¿Cuáles deberían ser las definiciones sustantivas de las culturas de centro-izquierda (1) ante el devenir de las tendencias que marcan el cambio de época? ¿Hacia dónde debería ir su programa?
A continuación, exponemos algunas reflexiones en torno a la materia.
1.- Los pensamientos y criterios político-programáticos de la centro-izquierda deben terminar por asumir en plenitud la idea de que la centro-izquierda es hoy una cultura y una propuesta política crítica y “opositora” al sistema, pero dentro del sistema.
Cualquiera podría replicar esta tesis señalando su innecesidad, porque esa es una definición factual y empíricamente observable en las conductas de la centro-izquierda moderna. La dúplica consiste en indicar que ahí, precisamente, radica el problema: en que es una definición factual, pero no conceptual y que, por lo mismo, encierra contradicciones, debilidades, vaguedades, etc., que, a la postre, inducen a políticas erráticas e insuficientes para un protagonismo mayor de la centro-izquierda en el cambio epocal en que vivimos.
Eludiendo
Si se indaga un poco en los discursos de las distintas culturas políticas gravitantes en la actualidad se verá que, de hecho, virtualmente todas ellas aceptan que la tendencia hegemónico-estructural de los tiempos modernos conduce hacia sociedades purificadas en su tipificación capitalista. Sin embargo, las culturas de la centro-izquierda, unas más que otras, no siempre asumen a plenitud los significados de esa realidad y los soslayan – o intentan soslayarlos – en grados mayores o menores.
Es racional y emocionalmente comprensible la resistencia de estas corrientes políticas a reconocer que, pese a toda su propia historia de oposición – plagada de recurrentes e innumerables momentos dramáticos y trágicos -, hoy el mundo es más y no menos capitalista y que sus propias renovaciones se han traducido en propuestas y programas que no interrogan esencialidad alguna de ese devenir capitalista.
La pervivencia de esa resistencia atávica y contradictoria ha sido posible, en gran medida, por el uso que se ha hecho de un sortilegio, de un artificio ideológico y comunicacional.
Un sistema vivito y coleando
Tal recurso parte con una simple omisión: las culturas de la centro-izquierda – con salvedades muy excepcionales – ya no emplean la categoría capitalismo para describir o definir el orden social. “Extinguido” el capitalismo por la vía de extirparlo del lenguaje, el artificio consiste en hablar de “economía de mercado” como una subestructura autónoma que junto a otras igualmente autónomas (políticas, culturales, etc.), conformarían las “sociedades modernas”
Estas arbitrariedades ideológicas le permiten a la centro-izquierda algunas rutas de escape para los efectos de no pronunciarse y no comprometerse con la omnipotente tendencia hacia la tipificación capitalista. Dicho en muy pocas palabras, la treta ideológica radica en que se asume la subestructura “economía de mercado” sin grandes reparos ni “renegaciones doctrinarias”, porque se supone que la operatoria de las otras subestructuras permiten la implementación de políticas no estrictamente capitalistas o correctoras del capitalismo.
Las consecuencias de estas erróneas miradas son varias:
La primera es que con ellas se pierde visión de sociedad al desagregarlas en subestructuras independientes. Y a tal punto independientes que se les supone capacidad para tolerar desenvolvimiento de dinámicas históricas distintas.
La segunda es que sin visión de conjunto tampoco puede haber una cosmovisión de la sociedad moderna deseada ni un proyecto integral que se dirija a ese ideario.
Y la tercera es que el uso de esos subterfugios ideológicos le ha dificultado a la centro-izquierda la reconstrucción de una cultura más omnicomprensiva de lo contemporáneo y, a la vez, culturalmente reaglutinadora de sus propias vertientes.
En plena cancha capitalista
2. La asunción de que la centro-izquierda se desenvuelve dentro de los lindes sistémicos que establecen las tendencias tipificadoras del capitalismo, tiene como su principal traducción política el pensarse como fuerza político-cultural que compite por la conducción de tales tendencias. Es decir, no busca la realización de sus idearios históricos fuera de las fronteras de las esencialidades del capitalismo, sino en el dinamismo de sus tendencias.
3. La racionalidad político-histórica de lo dicho en el punto anterior radica en dos considerandos:
a) Las dinámicas del capitalismo son intrínsecamente contradictorias, sus tendencias no son unívocas ni unidimensionales. Ni menos lo son sus dos grandes procesos ordenadores y reproductores actuales: la modernización y la globalización. El conflicto fundamental que encierra el devenir capitalista es entre sus tendencias conservadoras y sus tendencias progresistas, entendiendo tal distinción básicamente como la pugna entre la racionalidad y la irracionalidad social e histórica que entrañan las relaciones y leyes del capitalismo.
Es decir, la propia materialización de las relaciones y leyes capitalistas está inmersa en una conflictividad que acepta competencia por opciones.
b) A pesar de la férrea hegemonía del capitalismo moderno, la presencia de un cambio epocal “sin programa” (2) constituye la más formidable oferta de escenario que se le pueda hacer a las culturas políticas de corte crítico-progresista, pues representa una suerte de escenario despejado y abierto a la creatividad transformadora.
4. Mención aparte merece otro elemento racional-histórico que respalda la tesis de que el progresismo puede realizar idearios dentro de los cauces del capitalismo moderno. Elemento que emerge a propósito de las demandas de relegitimación social, funcional o instrumental y cultural que le plantea el cambio epocal al capitalismo en general y a determinadas estructuras y valores que lo ordenan y orientan.
La obligación de validarse
Durante casi un siglo la legitimidad de las sociedades capitalistas se basó en méritos propios, por cierto, pero también y especialmente en las ventajas que lucía, a través de las naciones de mayor desarrollo, frente a la alternativa representada por los regímenes comunistas. Es decir, el efecto comparativo entre tipos de sociedades jugó un papel decisivo en la configuración de sus legitimidades.
Sin regímenes comunistas con la gravitación de antaño y sin amenazas creíbles de alternativas opuestas, el capitalismo moderno está requerido de una relegitimación sustentada exclusivamente en sus méritos. Así, por ejemplo, una economía de mercado ya no puede reclamar per se legitimidad arguyendo superioridad sobre las economías centralmente planificadas. Tampoco las democracias liberales pueden hoy excusar sus carencias o distorsiones y solicitar legitimidad guareciéndose en sus “ventajas comparativas” respecto de las “dictaduras del proletariado” o “democracias populares”.
La relegitimación por mérito propio del capitalismo moderno es y será uno de los desafíos más contundentes a los que debe y deberá responder el cambio epocal. La fortaleza hegemónica que ha mostrado el capitalismo moderno en los últimos años está en declinación. En muchos casos, esa fortaleza hegemónica de la modernidad capitalista es, en el fondo, frágil y de corto aliento, puesto que obedece al fenómeno que alguien definiera como de “hegemonía negativa”, esto es, la obtención de consenso social pasivo, gracias a la inexistencia, debilidad o inorganicidad de otros discursos alternativos.
En definitiva, la necesidad de relegitimación y el previsible deterioro de la hegemonía “positiva” del capitalismo actual, es otro de los espacios liberados a la competencia por la dirección de la modernidad, ergo, por el sentido y orientación de la misma.
Un programa sin eufemismos
4. Vistas así las cosas, la centro-izquierda de hoy debe contar con una cosmovisión, proyecto y programa que, sin remilgos ni falsos pudores, explicite su voluntad de competir por la conducción de las tendencias esenciales que caracterizan la modernidad capitalista y tras la finalidad de:
• sustraer el desarrollo nacional (Chile) de una tipificación capitalista que se impone de manera mucho más inercial que premeditada;
• evitar el imperio hegemónico de una conducción política y cultural neoconservadora de la sociedad, puesto que es el neoconservadurismo la única fórmula con que cuenta la derecha ante los fenómenos deconstructivos de la modernidad; y
• potenciar los aspectos socio-económico y culturales progresistas que se encuentran dentro de la conflictividad intrínseca de las dinámicas capitalistas.
5. La implementación de una cosmovisión, de un proyecto y programa de centro-izquierda bajo los parámetros que se han venido indicando pasa por al menos dos cuestiones de índole político-intelectual:
a) Recuperación de uno de los aspectos que son profunda e históricamente identificatorios de las culturas de la centro-izquierda: el ejercicio del pensamiento y de la reflexión crítica. En Chile, en los últimos años la centro-izquierda ha sufrido pérdidas en tal aspecto por diversas razones, entre las que destacan dos que son autoinhibitorias: su mayor inserción fáctica en el sistema y la prolongada gestión gubernamental que impele a que se confunda crítica social con crítica política hacia el gobierno.
Más allá de que es inconcebible una centro-izquierda acrítica, la recuperación del pensamiento y reflexión crítica es un instrumento insustituible para su desenvolvimiento progresista en el actual estadio histórico. De un lado, porque su “conversión” sistémica, lejos de negar la práctica de la crítica al sistema, la requiere más aguda y sofisticada para los efectos de cumplir la función opositora y dinamizadora del sistema. Y de otro lado, porque esas prácticas devienen en el instrumental que factibiliza el descubrir las conflictividades intracapitalismo y las tendencias que favorecen y facilitan el desarrollo de sus potencialidades progresistas.
El factor del conflicto social
b) Revalorización del conflicto social explícito. El papel del conflicto social se ha desvalorizado en la centro-izquierda chilena básicamente por el peso que tuvo durante años la noción de gobernabilidad y muy en particular la noción burocratizada y estadolátrica de gobernabilidad. Pero tampoco estuvo ajeno a esa desvalorización otro fenómeno: la permanencia de concepciones tradicionales y obsoletas sobre conflictividad social y, por ende, inadecuadas para engendrar prácticas sociales ad hoc a los cambios políticos vividos por la propia centro-izquierda.
La revalorización del conflicto social es clave para el proyecto de la centro-izquierda, entre otras cosas, porque en él se manifiesta con fluidez la pugna entre racionalidad o irracionalidad social que encierra el desarrollo del capitalismo moderno.
6. Por último, la centro-izquierda debe redimensionar la función de la sociedad civil y el rol de la política en ella.
Un proyecto de centro-izquierda efectivamente competitivo en cuanto a direccionar el cambio epocal, difícilmente será viable si la centro-izquierda no reconstruye sociedad civil y si no implementa políticas que atiendan las relaciones de poder que allí existen o son desarrollables.
Las razones de esta exigencia son varias, pero abreviadamente se pueden puntualizar las que siguen:
a) El cambio epocal es, por antonomasia, un movimiento y proceso integral, que cubre todos y cada uno de los espacios de la sociedad política y de la sociedad civil. La pugna por su conducción es, en consecuencia, igualmente integral.
Las redes de poder de la derecha
b) Los rivales de la centro-izquierda por la conducción del cambio epocal, a saber, la derecha y los poderes favorecidos por la tipificación inercial del capitalismo, por “naturaleza social” ocupan enormes espacios en la sociedad civil y en ellos han edificado formidables redes de poder, lo que ya le ha concedido considerables ventajas en la competencia con la centro-izquierda en el plano de la sociedad civil.
c) El capitalismo moderno ha desplazado buenas cuotas de poder y de funciones desde el Estado hacia la sociedad civil. Y esa es una situación estructural e irreversible. Por consiguiente, el sólo control de los aparatos políticos y administrativos del Estado es del todo insuficiente para las disputas hegemónicas que implica la competencia por la conducción histórica de las sociedades modernas. Las políticas públicas no bastan. La competencia político-histórica implica también políticas que cubran las esferas más relevantes y generadoras de poder radicadas en la sociedad civil.
d) Es en la sociedad civil, evidentemente, donde se encuentran las dinámicas y tendencias que promueven el cambio epocal. Es ahí entonces donde la centro-izquierda debe descubrir las tendencias estructurales, culturales, valóricas, etc. que apuntan hacia una modernización progresista dentro del macro movimiento de tipificación capitalista. Y es ahí también donde la centro-izquierda debe descubrir la diversidad de hechos y actores sociales que potencialmente habrían de constituirse en el soporte socio-cultural activo de las tendencias progresistas que entraña la modernidad capitalista.
NOTAS
1) Con el concepto de “centro-izquierda” se hace referencia a las culturas políticas de orígenes socialcristiano, socialista y socialdemócrata, cuyo amalgamiento en un bloque político constituiría la centro-izquierda. Aunque también podría leerse como “progresismo” se trató de evitar su uso por considerarlo un término relativamente errático como concepto. Por ejemplo, hay derechas que se autodefinen progresistas o se habla también de liberalismo progresista. etc. A pesar de ser el vocablo “Concertación” el que expresa hoy en Chile la unión de las culturas que componen la centro-izquierda, se optó por no emplearlo, porque el carácter del escrito es dominantemente abstracto y “atemporal” y, por consiguiente, requería de una categoría no ligada a periodos y características políticamente específicas.
2) Osvaldo Puccio, con su reconocida agudeza y sobresaliente síntesis, ha caracterizado los tiempos contemporáneos como los de una “Revolución sin programa”.