La campaña presidencial ha entrado en su fase final. En los últimos días ha crecido la impresión y la preocupación de que la contienda presidencial pueda resolverse en segunda vuelta, y se han acentuado los mensajes en torno a la necesidad de triunfar en la primera y de lograr el máximo de doblajes en las circunscripciones y distritos, con el objeto de contar con un parlamento mayoritario, y así dar viabilidad a los cambios programáticos que se propone Bachelet y la Concertación en este período.
Junto con ello, la campaña ha mostrado una saludable revitalización en su despliegue territorial, y se ve mucho más activismo en terreno y articulación entre la campaña presidencial y parlamentaria. Por otra parte, se ha anunciado por parte del Comando de campaña una acentuación del perfil ciudadano de la candidatura de Bachelet en esta fase final. Sobre esto último conviene hacer algunas reflexiones y puntualizaciones.
Existe una lectura reduccionista y conservadora de lo “ciudadano” que pretende transformar este contenido en un discurso de la “anti-política”. La candidata, así, debiera estar con la “gente”, y lo más lejos posible de los partidos, de los programas, y de todo aquello que pudiera asimilarla a un modo “tradicional” de hacer política. Es la ciudadanía transformada en retórica, en simulacro, y los ciudadanos reducidos a audiencias mediáticas. Es la tele-ciudadanía. Es el triunfo de la mercadotecnia sobre la política.
Lo ciudadano, sin embargo, encierra un sentido más profundo y progresista. Tras la idea de ciudadanía se expresa el deseo de igualdad, reconocimiento e identidad que hay en la sociedad chilena. Cuando Bachelet se pronuncia contra la concentración económica o denuncia los compromisos y condicionamientos de las candidaturas de derecha con los poderosos de este país, está verdaderamente convirtiéndose en un liderazgo ciudadano. Está produciendo identidad y dando voz y reconociendo los derechos de los más débiles, es decir, está haciendo ciudadanía.
Probablemente, lo que más ha acentuado su empatía con los ciudadanos ha sido instalar temas de campaña sustantivos como la necesidad de hacer en el corto plazo una reforma previsional. Con ello ha conectado con un importante segmento de la población que ya ha comenzado a percibir, por experiencia propia o porque está “a medio camino de la jubilación” (como dice la publicidad de las AFP), las condiciones paupérrimas que le esperan en la última etapa de su vida. Allí hay liderazgo ciudadano: todos los chilenos saben que realizar esa reforma requerirá enfrentarse a los poderosos de este país. Eso es una buena razón para ganar de manera contundente en primera vuelta y obtener un parlamento mayoritario.
Lo verdaderamente ciudadano en Bachelet es cuando ésta se desmarca y fustiga la endogamia social de la elite chilena, y aboga por una sociedad meritocrática y que entregue efectiva igualdad de oportunidades a todos. Allí está desplegando dos cualidades sustantivas de la ciudadanía: igualdad y reconocimiento.
Lo que, probablemente, ha faltado en el discurso de Bachelet, ha sido desplegar con más fuerza y creatividad ese atributo de identidad que está presente en el concepto de ciudadanía. Construir y convocar a un “nosotros”, a un proyecto colectivo, a un sueño compartido de país. No dejar ese espacio a Hirsch ni a Silo.
Todavía queda tiempo. Para ello Bachelet deberá cuidarse de los sacristanes que ya sabemos lo que terminan haciendo con sus excesivos cuidados. Bachelet tiene que reencontrase en esta fase final con el sentido progresista y popular que está a la base de su liderazgo, reapropiarse del sentido profundamente transformador que encierra encarnar un modo ciudadano de pensar y cambiar el país. El otro camino, el de la retórica publicitaria de la ciudadanía, el de la inhibición programática, el de la “anti-política”, sólo conducirá a un crecimiento de las opciones de Hirsch y Piñera, y a un voto “especulativo” o “lúdico” de un sector significativo del electorado concertacionista en primera vuelta.