En la madrileña noche electoral del 14 de marzo de 2004, justo hace un año atrás, los socialistas españoles celebraban su victoria electoral sobre el Partido Popular de Mariano Rajoy con un consigna que fue recogida por la prensa mundial al día siguiente: “Zapatero, no nos falles”. En esa frase se resumían las frustraciones de ocho años de travesía del desierto desde que Felipe González había perdido las elecciones generales de 1996 acosado por los casos de corrupción, tanto como las esperanzas de regeneración democrática que el nuevo líder del socialismo representaba para los 11 millones electores que le habían dado su respaldo en las urnas a lo largo de ese día.
La mayoría absoluta con que había gobernado José María Aznar durante los últimos cuatro años, del 2000 al 2004, había emborrachado de poder a un político mediocre que había labrado sus logros en orquestadas campañas mediáticas contra Felipe González. Es famosa su machacona frase repetida una y otra vez en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo: “váyase señor González, váyase”. Animado por unos medios de comunicación “apesebrados”, dispuestos a adularlo sin tregua a cambio de cada vez mayores cuotas de mercado, Aznar llegó a creer que podría proyectar su larga sombra sobre la historia sin pagar la factura de sus errores: aislamiento institucional representado por el desdén con que había tratado a la oposición parlamentaria, forzamiento de los mecanismos constitucionales contra los nacionalismos periféricos emergentes, falta completa de sensibilidad hacia la opinión pública que tanto en las encuestas como en la calle y los balcones de ciudades como Barcelona se oponían a la guerra de Irak. La arrogancia con que se había gestionado la mayoría absoluta, permitió a Aznar imaginar que podría hacer creer a los españoles que el dantesco atentado del 11 de marzo había sido cometido por ETA y no por células islamistas radicales, para obtener mezquinas ventajas electorales.
Pero los españoles mostraron una madurez política extraordinaria. No se dejaron manipular por los intencionados mensajes oficiales y concurrieron a votar en mayor número que nunca para cambiar un gobierno que no les merecía la confianza. Rodríguez Zapatero dijo haber entendido el mensaje. Había ganado las elecciones, pero con una mayoría relativa que le imponía la necesidad de buscar apoyos parlamentarios fuera de su partido y con una votación que superaba las adhesiones históricas del PSOE, señal de que una parte de los electores que tradicionalmente se abstenía había “prestado” sus votos a Rodríguez Zapatero para impedir el involucionismo democrático que representaba el PP de Aznar y Rajoy.
Y todo indica que Rodríguez Zapatero, por las iniciativas de su primer año de gobierno, efectivamente había entendido el mensaje. Los socialistas entendieron que debían asumir el liderazgo en la adaptación de importantes reformas de la institucionalidad política y social de un país que se modernizaba a un ritmo de vértigo. Los ocho años de gobierno de derecha no habían podido impedir que la sociedad avanzase más de prisa que sus instituciones y a los socialistas les cabía la oportunidad de hacerlas progresar para ponerlas al día con la sociedad. En este sentido, la mayor virtud del PSOE ha sido encabezar una coalición progresista que va más allá de su propio partido y del de sus aliados parlamentarios, conectando con unas demandas sociales que la mayor parte de las veces se expresan inorgánicamente y hasta contraria a los partidos políticos. El liderazgo de Rodríguez Zapatero sin duda va más allá de su partido y de los cada vez más estrechos límites de los movimientos sociales organizados.
A eso obedece el que en el gabinete de Rodríguez Zapatero haya paridad de hombres y mujeres, que se aprobara la adopción de hijos por parejas del mismo sexo y el matrimonio homosexual, que España haya adoptado una posición activa en favor de la paz retirando sus tropas de la guerra de Irak, que se recuperara el sentido laico y no confesional del Estado – sobre todo en materia de educación -, que se aprobara la experimentación con células madres de la que se esperan importantes avances médicos y, entre otras cosas, que se iniciara el proceso de reforma de la Constitución para adaptarla al Estado Autonómico, a la nueva Constitución Europa y para permitir la sucesión femenina al trono.
El talante dialogante de Rodríguez Zapatero ha permitido dar cause a la diversidad de pueblos y nacionalidades que forman la España de hoy, evitando con ello la defensa de un nacionalismo español fundamentalista, defendido durante todo el siglo XX por la vetusta “derechona” española. Esa misma derecha que sigue creyendo que perdieron las elecciones del 14 de marzo únicamente por el efecto emocional de los atentados de Atocha y que espera recuperar el gobierno sin realizar la más mínima autocrítica. Nada más errado, la sociedad española les ha dejado atrás y las encuestas ponen al PP de Rajoy ocho puntos por detrás del PSOE de Rodríguez Zapatero.