Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates
PS: entre el TLC y el "pulpo del imperialismo"
Antonio Cortés Terzi.
Reafirmemos la fe socialista
Que es deber sin descanso luchar
Contra el pulpo del imperialismo
Que a los pueblos desea atrapar
(Marsellesa Socialista)
No es claro – por lo menos no hay señales públicas que así lo indiquen – que los socialistas estén asumiendo a cabalidad la situación en la que se encuentran y los problemas que de ella derivan o pueden derivar. Por supuesto que el elemento clave de esa situación radica en que es Michelle Bachelet, militante de sus filas, la precandidata mejor posicionada en la ciudadanía y que hoy aparece con las mayores opciones de devenir en Presidenta de Chile.
Es evidente que ese dato contrasta con una representación electoral perennemente instalada en alrededor del 12%. Y no es congruente tampoco con la comparativamente escasa gravitación política y político-cultural del PS en el escenario nacional.
En gran medida, esa poca gravitación tiene que ver menos con el modesto caudal de votos y mucho más con un deterioro de la identidad y de la personalidad del socialismo actual, con carencias en la reconstrucción de idearios, iniciativas y discursos.
En rigor, la votación de hoy equivale al promedio de la votación histórica del PS a lo largo de su vida. Lo que está por bajo del promedio histórico es su representación social y su protagonismo político y político-intelectual.
Ahora bien, esos problemas del PS se arrastran por casi quince años y siempre se han encontrado excusas para postergar su discusión (o formalizarlas al extremo) y para postergar la adopción de medidas correctoras. Durante todo ese tiempo los socialistas han realizado un brillante ejercicio de gatopardismo.
En el PS se ha creado factualmente una suerte de estructura y de cultura conservadora que impele hacia una resignación conformista y que ha sido capaz de absorber o neutralizar sus propias incomodidades y conflictividades.
Las razones que explican ese mecanismo son varias, pero dos son las más nítidas y complementarias. De un lado está el enorme rol de factor centrípeto que desempeña el ser partido de gobierno. Sin duda que ese es un factor espontáneamente autodisciplinador y aglutinante, pero que ayuda también a la disciplina coactiva que inevitablemente todo partido desarrolla. Y de otro lado está un componente autoinhibitorio, que se origina en miradas críticas hacia el pasado socialista y que se expresa en un fuerte temor y rechazo a que las pugnas internas terminen en escisiones. Ambas razones, como se dijo, se complementan, haciéndose difícil distinguir cuál es la que más pesa.
Pero hay otras dos razones menos evidentes y, sin embargo, tan relevantes como las anteriores en cuanto a promover conservadurismo.
La primera podríamos llamarla el “síndrome de la sobrevivencia”. El PS vivió por más de tres lustros en las catacumbas y bajo amenaza de muerte. En ese lapso, la muerte – la muerte real, física y no metafórica – fue un antecedente cotidiano en la existencia de los socialistas y de su partido. Es obvio que vivencias tan intensas dejan huellas.
En nuestra opinión, en el conformismo socialista hay algo de esas huellas: la marca de percibirse como sobreviviente, lo que, normalmente, se acompaña con un sentido de gratitud por cualquiera sean las cosas que le ofrezca la sobrevida, por muy modestas que esas cosas sean. Con una óptica tal, el balance de la sobrevida socialista no sería nada despreciable.
La segunda razón – que en este caso ayuda a explicar el conservadurismo – es la que Gramsci menciona como la ley del “décimo sumergido”. Escribe Gramsci: “Un proverbio inglés dice que toda multitud tiene un décimo sumergido. Y este décimo impide actuar a los otros nueve décimos”.
El PS tiene su décimo sumergido en una militancia (y en alguna dirigencia) tradicional, atávica, con nostálgicos síntomas de sobreviviente y que cumplen el papel que describe Gramsci. Y lo pueden cumplir, en primer lugar, porque ese décimo se incrementa notablemente cuando el socialismo se reduce al partido de los locales, eventos y ritos. Es decir, el décimo sumergido ha tenido el mérito de gravitar allí donde se resuelven los temas formales del poder interno partidario. “Mérito” que comparten también con dirigentes que, por estrictos cálculos de poder, se alían a ese décimo.
Pero el asunto no termina aquí. El prolongado estancamiento político, electoral, cultural, etc., del socialismo pasa por otro fenómeno, un tanto delicado de tratar. Podría resumirse metafóricamente diciendo que se trata de pérdidas de “adrenalina política”.
Es sabido que, en lo sustancial y en los hechos, el PS ha sido conducido por un conjunto relativamente pequeño de figuras. Un porcentaje muy importante de esos dirigentes son “sesentistas de ayer” y “sesentones de hoy”. Y nada de malo hay en ello. Al fin de cuenta han liderado el proceso de la sobrevivencia.
El punto está en que es una generación – seguramente con excepciones – que está agotada o agotándose y cuyas proyecciones político-individuales están ya definidas y no son de mucho más alcance. Con un sino conocido y de esa natura hay poca producción de adrenalina política, ergo, escasea la audacia y la pasión y sobra la prudencia y la contemplación. Es por eso que, teniendo las capacidades, las condiciones, los recursos, los poderes, etc. para impulsar cambios en el PS – que además lo cree necesarios – esa generación no lo ha hecho. Han optado por soslayar o mediatizar los conflictos con los atavismos, con el décimo sumergido, con el espíritu de sobreviviente, etc. y se han conformado con administrar un partido que flota, pero no navega.
Sin embargo, en los últimos tiempos se han develado circunstancias y procesos que reeditan convocatorias para que esa generación concluya lo que bien podría considerar su misión histórica: sentar las bases para la radical reconstrucción de un socialismo que deberá enfrentar un futuro en el que poco o nada tendrán que aportar los atavismos, los décimos sumergidos y los sobrevivientes complacidos de ser eso y nada más.
La primera circunstancia se llama Michelle Bachelet. De por sí las características de su candidatura le exigen relecturas y redeacuaciones al PS. Y tanto más lo demandaría su eventual presidencia. Y el proceso previsible más relevante que se avecina será el cambio de escenario y de ciclo que se va a empezar a plasmar después de las elecciones de diciembre con independencia de sus resultados.
Por último, si los “sesentones sesentistas” son instados a protagonizar una etapa de cambios, es porque, simplemente, en el PS no existe en la actualidad ninguna otra generación de dirigentes igual de estructurada y en condiciones de emprender con rapidez y eficacia una tarea de esa índole. Además, es una misión que tiene riesgos, pero, para esa generación ¿qué y cuánto tiene que perder?
Lo que está planteado, en última instancia, es que el PS debe dilucidar contraposiciones tan extremas como el apoyar el TLC con EEUU y, a la par, cantar “contra el pulpo del imperialismo.”