Movilización del voto y expectativas de triunfo
El análisis de las causas de la victoria socialista en España tiene un punto decisivo que ningún análisis puede pasar por alto: la capacidad del partido de Rodríguez Zapatero para movilizar el voto de izquierda que en las anteriores elecciones se había abstenido, facilitando con ello la mayoría absoluta del Partido Popular. Todos los análisis demoscópicos publicados antes de las elecciones reflejaban una paradoja que consistía en que los potenciales votantes deseaban un cambio político, preferían a Rodríguez Zapatero para la presidencia, pero en aparente contradicción pensaban que el elegido en las urnas sería Mariano Rajoy, en candidato del PP. Era una señal fuerte de que España sociológicamente era de izquierdas, aunque ningún partido de esa franja del sistema político le parecía suficientemente atractivo como para decidir el 14 de marzo ir a darle su voto frente a cualquier otra actividad de domingo que pudiera parecer más atractiva.
En consecuencia, el primer logro del PSOE fue conseguir la movilización de todo su electorado que cuatro años antes se había decidido por la abstención. Los expertos en encuestas electorales dicen hoy, que el miércoles 10 de marzo (aquí las fechas son muy importantes por el desenlace de los acontecimientos) existía un verdadero empate técnico en el voto decidido, pero que aún existía un número inusitado de votantes indecisos. Al parecer, el día anterior al trágico atentado terrorista de Al Qaeda en Madrid, los socialistas habían conseguido movilizar a los suyos detrás de la figura de Rodríguez Zapatero y que la elección se decidiría en los últimos días de campaña. A cuatro días de votar, ya no bastaba con la fidelidad de los leales, era necesario ganar en un espacio neutral, entre votantes que no tenían o no se definían de izquierda ni de derecha.
Es fácil pensar que los 200 madrileños asesinados por el terrorismo islámico premoderno lanzara a los electores a votar por el cambio, sin embargo esta hipótesis necesita de un análisis más detallado. Lo habitual es que los actos de violencia, más si son indiscriminados como el del 11 de marzo, sean capitalizados por el partido en el gobierno que puede levantar la bandera de la cohesión en torno a los intereses del Estado que está siendo atacado. En este caso todavía más se podía esperar que los votantes apoyaran mayoritariamente al PP, que había realizado una campaña electoral llena de crispación acusando a los socialistas de estar aliados con el independentismo catalán, el que asimilaban mecánicamente al separatismo vasco y a su rama más violenta, ETA. A ello se agregaba el hecho de que aunque los socialistas iban al alza y la derecha en declive según las encuestas, los socialistas no habían conseguido transmitir la idea de un triunfo inminente, lo que seguía favoreciendo al PP.
¿Cómo afectaron los acontecimientos de los últimos cuatro días anteriores a las elecciones sobre los votantes? En lo principal, el Partido Popular, aunque hizo un manejo partidista basado en la desinformación y la mentira, consiguió mantener la adhesión de casi todo su electorado, reduciendo sus votos con respecto a cuatro años antes en sólo un 2% (600.000 votos menos). Por el contrario, el PSOE aumentó en más de 3 millones sus votantes y se alzó con una victoria muy superior a las expectativas más optimistas. Para que estos hechos se consumaran fue necesario, entonces, que el PSOE se convirtiera en el depositario de la confianza de algo más que sus leales de siempre. Las movilizaciones ciudadanas que sacaron a 11 millones de españoles a las calles para condenar el atentado del 11 de marzo, permitieron que muchas personas asumieran dos argumentos que estaban latentes en el ambiente y que no eran parte de las consignas electorales de campaña. El primero se puede resumir en una de las pancartas que recorrían las calles de España que decía: “Las bombas que lanzasteis sobre Bagdad estallaron en Madrid”. Con lo cual indirectamente se hacía responsable al gobierno de la derecha de haber implicado a España en una guerra injusta e ilegal, poniendo sobre la mesa nuevamente el tema de las mentiras utilizadas para justificar la invasión y posterior ocupación de Irak, en referencia a la ausencia de armas de destrucción masiva. El segundo argumento que hizo carne en los ciudadanos, fue la convicción de que el gobierno de Aznar estaba manipulando la información sobre los verdaderos causantes del atentado. El clamor en torno al grito “que nos digan quién lo hizo” recorrió todo el país a través de mensajes telefónicos escritos convocando a manifestarse frente a las sedes del PP para pedir la verdad, estimulando el voto a favor de un cambio de gobierno.
Fueron horas críticas para la democracia española. El mismo presidente Aznar había llamado por teléfono a los directores de los principales medios de prensa de Madrid y Barcelona para darle garantía personal de que los responsables del atentado eran terroristas de ETA, cuando los servicios policiales señalaban a Al Qaeda como culpables; se había retrasado la alocución pública del Rey para impedir que contradijera al gobierno; faltando sólo 12 horas para acudir a votar el gobierno debe cambiar sus declaración de los días previos frente a las múltiples presiones; y el candidato del PP, en un acto de evidente imprudencia institucional salía por televisión para denunciar las movilizaciones espontáneas frente a las sedes de su partido en el día que no estaba permitido hacer campaña electoral (es muy posible que Rajoy supiera en ese momento que las encuestas daban perdedor al Partido Popular y que actuara desesperadamente).
En todo caso, los errores y las inclinaciones autoritarias de Aznar no son suficientes para explicar por qué el voto se orientó con tanta fuerza hacia el candidato de PSOE. En el triunfo socialista hay méritos propios de Rodríguez Zapatero y de sus apoyos más fuertes dentro del partido que dirige.
El talante dialogante y sereno del candidato socialista le ha favorecido en una campaña que la derecha quería crispar. A lo que habría que agregar, que no se trata solamente de una cosa de forma, la propuesta socialista ganó credibilidad por la consistencia entre las formas y los contenidos. El contraste entre un PP instalado en la vanidad de los cuatro años de mayoría absoluta, en los que enfrentó unos territorios con otros (enemistando a Cataluña y al País Vasco con el resto de España) y rompió el consenso de la vida parlamentario restando a los diputados su capacidad de control del Ejecutivo, se evidencia frente a la capacidad de Zapatero para forjar acuerdos amplios y construir puentes de diálogo entre los representantes institucionales de todo el territorio español. Sin esas capacidades, el Partido Socialista no habría podido aglutinas los 10,9 millones de votos que le dieron la mayoría y que están hablando que fueron muchas las personas que sin tener una fuerte identificación con el PSOE, vieron en este partido el mejor referente para regenerar la democracia en España.
Un cambio en favor de la regeneración democrática
Los votos de los españoles no son un cheque en blanco para el PSOE. Le han dado una amplia mayoría a los socialistas, pero le han dejado lejos de la mayoría absoluta, por lo que el nuevo gobierno deberá trabajar por acuerdos parlamentarios para la aprobación de las principales leyes. La delegación del poder que los votantes han hecho a Rodríguez Zapatero, solo se interpretan correctamente si se inscribe en la convicción mayoritaria de dar un giro en la dirección de profundizar la democracia y acentuar la sensibilidad social del gobierno.
La confianza ganada por Rodríguez Zapatero en buena medida se debe a que comprendió lo que los ciudadanos querían y lo demostró durante la campaña. Más de una vez dijo que él era de izquierda pero que gobernaría para todos los españoles, plasmando sus ideas en el programa de gobierno y demostrando un talante personal que hacía verosímil su propuesta. Tres son las claves de la agenda de gobierno de los socialistas para enfrentar una etapa que para muchos es una segunda transición a la democracia.
La primera y que tiene efectos sobre todos los ámbitos de la acción del nuevo gobierno, es la profundización de la democracia. Esto significa regenerar los vínculos de confianza entre los ciudadanos y los dirigentes políticos, para lo que es indispensable reforzar las instituciones democráticas mediante la reforma de las reglas del juego que rigen a los medios de comunicación públicos, que no pueden seguir siendo objeto de manipulación de los gobernantes, dotándolos por lo tanto de la independencia y profesionalidad que han carecido durante los últimos años. Asimismo, los socialistas saben que tienen que reforzar la vida parlamentaria, haciendo del debate abierto y transparente el mecanismo de construcción de acuerdos políticos amplios en los temas que afectan a la reforma del Estado. En España es urgente una reforma de la Constitución que actualice la carta magna que fue aprobada antes de que entrara en funcionamiento el Estado de las Autonomía y que se produjera la incorporación a la Unión Europea.
El tema más delicado que tendrá que enfrentar Rodríguez Zapatero es la creciente demanda de reforma de los Estatutos de Autonomía de el País Vasco, Cataluña y Andalucía, tres territorios que dieron los votos indispensable para la victoria del PSOE, y que reclaman atribuciones de representación ante la Unión Europea y un nuevo sistema de financiación que permita hacer efectivas las atribuciones que el Estado central les ha transferido (en algunos casos se trata de concluir las transferencias acordadas cuando se instituyeron los gobiernos autonómicos). Una de las primeras medidas anunciadas por el presidente electo ha sido la institucionalización de una reunión anual del Presidente del Gobierno con los presidentes autonómicos, Aznar no se reunió ni una vez con ellos, que tendrá en la agenda la reforma del Senado como cámara de representación autonómica, pospuesta durante veinticinco años.
En segundo lugar, el gobierno entrante ha prometido mayor sensibilidad en los temas sociales, sobre todo aquellos que afectan a la juventud y los nuevos colectivos sociales, como la educación, la vivienda y las libertades civiles. Rodríguez Zapatero, por ello, ha propuesto la creación por primera vez en España de un Ministerio de Vivienda, con el objeto de facilitar el acceso a una vivienda digna a los jóvenes que, por la escala especulativa de precios, hoy no pueden independizarse. La mejora de las condiciones de vida debería venir por la vía de un salto importante en la productividad de la economía, para lo cual será necesario duplicar el gasto en educación e investigación y desarrollo, consiguiendo que aumenten los puestos de trabajo de calidad, única vía para terminar con la precariedad laboral.
En materia de derechos civiles, la apuesta está planteada en el terreno del reconocimiento de derechos efectivos a los nuevos colectivos emergentes, con el objeto de modernizar la legislación a favor de la igualdad de oportunidades de las mujeres y el reconocimiento de las minorías étnicas (inmigrantes), culturales (lenguas diferentes al español) y sexuales, legalizando el matrimonio de homosexuales y su derecho a la adopción de hijos. De lo que se trata es de actualizar la legislación a las nuevas realidades y sensibilidades sociales.
La política exterior es el tercer ámbito de actuación prioritaria. Por eso es que la primera declaración de Rodríguez Zapatero ha sido anunciar la retirada de las tropas españolas de Irak y reclamar un papel activo de Naciones Unidas en la administración de la transición a la democracia en el país actualmente invadido por la coalición encabezada por Estados Unidos. Su objetivo final es orientar la acción exterior del gobierno español hacia el fortalecimiento del imperio de la ley en el campo internacional, reduciendo el terreno a la arbitrariedad y el gobierno de la fuerza, comenzando por quitar cobertura política a la “guerra preventiva”. El logro de este objetivo implica necesariamente que España vuelva a participar activamente en la política europea, abriendo una nueva era en la relación con los aliados de su espacio natural, Francia, Alemania y Gran Bretaña.
Estos desafíos surgidos de la crisis generada por los gobiernos de Aznar, incapaz de reconocer hacia dónde se movía la historia, superan lo que el PSOE pueda hacer con sus fuerzas propias. Deberá contar con aliados en los que confiar más allá de la simple aritmética parlamentaria, si lo que quiere es generar condiciones para que España recupere la cohesión social que la caracterizó durante la primera transición. Las señales son buenas desde que en la noche electoral Rodríguez Zapatero prometió que el poder no lo cambiaría.