La abrupta emergencia de la candidatura de Sebastián Piñera es relevante no sólo porque altera el cuadro electoral que se había previsto, sino también porque pudiera devenir en el comienzo de un proceso de “sinceramiento” de la política nacional.
En el supuesto que su candidatura se mantenga, estructure instancias, colectivice un proyecto y un programa y logre adhesiones ciudadanas de una cuantía respetable, podríamos estar ante la presencia de uno de los fenómenos políticos más interesantes y trascendentes de los últimos años y que tendría que repercutir, a la postre, en la reconfiguración de todo el arco político.
En efecto, si esos supuestos se dan – lo que es muy probable – significará que habrá surgido la expresión orgánica y autónoma de una fuerza política representativa de la cultura de centroderecha demo-liberal.
El anquilosamiento de la política nacional y de sus estructuras ha implicado varios costos. Uno de ellos, precisamente, es la escasa, inorgánica y difusa manifestación de la vertiente de derecha o centroderecha del demo-liberalismo moderno. Esa carencia es uno de los factores que distorsiona la política nacional, pues, entre otras cosas, se traduce en una no correspondencia entre el volumen y peso de una socio-cultura y su representación en la esfera política.
La socio-cultura demo -liberal de centroderecha ha vivido políticamente dispersa y subsumida por hegemonías de otra naturaleza. Dentro de RN – el partido fundado por Onofre Jarpa – nunca ha conseguido plasmar su hegemonía, por ende, tampoco ha sido el vehículo idóneo para expresarse, a pesar de que es el partido que recoge el mayor número de militantes y dirigentes de esa subcultura. Otras fracciones de ella se encuentran en la Concertación, particularmente en el PDC y el PPD, pero, por cierto, también allí subsisten subordinadamente.
Sebastián Piñera ha actuado en momentos propicios y con fórmulas adecuadas para iniciar la marcha hacia la autonomización del demo-liberalismo y su conversión en fuerza política organizada.
Los cambios que han ocurrido en la estructura socio-cultural del país son ampliamente favorables para que se desarrolle y expanda una expresión política demo-liberal dentro de los universos de centro-derecha. Tan es así que dos de las candidaturas – la de Joaquín Lavín y la de Soledad Alvear – han apostado a conquistar esos espacios a través de sus discursos y estrategias, a pesar que sus improntas ideológicas no responden a esa matriz.
Sebastián Piñera actuó oportunamente sobre esos movimientos estructurales y sobre la contingencia. Ésta indicaba – dadas las cifras de las encuestas – que ni Soledad Alvear ni Joaquín Lavín estaban teniendo éxito en la captación y representación de esos conjuntos. Y era enteramente presumible que los sectores de esa cultura que pudieran sentirse atraídos por Michelle Bachelet se encontrarían naturalmente dudosos e incómodos en esa posición.
Es decir, la candidatura de Piñera se lanza cuando se evidencia ese vacío y antes que esos sectores se resignen a comprometer su voto a candidaturas que no les satisfacen plenamente.
Pero la elección del momento propicio tuvo que ver también con otro dato. El primer debate nacional entre las precandidatas sin ningún lugar a dudas debilitó a ambas en un sentido inicialmente intangible, no trasladable inmediatamente a las encuestas. De un lado, ese evento comenzó a trizar el aura mítica que las rodeaba por ser mujeres, aura que desempeñaba roles de protección y que generaba espontáneas simpatías. A partir de ese minuto las precandidatas empezaron a pisar la terrenalidad y a ser sometidas a juicios terrenales. De otro lado, los juicios terrenales referidos a sus desenvolvimientos en el debate fueron insatisfactorios lo que sembró dudas respecto de sus verdaderas potencialidades como candidatas y como estadistas. Y, en tercer lugar, las cifras posteriores al evento dieron por frustrada la estrategia de Soledad Alvear, ergo, también sus posibilidades de éxito, lo que instaló una crisis en su candidatura y en su partido.
En otras palabras, Sebastián Piñera aprovechó el principio de la desmitificación de las precandidatas, la crisis de autoconfianza que se produjo en la candidatura de Soledad Alvear y las preocupaciones y desafecciones que se incubaron en el entorno de Bachelet.
Y aprovechó, por último, una circunstancia a la que poco se le ha prestado atención y que puede gravitar enormemente en el proceso eleccionario. En su conjunto, las candidaturas planteaban una oferta “femenina” de liderazgo presidencial, incluida la oferta de Lavín. O si se quiere, una oferta no tradicional y contraria a los rasgos históricamente característicos de los presidentes. Piñera salta a la palestra con un ropaje más cercano a la tradicional imagen que se le asigna al Presidente y, por lo mismo, se constituye en la oferta “masculina” dentro de las candidaturas. Con ello cubre otro espacio vacío y cuyo papel en las elecciones será una incógnita hasta el 12 de diciembre.
Huelga decir, que entre los factores coyunturalmente favorables para el lanzamiento de Piñera estaba el estancamiento de Lavín y los atisbos de señales indicativas de que la UDI tomaba resguardos privilegiando la elección parlamentaria.
Instalado oportunamente en la carrera presidencial, Sebastián Piñera tiene las herramientas para avanzar en el proceso de constitución en fuerza política autónoma de la cultura demo-liberal de centroderecha. Para qué hablar de los recursos económicos. Lo que en realidad importa son tres cosas:
• Como candidato se asegura que la discursividad públicamente significativa de RN será la suya, la del demo-liberalismo de centroderecha.
• Pasados los temblores que hipotéticamente todavía deben sacudir a RN, tendrá en sus manos un poder partidario que le permitirá disciplinar a su díscolo partido.
• Si obtiene éxitos, aunque sean relativos – entre otros, lograr escasa diferencia con Lavín en las encuestas y en votos, obtener mayor votación que la obtenga RN, etc. – habrá legitimado socialmente su poder dentro de RN.
En definitiva y siempre en el entendido de que su aventura no termine en un fracaso, la candidatura de Piñera puede coronarse con la emergencia de una fuerza política nueva merced a las posibilidades que tiene de i) organizar y darle protagonismo a la dirigencia y a las generaciones jóvenes de RN y de la derecha en general que suscriben al demo-liberalismo, ii) tornar hegemónico su discurso por la vía del factualismo comunicacional y iii) amparar en efectiva representatividad social la política y la orgánica demo-liberal.
Para avanzar en ese proyecto Sebastián Piñera cuenta con varias condiciones a su haber.
a) Aparece como el menos continuista de los candidatos (Lavín no puede desligarse del hecho de ser continuista de la derecha pinochetista y udista) y su propuesta de cambio está dentro de los parámetros socialmente aceptables.
b) Ofrece una alternativa demo-liberal veraz y creíble y no subsumida o agregada a proyectos de esencialidades conceptuales distintas. Por lo mismo, deviene en una alternativa para elites y electorados de la centro-derecha que, suscribiendo a esa corriente o simpatizando con ella, han estado forzados a someterse a opciones neoconservadoras o bien a plegarse a las opciones concertacionistas.
c) Representa un proyecto demo-liberal confiable por la historia y biografía política de Sebastián Piñera. Esa confiabilidad en un proyecto de centro-derecha con sesgos progresistas es potencialmente atractivo para sectores desafectos de la Concertación, entre otras cosas, porque no resultaría traumático un traspaso hacia esa preferencia.
d) Si la tónica de las campañas concertacionistas y de la UDI persisten en las formas y estilos que hasta ahora han empleado, probablemente Sebastián Piñera ganará la imagen de ser el candidato más arquetípicamente moderno, progresista e innovador.
e) Como ya se dijo, aunque sea una incógnita el peso real que electoralmente va a tener, lo cierto es que, en términos de figura e imagen, será Sebastián Piñera el candidato más cercano a la imagen tradicional del Presidente de la República y, por ende, el más asociable a la figura presidencial de Ricardo Lagos.
Qué duda cabe que nada de lo anterior garantiza que su candidatura se desplace ascendentemente hasta desembocar en La Moneda. Por lo demás, no es propósito de este artículo el tema presidencial en sí, sino el proceso de reconfiguración política que puede generar la candidatura de Piñera.
En el fondo, la hipótesis central es que, aun sin llegar a la presidencia, el verdadero terremoto se produciría si Sebastián Piñera, a través y en el curso de su candidatura, plasma una fuerza política demo-liberal de centroderecha. Si así fuera, difícilmente las restantes corrientes políticas podrían resistir ser arrastradas hacia sus respectivos sinceramientos que ineluctablemente implicarían movimientos centrífugos, escisiones y reordenamientos en todo el arco partidario.