El cuerpo de Leontina Jiménez comenzó a descansar en paz rodeada de la pena cariñosa de sus hijos, de sus nietos y de una larga y ancha parentela. Y de los amigos de todos ellos. Y de los vecinos. Un funeral sencillo, tranquilo, con las lágrimas sinceras y debidas. Mas el vacío del socialismo institucional se notó. Y eso es injusto, duele y llama a la reflexión. Naturalmente por la cuestión emotiva, pero también por una suma de elementos que hacen o distinguen en especial a la identidad política socialista, del socialismo chileno.
Leontina Jiménez murió y se fue así, a los 82 años y con 66 de militancia en el PS. Había ingresado con la frescura e ilusiones de los 17, seducida por las camisas de acero de las Milicias Socialistas.
Su familia fue un nidal de socialistas, que Leontina y Haroldo Martínez – en filas del PS desde el 33, ex diputado y dirigente en todos sus niveles – educaron socialistas desde sus primeros respiros.
Un alto dirigente del PS dijo, poco después del golpe, cuando el miedo reinaba y se apilaban y difuminaban cadáveres allendistas, que en Chile su exterminio sería imposible porque había un socialista debajo de cada piedra. Sonaba a una esperanza de ficción en medio de la tragedia. Pero se demostró cierta, porque estaban las Juana Leontina Jiménez, esa reserva tangible, permanente, reproductora, porfiada y de una lealtad irreductible a la palabra alguna vez empeñada libremente cuando se hicieron militantes. Una palabra que se metabolizó en su ADN y marcó su vida.
La Leonta era solidaridad sin invocarla y sin que se la pidieran. De puertas abiertas al “compañero” que la requiriera, de mesa siempre dispuesta para el socialista imprevisto, para el que no lo era y podía llegar a serlo; y para la caterva de jóvenes que llegaban prometedores o que comenzaban a ensayar en la política. Era regazo para el dolorido por una injusticia o una agresión, para el enviado del partido con una instrucción, una solicitud o la urgencia de ser escuchado y aconsejado.
Decenas (¡decenas!) de uruguayos y algunos brasileños encontraron refugio y atención y afecto incondicional en el hogar de los Martínez-Jiménez cuando huyeron a Chile de sus respectivas dictaduras en los 60 y 70. Y a la hora del pinochetismo ni le pasó por la mente exiliarse, no obstante la dolorosa diáspora familiar que le ofrecía las facilidades de la solidaridad de tantos países.
Sin títulos ni el beneficio de los rezongos rutinarios del “socialista consecuente”, la Leonta se constituyó en un referente confiable de muchos dirigentes del socialismo histórico. Su casa, su living y su mesa acogieron a Allende, Laurita, Salomón Corbalán, Raúl Ampuero, Aniceto Rodríguez, Clodomiro Almeyda, José Tohá, Carmen Lazo y a un sinfín de connotados. Fue anfitriona de innumerables tertulias en las que participaban Almeyda, Carlos Lazo, Marta Melo y otros adictos a la conversa sobre el mundo y sus alrededores. Y en las horas más difíciles dio cobijo a citas clandestinas de Ricardo Lagos Salinas.
Ninguna de esas aproximaciones a las tentaciones del “poder” quebrantaron su sencillez ni deslavaron los parámetros sustantivos que ordenaron su conducta durante más de seis décadas de pertenencia al PS. Porque fue ajena e inmune a la burocracia partidaria. No tanto a la burocracia de escritorio, que en el PS es escasa, en general abnegada e insuficientemente remunerada. Lo ejemplar fue su desapego a la burocracia política partidista, al establishment carrerista que esclerotiza las estructuras y bloquea las renovaciones. No participaba ni se sentía menos por no pertenecer a la nomenclatura de “Cargolandia”.
Las Leontinas Jiménez no son las heroínas musculosas, de pechos vibrosos y miradas al horizonte, tan vistas en la gráfica del “realismo socialista”. En su dialogar no hay referencias jactanciosas y afectadas a “la causa”. Son así no más, como cualquier hija de vecino. Son el contacto de piel con la sociedad, con la comunidad, con el vecindario, con la feria del barrio, con el Chile de a pie.
Es gente con una cualidad intelectual desvalorizada en los circuitos donde habitualmente circulan los titulares de la intelectualidad oficial: el don de “asencillar” la especiosidad de las tesis y de las estrategias, verbalizándolas en la forma escueta y directa del fraseo popular. Y de la capacidad de hacer las preguntas más duras, difíciles, igual de escuetas y directas, que son las que vienen de la calle, del taller, del rincón poblacional; esas que aprietan al dirigente y que desnudan la ineptitud o los vacíos de las construcciones más sesudas.
En fin, Juana Leontina era de esa especie imprescindible – puede sumarse al listado del poema de Brecht – que circula por los vasos capilares del mundo del socialismo, que lo hacen perenne, a pesar de las derrotas, de las transfiguraciones generacionales y de sus temporales deterioros éticos. Son el cable a tierra, la conexión con la sociedad real, con la cotidianeidad, porque la viven a diario desde el llano. Son como un sonar que presiente tempranamente cuándo las cosas vienen mal y cuándo vienen bien. Se equivocan como cualquier mortal, pero suelen equivocarse menos que los sabihondos.
La de Leontina Jiménez fue una larga vida, vivida sin interrupciones en y para el Socialismo, el que en la hora póstuma no se hizo presente. ¿Esto es “lo que hay”, como se dice hoy?