“La verdad es el sufrimiento de la verdad,
la comprobación no tanto de si esa verdad es verdadera,
cuanto si uno es capaz de llevarla a cuestas y
consumar su vida conforme a lo que ella exige.”
(José Revueltas, intelectual, literato y político mexicano)
En proporción a sus méritos y significados han sido poco atendidas y valoradas las palabras vertidas por el senador Ricardo Núñez en el seminario sobre DDHH organizado por el Ejército la semana recién pasada. “El golpe de Estado se hizo, desgraciadamente, inevitable” fueron algunas de las expresiones más impactantes del senador”. Pero no menos lo fueron también otras, como, “Ninguna fuerza había internalizado profundamente los valores de los Derechos Humanos” o aquéllas en las que de facto responsabiliza al socialismo de haber intentado imponer políticas radicalizadoras del proceso, sin respaldo político y social adecuado y que a la postre coadyuvaron enormemente a la polarización y a la instauración de un callejón sin salida política.
Varias de estas apreciaciones, no todas, ya habían sido planteadas – principalmente desde una óptica puramente analítica – por algunos intelectuales y personeros del socialismo. Pero los dichos del senador tienen peculiaridades que los hacen encomiables.
1. El tono y la lógica de su exposición evoca de inmediato las líneas matrices del pensamiento histórico del socialismo, a saber, su secularización, su racionalismo-estructural, su historicismo. Aunque parezca extraño, lo cierto es que ese no es el lenguaje dominante en las discursividad más o menos oficial del socialismo de hoy. Mucho menos cuando atañe a cuestiones de DDHH.
2. Si bien el senador Núñez habló a título personal, por la investidura que tiene y que ha tenido, por su propia biografía, su discurso tiene un sesgo de “institucionalidad”, al menos de institucionalidad político-cultural del socialismo histórico. Y puesto que la institucionalidad partidaria poco o nada relevante ha declarado con posterioridad al Informe Valech, la ponencia del senador de alguna manera cubre un vacío inexcusable.
3. Por el momento y el lugar en que hizo sus planteamientos y por la calidad y probidad intelectual de los mismos, éstos devienen, hasta hoy, en el único gesto demostrativo que el socialismo también se sintió convocado a la reflexión trascendente y no sólo casuística o político-legislativa. Es absurdo e inexplicable que el socialismo dé la imagen pública que, después del histórico Informe, sus preocupaciones fundamentales radiquen en la reparación material de las víctimas.
4. La alocución del senador tiene un fuerte y valiente contenido ético-político. Ante todo porque se hace cargo, sin ambages, de conductas pasadas de su cultura política. Y esta no es una cuestión menor si se tiene en cuenta que sectores de la derecha – e incluso castrenses – han querido socorrerse en el argumento de que las nuevas generaciones que integran sus respectivas instancias nada tuvieron que ver con los sucesos de 1973 y posteriores. La pertenencia a instituciones o culturas políticas históricas no es un asunto optativo. Se pertenece o no se pertenece. Y si se pertenece entonces se es responsable de todo su legado.
Pero su valor ético-político radica también en que el senador Núñez, de hecho, formula una autocrítica ética al pensamiento y a las conductas del socialismo de la década de los 60 y principios del los 70. Es decir, reconoce, de facto, que los errores cometidos en ese período son más graves que los que derivan de simples malos cálculos políticos. En ellos también había un trasfondo ético, al menos “al no haber internalizado profundamente los valores de los Derechos Humanos”.
Es evidente que el senador Ricardo Núñez no agotó en su intervención todo cuanto el socialismo puede aportar para una mejor comprensión de un período tan turbulento y aciago, comprensión que debería traducir ese momento en una de las grandes experiencias educadoras para el futuro de Chile. Pero lo que hizo muy bien el senador Núñez fue abrir una puerta analítica y de discusión refrescante y halagüeña para el socialismo. Sin quererlo, el socialismo ha venido renunciando a su verdadera y larga historia por su fijación en una lectura sesgada de la misma y que inevitablemente lo conduce a un recurrente hálito de victimización y a una pérdida de la vindicación orgullosa de su principal antecedente político-histórico: el ser parte de una historia nacional-popular de indiscutido protagonismo en el desarrollo socio-cultural del país.