Hacia fines de la década de los sesenta se pusieron de moda los debates sobre cristianismo y marxismo. Inevitablemente, casi como en una liturgia, los jóvenes comunistas iniciaban sus exposiciones evocando el catolicismo de sus madres, como si con ello exorcizaran su condición de “materialistas ateos” y abrieran caminos de acercamientos a los movimientos de cristianos de izquierda. Por supuesto que, terminado el evento que correspondiera, los jóvenes comunistas seguían adscribiendo al “materialismo histórico” y practicando las políticas que les dictaban el PC y no las que pudieran haberle dictado sus madres.
Treinta o cuarenta años después, Sebastián Piñera imita a esos jóvenes con las recurrentes evocaciones a sus ancestros familiares humanistas cristianos. La diferencia no menor es que esos jóvenes recurrían a esos subterfugios motivados por un idealismo personalmente desinteresado, mientras Sebastián Piñera lo hace por la lógica del costo/beneficio personal que sí lleva en su sangre.
Sebastián Piñera tiene el derecho de autodefinirse ideológicamente como quiera. Pero otros tienen también el derecho a molestarse por la provocación política, ética y estética que encierra su auto proclamación como humanista cristiano.
Es muy poco estético socorrerse en el pasado familiar para intentar soslayar su lata y activa militancia derechista. Y lo es tanto más, cuando sus remembranzas sobre sus orígenes vinculantes con el humanismo cristiano coinciden con su postulación a la presidencia de la República. ¿O, acaso, con anterioridad, encabezó o promovió dentro de la derecha o de RN la conformación de una tendencia humanista cristiana?
En Chile y desde hace muchas décadas, los humanistas cristianos se organizaron en un partido, el PDC. Es estéticamente provocante que, de la noche a la mañana, aparezca un sujeto – ¡un solo sujeto! – arrogándose tanta representatividad del humanismo cristiano como todo el PDC y su historia. Ese ensoberbecimiento individualista no es estética ni éticamente propio del humanismo cristiano.
Pero lo más anti-ético y la máxima provocación se encuentra en el hecho de que cuando los humanistas cristianos chilenos lo arriesgaban todo por la defensa de los derechos humanos y en cumplimiento de los mandatos de su doctrina, aquel que mamó el humanismo cristiano desde la cuna y que clama y reclama por su representatividad, se dedicaba a enriquecerse.
Que Sebastián Piñera apunta al electorado DC con sus autoconfesiones humanistas cristianas, es una cuestión obvia y políticamente entendible, aunque éticamente reprochable. Pero hay otras dos cuestiones bastante serias tras esa discursividad.
En primer lugar, Piñera enfatiza en la cuestión del cristianismo para atacar sibilinamente el agnosticismo de Michelle Bachelet.
Esta estratagema de apariencia inofensiva, lo que busca – entre otras cosas – es transmitir la idea de que él – por su condición de cristiano – garantiza más moral en el ejercicio de la función pública. Como eso no lo puede explicitar, pues es un barbarismo conservador y discriminatorio, lo hace a través de una elipsis.
La segunda cuestión preocupante es que Sebastián Piñera está haciendo una peligrosa articulación entre cultura cristiana y religión. En su lógica, los adherentes o cercanos al cristianismo cultural serían exclusivamente quienes profesan una religión cristiana. Pero resulta que desde hace siglos la cultura occidental, en general, y la nacional, en particular y como tales, en sus laicidades, contienen la esencialidad de los valores del cristianismo. Los chilenos somos culturalmente cristianos, profesemos o no una religión.
Negar o interrogar esa realidad, como de hecho lo hace Piñera, es retrotraer la historia a un pasado siniestro. Y quien conciba así las cosas o es un ignorante en materia del devenir del humanismo o es lisa y llanamente un mal intencionado.
Piñera es hoy por hoy el jefe de la derecha chilena y se comporta como tal. Por consiguiente sus autodefiniciones político-ideológicas poco importan. Importan sus conductas. Y la sustancia de sus conductas indican que sus primeros actos han sido los arquetípicos de un líder derechista que recién asume: unificar y echar a funcionar la formidable maquinaria de poder factual de la derecha para sumarla a sus poderes institucionales. En los pocos días transcurridos desde el 11 de diciembre se ha podido observar cómo se reúnen y/o disciplinan los fácticos y neo-fácticos, los partidos, los principales medios de prensa y varios canales de TV, etc.
Que nadie se engañe: la “derecha grande” se entusiasmó, ungió a Piñera como su líder en reemplazo de Lavín y se dispone a ocupar La Moneda. Lo que la sociedad chilena verá en los próximos días será un monumental despliegue de crudo poder “clasista” de derecha bajo la conducción de un “humanista cristiano”.