo formales y superficiales. El mundo y el país se movieron y se mueven distanciándose velozmente del pasado.
Pero el carácter catastrófico de lo regresivo está motivado por otra razón todavía más profunda. Es cierto que en el PS nadie sostiene una reivindicación plena de la ortodoxia ni de todos y de cada uno de sus tópicos. Lo que intelectual y empíricamente está en el tapete es el retorno a determinadas visiones, a algunas propuestas, a ciertas políticas y prácticas tradicionales que se piensan vigentes e idóneas a la actualidad. El problema radica en que toda parcialidad ortodoxa del socialismo está concebida dentro de una cosmovisión que la explica y la sobredetermina. Dicho a la inversa, la funcionalidad y eficacia de postulados y prácticas particulares de la ortodoxia socialista se debía a que estaban inmersos en una concepción general y apuntaban a estrategias y objetivos totalizadores. Por consiguiente, fuera de ese contexto, reponer parcialidades ortodoxas no haría más que sumar factores desordenadores, desorientadores e incongruencias.
Al nivel estricto de la discusión, el quid del asunto podría plantearse a través de una categórica disyuntiva: o el socialismo retorna cabalmente a la ortodoxia o lleva a cabalidad (“hasta que duela”) el proceso renovador. Las mixturas, el eclecticismo sólo dan lugar a incoherencias, a parálisis, a vacíos estratégicos.
Al nivel de lo real-concreto, acelerar y radicalizar el proceso reconstructivo del socialismo, sin atavismos ni prejuicios, historizando su historia intelectual y política y actualizando su ser y deber ser, es la única fórmula que contrariaría las perspectivas catastróficas que entrañan las regresiones y los eclecticismos.
Anti-capitalismo y cambio social revolucionario
Desde el punto de vista teórico, si la renovación socialista ha quedado a medias tintas y le ha concedido racionalidad a las regresiones se debe principalmente a que nunca ha asumido ni explicitado una revisión crítica de tres cuestiones centrales del pensamiento y de las prácticas ancestrales del socialismo, a saber, i) su anti-capitalismo, ii) su concepción del cambio social revolucionario y iii) su propuesta de sociedad sin empresa privada concentradora y centralizadora de grandes capitales, sin clases y socialmente racionalizada.
Claro, se podría argumentar que era innecesario o fútil revisar esos temas dado su carácter “elevadamente” teórico, extemporáneo, después de los derrumbes de los socialismos reales, y excesivamente utópico para sociedades modernas que se rigen, dominantemente, por su incredulidad en megaproyectos y por la secularización de sus ambiciones.
Pues bien, si se estudia adecuadamente el fenómeno regresivo que aqueja al socialismo se comprobará fácil y empíricamente que tales argumentos fueron y son erróneos, dado que su soslayamiento ha repercutido en la realidad cotidiana del PS.
En primer lugar, porque el sentimiento anti-capitalista, la idea de cambio social revolucionario y el ideario de sociedad socialista perviven como atmósfera ideológica en el partido-masa. Subsisten con distintas intensidades, con diversos niveles de explicitación. A veces, apenas como eco distante, pero el hecho es que subsisten. Lo menos que debería reconocerse es que en los discursos institucionales o fraccionales del socialismo chileno no hay ni ha habido una manifiesta y categórica revisión de esos componentes de la cultura tradicional. Los pronunciamientos al respecto son ambiguos. Es cierto que empíricamente tales componentes culturales se encuentran en estado de latencia o de letargo, no “actúan” como ejes ordenadores centrales de las políticas socialistas, pero si son detectables en la vida molecular del partido-masa y en algunas de sus reacciones. Lo que parece haber ocurrido es que el partido-masa se ha resignado a posponer esa discursividad temporalmente por razones de real politik y que está al aguaite de que resurjan las “condiciones objetivas” que la retornarían vigente. Es como si el socialismo colectivo estuviera a la espera de poder volver a ser socialistas, más o menos como antaño. Ello implica que el PS es un partido que está en permanente estado de inconformidad consigo mismo.
En segundo lugar, porque, aunque esos componentes ideológicos sean sólo un aura, una atmósfera, no se expresen verbalmente y no “actúen” en las políticas genéricas del PS, la verdad es que sí “actúan” espontáneamente en la definición de políticas focales, principalmente en aquellas que dependen más directamente del partido-masa en sí, sin intermediación de sus elites. En el partido-masa, por ejemplo, la concepción acerca de los sindicatos y de los gremios, acerca de las luchas sociales, acerca del partido, de sus estructuras y conductas, acerca de las relaciones con el empresariado, etc. sigue siendo básicamente la misma que en el pretérito.
Si se tienen en cuenta estas realidades, diariamente a la vista, se colige de inmediato las profundas contradicciones en que está sumido el socialismo chileno. Desde la recuperación de la democracia, la política oficial del socialismo chileno y la que, de facto, ha participado en la conducción del país, ni se ha inspirado en el anti-capitalismo, ni ha sentado bases para un cambio social radical ni menos apunta a la creación de una “nueva sociedad”. Pero de esto las bases socialistas, el partido-masa pareciera no haberse enterado. Su situación se asemeja a aquellos soldados japoneses que, perdidos en pequeñas islas del Pacífico y por falta de información, siguieron en pié de guerra hasta varios años después que la Segunda Guerra Mundial había terminado. Es hora que las elites socialistas les comuniquen a sus bases que la guerra terminó.
Radicalidad reconstructiva
¿Se puede ser socialista sin ser anti-capitalista y sin aspirar al cambio revolucionario de la sociedad? Se puede y, sobre todo, se debe, pues es un imperativo dictado por la historia presente y por las propias experiencias históricas del socialismo. Por supuesto que un viraje de esa naturaleza no es nada fácil. Ante todo, porque hay que salirse de debajo de las montañas de escombros ideológicos acumuladas por años y, segundo, porque hay que aceptar un socialismo más “modesto” que, por lo demás, ya lo había anticipado Salvador Allende: “Nuestro ideario podría parecer demasiado sencillo para los que prefieren las grandes promesas. Pero el pueblo necesita abrigar a sus familias en casas decentes, educar a sus hijos en escuelas, comer lo suficiente en cada día del año; el pueblo necesita trabajo, amparo en la enfermedad y en la vejez, respeto a su personalidad. Eso es lo aspiramos dar en plazo breve a todos los chilenos” (Primer Mensaje al Congreso Pleno de la Nación. 21 de mayo de 1971)
En esta línea reflexiva sostengo a continuación algunas hipótesis que, por razones de edición, las esbozo escuetamente.
Abandonar una visión anticapitalista no tiene porque traducirse en el abandono de una visión crítica del capitalismo ni en la aceptación pasiva de su orden y de todas sus “leyes naturales”. Es decir, el socialismo moderno ha de ser crítico, pero no anti capitalista.
El carácter intrínsecamente contradictorio del capitalismo – a la manera que Marx lo describe en el Manifiesto – permite espacios para pugnar por el mayor desarrollo de sus tendencias evolutivas y progresistas. Espacios tanto mayores merced a los grados de avances en materias científico-tecnológicas. Es decir, se trata del cambio del concepto de revolución al de evolución dirigida. Concepto comparable, con el de revolución pasiva de Gramsci.
Que de la evolución dirigida se incube y alcance una “nueva sociedad”, una sociedad significativamente más igualitaria y libertaria, es una cuestión que atañe estrictamente al desenvolvimiento de las pugnas políticas, de las capacidades del socialismo y del progresismo para ir redistribuyendo poder y asentando socialmente nuevas hegemonías políticas y culturales. Es decir, la “nueva sociedad” no es una meta que se piensa realizable exclusiva o casi exclusivamente a través de actos del poder político, sino como un proceso en el que la mayor igualdad y libertad se expande, fundamentalmente, por efecto de una mayor dispersión y distribución de los poderes reales y por el incremento y solidez valorativa que la sociedad tenga de esos preceptos y prácticas.
De estas premisas se desprenden significativas y radicales innovaciones a introducir en las políticas de un socialismo contemporáneo y que atañen a la más variada y completa gama de materias. Enumero algunas de ellas.
1. Remoción de la impronta estatista y estadolátrica que subyace en el pensamiento y en las políticas del socialismo tradicional. Las perspectivas de progreso social que, dentro de sus contradicciones, ofrece el capitalismo se encuentran diseminadas a lo largo y ancho de la sociedad civil y en la sociedad civil operan, tanto como en la sociedad política, relaciones poder. Ergo, resolver los conflictos a favor de las dinámicas progresistas depende, en alto grado, del accionar político-social de las fuerzas socialista y progresistas en las esferas de la sociedad civil. En una economía de mercado tipificada como tal, es una ingenuidad suponer que el progreso social se asegura sólo o fundamentalmente por la vía de las políticas públicas. Una sociedad tipificada capitalísticamente tiende a “privatizar” una infinidad de problemas y conflictos sociales y cuya solución en uno u otro sentido (progresismo o conservadurismo) pasa, en lo esencial, por las relaciones de poder que existen entre los actores directamente comprometidos.
2. Visto lo anterior, el socialismo contemporáneo está desafiado a dos cuestiones:
• a la identificación y edificación de políticas sectoriales y locales en todas las áreas de la vida colectiva y cuya inspiración y aspiración orientadora sea la de impulsar o fortalecer las tendencias progresistas que se hallan en las dinámicas capitalistas, y
• al redescubrimiento de los sujetos sociales – grupos, estamentos, categorías o clases – que por su ubicación estructural en la esfera productiva, del conocimiento y de la cultura tienen conflictos con las inercias conservadoras del capitalismo y son, a la par, espontáneamente sensibles a las dinámicas progresistas. Se trata en definitiva del desafío a reconstruir una fuerza social orgánica que devenga en el basamento permanente del socialismo moderno y en el polo avanzado y lideral del mundo laboral y popular, tanto por el poder que le otorga su inserción en las esferas estructurales más importantes del capitalismo como por sus capacidades para elaborar y conducir políticas socialmente progresistas y alternativas a las propuestas del conservadurismo.
3. En el ámbito de las políticas hacia los universos sociales son también ostensibles las demandas innovadoras. La primera y más importante de todas es que las organizaciones sociales ya no pueden concebirse dentro de las lógicas de un corporativismo militantemente anticapitalista, como organizaciones ajenas a la responsabilidad del buen funcionamiento del capitalismo. Por el contrario, deben concebirse en la lógica de la competencia por la conducción del devenir capitalista, como instancias de poder y contrapoder en la sociedad civil y regidas por la lógica que entraña el binomio conflictividad/cooperación.
De lo dicho se desprende que una visión socialista moderna de las organizaciones y/o redes sociales le asigna a estas funciones y atribuciones que van más allá de lo corporativo, reivindicativo y contestatario. Le asigna también, en pocas palabras, funciones y atribuciones direccionales y técnico-políticas, y ello, puesto que las piensa como instancias que deben constituirse en parte o en contraparte de los circuitos de poder real que operan en la sociedad civil. Ciertamente, ello conlleva a la necesidad de reestudiar y sugerir las formas y mecánicas organizativas idóneas para la implementación de esas funciones.
4. Por último, la reconstrucción del socialismo, como corriente histórica y en torno a las matrices diseñadas más arriba, sin duda exige una radical reconstrucción del Partido Socialista. Tal vez la primera o primerísima innovación consista en dejar de ser, sentirse y actuar como un partido sobreviviente para reactualizarse como partido que destila futuros trascendentes. Y no de menor importancia es una innovación que signifique superar la actitud de partido amargo y amargado por los fenómenos y procesos que entraña la modernidad. Es una negación histórica un socialismo que no vibra optimista por los caminos progresistas que abren las modernidades, pese a sus contradicciones y deconstrucciones.
Estos gestos y conductas culturales del PS, en gran medida se deben a que habido un importante retroceso en la influencia que internamente ejercieron tradicionalmente los pensamientos de origen racional-estructural. Una suerte de des-secularización mental afecta al PS. Su discursividad más usual, conocida y compartida refleja la insólita influencia que han alcanzado pensamientos de una idealidad metafísica y ahistoricista. Es como si quisiera autocastigarse hoy por el leve paso que tuvo ayer por el “materialismo vulgar”.
Condición sine qua non para que el socialismo recupere un adecuado reconocimiento de la realidad histórica es la recuperación de una matriz de pensamiento secular e historicista.
Y una segunda cuestión clave en la innovación del PS alude a la forma-partido. Y al respecto me voy a limitar a dos puntos.
a) El PS, desde hace bastante tiempo, está en una incesante e inagotable búsqueda de fórmulas organizativas y ha experimentado con varios cambios. Pero la verdad es que su búsqueda parte de un “pecado original”: el leninismo. Quiérase o no, cuando se trata de temas organizativos el fantasma de Lenin recorre al PS, haciendo que cualquier innovación no sea mucho más que “variaciones sobre un mismo tema”. El partido de Lenin o la idea de partido leninista – que, dicho sea de paso, nunca existió en la práctica hasta después que los bolcheviques se hicieron del poder total en Rusia – deriva de dos ideas madres: es un partido de oposición y agitación antisistémica y se organiza para llevar a cabo un acto revolucionario. El leninismo organizativo es congruente e idóneo sólo si tras él se hallan estos dos postulados.
Un partido cuya impronta es la crítica sistémica, pero no antisitémico, y cuya estrategia no es la irrupción revolucionaria sino la competencia por espacios de hegemonía político-cultural, no va a encontrar jamás en Lenin el esquema organizativo adecuado.
Para un partido de esa naturaleza lo que importa son cuatro cuestiones:
• La solidez y atractivo de su proyecto de sociedad y la organicidad del mismo respecto de las tendencias y fuerzas sociales estructuralmente progresistas.
• La capacidad de socializar, de comunicar sus discursos.
• La presencia en los diversos ámbitos de la sociedad civil con propuestas tecno-políticas convincentes, alternativas y viables.
• La creación, asentamiento e influencia en instancias de la sociedad civil que materializan, en sus respectivos espacios, los conflictos por la conducción del país.
En suma, no se trata de un partido de agitación y de agitadores sino de dirigentes políticos técnicamente afines a las demandas de la política moderna.
b) Otro asunto que habitualmente está perturbando al PS es el de la democracia interna. También en el trato de este asunto hay cierta perversión. Es natural que los sistemas de poder interno de los partidos sirvan para responder y resolver los connaturales desencuentros entre corrientes o fracciones partidarias. Pero ese no es el problema mayor. Lo esencial es que la institucionalidad democrática interna recoja lo que el partido tiene de socialmente representativo, pues esa es la principal, quizás, casi la única manera de asegurar políticas y conducción socialmente orgánica.
El socialismo moderno debería asumir que los “derechos democráticos de las bases” son relativos, están, o deberían estar, condicionados por su representatividad social. De lo contrario se corre el riesgo – como ocurre – de que la democracia interna se reduzca a un mecanismo propicio para la promoción de una suerte de funcionarios amauters, virtualmente equivalente al absurdo de que el Estado eligiera sus autoridades de entre la burocracia. Es decir, la democracia interna no debería ser en realidad tan interna. Debería tener como prioridad el garantizar la representatividad e inserción social del partido.
Notas
1. Por “renovación” me refiero aquí al proceso general que involucra a todo el PS y a todas o casi todas sus corrientes, aunque sea distinto en cada una de ellas, y no al proceso particular que atañe a la tendencia conocida con ese nombre.