A contar de la caída del Muro de Berlín, cada vez aumentan más las voces que tanto afuera como dentro de Alemania, plantean que dicho país está viviendo una situación de crisis. Pues esta potencia económica lleva casi una década con un desempleo estructural del diez por ciento, por cuarto año consecutivo superará el tope de déficit fiscal estipulado por la Comunidad Europea y los últimos estudios comparativos revelan un creciente declive del sistema escolar germano. Asimismo, en la opinión pública alemana se expresa de forma constante una aprensión, tanto frente a la política neoimperial de Estados Unidos, como hacia el creciente poder que adquieren China e India.
Ante este complejo escenario, el canciller Gerhard Schröder tomó la decisión de disolver el parlamento y llamar a elecciones anticipadas, ya que cada vez le resultaba más difícil llevar a la práctica un proyecto de reforma que busca reflotar el poder económico de su país en el concierto mundial. El 18 de septiembre se celebraron las elecciones y el resultado plantea en principio más preguntas que respuestas. ¿La singular coalición de gobierno que recién se ha conformado, aunque no oficializado, con Angela Melker como Canciller será capaz de brindar estabilidad política? ¿Mejorarán las tasas de crecimiento y se pondrán en marcha las reformas que el país requiere? ¿Comenzará un proceso de transformación o se mantendrá un problemático statu quo?
Auge y caída de una coalición de gobierno vanguardista
Durante los años ochenta, la solidez de la economía alemana no se vio afectada de forma seria y todo indicaba que el país no necesitaría grandes reformas de su sistema de bienestar. Por ello que el gobierno demócrata-cristiano de Helmut Kohl se mantuvo estable hasta entrados los noventa, cuando la caída del muro de Berlín y el proceso de reunificación le dieron nuevos bríos para prolongar su mandato hasta 1998.
En este año, una coalición entre el Partido Socialdemócrata y el Partido Ecologista obtuvo la mayoría parlamentaria, con lo cual toma el poder una generación de vanguardia, la cual es hija de la revolución de 1968. Se trata de políticos que se formaron en una época de protesta y que tuvieron la sabiduría de no caer en los discursos añejos de la izquierda, sino que dieron vida a nueva agenda política a favor de tópicos como la ecología, el feminismo, el multiculturalismo y el pacifismo.
No obstante, el flamante gobierno rojo-verde se hizo cargo de un país entregado por Helmut Kohl que mostraba señales económicas preocupantes. La unificación de Alemania resultó ser un proceso mucho más costoso de lo esperado y, por lo tanto, el endeudamiento fiscal se tornaba colosal y el sistema de bienestar empezaba a tornarse insostenible. Un gobierno de vanguardia tenía así que hacerse el ánimo de enfrentar un problema eminentemente conservador: ordenar la economía.
En un comienzo se tomó este desafío a la ligera y se dio prioridad a otro tipo de medidas. Es así como se instauraron impuestos ecológicos, se expandieron los derechos a los homosexuales, se estableció un programa para retirar el uso de la energía atómica y se definió una nueva postura de Alemania en la arena política internacional, lo cual se revela en el apoyo a la expansión de la Comunidad Europea hacia el Este, la participación en la guerra de Kosovo y la negativa a la reciente intervención de Estados Unidos en Irak.
Crujidos en la economía
De tal manera, el gobierno entre Socialdemócratas y Verdes se lograba hacer de un espacio en la política internacional, pero en la economía nacional iban aumentando las señales de deterioro, lo cual se tornó evidente con la trasgresión del simbólico límite de más de 4.000.000 de desempleados. En términos comparativos, el problema central radica en que la mano de obra nacional se ha tornado muy cara, de modo que la mayoría de los productos germanos que suelen estar en los escaparates del mundo entero son manufacturados en África del Norte, en Asia y Europa del Este, para posteriormente ser ensamblados en Alemania y recibir la valorada etiqueta de Made in Germany. Por ello que el éxodo de mano de obra se ha transformado en un fantasma mayor, mientras que el país sigue siendo líder indiscutido en la exportación mundial.
Frente a este escenario, la coalición gobernante tomó la decisión de llevar adelante la llamada Agenda 2010, un programa de reforma del Estado de Bienestar que, por lo pronto, no ha mostrado indicadores positivos en la economía. Y junto a ello han ido aumentando las críticas al proyecto político de quienes están en el poder en una doble dirección: por un lado, la derecha pretende un programa de reforma más radical y, por otro lado, la izquierda acusa una creciente hegemonía del pensamiento neoliberal. Es así como el Canciller Schröder tomó la decisión de disolver el parlamento y llamar a nuevas elecciones, las cuales se celebraron este 18 de septiembre.
Consolidación del vanguardismo y cohabitación con el conservadurismo
Los alemanes saben que la liberalización de la economía permitiría salir del estancamiento en el cual el país se encuentra, pero ellos no parecen estar dispuestos a aceptar los efectos colaterales que estas medidas traen consigo. Mal que mal, en este país el Estado de Bienestar es un orgullo nacional y por ello que se contempla con admiración al sistema escandinavo, pero no así al modelo norteamericano o inglés. Y esto se reflejó de forma notoria en las recientes elecciones.
El partido demócrata-cristiano (CDU/CSU) dirigido por Angela Merkel propuso una reforma tributaria según la cual todos los alemanes deberían pagar un 25% de su sueldo en impuestos sin importar su condición social. Esto quiere decir que pobres y ricos harían el mismo aporte en números relativos, pero los primeros recibirían de vuelta muchas más prestaciones estatales que los segundos. Hoy existe consenso en que esta propuesta fue decisiva en el mal resultado electoral de la Democracia Cristiana germana: antes de que se planteara esta idea, los sondeos de opinión le otorgaban un 45% de intención de voto y en las elecciones tuvieron que conformarse con un 35%.
La Socialdemocracia (SPD) logró el apoyo de un 34% y los Verdes (Die Grünen) de un 8% del electorado respectivamente, de modo que ambos partidos no obtuvieron una mayoría parlamentaria como para seguir siendo socios de gobierno bajo el tutelaje de Gerhard Schröder. Si quieren continuar con su política están obligados a pactar con un tercer partido y en teoría – aunque no en la práctica – hay dos opciones disponibles.
Por un lado, está el Partido de Izquierda post-comunista (Die Linke), el cual logró reunir a dos viejos líderes carismáticos y con una retórica dirigida hacia los perdedores de la globalización – la gran mayoría de desempleados que se encuentran en la Alemania del Este – se hizo de un 9% de los votos. Pero tan descentrado e irreal resulta el programa de este partido, que ningún otro lo ha considerado como un eventual socio al momento de armar una coalición de gobierno.
Por otro lado, existe el histórico Partido Liberal (FDP), el cual obtuvo un 10% de los votos gracias al planteamiento de una agenda de corte progresista, sobre todo en lo económico y bastante menos en lo cultural. De hecho, el presidente de este partido siempre que puede saca a relucir que al momento en que un alemán nace, éste es responsable de una deuda estatal aproximada 20.000 euros. Idealmente este conglomerado formaría una alianza con la Democracia Cristiana, pero ambas agrupaciones tampoco tienen los escaños suficientes en el parlamento como para armar una coalición de gobierno conservadora y designar así un Canciller propio.
Conservadores con aspecto de vanguardistas
Cabe indicar que una de las paradojas del escenario político actual, es que los dos partidos conservadores tienen ‘rostros de vanguardia’: mientras la Democracia Cristiana elevó a una candidata mujer, el Partido Liberal es dirigido por un gay. En consecuencia, quizás tiene razón Daniel Cohn-Bendit, connotado líder del movimiento ecologista y representante de esta corriente en el Parlamento Europeo, al indicar que los líderes políticos conservadores alemanes de hoy están donde están gracias a la consolidación del pensamiento rebelde de la generación 68. Esto quiere decir que la agenda de vanguardia no fue un fenómeno pasajero, sino que ya forma parte de la cultura germana.
Más allá de esta situación paradojal, el resultado electoral y la posterior ardua fase de negociación entre los partidos políticos han concluido con la formación de una Gran Coalición, es decir, los dos partidos mayoritarios – Democracia Cristiana y Socialdemocracia – armaron un matrimonio por conveniencia de cuatro años y juntos intentarán llevar adelante las transformaciones que el país requiere bajo la dirección de la demócrata-cristiana Angela Merkel (1). De tal manera, tendrá que cohabitar conservadurismo con vanguardismo y, por lo tanto, se impondrán procesos de negociación en búsqueda de un denominador común.
Consecuencia de ello, toda reforma que se emprenda será seguramente de carácter moderado, de modo que en Alemania no se asentará un neoliberalismo como el de Margaret Thatcher, ni tampoco se dará vida a un liderazgo de avanzada como el del socialdemócrata sueco Olof Palme. Término medio será el concepto que marcará el próximo período político de Alemania.
Algunas enseñanzas del cambio político alemán
Si bien el cambio político de Alemania acaba de acontecer y la realidad de este país es en muchos aspectos radicalmente distinta a la situación de Chile, por los menos algunas enseñanzas se pueden extraer de este acontecimiento. Pues al revisar la breve disputa electoral que se dio en este país europeo, hay tres rasgos que resultan particularmente llamativos: la tardía definición del electorado, la práctica ausencia de promesas concretas y, por último, el dividendo electoral del reconocimiento de los excluidos.
En primer lugar, cabe destacar que en Alemania la cantidad de indecisos fue sumamente alta y éstos tomaron una determinación muy poco tiempo antes de ir a las urnas. Pareciera ser, entonces, que en la medida que los electores se vuelven más evaluativos y están menos apegados a partidos políticos establecidos, más difícil resulta averiguar cuál será su preferencia definitiva. De hecho, los sondeos tuvieron baja capacidad de pronosticar los resultados finales, lo cual obedece en parte a la tardía definición del electorado.
Este hecho tiene una consecuencia gravitante para las campañas políticas. Hoy más que antes pueden ser determinantes las acciones y definiciones que los candidatos toman en la recta final de las elecciones. Dado que los individuos votan cada vez menos por partidos políticos y cada vez más por ideas y líderes, aumenta la posibilidad de que decisiones finales de las campañas tengan una alta incidencia en el electorado. El mal resultado de la Democracia Cristiana alemana está íntimamente asociado con este asunto: el partido presentó a última hora una nueva idea – modificación del sistema de tributación – y erigió a un nuevo líder –un renombrado profesor universitario de Derecho –, con lo cual disminuyó el apoyo del partido, fugándose esos votos hacia otras opciones que fueron consideradas como más atrayentes.
Una campaña sin compromisos
En segundo lugar, no es un dato menor que prácticamente ningún político y/o partido se esmeró en hacer promesas concretas. La experiencia alemana de los últimos años ha revelado que hacer este tipo de propuestas suele tener un efecto nocivo. Esto se debe a que las promesas no cumplidas son un arma efectiva de los contrincantes políticos, tanto para el período de gobierno, como para las próximas elecciones.
Asimismo, las promesas no cumplidas tienen un resultado significativo sobre el electorado, ya que éste muchas veces vota más por descarte que por convicción y, por lo tanto, fácilmente castiga a quienes no cumplieron aquellas metas que propusieron en la elección anterior. Es por esto que la reciente campaña alemana estuvo marcada por una alta dosis de realismo, es decir, se dieron a entender cuáles son los objetivos – bajar el desempleo, aumentar el crecimiento económico, etc. – y qué instrumentos se tienen en mente – reforma tributaria, flexibilización del mercado de trabajo, etc. –, pero no se plantearon ni fechas ni números al respecto.
En tercer lugar, cabe indicar el dividendo electoral que en Alemania tuvo el reconocimiento de los excluidos. Si bien este país europeo está lejos de los niveles de pobreza y de desigualdad que caracterizan a Chile, la nación germana tiene un problema creciente para integrar a sus ciudadanos provenientes del este. El proceso de reunificación ha resultado ser más dificultoso de lo pensado, de modo que hasta el día de hoy pesan grandes diferencias económicas e ideológicas entre lo que fue Alemania capitalista y comunista.
Esta brecha entre ambas realidades hace que un segmento de la sociedad sienta que está excluida y que es la perdedora de los procesos de globalización. Ante esta situación, un partido de izquierda levantó una retórica un tanto neopopulista, la cual resultó particularmente provechosa para capturar a este electorado que se autopercibe como un sector superfluo de la sociedad. De hecho, esta tendencia se vislumbra a lo largo de Europa, ya que en Austria, Italia y Francia se han venido institucionalizando este tipo de partidos. Y pese a sus diferencias, todos ellos comparten algo en común: no tienen un programa propiamente tal, puesto que su política no es más que criticar a los otros programas políticos existentes.
Hipotéticamente se puede plantear, entonces, que igualmente en América Latina proponer darle voz a un malestar social sin necesariamente plantear formas de su superación, puede ser una estrategia política con un dividendo electoral significativo.
Conclusión
Este año se cumple el centenario del nacimiento de la teoría de la relatividad y, por lo tanto, abundan en Berlín los homenajes en honor a Einstein. No obstante, el estado anímico de la sociedad germana no es precisamente de celebración y jolgorio, sino que más bien de preocupación. Pareciera ser que en una nación característicamente organizada ronda una excesiva relatividad e incertidumbre. Desde este ángulo, una coalición de gobierno que busca ser el término medio entre conservadurismo y vanguardismo sea quizás lo que este país requiere para volver a encontrar un orden que le acomode y despegue así del letargo en el que está sumergido. El taxímetro empezó a correr y ahora tiene La Gran Coalición –cristianodemócratas y socialdemócratas – cuatro años por delante antes de que la sociedad juzgue a través de elecciones.
Visto desde Chile, el cambio político de Alemania no significa una modificación sustantiva de las relaciones entre ambas naciones. No obstante, los intercambios políticos pueden aumentar, ya que ahora los bloques gobernantes de estos dos países son altamente equivalentes, pues la Gran Coalición es una suerte de hermano ideológico de La Concertación. Ahora bien, desde un ángulo hipotético, resulta interesante preguntarse cuáles serán las líneas de acuerdo y las políticas públicas que el nuevo gobierno germano pondrá en acción. Pues si socialdemócratas y demócrata-cristianos alemanes realizan proyectos exitosos, ¿por qué no pensar que sus símiles chilenos pueden aprender de dichas medidas y tratar de adecuar alguna de ellas al escenario local?
Y si por un momento pensamos en grande, ¿acaso no puede La Gran Coalición tomar prestadas algunas recetas de La Concertación? Al fin y al cabo, ambas alianzas políticas son una combinación entre vanguardismo y conservadurismo.
NOTA
1) Cabe indicar que a mediados de noviembre se hará la votación en el parlamento para escoger a la nueva (o el nuevo) Canciller de Alemania. No obstante esto, los partidos en cuestión han indicado públicamente que están dispuestos a que Angela Merkel sea la Canciller del país. Lo que ahora está en juego es la negociación de las líneas programáticas y los puestos ministeriales del próximo gobierno.
FUENTES
www.bundestag.de/wahl2005/index.php
www.elpais.es
www.sueddeutsche.de
www.zeit.de
www2.wahlomat.de/bundestagswahl2005/main_app.php