El PPD siempre había buscado ser reconocido como un partido nuevo y novedoso. Pese a sus denodados esfuerzos, nunca había logrado lucir como tal hasta estos últimos días. La fórmula que ideó para negociar – e hipotéticamente obtener – la candidatura por la municipalidad de Santiago, no es sólo novedosa sino novedosísima.
Un prontuario de torpezas
Pero no se crea que la novedad estriba exclusivamente en el inédito hecho de poner a su haber, en el chalaneo con la DC, capital que era del PS o que éste último tenía en litigio con la DC.
También lo novedoso radica en que es difícil encontrar ejemplos similares de tanta torpeza política de un partido y perpetrada en tan poco tiempo. Veamos algunas de esas torpezas:
- Ha impedido por meses que se arribe a un acuerdo al seno de la Concertación.
- Tal postergación facilitó la ostensible recuperación política que ha tenido la derecha.
- Si su jugada “resultara”, habrá impuesto en Santiago un candidato débil, con poquísimas posibilidades de éxito en contra de un candidato fuerte con enormes posibilidades de ganar.
- Si se materializa el negocio, la DC obtendrá los 50% que pedía al comienzo de las conversaciones y que por negativa categórica del PPD produjo, en esos momentos, una de las peores situaciones críticas que ha enfrentado la Concertación. – Su intransigencia ha mantenido tensa a la Concertación durante un largo tiempo y él mismo ha tensado sus relaciones con el PDC, con el PS y con el PRSD.
- Sus conductas y verbos han sido tan irascibles y agresivos que si Jorge Schaulsohn debe competir con Raúl Alcaíno, es lícito conjeturar que i) éste va a sustraer votos desde el electorado DC y ii) sectores de militantes socialistas y radicales van a ser pasivos en la campaña.
Este conjunto de torpezas – y no son todas – son casi nimias al lado de los efectos que le acarreará al PPD y que se mantendrán en el largo plazo: pérdida de credibilidad, desprestigio de sus dirigentes, aislamiento factual dentro de la Concertación, etc.
Un camino hacia la declinación y la obsolescencia
Más allá de lo coyuntural y de lo estrictamente político-electoral, lo que está ocurriendo con el PPD es serio, muy serio. Es un partido que tiene entronizada una tendencia hacia su declinación y que abre camino hacia su obsolescencia histórica. (Otra novedad, pues es un partido muy joven) Esta hipótesis puede parecer exagerada, pero no si se precisan los términos. Baste aquí dos precisiones.
a) La declinación racional e histórica de un partido no siempre es proporcional a su declinación cuantitativa (electores, parlamentarios, etc.) El PPD puede mantenerse por un tiempo en sus lindes cuantitativos y, no obstante, continuar su declinación histórico-racional. El asunto que explica y determina su declinación es que el PPD no logró cuajar ninguno de los proyectos de organización político-cultural que se propuso. Hoy es un partido con cada vez más escasa identidad y personalidad. Una de las cosas más curiosas y paradojales que le ha ocurrido es que, siendo o definiéndose como un partido temático, de ciudadanos y apelando, principalmente, a reclutar sus energías sociales desde los sectores medios modernos, está dirigido por un cuerpo de operadores de corte tradicional. No por nada es que dos de sus figuras emblemáticas y con mayor proyección – el ministro Sergio Bitar y el senador Fernando Flores – actúan desde fuera del aparato-partido.
Es decir, su declinación tiene que ver tanto con sus fracasos para encontrar y mantener espacios político-culturales y sociológicos propios como por la antinomia que se le ha generado entre su estructura de partido y su principal potencial base de sustentación social.
b) Un partido puede quedar histórica y racionalmente obsoleto y pervivir dentro del arco político. Sucede como con el concepto de “pleno empleo”: se usa aunque exista un porcentaje de desempleados.
El PPD marcha hacia su obsolescencia, primero, por lo dicho en el punto anterior, pero, además, porque sus apuestas para consolidarse como nueva cultura política se concentraron en dos condiciones: en la transición política y en la emergencia de problemas propios de la primera etapa modernizadora que vivió el país (auge del ecologismo, feminismo, indigenismo, etc.) Ambas condiciones han sido superadas. La transición se ha ido extinguiendo y ya no es eje central de los escenarios políticos. Y los fenómenos emergentes, por supuesto, ya dejaron de serlo, se colectivizaron y “rutinizaron” y, en gran medida, se han subsumido en una visión crítica más holística sobre la modernidad y la globalización.
El PPD no comprendió a tiempo ni se adecuó a los cambios de situaciones. Y lo más dramático para él – y de ahí su tendencia hacia la obsolescencia – es que tampoco alcanzó, como cultura y partido político, el desarrollo suficiente para reperfilarse. Creció sólo hasta la edad de chiquillo.
Y se puso chiquillo pesao por otro fenómeno que también le impele hacia la declinación y obsolescencia.
Para ser y ofrecerse como la nueva cultura del progresismo moderno, no podía sino demostrar – y rápidamente – que era más que las culturas “tradicionales” de la Concertación (democratacristiana, socialista y radical). Está claro que ya no demostró aquello. Pero culpa de su fracaso, precisamente a quienes él intentó suplir o, al menos, subordinar cuantitativa y cualitativamente, o sea, al PDC, al PS y al PRSD. De ahí lo pesao y taimao: los “viejos” no le han dado las oportunidades que merece.
PS: ¿La hora del divorcio?
En el curso de todas las trifulcas el PS ha sido bastante vituperado por dirigentes del PPD, en una actitud que se mezcla desfachatez y pérdida de cordura, pero que en el fondo refleja la lógica de los operadores y la angustia de quienes, dentro del PPD, van adquiriendo la autoconciencia de las frustraciones y del poco destino que les aguarda.
El PS ha respondido con firmeza, pero también con cautela, quizá excesiva en momentos, porque tendría sobradas razones para decirle algunas verdades al PPD y a muchos de sus miembros.
Primero, que es impresentable e indefendible cerrar un acuerdo entre dos cuando ese acuerdo compromete a cuatro. Y más cuando se supone que hay un subpacto entre uno de los firmantes con dos de los excluidos.
Segundo, que es falto de probidad política y ética amenazar con quitarle el respaldo a Michelle Bachelet en la eventualidad de su precandidatura. Además el PPD tendría que traducirle al PS qué significa el lanzamiento de la precandidatura de un hombre de sus filas, el senador Fernando Flores. ¿Qué ya empezaron a cumplir la amenaza? ¿Qué están por llevar precandidato propio a las primarias?
Pero la verdad de las verdades que debería comunicarle el PS al PPD es la siguiente: que está en posición de poder revisar el subpacto y que si hubiera que mantenerlo por razones puramente electorales, de todas formas el énfasis estaría puesto en la competencia. Al fin de cuentas, así como ayer el PS le dio vida al PPD hoy, y sobre todo, mañana, también, si se lo propusiera, podría quitársela con un poco de inteligencia y audacia.