En un informe anterior hice algunos comentarios sobre un artículo publicado el 31 de agosto en El Mercurio por el columnista Juan Carlos Eichholz, titulado Concentración de poder.
En ese artículo Eichholz plantea, simplificando, tres cuestiones: i) que comparte las preocupaciones sobre la concentración del poder en Chile; ii) que no es efectivo que tal concentración sería mayor en un eventual gobierno de Joaquín Lavín y iii) que la clave del asunto está en que la sociedad civil en Chile es muy débil.
En el informe de mi autoría citado, las réplicas se limitaron a la segunda cuestión, es decir, a argumentar que efectivamente un gobierno de derecha conllevaría a una mayor concentración del poder.
Lo que se aborda ahora es el tema de la debilidad de la sociedad civil chilena que, según Eichholz, debería ponerse en el centro del debate cuando se habla de concentración del poder.
Interrogaciones positivas de la derecha
Repito que es de suyo interesante, promisorio e incentivador – intelectual y políticamente – que desde los pensamientos de derecha se generen opiniones y discusiones sobre esta materia, pues hasta no hace mucho era soslayada o simplemente negada como una realidad significativa para la vida social.
El asunto del desarrollo y fortaleza de la sociedad civil es de una importancia muy superior a la que normalmente se le atribuye, porque, ante que todo, tiene que ver con muchas más cuestiones que las relacionadas con la calidad de la democracia o, lo que es casi lo mismo, con mejorías en la distribución del poder. Tiene que ver, también, con problemas referidos al capital social y humano, a la calidad de vida, a la consistencia y legitimidad del orden social, a valores conductuales, etc.
En definitiva, plantearse la preocupación por el desarrollo de la sociedad civil, de una u otra manera, implica discutir sobre cosmovisiones de país, sobre imaginarios de sociedad a construir.
Hace ya bastante tiempo que el progresismo incorporó a su léxico habitual el vocablo “sociedad civil”. Y desde hace también varios lustros, y con recurrencia, que desde esas culturas políticas se lanzan reclamos acerca de la necesidad y conveniencia de una mayor valoración política de la sociedad civil.
Sin embargo, lo que la realidad muestra no es muy halagüeño, casi por el contrario. Lo observable es que:
- en poco o nada mejoran los indicadores de desarrollo de sociedad civil;
- desde el punto de vista intelectual y político, la propia conceptualización del término es vaga, confusa, excesivamente ambigua; y
- en el estricto ámbito político, no hay propuestas que puedan considerarse inmersas en un “programa” de desarrollo de la sociedad civil.
En otras palabras y pese a los discursos, lo cierto es que el progresismo no ha asimilado suficientemente lo que Norbert Lechner llamó “la dimensión cultural de la política”, dimensión que, precisamente, atañe a la relación y al papel de la política respecto de la sociedad civil.
Las recientes incursiones que están haciendo intelectuales de derecha sobre el tema pudieran devenir en un relevante aporte para superar las carencias sobre el tópico que preocupa. Pero, claramente, todavía no lo son.
Limitaciones ideológicas e históricas
Tanto en las corrientes político-culturales de derecha como de centro e izquierda existen ciertas limitaciones de rango ideológico y de orden histórico que les dificultan un fluido acercamiento al tema.
Al interior del mundo progresista son dos las limitaciones o equívocos más frecuentes. La primera es que en el imaginario del progresismo acerca de una sociedad civil más sólida y activa hay un fuerte componente evocativo. De hecho, para esta cultura política el paradigma de sociedad civil deseada se encuentra esencialmente en los grados y formas de organización social que operaron en la sociedad chilena antes de 1973 y, en alguna medida, en las que se gestaron durante el período dictatorial.
Y el segundo equívoco, muy relacionado al primero, es que concibe la sociedad civil como el espacio de organizaciones con funciones fundamentalmente contestatarias y reivindicativas.
En el caso de la cultura política de derecha se pueden señalar también dos limitaciones. De un lado, históricamente la derecha ha mirado con suspicacias la emergencia de organizaciones sociales y movimientos ciudadanos.
Y de otro lado, los pensamientos y políticas de derecha tienen dificultades significativas para valorar lo asociativo. En sus matrices ideológicas más centrales la asociatividad no tiene una cabida conceptualmente fácil.
Pero lo que más complica las reflexiones de ambos bloques políticos culturales sobre la cuestión de la sociedad civil son carencias o debilidades en la comprensión de los efectos culturales, valóricos y conductuales que sobre ella ejerce un fenómeno estructural, decisivo y clave en la identificación de la sociedad moderna, a saber, la acelerada tipificación capitalista que ha vivido Chile en las últimas décadas.
Carencias transversales
Los fracasos o frustraciones del centro y de la izquierda en lo que respecta a fortalecimientos de la sociedad civil se deben, en gran medida, a lo dicho respecto de su visión evocativa, lo que se traduce en que sus discursos y propuestas apelan, principalmente, a situaciones sociales, a valores y conductas colectivas que se han ido extinguiendo, o que perviven en “nichos” sociales tradicionales o cuya subsistencia en el plano de la cultura masiva cuenta cada vez con menos sustento en procesos culturizadores de raigambre objetiva y cotidiana.
Se podría decir, de manera más o menos esquemática, que el progresismo no ha logrado descubrir cómo construir o reconstruir sociedad civil en y para una sociedad típicamente capitalista.
Consciente o inconscientemente, el progresismo busca y anhela una sociedad civil opuesta o resistente a los valores y conductas que promueven espontáneamente las relaciones capitalistas típicas. Lo que resultaría congruente con el supuesto crítico de su pensamiento y política, salvo por el hecho que tal oposición o resistencia pretende crearla desde nociones “externas” a las que dimanan de las lógicas intrínsecas al capitalismo. En el fondo, el progresismo visualiza una sociedad civil en la que predominen relaciones, conductas y valores provenientes de sus ancestros ideológicos anti-capitalistas o no-capitalistas. O sea, y de ahí sus frustraciones, su concepción de sociedad civil no se corresponde a la que sugiere y hace históricamente posible el entorno “material” y cultural del capitalismo.
En las corrientes de derecha las contradicciones no son menores. De lo primero que tendrían que hacerse cargo los pensamientos de derecha es de la responsabilidad que le cabe a su discursividad en el debilitamiento de la sociedad civil. El discurso hegemónico de la derecha, de facto, desvaloriza al sujeto humano y social, ergo desvaloriza lo asociativo.
Y a esa desvalorización se le suman las escisiones que hace del ser humano y del ser social: fuerza de trabajo, ciudadano elector, consumidor, etc. Escisiones que, en definitiva y en la práctica, implican – en los conceptos de derecha – una suerte de inexistencia del sujeto real, pues las relaciones sociales se darían entre las “partes” que resultan de esas escisiones.
La sociedad civil es el lugar de encuentro en el que se socializan las subjetividades. ¿Cómo convocar a su desarrollo si previamente se ha “desintegrado” al sujeto y desvalorizado la asociatividad de las subjetividades?
Sociedad civil y mercado
Por otra parte, y he aquí la contraposición mayor del pensamiento de derecha en estas materias, está el cómo se concilia la “utopía” derechista de una sociedad autorregulada por el mercado con la existencia y desarrollo de una sociedad civil activa. La autorregulación – en la “utopía” derechista – se realiza, básicamente, a través de dos mecánicas: la iniciativa privada y la competencia.
Por antonomasia, la sociedad civil es antagónica a dicha “utopía”. La función de la sociedad civil es regular consensuadamente las relaciones sociales, con lo cual se subentiende que la “autorregulación” mercantil es insatisfactoria. A su vez, las mecánicas de una sociedad civil activa son la cooperación, la asociatividad y la iniciativa y acción colectivas.
Tal vez esta última apreciación nos dé pistas para distinguir entre las propuestas de sociedad civil de derecha y las que formula el progresismo.
Quizá lo que está entendiendo la derecha por sociedad civil es un conjunto de organizaciones que aúnen lo privado – en virtud de las escisiones antes mencionadas – para aumentar capacidades grupales de competencias corporativas. En otras palabras, la sociedad civil vendría a ser algo así como la privatización de lo colectivo, lo que redundaría en una mayor eficacia autorreguladora del mercado.
Para el progresismo, en cambio, la sociedad civil es una instancia sinérgica de lo colectivo, sinergia que resulta del encuentro de subjetividades expresadas en su integridad. Sociedad civil sería el lugar en el que “lo privado” no sólo se sociabiliza sino que se realiza, en el entendido que el ser privado es también siempre y en sí un ente social.
Sociedad civil: dos visiones
Retomando los comentarios sobre el texto de Eichholz: dos frases son muy decidoras y permiten puntualizar algunas discrepancias.
Refiriéndose a la concentración del poder comparte que ese fenómeno está presente en Chile, pero agrega: “pienso que el desbalance mayor no se produce tanto entre derecha e izquierda, sino entre clases dirigentes y la población en general”. Y finaliza el artículo con el siguiente párrafo: “El desafío que se nos plantea como país es fortalecer la sociedad civil, para que sea ella la que opere, con sus diversas agendas y sin colores políticos, como contrapeso al poder de las empresas, los partidos políticos y los medios de comunicación”.
Para no extender este artículo en demasía, a continuación se resumen y replican dos hipótesis claves que se desprenden de las palabras citadas.
1. Eichholz repite un error que es transversalmente compartido por muchos intelectuales y actores de las distintas culturas políticas y que no es otro que el considerar a la sociedad civil como inocentemente inconflictuada en su seno y férreamente unida por el interés común de contrarrestar el poder de las clases dirigentes. De lo que necesariamente tienen que deducirse dos cosas: i) que el conflicto político es casi una arbitrariedad de la política, puesto que en la sociedad no hay conflictos, y ii) que la concentración del poder es un tema puramente horizontal entre elites y población en general. En la sociedad civil como tal no regiría esa situación.
2. La segunda hipótesis se oculta tras la frase “contrapeso al poder” de los cuerpos dirigentes y que es congruente con lo planteado en la primera. Lo que se está diciendo es más a menos lo que sigue: que no es necesaria una redistribución del poder en la sociedad civil por dos razones: porque allí no hay conflicto con la concentración del poder y porque, para enfrentar la sobredimensión del poder de los cuerpos dirigentes, basta con un “contrapeso“.
El conflicto político
Sinteticemos también las réplicas.
1. El conflicto político existe porque la sociedad, en “estado natural”, está intrínsecamente cruzada de conflictos. La sociedad civil es, entre otras cosas, la expresión organizada de las conflictividades sociales. Ergo, no es ni teórica ni prácticamente posible distinguir a la sociedad civil por su “apoliticismo”.
2. En sistemas democráticos, las fuentes fundamentales de la concentración del poder radican en la sociedad civil y se expresan allí con crudeza. Cuando existe una notoria concentración del poder en la sociedad política, habitualmente y en gran medida, se debe a la preexistencia de una gran concentración del poder en la sociedad civil.
3. Desarrollar y fortalecer sociedad civil significa desarrollar y fortalecer instancias que se conflictúen y compitan con aquellas que, en ese espacio, concentran poder.
Vista así las cosas, cabe preguntarse si efectivamente los pensamientos y las políticas de derecha seguirán evolucionando en sus críticas hacia la concentración del poder y en su voluntad por levantar los niveles de desarrollo de la sociedad civil.