Después del giro electoral español del 14 de marzo (véase el artículo “Victoria socialista y nuevo ciclo político español”), le tocó el turno a los franceses, que en los comicios regionales de las últimas semanas también dieron su apoyo mayoritario a los socialistas. ¿Qué tienen en común ambas elecciones?
Para decirlo rápidamente, antes de entrar en mayores explicaciones, en la Europa gobernada por la derecha se ha ido fraguando un amplio descontento y los electores han decidido confiar en alternativas de izquierda para solucionar los problemas creados por los gobiernos conservadores.
La primera lección que se extrae de los acontecimientos es que la derecha europea no ofrece nuevas soluciones a los problemas de siempre. El crecimiento económico no llega de la mano de la desregulación de los mercados, ni de la precarización de los empleos. La vieja receta de reducir los costes laborales para darle nueva aliento a las viejas empresas está totalmente agotada.
La segunda lección tiene que ver con los nuevos actores de las democracias avanzadas. Los partidos reciben los votos, pero los ciudadanos no hacen de ese gesto un cheque en blanco para los nuevos inquilinos del poder. Los ciudadanos, y entre ellos los más jóvenes sobre todo, se convierten en vigilantes activos de los compromisos adquiridos por los candidatos en campaña. Ello se ve reflejado en el grito unánime de los votantes socialistas a Rodríguez Zapatero: ¡No nos falles!
Allí donde hay democracias consolidadas, lo que se consigue con décadas de ejercicio democrático, como es el caso de Francia más que de España, los ciudadanos han aprendido cuál es el valor del voto como mecanismo de delegación del poder. Cuando no se cumplen con las promesas electorales y/o se debilitan las bases del estado de derecho y del modelo social compartido, la ciudadanía da la espalda a los gobernantes que no les escuchan o que intentan manipular su voluntad con los recursos que da el manejo de un poder sin contrapeso. (Recordemos que tanto Chirac como Aznar, personajes a los que no se les puede poner en el mismo saco sin hacer importantes matizaciones, han gobernado con mayorías sin contrapeso.) El encargo recibido por Chirac de atajar el avance de la extrema derecha, no implicaba a su vez que pusiera en duda la autonomía del poder judicial, ni que debilitara los servicios públicos básicos como son la educación y la salud. La mayoría absoluta que disfrutó Aznar, que se explica como encargo de terminar con la corrupción de los últimos años del gobierno de Felipe González, no llevaba implícito el alineamiento con Bush en la guerra de Irak ni el manejo descarado de los medios de comunicación con fines electorales.
Los socialistas españoles y franceses han recibido un nuevo encargo: regenerar la democracia y dar un nuevo impulso a la economía con sensibilidad social. Solamente podrán estar a la altura de las circunstancias si consiguen conectar con los nuevos grupos sociales que emergen de la sociedad global que ha aprendido a ejercer su derecho de veto sobre el mal gobierno.
El desafío es grande para la izquierda europea, ya que esos nuevos grupos sociales que se levantan como actores de la democracia no están todos dentro de los partidos que han recibido en encargo de gobernar. La autonomía que demuestran los movimientos sociales es un fenómeno que no estaba presente en los anteriores ciclos políticos. Los estudiantes saben lo que quieren sin que se lo digan los partidos, los adultos mayores van a votar sin seguir una consigna elaborada en los despachos de los ministerios, las mujeres reclaman espacios de decisión sin necesidad de nadie les diga qué es lo que más les conviene. Por ese motivo los líderes que han recogido sus votos tienen un nuevo carácter, que tiene más que ver con la inteligencia emocional y capacidad de diálogo, que el de políticos bregados en oscuras negociaciones palaciegas.
Será difícil por lo tanto manipular esas nuevas voluntades manifestadas en las recientes elecciones de España y Francia, lo que obligará a los partidos a abrirse a la sociedad para realizar el encargo de los ciudadanos que han delegado en ellos el poder. Por ese motivo también es que los partidos socialistas no han vuelto solos al poder, viéndose en la necesidad de hacerse acompañar por organizaciones de sensibilidad ecologista y minorías que expresan las diversidades presentes en el nuevo escenario social.
Estos nuevos actores se mantienen dispersos políticamente, no se ven reflejados en un único partido, ni tienen como principal aspiración acceder al poder del gobierno, pues entienden que hay un espacio en la democracia que no tiene que ver directamente con el ejercicio del gobierno, pero que quiere que los gobernantes ejerzan el poder dignamente en su nombre. Eso quiere decir cuidando con celo los espacios de libertad ganados y conduciendo la economía con sentido social.
El programa de gobierno no explicitado pero reclamado por las mayorías consiste en más democracia y políticas económicas que se alejen de la especulación financiera o inmobiliaria y apuesten por la promoción de puestos de trabajo creativos e innovadores, en los que las personas puedan ganarse la vida y ganar al mismo tiempo una oportunidad para su realización personal. La apuesta de los socialistas europeos en este sentido es clara: aumentar la inversión en I+D+I (investigación, desarrollo e innovación), en la que el sector público recibe el encargo de sintetizar las iniciativas de una sociedad que quiere condiciones de vida que le garanticen igualdad de oportunidades para prosperar y ejercer sus libertades.