El triunfo de Evo Morales y del MAS en las elecciones del domingo 18 de diciembre, donde habría obtenido el 54% de los votos; conquistado la mitad del Congreso y 3 de los 9 prefectos, sólo puede ser calificado de espectacular, y servir de fundamento para sostener que se inició un nuevo ciclo en la política boliviana.
Las cifras dan cuenta de un hito político electoral en Bolivia, en todo el período de la denominada “democracia pactada” (iniciada en 1982 con la vuelta a la democracia) ningún presidente ha obtenido tal respaldo en las instancias de poder democrático; por lo tanto, la legitimidad del mandato de Evo Morales es inigualable.
Se debe subrayar que el triunfo de Morales ocurre en un contexto económico, político y socio-cultural especialmente complejo. Se dan al menos tres procesos simultáneos en la realidad boliviana actual:
a) El primero, la presión por la incorporación a los beneficios de la modernidad, por parte de los grupos indígenas;
b) El segundo es la definición de un nuevo modelo de descentralización estatal, que dé cuenta de la ascensión de los departamentos de Santa Cruz y de Tarija, y
c) La incorporación y aprovechamiento óptimo de la riqueza gasífera para el desarrollo del país.
Ninguna gestión política puede ser exitosa en todos estos planos, sin embargo, deberá tener respuesta en todos ellos, y para no fracasar, deberá tener avances exitosos en alguno de ellos.
En Bolivia presenciamos una revolución de las expectativas de los sectores que apoyaron al MAS, de los grupos sociales subalternos y en particular de las poblaciones indígenas: aymaras, quechuas, guaraníes, etc. Avances en conseguir el fin de la discriminación e incorporación de las principales reivindicaciones de los pueblos originarios será la principal tensión que recorrerá la relación bases sociales de apoyo y gobierno.
La intención refundacional del proyecto del MAS, constituye uno de los desafíos histórico del próximo gobierno boliviano. El último proyecto con estas pretensiones fue la denominada “Revolución Nacional” de 1952, protagonizada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario y que se prolongó hasta 1966.
La Asamblea Constituyente, que posiblemente empiece a funcionar en julio del próximo año, es la principal pieza del proyecto refundacional. Instancia que puede delinear en forma poco ortodoxa el nuevo sistema político boliviano, y por lo tanto, no sólo generar tensiones internas sino críticas externas (o al menos, servir de excusa para los críticos de Evo).
También deberá ser la instancia que legitime el nuevo ordenamiento político administrativo del país, tomando en consideración la pujanza en todos los planos del Oriente boliviano y de las presiones autonomistas de sectores empresariales de Santa Cruz.
De la moderación y sensatez de los dirigentes del MAS va a depender si la instancia de la Asamblea, se constituye realmente en una buena herencia del primer gobierno del MAS; el fracaso, por intrascendencia o polarización de ésta, significará el principio del fin de la esperanza representada por el Movimiento al Socialismo en Bolivia.
Sobre la incorporación de los yacimientos de gas al desarrollo de la economía boliviana se podría, y se han escrito últimamente, bibliotecas. En la coyuntura política de los próximos 5 años lo decisivo parece ser, darle viabilidad al negocio del gas, y por lo tanto generar un acuerdo con las petroleras en todos los planos: legal, impositivo, etc., cuestión que puede llevar bastante tiempo, y que puede resentir la fase inicial de este negocio: la exploración.
Sin embargo, el gas boliviano en sus actuales dimensiones representará un flujo de recursos de los que no han dispuesto los anteriores gobiernos; por lo cual un buen uso de ellos, permitirá al gobierno del MAS cumplir, en parte al menos, con las promesas y expectativas generadas por su triunfo.
La temática de un gobierno probo y austero, que combata efectivamente la corrupción, será uno de los temas centrales a nivel de la subjetividad de la ciudadanía. El mayor flujo de recursos que llegarán a las arcas fiscales, producto de los nuevos impuestos a la actividad de los hidrocarburos, serán la prueba de fuego para esta asignatura.
En el ámbito externo, los desafíos de Morales no son pocos.
Las tensiones con los EE.UU., primero por el tema de los cultivos de la hoja de coca en el Chapare (base social originaria de Evo), y segundo, por las estrechas relaciones con el Presidente Hugo Chávez de Venezuela y de Fidel Castro de Cuba, no pueden escalar hasta el conflicto abierto, porque el gobierno de Morales tendrá todas las de perder: zonas y actores bolivianos son especialmente sensible a las presiones de los EE.UU.
En el área de la variable externa, también el gobierno del MAS deberá equilibrarse entre la reivindicación de sus recursos nacionales, en especial los energéticos, y mantener dos de sus principales apoyos: la Argentina de Kichner y principalmente el Brasil de Lula. Lo último será especialmente complejo considerando la importante presencia de la empresa Petrobras en el sector hidrocarburífero boliviano (en exploración, explotación, distribución y comercialización de petróleo y de gas natural).
En términos geopolíticos, los países vecinos de Bolivia son los principales interesados por la estabilidad política del país altiplánico. Una situación de desgobierno generalizada sólo puede traer desventaja: mayor nivel de narcotráfico, aumento del crimen organizado, emigración ilegal y radicalismo político. Por lo tanto, todo indica que ningún vecino vería con buenos ojos presiones desestabilizadoras impulsadas por los EE.UU.
Como hemos visto, tal vez el principal desafío que enfrentará el nuevo gobierno del MAS es una agenda recargada de objetivos y, también de adversarios, incluyendo los enemigos del proceso que se abre el 22 de enero.