J.L. Borges dijo, en alguna parte, que la realidad no tenía por qué ser interesante, pero que las teorías sobre ella tenían la obligación de serlo. Aplicado a Patricio Navia y su reciente libro “Las grandes Alamedas. El Chile post-Pinochet” (La Tercera-Mondadori, 2004), uno podría decir que la realidad no tiene por qué ser provocadora, pero las interpretaciones sobre ella tienen la obligación de serlo.
Desde la portada el libro muestra sus cartas: “El analista político más audaz y provocador de los últimos años ofrece una mirada al Chile de hoy , que dejará perplejos a los que observan el país con ojos del pasado”. El nuevo intelectual: el intelectual-provocador. El desplazamiento es interesante: de la crítica a la provocación, de la denuncia a la búsqueda del asombro del lector. Nada por qué alarmarse y ofenderse: la función intelectual no tendría por qué vivir una suerte distinta que las demás actividades en una sociedad sometida a las lógicas del espectáculo. Esperar otra cosa de la actividad intelectual sería caer en la nostalgia y seguir mirando la realidad “con ojos del pasado”.
No juzguemos el libro, por tanto, con una mirada nostálgica del intelectual y su rol en la sociedad, sino desde lo que éste quiere ofrecernos: provocación y perplejidad. Después de todo provocar tiene su arte.
Leído así el libro de Navia, inmerso y sometido a sus propias reglas del juego, uno llega tempranamente a la conclusión que estamos frente a un producto fallido, muy distante de las expectativas creadas (¿un caso de publicidad engañosa?). La ansiedad provocadora le juega malas pasadas analíticas al autor, y el intento de vincular la apertura de las grandes alamedas invocadas por Allende en su discurso de despedida, con las modernizaciones de la dictadura, constituye un juego con las imágenes y las metáforas poco estético. Lo más decepcionante, sin embargo, es que el libro termina siendo de una gran corrección política: las “provocaciones” están distribuidas de manera tan ecuánime y simétricas que todas las puertas siguen abiertas. Nadie puede pretender consagrarse en el arte de provocar sin quemar alguna nave.
El primer capítulo, probablemente el más ambicioso, “Comparando el Chile de hoy con el de antes”, nos intenta convencer que el Chile actual es superior en todo orden de cosas con el Chile republicano, y que albergar alguna nostalgia sobre éste, es pecar de elitismo y no estar suficientemente reconocido y agradecido de la obra modernizadora ocurrida en los últimos 20 años.
La verdad es que comparar períodos históricos distintos y tratar de establecer la superioridad de unos sobre otros es un asunto muy complejo, y poco aconsejable (Navia llega al extremo de criticar, con ojos de hoy, la revolución de 1810 por elitista e iluminada (¡?). Por lo demás, se puede reconocer progresos en el Chile de hoy y sentirse insatisfecho con el presente; también se puede extrañar cosas del pasado y no por ello negar los avances actuales; y por último, se puede pensar seriamente que no era necesario pasar por la dictadura para que Chile hubiese adoptado algunos cambios económicos positivos – muchos países lo hicieron sin necesidad de dictaduras ni de violación a los derechos humanos -, por lo que elogiar la “obra económica” de la dictadura, y separarla del contexto político y ético en que estos cambios se realizaron, es plegarse, simplemente, a la manera como la derecha nos ha propuesto leer ese período histórico. La tesis no es novedosa, ha sido la lectura hegemónica en todos estos años. La “provocación “podría ser que Navia, siendo un hombre de izquierda la hace suya, pero, la verdad, es que tampoco ha sido el primero (plumas más consagradas ya lo han hecho anteriormente).
Sin embargo, Navia quiere ir un poco más allá: vincular la “grandes alamedas” de Allende, con el “hombre libre” que ha abierto la sociedad neoliberal fundada por la dictadura. Lo que equivale, a algo así, como intentar hacer pasar la metáfora de Allende por dentro de Villa Grimaldi. Como ya dijimos más que un desacierto analítico, una falta de sensibilidad estética.
En los capítulos siguientes, le toca a la derecha. Navia les recuerda sus compromisos con las violaciones a los derechos humanos, la existencia de profundas desigualdades en el Chile actual, la precariedad económica de la clase media. Y en un giro un poco sorprendente, y después que casi nos había convencido de lo retrógrado que era mirar y buscar algo positivo en el pasado, en el capitulo IV reivindica la memoria, y se acerca con afecto a las pasadas generaciones.
En los capítulos finales Navia entra a la contingencia: recorre la disputa de autoflagelantes y autocomplacientes, la elección de Lagos, las perspectivas del 2005. Por ahí se cuela el mejor Navia. Reproduce algunas de sus buenas columnas de opinión. Alguna descripción aguda, un insulto bien logrado. Se ve que a Navia le acomoda mejor los 100 metros plano (la columna de opinión) que la maratón (el libro y la argumentación en profundidad sobre un tema). En el Navia cronista se avizora el futuro.
Por último, y lo más grave: la excesiva simetría de las “provocaciones”. Un poco a la izquierda, otro poco a la derecha. El nuevo intelectual-provocador tiene que estar dispuesto a quemar alguna nave importante. Y en eso Navia todavía está en deuda. ¿Se atreverá?. El día que lo haga, seguro, que logrará un lanzamiento menos concurrido y ecuménico, pero un mejor libro, quizás hasta un buen libro. El sino del viejo intelectual era la soledad, el de los buenos intelectuales-provocadores no debieran ser muy distinto.