Había que estar, tener agallas. Carlos Zanzi rondaba los 60 años en 1973 cuando fue detenido por el Ejército. También su compañera de toda la vida. Nada sabía de sus hijos, cercanos al Presidente Allende y comprometidos políticamente como su padre. Su gran pecado: ser amigo personal del Presidente y ocupar el cargo de Vicepresidente Ejecutivo de CORMAG (Corporación de Magallanes), instrumento destinado a promover el desarrollo regional.
Sobre él recayó todo el odio uniformado del General Torres de la Cruz, el hombre de Pinochet en la región austral. En el Regimiento Pudeto de Punta Arenas cientos de presos políticos vivíamos la incertidumbre de esos primeros días de cautiverio, con dolor, con miedo, con terror. Se atropellaba y torturaba diariamente. Y se ejercía sobre nosotros una enorme presión psicológica. Nos instalaron un televisor sólo para ver las noticias y enterarnos de las ejecuciones sumarias, las denuncias contra el Gobierno Popular, la ropa interior femenina y el alcohol encontrados en el despacho del Presidente…
En Magallanes el centro de las calumnias era Carlos Zanzi. Había que destruir al amigo de Allende y crear un manto de sospechas contra la labor de CORMAG. Querían darnos lecciones de moral y justificaban su Golpe artero con un inexistente Plan Z, contrabando de armas desde Cuba, la vagancia y la inmoralidad del gobierno marxista.
En nombre de esos supuestos se torturaba, se mancillaba la virtud de las personas, se llegaba hasta el asesinato político.
Y allí estaba Carlos Zanzi con su generosidad, su entereza, asumiendo el papel de padre consejero (no en vano era uno de los mayores entre los prisioneros). Cuando nos trasladaron a Isla Dawson fue el Delegado de nuestra barraca (Charlie) ante los responsables militares de la isla. Sabía de las torturas contra su compañera, nada sabía de sus hijos y sin embargo ese hombre mayor soportaba con entereza duros momentos, seguramente mucho más duros para quien rondaba entonces los sesenta años.
En septiembre de 1974, al año del golpe, estaba con Carlos Zanzi en el Regimiento Cochrane, de la Infantería de Marina, en el sur de Punta Arenas. Ese día recuperamos parcialmente nuestra libertad, pues nos relegarían a diferentes y aislados puntos del país. Fuimos subidos a un camión, entre otros, Carlos Zanzi, Juan Carlos Mandich, Patricio Rettig, Américo Fontana y yo.
Después nunca más lo vi. No tuve oportunidad de transmitirle mi respeto, admiración y cariño, aunque siempre supe de él, de su exilio en España, de su retorno a Chile.
Esta historia de crecer, de venirnos grandes, tiene sus cosas gratas. Vemos crecer a nuestros hijos, llegan los nietos… Pero tiene sus momentos ingratos, dolorosos. Ser testigos de la partida de nuestros mayores, nuestros seres queridos. Enterarnos como hoy, por ejemplo, en una luminosa mañana del invierno de Buenos Aires, que Carlos Zanzi, compañero, amigo, socialista de toda la vida, amigo de mi padre, nos ha dejado a los 89 años allá en su ciudad, en Punta Arenas, en esa Patagonia que tanto amamos.