Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates
PS: identidad, tradición y proyecto
Ernesto Águila Z.
Las características de catarsis colectiva que ha tomado el debate en torno a los últimos planteamientos de Cortés Terzi, hace pensar que aquí se ha tocado una tecla sensible, capaz de despertar y movilizar fuertes emociones y pasiones. Como me señaló hace unos días atrás, con inmutable rostro un avezado dirigente del PS, a propósito de toda esta batahola: “hay cosas que no deben decirse, porque pertenecen a esa parte que no se habla de la política”. Pero pareciera que a Cortés Terzi le provoca incursionar por estos territorios de lo que no se dice ni debe decirse en política.
De Antonio Cortés uno podría afirmar lo que Jorge Herralde dijo del también polémico Roberto Bolaño: “un trapecista sin red”.
El debate abierto por Cortés Terzi – si dejamos de lado sus aristas más controvertidas y opinables – tiene un fondo político y teórico importante.
Preguntarse por la identidad actual y futura del PS – bien valdría extender el debate a la Concertación o al progresismo, por ejemplo – resulta relevante y muy poco común en estos tiempos de “política ligera”.
La identidad política y cultural de un partido es un complejo cruce entre tradición y proyecto, entre memoria y futuro. Como dice Jorge Larraín “la pregunta por la identidad no es solo ¿qué somos?, sino también, ¿que queremos ser?”. También Habermas ha resaltado que la identidad no es sólo “ lo ya dado sino a la vez nuestro propio proyecto”. Identidad y proyecto son, por tanto, dos conceptos estrechamente relacionados.
Curiosamente el tema de la identidad no mereció ningún debate al momento de la unidad socialista del año 99 (ni artículo o paper que yo recuerde). El significado que tenía para la identidad futura del Partido Socialista la concurrencia de las otras vertientes de la izquierda chilena no mereció en ese momento mayor reflexión y análisis. Se iniciaba una experiencia muy singular e inédita de unidad política que hubiese merecido otro nivel de elaboración intelectual.
Una pregunta relevante era en ese momento (y lo sigue siendo aún), si debía entenderse al PS como la nueva casa común de la izquierda, y por lo tanto, como la construcción de una fuerza política nueva, o bien, si de lo que se trataba era de la reconstrucción de la identidad socialista histórica de la cual habían pasado a formar parte las otras vertientes de la izquierda chilena. No es lo mismo que te inviten a construir una casa nueva que ser convocado a habitar y mejorar una casa ya construida.
Las dos perspectivas me parecen hoy legítimas, aunque considero más certero entender este proceso como una renovación de la identidad y la cultura socialista, desde lo que ha sido la tradición y los valores del socialismo histórico. Una recuperación no nostálgica ni esencialista de ese pasado, sino una recuperación crítica de dicha tradición. Por lo demás, uno debiera entender que el ingreso al PS de los contingentes del Mapu, Mir, IC, PC, respondió a una comprensión por parte de estos colectivos del fracaso y la obsolescencia histórica de esos proyectos políticos.
La razón de por qué colocar en el centro de la construcción de la identidad del PS actual la tradición del socialismo histórico, nace del reconocimiento que es en esa historia y cultura donde están mejor sintetizados ciertos valores y prácticas políticas que resultan relevantes para el presente y el futuro de la izquierda y del progresismo chileno.
Una de estas razones la aporta el propio Cortés Terzi: el PS histórico, con sus aciertos y errores, es quién mejor encarna una visión de la izquierda con vocación popular y su propia trayectoria es el permanente esfuerzo por transformar en sujetos políticos a los trabajadores y excluidos. Otros proyectos de izquierda fueron mucho más iluminados y elitistas en su concepción de la política que el viejo PS. En eso el socialismo histórico se equivocó menos, y es probablemente la razón por la que finalmente prevaleció como orgánica y como cultura. Eso es hoy una indudable fortaleza que puede aportar la cultura socialista histórica al futuro de la izquierda y del progresismo. A condición , por su puesto, que el actual PS no se elitice ni termine domesticado y cooptado por las nuevas oligarquías del poder.
De lo que estamos hablando, y para decirlo en términos antiguos, es que el PS no pierda su “autonomía de clase”; es decir, que siga siendo el instrumento político con que cuentan las clases populares, los trabajadores y las clases medias para ser promovidos socialmente y para disputar el poder de la sociedad desde sus específicos intereses y cosmovisiones. Esta “autonomía” no es una entelequia o abstracción teórica, resulta clave – por ejemplo – para discusiones como las que se vivirán las próximas semanas en torno al royalty de la gran minería privada.
Un segundo aspecto, que me parece muy rescatable de la tradición histórica del socialismo chileno es su carácter laico y su afán laicista. En una sociedad como la nuestra que ha retrocedido de manera increíble en términos de la separación de la iglesia-Estado, la existencia de un partido de izquierda que defienda la no intromisión de la Iglesia y la religión en las leyes y en las instituciones públicas resulta del todo vigente e imprescindible. El discurso laico y laicista del PS se ha debilitado, e incluso ha sido posible observar en estos años a más de algún personero socialista haciendo política metido debajo de las sotanas o actuando de recadero de obispos, contribuyendo con ello al ejercicio factual del poder de la iglesia, en contra del librepensamiento y de la autonomía moral de los individuos. Prácticas completamente ajenas a la trayectoria del socialismo histórico en Chile.
Un tercer aspecto, más específico pero particularmente actual, es la pérdida de sensibilidad del progresismo por lo latinoamericano y el tercer mundo, aspectos que siempre estuvieron muy presentes en el ideario socialista histórico (lo que por cierto no es contradictorio con abrirse a los acuerdos económicos con el mundo desarrollado). Ahora que han recrudecido los problemas en el continente y que Chile ha quedado aislado dentro de la región se ha iniciado todo un activismo al respecto.
Los socialistas – y Ricardo Núñez es una honrosa excepción – se hicieron parte de este olvido de América Latina. Un claro ejemplo, que cuando se debilita el pensamiento y la influencia del pensamiento socialista histórico se cometen errores de graves consecuencias para el país.
Un cuarto aspecto a destacar, es la renovación socialista iniciada desde fines de los 70, tanto en Chile como en el exterior, y que condujo a importantes reflexiones sobre la democracia, la economía, la sociedad civil y el concepto de partido. Un proceso que demostró la capacidad del socialismo histórico de mirarse autocríticamente y de actualizarse en aspectos fundamentales de su identidad y de su ideario.
Lamentablemente se trató de un proceso reflexivo que se interrumpió abruptamente con el retorno de la democracia y el acceso al gobierno, y del cual está aún pendiente un acabado balance para determinar aquello que debe ser asumido como parte del patrimonio común de lo que puede estimarse como excesos de ese proceso, siguiendo la línea de reflexión abierta al respecto por Jorge Arrate, una de las figuras más emblemáticas y representativas de la renovación socialista.
Se podría continuar con esta enumeración y creo que bien vale la pena seguir con ella en un próximo artículo (por ejemplo, este PS debe ser el único partido socialista en el mundo que no habla de educación, ni promueve la educación pública ¿Por qué esta insensibilidad?).
Como puede verse no se trata de temas menores ni extemporáneos. De lo que estamos hablando es de asuntos muy decisivos para el futuro de la izquierda y del progresismo chileno: se trata de reflexionar y dialogar, ni más ni menos, sobre quienes somos y sobre todo acerca de lo que queremos ser. Qué puede ser más actual en este año y medio de cruciales decisiones políticas.