La imagen más lograda del primer día de la franja televisiva fue, sin duda, aquella aportada por el espacio de Michelle Bachelet donde ciudadanos y ciudadanas de diversas condiciones sociales, etarias y geográficas se cruzaban la banda presidencial. Allí se expresaba de manera sintética y creativa lo que, probablemente, constituye la gran apuesta de fondo del proyecto Bachelet: construir y establecer una relación distinta entre el liderazgo político y la ciudadanía, y hacer irrumpir lo ciudadano en la manera como concebir y practicar la política.
Son esos escasos momentos en que uno se reconcilia con la imagen televisiva, y donde se avizora la posibilidad de que el lenguaje de la imagen pueda contribuir a un proyecto político progresista. Un pequeño oasis en medio de candidatos besando a sus nietos, de caminatas por la playa con el cabello al viento, de mapuches de televisión, de cabalgatas de caballos, de amaneceres y atardeceres, de mucha estética “Village”. Y del consiguiente uso y abuso de la “cámara lenta” y de fondos musicales de tonos épicos.
No cabe duda, que la Concertación como proyecto político hace rato que muestra signos de agotamiento: hay una rutinización y conservadurismo que brota de su acostumbramiento a las tibiezas del poder. La mayoría trata de “mojar la camiseta” lo justo y necesario, y calculadora en mano se discuten delicados temas cómo a qué personajes y grupos dentro de la Concertación favorecería más ganar en primera o segunda vuelta. Según eso se deducen y se toman riesgosas decisiones, como por ejemplo, no hacer campaña con la imagen de Bachelet en importantes circunscripciones y distritos. A su vez, viejas y nuevas caras compiten en presurosas carreras por seremías, intendencias, subsecretarías y ministerios.
Son las dinámicas propias de un conglomerado al cual le resulta imposible concebirse fuera del poder, y que hace tiempo ha hecho suya aquella máxima de Craxi: “El poder desgasta, pero más desgasta estar fuera de él”. Es el pánico a perder ese seguro sueldo fiscal de cada mes, el viático, el celular, del auto con chofer…
Se ha venido insistiendo desde diversos ámbitos en la necesidad de concebir el próximo gobierno de Bachelet como el inicio de un “nuevo ciclo político”. Sin embargo, los factores inerciales de la “vieja Concertación” no permiten visualizar con claridad que exista la voluntad para abrir una nueva etapa.
Refundar de manera ciudadana la política y abrir un nuevo ciclo político-histórico de cambios, parecieran ser los desafíos teóricos y programáticos más importantes para reorganizar, motivar y reactivar al electorado y al activo progresista. El drama es que la “vieja Concertación” no termina de morir y la nueva no termina de nacer.
En este proceso Bachelet tiene un rol insustituible. Sin un “bacheletismo” que vaya animando y potenciando esta renovación política y cultural del progresismo es muy difícil que éste se genere, lo cual puede concluir en la completa asimilación y cooptación del liderazgo y del proyecto Bachelet a la “vieja Concertación”. Si así ocurriera los ciudadanos y ciudadanas verían como se diluye la apuesta que hicieron por una renovación política sustantiva. Además, habría que comenzar a prepararse sicológicamente para entrar en un cuarto gobierno de la Concertación. Una administración con mucho continuismo y no poco sopor…