Diversas señales están indicando que existe un proceso en curso de renovación de la elite concertacionista, y que se están produciendo desplazamientos de poder entre grupos y liderazgos.
Las causas de ello son variadas y no todos atribuibles al surgimiento de Bachelet (aunque en las últimas semanas ésta ha sido un factor de aceleramiento de este proceso de recambio).
Probablemente el fenómeno más estructural dice relación con el agotamiento político y “biológico” de la “elite de la transición”, aquella que encabezara el plebiscito del 88, las reformas constitucionales del 89 y fuera gravitante en los gobiernos de Aylwin, Frei y de Lagos.
Pero, ¿cuál es la naturaleza de este agotamiento? ¿se trata, realmente, de un proceso irreversible?
Por un lado, hay una dimensión generacional: ciertos liderazgos como Aylwin, Boeninger, Silva Cimma y varios más, se han ido retirando de la escena política. Pero, este es, probablemente, el aspecto menos relevante del proceso porque una parte significativa de la “elite de la transición” se encuentra plenamente vigente en términos etarios.
Lo más de fondo es la pérdida relativa (¿y transitoria?) de poder que ha venido experimentando en el último período el núcleo fundamental de esta elite, cuyo signos más visibles son, por un lado, el debilitamiento en la DC del sector encabezado por Gutenberg Martínez, y por otro, el desplazamiento que ha sufrido la “generación MAPU” al interior de la izquierda.
También han sido parte de esta elite los sectores “renovados” y “terceristas” del PS, aunque el surgimiento del liderazgo de Bachelet desde las filas socialistas, les ha permitido un reciclamiento que los otros componentes de la elite no han podido llevar a cabo.
La fotografía no estaría completa sino se considerara en esta somera descripción al “laguismo” el cual siendo parte de esta misma elite, en no pocos momentos fue un “convidado de piedra” dentro de ésta (particularmente en los primeros años de los 90). La llegada de Lagos al poder y su exitosa presidencia, sin duda, que deja a este grupo en una posición expectante hacia el futuro.
Frente a ello cabe la interrogante de si estamos o no en un proceso de conformación de una nueva elite en torno al liderazgo de Bachelet, y si existen condiciones para tal renovación y cuales serían sus componentes principales. Probablemente, si Bachelet no logra conformar un núcleo de poder verdaderamente propio, su paso por La Moneda sea más parecido a un “paréntesis” que al inicio de un nuevo ciclo político.
Por otro lado, resulta exagerado y demasiado teatral las tesis de Tironi sobre la “muerte del MAPU”, el fin del “calor humano” al interior de la Concertación, el término de la transversalidad en la Concertación (el fin de una forma de “transversalidad” no significa que no puedan recomponerse otras: quizás es la hora de Adolfo Zaldívar y Camilo Escalona, por ejemplo).
Se observan ciertos movimientos en las capas geológicas del poder concertacionista, pero nada demasiado dramático aún. El sector de Martínez dentro de la DC tiene en Soledad Alvear probablemente uno de los liderazgos con más futuro de la Concertación y contará con una importante presencia parlamentaria (probablemente superior a la de Adolfo Zaldívar) como para pensar que pueda ser desplazado fácilmente dentro de la elite concertacionista. El “MAPU” cuenta con “cuadros” experimentados y situados en posiciones claves de poder, como para no poder recuperar posiciones en un futuro cercano. Y el “laguismo” ya comienza a mirar el 99.
Por último, se observan movimientos generacionales al interior de la elite, una cierta arremetida de sectores y liderazgos provenientes de los 80 y 90. Una generación que se debate entre ser una opción autónoma o ser cooptados por la vieja guardia concertacionista. El primero que tiró el mantel fue el diputado Navarro, habrá que ver que si esta fue la excepción o el comienzo de la irrupción de esta postergada (y autoinhibida) generación.
Todo lo anterior no dejaría de ser un mero juego de poder, de reacomodos dentro de una elite, sino tuviese como telón de fondo un significativo cambio político y societal que ha venido operando, y que explica el desgaste de ciertos actores, lógicas políticas y la manera de entender lo que hoy puede ser una propuesta progresista para Chile. Entrar de lleno en este nuevo ciclo o seguir aferrados a un modo de mirar la sociedad chilena y las formas de hacer política de estos últimos 15 años es lo que marcará la diferencia hacia delante. Probablemente los liderazgos y grupos de la elite que mejor lean todo lo nuevo que está ocurriendo serán aquellos que finalmente prevalecerán.