Las política llamadas neoliberales aplicadas en toda América Latina desde hace unos cinco o seis años constituyen una fuga hacia adelante frente a un problema real que el continente viene enfrentando desde hace mucho tiempo.
Existe una paradoja que fue maravillosamente formulada por el economista chileno Fernando Fajnzylber, la llamada paradoja del casillero vacío. Fajnzylber construyó una matriz de crecimiento y de equidad y estudió qué países de América Latina tenían altos niveles de crecimiento, altos niveles de equidad, bajos niveles de crecimiento y bajos niveles de equidad. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años 80 algunos países habían logrado altos niveles de crecimiento económico, los más notables México y Brasil. Otros habían alcanzado grados de equidad comparables a los de Europa Occidental, por ejemplo Argentina, Uruguay, Costa Rica y Chile. Y habían muchos países que no habían logrado ni crecimiento económico ni equidad: los centroamericanos y caribeños, Perú, Ecuador y otros. Pero no había un sólo país de América Latina que en cuarenta años hubiera logrado combinar el crecimiento con equidad. Este es el dilema central de la región, dilema ante el cual tanto el populismo en el pasado como el neoliberalismo hoy representan respuestas fallidas.
Si le sumamos a esta constante en la historia económica y social reciente de la región el hecho también de que – salvo notables excepciones, aunque ellas han tenido a su vez sus excepciones, Uruguay, Chile, Costa Rica -, no ha prevalecido la gobernación democrática en América Latina. Este es el problema, pero es un problema que nadie ha podido resolver, no es fácil resolverlo, por lo tanto, y a esto es a lo que hay que tratar de responder. De ahí que se tenga en estos países, en América Latina, una tarea enorme de desarrollo pero sin la estructura social que la hace posible y sin las estructuras político-económicas que también la hacen posible.
En América Latina tenemos la gran tarea del desarrollo pero no contamos con la estructura social ni con las estructuras políticas democráticas que la hacen posible.
Esto ha creado un enorme reto financiero. Aun adoptando la llamada agenda del “Estado Chico” surgida del consenso de Washington, no se ha logrado el financiamiento para solventar sus requisitos. Porque hay grandes discrepancias entre neoliberales, socialistas y populistas, pero también hay grandes consensos, por lo menos de labios para afuera, en torno a que el Estado debe asegurar la educación y la salud, que tiene un papel fundamental en la construcción de infraestructura, de viviendas, de drenaje, etc., y en la defensa del medio ambiente. Si compartimos esa agenda mínima de tareas del Estado, el problema se centra en encontrar el dinero para que pueda cumplirla. ¿De dónde vendrá el dinero para financiar lo que todo el mundo está de acuerdo que hay que hacer?
Esa es la segunda constante de la evolución económica y social de América Latina en los últimos cuarenta años. Se ha ido de una fuga hacia adelante a otra fuga hacia adelante, dura cuatro décadas tratando de encontrar recursos para financiar un desarrollo en el cual supuestamente todos estamos de acuerdo.
Primero se buscó el dinero en las rentas extraordinarias provenientes de los recursos naturales. A partir de 1938 en México y hasta hace cinco o seis años en algunos otros países, se nacionalizaron prácticamente todos los recursos naturales. Se hicieron muchas cosas con esas rentas, pero en algún momento se iban a acabar, y se acabaron. También se sacaron rentas extraordinarias de algunos servicios monopólicos – ferrocarriles, teléfonos, electricidad, etc. -, recursos que también se agotaron.
Había que seguir financiando la agenda descrita, en tanto las necesidades iban en aumento porque la población crecía, estaba en las ciudades y pedía más. Entonces se recurrió al endeudamiento externo. Durante diez años prácticamente vivimos de eso. Hubo quien nos prestara y casi todos estuvimos dispuestos a endeudarnos. Que el dinero se haya malgastado, mal administrado o en algunos casos se haya robado, no altera el problema fundamental de que nos endeudamos para tratar de financiar el desarrollo.
¿Por qué no se buscó el dinero por la vía fiscal? ¿Por qué no se establecieron sistemas fiscales como los que existen en Europa y en el este de Asia, que les permitieron financiar tareas semejantes a las que nosotros tenemos pendientes? El problema es fundamentalmente político, porque sin el sesgo redistributivo de la democracia representativa el fisco no funciona. A finales de los 70 los países de América Latina tenían una carga tributaria, como proporción del PIB, igual a la mitad de la Europa Occidental y un 50% de la de los tigres asiáticos.
Aquí no se emprendió ese camino sino que se hizo una nueva fuga hacia adelante, en la que estamos ahora, que es la venta de los activos que antes se habían nacionalizado. Con esos ingresos se espera financiar la agenda. Pero como los recursos son cada vez menores, se han debido hacer ajustes, algunos de ellos exitosos, pero todos del lado del gasto, nunca del lado del ingreso. En el caso de México, según cifras de la OCDE, en 1980, momento máximo de su anterior boom económico, los ingresos tributarios representaban el 18% del PIB. En 1991, después de once años de estancamiento económico y de cinco de reforma neoliberal dirigida por el Presidente Salinas y de un meritorio esfuerzo en el mejoramiento de la recaudación fiscal, los ingresos tributarios están en el 17,9% del PIB, es decir 0,1% menos que once años antes. Todo el ajuste mexicano de los últimos once años se hizo del lado del gasto, nada del lado de los ingresos. Es decir que por no emprender las reformas pendientes de tipo redistributivo y fiscal, en América Latina no está funcionando el paradigma neoliberal.
Se han generalizado tres tipos de situaciones. La primera es la de algunos países en los que se han lleva a cabo todas las reformas recetadas, convirtiéndose en modelos de lo que hay que hacer, y sin embargo debido a las restricciones internas y externas no se genera el crecimiento ¡y olvidémonos de la equidad! Los tres ejemplos más notables son México, Colombia y Perú. El “milagro” mexicano descansa hoy, en 1993, en tres años seguidos – 92, 93 y lo que será el 94 – en un crecimiento per cápita de medio punto por año, después de cuarenta años de haber crecido tres puntos per cápita por año. La economía mexicana se encuentra en virtual recesión desde hace un año y medio, y no es que el gobierno no sepa qué hacer o no tenga instrumentos. La economía mexicana se ha topado con restricciones internas y externas que no le permiten crecer. La situación de Colombia y Perú es semejante, aunque el grado de ajuste llevado a cabo quizás sea menor que en México y las dificultades pendientes tal vez sean mayores. En otra serie de países ha habido crecimiento, pero éste no sólo no va acompañado de equidad, sino que se empiezan a agudizar de manera aterradora las disparidades sociales, ya de por sí muy graves. Son arquetípicamente los casos argentino y venezolano, en los cuales a nivel macroeconómico las cifras de crecimiento son impresionantes. Pero Argentina se empieza a transformar en una sociedad de clase media empobrecida, en una sociedad del Tercer Mundo. Y Venezuela de una sociedad rica del Tercer Mundo en una sociedad pobre del Tercer Mundo.
Hay excepciones, que tienen sus propias explicaciones. Sería la tercera situación, los casos de Brasil y Chile. Chile, si sigue por el camino actual tal vez en unos dos o tres años pueda convertirse en el primer país de América Latina en colocarse en el casillero vacío de Fernando Fajnzylber. Y Brasil porque, siendo la oveja negra del neoliberalismo este año, el que ha hecho peor la tarea, el que menos ha seguido los esquemas que se dice que hay que seguir, este año va a crecer más y en mejores condiciones que los dos “modelos” que son México y Argentina, con un superávit comercial de veinte mil millones de dólares. No sé qué es preferible, si ser “oveja negra” o “modelo”.
Más allá de los grandes procesos internacionales y por encima de las situaciones distintas y cambiantes de cada país latinoamericano, hay factores que engloban a América Latina, vinculados a la situación de Estados Unidos, y en menor medida de Europa, que explican lo que está sucediendo en nuestro continente. El punto más importante es que el impresionante volumen de dinero que ha fluido hacia América Latina en los últimos tres años, muy probablemente no esté fluyendo motivado por las políticas macroeconómicas aplicadas en uno u otro país, sino obedeciendo al enorme diferencial de tasas de interés y de rendimiento entre Estados Unidos y América Latina, De lo contrario no se explica por qué ese dinero fluye tanto a la Venezuela convulsionada políticamente, como a Chile, cuya estabilidad política es ejemplar. Y que vaya igualmente a México, modelo de ortodoxia financiera macroeconómica, y a Brasil, con una tasa inflacionaria superior al 30% mensual. La única explicación yace en que ese dinero no está fluyendo a las bolsas de Buenos Aires, de San Pablo o México porque haya un buen o mal equilibrio macroeconómico, sino porque los diferenciales de interés aunados a las posibilidades de estabilidad cambiaria están garantizando rendimientos que no existen en otra parte. Por lo tanto, es previsible que el día que esos rendimientos desaparezcan, desaparecerá el dinero, con buena o mala política macroeconómica.
El drama, en todo caso, es que a pesar de haber recibido esas cantidades de recursos en los últimos tres o cuatro años, las tasas de inversión públicas y privadas, país por país, a lo largo de estos años no registran el más mínimo movimiento. Este es otro problema fundamental del paradigma neoliberal.
Una segunda característica, que también se generaliza, es el surgimiento de enormes déficit comerciales consecuencia de la apertura comercial y de la apreciación de los tipos de cambio. De no darse la apertura con la apreciación, quizás no se producirían los déficit. Pero se tienen que dar la una con la otra, porque sin la estabilidad cambiaria no habría apoyo de las clases medias a los gobiernos que están llevando a cabo estas políticas. El nuevo populismo latinoamericano es un populismo cambiario, que garantiza artificialmente un tipo de cambio sobrevaluado para facilitar la importación masiva de bienes de consumo de las clases medias, castigando a otros sectores y generando aquellos déficit. En cualquier otra economía con déficit semejantes se devaluaría, pero si en México, en Argentina o en Venezuela se devalúa, se produce un desastre social y político. Eso indica que la democracia está prendida de esa estabilidad cambiaria, que sin estabilidad cambiaria la democracia empezaría a zozobrar.
Hecho este rápido balance sobre el resultado de las políticas neoliberales en América Latina ¿a dónde ir? Hay algunos grandes ejes por donde avanzar.
Como objetivo a largo plazo obviamente se tiene que llenar el casillero vacío del crecimiento con equidad. Si no se logra hacer que los países latinoamericanos crezcan económicamente y tengan equidad, no se va a avanzar ni en la democracia ni en la justicia ni en mejorar los niveles de vida de sus pueblos. No se puede postergar una cosa hasta que se logre la otra, lo que ya se intentó en diversas ocasiones y no dio los resultados buscados. Hay que redistribuir y crecer al mismo tiempo.
Para ello se tienen que consolidar nuevos pactos internos y externos. No es posible financiar el desarrollo en América Latina sin una gran reforma fiscal. No hay de dónde sacar más dinero sino aumentando la carga tributaria de su promedio actual de un 17% sobre el PIB como promedio, a por lo menos el 25 y tanto por ciento, equivalente a lo que existe en el este asiático.
Pero se requiere un complemento externo a los pactos políticos internos. No es posible llevar a cabo esas reformas si la fuga de capitales y la evasión fiscal por fuera no logran frenarse y acotarse. Para los países que tenemos una relación estrecha con Estados Unidos, creo que los cambios que allí están sucediendo, por titubeantes e insuficientes que sean, albergan la posibilidad de ir hacia una negociación; y lo mismo con algunos países europeos por parte de las naciones latinoamericanas que tienen un vínculo más estrecho con ellos. Entre otros acuerdos habría que convenir obligaciones en torno a la libertad de circulación del capital desde el punto de vista fiscal, de manera que puedan invertir donde quieran pero que deban pagar impuestos donde viven. Y si no quieren vivir y pagar ahí, que se vayan a vivir a otra parte.
Un segundo elemento fundamental: tiene que haber una sanción democrática a cualquier pacto interno. Lo que América Latina ha tenido en el pasado no han sido Estados obesos o sobredimensionados, sino estados pobres y autoritarios. Ahora se necesitan Estados con recursos y democráticos. De unos diez años a esta parte se viene recreando la democracia, pero son democracias no sólo precarias sino poco arraigadas, que no hunden sus raíces en todos los ámbitos de la vida pública de nuestros países. La descentralización, una mayor autonomía de los entes del Estado, son tareas no sólo políticas sino también económicas, porque es ese aval, esos pactos sociales, económicos y políticos los que permitirán avanzar por la vía de la redistribución.
Crecer hacia afuera sí, obviamente, la sustitución de importaciones se agotó hace quince o veinte años. Pero lo contrario de la sustitución de importaciones no son las ventajas comparativas del libre comercio. Al contrario, como en Japón, como en Corea, es la alianza entre el sector privado, el Estado y los trabajadores para conquistar nichos y mercados y para determinar los sectores en los que se va a ser competitivos, y no dejar todo al libre albedrío del mercado. Porque el mercado se equivoca; o acierta, pero siempre acierta en función del más fuerte y nunca del más débil, Si se deja la determinación de los nichos y de los sectores competitivos de América Latina a los mercados, nos vamos a quedar con puras ventajas comparativas, y nuestras ventajas comparativas puede que cuando finalmente sepamos cuáles son, por ejemplo a los norteamericanos no les gusten. Porque en algunos países latinoamericanos los campesinos y los jóvenes empresarios saben cuál es la producción en la cual somos competitivos. Los campesinos y los jóvenes empresarios de Sinalos, de Jalisco y de Guadalajara saben muy bien que nuestro producto más competitivo en los Estado Unidos es la amapola y la cocaína. ¿Es eso lo que quieren que hagamos? Porque en eso sí somos altamente competitivos.
Es importante lograr acuerdos con Estados Unidos o con Europa, que impidan situaciones perversas, sobre la base de que reconozcan que tienen intereses contradictorios. Porque difícilmente pueden hacer de América Latina su mercado y una zona próspera en crecimiento y empleo, que a la vez no genere narcotráfico y flujos migratorios. Como diríamos en México, parafraseando un dicho norteamericano: “quieren comerse su enchilada y tenerla también. No se puede