Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

¿Qué pasó con los Samuráis?

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Julio 2004

El lunes 26 de julio se reunieron por última vez, en su calidad de cuerpo asesor y dirigente, los samuráis de Joaquín Lavín. Las atribuciones y funciones que se les asignaron al momento de su unción y las expectativas que se crearon con su nacimiento, no se condicen, en lo más mínimo, con su cortísima vida. Reacuérdese que Joaquín Lavín habló, a propósito de su constitución como equipo, de reingeniería en la derecha. Es natural que una reingeniería tan fugaz cause sospechas.

La tan evidente duda acerca de los verdaderos motivos que condujeron a la desintegración del grupo samurai, plantea la conveniencia de darle algunas vueltas analíticas al tema. Tanto más cuanto que las explicaciones dadas por el líder de la Alianza por Chile son insatisfactorias y huelen a soslayamiento.

En efecto, la razón principal dada por Joaquín Lavín es que los samuráis habían dejado de tener sentido, puesto que las relaciones entre los partidos de la Alianza serían ahora óptimas. Sin embargo, cuando el grupo samurái fue consagrado, las explicaciones que se dieron fueron muchas más. En el fondo, la señal que se entregó fue que las malas relaciones entre la UDI y RN era un tema fácilmente superable y que más bien sirvieron de excusa para introducir la reingeniería.

Hacia el “independentismo” de Lavín

La constitución del equipo samurái estaba inmerso en un plan más general que incluía la formal asunción de Joaquín Lavín como dirigente máximo de la derecha, acompañado de una estructura suprapartidista y directamente dependiente de él. Ambas medidas respondían, a su vez, a una suerte de proclamación independentista de Lavín y de su candidatura de los partidos y a una definición de autonomización del lavinismo en materias políticas y estratégicas.

Los samuráis, en consecuencia, devenían en asesores-dirigentes de un lavinismo que, a través del líder, iba a ejercer la conducción de la derecha, elaborar y decidir estrategias y orientar las políticas del sector.

¿Qué pasó, entonces, con este macro y radical diseño? ¿Fracasaron los samuráis? ¿Se arrepintió Lavín? ¿“Alguien” lo forzó a arrepentirse? ¿Todavía Lavín y la derecha partidaria no logran encontrar las fórmulas orgánico-políticas y estratégicas que concilien conflictividades esenciales?

A continuación se explicitan algunas hipótesis sobre estas preguntas.

La inviabilidad del diseño

El gran éxito de los samuráis lavinistas fue la decapitación de Sebastián Piñera y el retiro a medias y elasticado de Pablo Longueira de la jefatura de la UDI. Tanto más lució ese hecho puesto que ratificó la idea que los samuráis concentrarían y unificarían el poder dirigente de la derecha.

Y en un comienzo pareció que así era. Después que fueran ungidos por el líder, RN, la UDI y los parlamentarios de ambos partidos se mostraron más ordenados frente a las iniciativas gubernamentales y los negociadores avanzaron rápidamente en acuerdos para cerrar las plantillas de candidatos para las elecciones municipales.

Sin embargo, con el correr de los días el prestigio de los samuráis empezó a aguarse y su funcionalidad dejó de ser la esperada.

Para que los samuráis pudieran fungir como efectivo ente centralizador del poder y de la conducción de la derecha era menester que:

i) deviniera en cuerpo suprapartidario y, por ende, que contara con la disposición de los partidos y parlamentarios para aceptar sus decisiones y mandos, y

ii) tuviera una jefatura que, junto con legitimar y darle sostén al suprapartidismo, fuera capaz de coordinar y orientar las diversas instancias de poder y, además, ejercer como líder, representante y vocero del equipo, al menos, en aspectos sustantivos. Obviamente que tales misiones no podían recaer sino en Joaquín Lavín.

Después de su debut, este esquema de Estado Mayor rápidamente comenzó a desintegrarse y a presentarse como inviable. Era previsible que Lavín no daría el ancho. Sin embargo, sus limitaciones como político y dirigente no fueron, en este caso, el único ni siquiera el mayor óbice. El problema se originaba en el diseño mismo: era imposible que Lavín ejerciera, simultáneamente, como jefe político, candidato presidencial, vocero opositor y figura ancla de la campaña municipal.

Distribuir algunas de esas funciones entre los samuráis habría sido la opción lógica, pero resultaba imposible por dos razones: en primer lugar, por la oposición de los partidos y sus jefaturas. Subordinarse al líder sí, pero difícilmente iban a concederle atribuciones de mando o representación a otro. Y segundo, porque entre los samuráis militaba Andrés Allamand a quien Joaquín Lavín dice tenerle confianza, pero los otros socios preferían tenerlo bajo estricta vigilancia y sin asignarle un status individual que lo pudiera destacar.

Lavinismo y UDI no es lo mismo

El diseño contenía, además, otra falla: no contempló a cabalidad las diferencias entre la UDI y el lavinismo. El omitir esas diferencias hizo pensar que la UDI sería el partido menos reticente a disciplinarse a un mando suprapartidario bajo égida lavinista. No fue así. Aunque con cautelas, con prolijidad, sin estridencias, la UDI mantuvo su autonomía y adhirió a las directrices del mando central sólo cuando éstas recogían sus posiciones completamente o en un alto porcentaje.

Las diferencias de la UDI con el lavinismo es un fenómeno interesante de suyo, pero también porque es un tema en desarrollo y que probablemente ocupará un largo tiempo. Por lo mismo, permítasenos un breve rodeo antes de retomar el hilo de lo que aquí se analiza.

La primera cuestión a tener en cuenta es que las diferencias entre ambos, en gran medida, recogen un conflicto que ha aquejado históricamente a la derecha, y cuyos elementos son, de un lado, la conciencia de la necesidad de contar con una organización política que discipline y conduzca al sector y, de otro, la ancestral resistencia o reticencia del sujeto de derecha a subordinarse a decisiones colectivas y su preferencia por el independentismo ordenado tras figuras individuales. La UDI representa el “mundo de la necesidad”, mientras que el lavinismo le da una salida a las sensibilidades independentistas. Por cierto que esto es una fuente permanente de potenciales conflictos. Tanto más si el líder de los independientes no es independiente.

Un segundo aspecto del conflicto tiene que ver con los procesos renovadores que también ha debido – y todavía debe – enfrentar la derecha.

De por sí la UDI nació de uno de esos procesos, adquiriendo caracteres de una neoderecha. No obstante, por su génesis y desarrollo, es un partido que encuentra en su propio seno enormes dificultades para adaptarse a los tiempos. Además, su conocida intransigencia ideológica y política se retroalimenta del temor que le inspira el tradicional independentismo, individualismo y caudillismo que pervive en la socio-cultura derechista y que subyace como amenaza a la existencia o solidez del partido. Ese temor – políticamente racional y comprensible – le impele hacia acentuadas conductas autodefensivas y, por ende, a extremar las precauciones ante las presiones “externas” que le insinúan o convocan a renovaciones.

Lavín y el lavinismo han sido los cauces a través de los cuales la neoderecha ha podido incorporar renovaciones sin arriesgar el monolitismo ideológico y político de la UDI. Esta relación dicotómica, pero a la vez funcional, ha sido bastante bien administrada, aunque no sin algunos costos para la credibilidad de Joaquín Lavín.

Samuráis peligrosos

Sin embargo, la emergencia de los samuráis como cabezas del lavinismo le dio al conflicto una dimensión diferente. Insinuó la posibilidad que pudieran, a la postre, erigir un discurso “renovado” para los fines electorales con una consistencia y organicidad superior y que contradijera o discrepara, en un nivel más elevado de competencia, con la discursividad de la UDI.

En suma, el conflicto entre la UDI y el lavinismo – que de funcional puede derivar en conceptual -, lejos de quedar zanjado con los samuráis, tendió a subir de tono, pues éstos, de una u otra manera, amenazaban con darle más consistencia y más rango político al fenómeno lavinista.

Quizás, la primera manifestación significativa de esta conflictividad haya sido el nombramiento del senador Jovino Novoa como presidente de la UDI.

Fue una decisión que no pudo haber dejado contentos a los samuráis. En reemplazo de un “duro” como Pablo Longueira, les instalaron como interlocutor a otro legendario “duro” y, además, “doctrinario”. Ese hecho tiene que haber sido todavía más urticante para los samuráis por la situación personal en que se encuentra Jovino Novoa a raíz del “caso Spiniak”. Política y comunicacionalmente era obvio que lo más aconsejable era mantenerlo distanciado del líder y de su equipo íntimo. La UDI, fiel a su estilo autodefensivo, optó por lo contrario: acercarlo al líder e integrarlo al grupo dirigente del lavinismo. El mensaje era más que claro: la UDI está primero.

De ahí en adelante el diseño de Estado Mayor suprapartidario (samuráis) empezó a diluirse inexorablemente.

Frustraciones y giro estratégico

Imposibilitados de ejercer como Estado Mayor, el prestigio de los samuráis quedó sujeto a su capacidad para elaborar una estrategia que evitara el estancamiento o deterioro de la popularidad de Lavín y, a la par, superara los crecientes síntomas de desafección hacia su figura que se hacen notar en las esferas socio-culturales y elitarias de la derecha.

El desafío no era ni es menor, pues no se le había planteado al lavinismo. No tiene una experiencia acumulada en tal sentido. Y lo que es peor, la experiencia acumulada no sirve para esos propósitos y es muy difícil de revisar y corregir, merced a su larga práctica y éxitos en el pasado.

En efecto, la gran ventaja política y político-comunicacional que tuvo Joaquín Lavín en las últimas elecciones presidenciales fue la de contar con un incondicional y activísimo apoyo de las elites de la derecha y de los grupos socio-culturales altos. Liberado de la tarea de conquistar o movilizar a esos conjuntos, pudo dedicarse de lleno y sin cortapisas a la seducción de los estamentos bajos de la sociedad.

Pero el escenario ha cambiado. Sus devaneos populares y populistas le fueron restando credibilidad y confiabilidad en los sectores altos y en las elites. Eso por un lado. Por el otro, el abuso de una misma estrategia comunicacional “popular” y la reiteración hasta la majadería de un estilo simplón e ingenuo ya no le reditúa, como antaño, en los estratos pobres. Es decir, el “lavinismo histórico” se ha agotado como estrategia y la nueva estrategia debe conciliar una discursividad dirigida hacia lo popular con una discursividad que vuelva a movilizar a los grupos altos y a sus elites.

El “modelo Haití”

Los samuráis intentaron experimentar la nueva estrategia con el viaje a Haití. Supusieron que con esa operación se conjugaban los dos mensajes requeridos para satisfacer, simultáneamente, a las clases altas y a las bajas: el de Lavín “estadista” y el de Lavín pueblo-espectáculo (Marlene Olivari). Pero no funcionó: demasiado grotesco para las clases altas y demasiado evidente en sus intenciones para las clases bajas.

Insistieron con el modelo, introduciéndole modificaciones. El viaje a Moscú ofreció un espectáculo moderado (paseo por la Plaza Roja) y persistió en la imagen de “estadista”. Tampoco funcionó: los mensajes terminaron siendo anodinos.

Las responsabilidades por las frustraciones del modelo recayeron en los samuráis y, de paso, fortalecieron a quienes desde dentro y desde fuera de los samuráis pugnaban por un vuelco más radical en la estrategia, que consiste, resumidamente, en abandonar, al menos por ahora, los espectáculos mediáticos y enfatizar en las actuaciones de Lavín como político y estadista, a través de proposiciones alternativas a las del gobierno y que tengan, a la par, el mérito de impactar en lo popular.

En ese marco se insertan, entre otras, sus propuestas sobre el problema de suministro de gas con Argentina (castigar a ese país comercialmente), sobre el Servicio Militar Obligatorio (hacerlo voluntario y con estímulos económicos) y, recientemente, sobre el royalty (reemplazar el proyecto por un aumento de patentes y destinar los recursos a las comunas y regiones mineras)

Ese giro estratégico terminó de ponerles lápida a los samuráis, puesto que para el Lavín político y estadista se requiere una relación fluida con los partidos y parlamentarios, sin intermediaciones y sin asesoramientos paralelos que siempre conllevan a confusiones y entuertos.

El lavinismo en fase experimental

El despido de los samuráis, en consecuencia, debe entenderse dentro del cuadro experimental que está viviendo la derecha, producto de la mutación del líder y de un reacomodo estratégico con miras a las elecciones presidenciales.

Seguramente la nueva estrategia se verá afianzada. Después de algunas pruebas con poco rédito, su aplicación en el tema del royalty ha sido evaluada como exitosa por la derecha y, en realidad, le produjo efectos positivos. Merced a esa evaluación, naturalmente van a insistir en ella.

Sin embargo, derecha y lavinismo tendrán que seguir experimentando, fundamentalmente por dos razones.

Una primera razón es que, si se omite el asunto del royalty y se observan todas sus propuestas de “estadista”, lo que se devela es que todavía son poco convincentes para los fines de “reencantar”, de apasionar otra vez a las clases altas y a sus elites.

De un lado, porque son siempre reactivas y sus formas de presentarlas semejan a un remedo infantil, a la manera del clásico “monito mayor”. Y de otro lado, porque son simples incursiones, muy temporales, en el plano elevado de la política y que no sobrepasan la condición de mero discurso. Son más bien “cuñas”, como le dijo el Presidente Lagos, que no trascienden y que incluso para sus partidos y parlamentarios resultan difícil de agendar.

Y una segunda razón es que Lavín sin lavidiniadas no es el “fenómeno Lavín”. Por esa senda marcha a su conversión en “político”, con lo cual arriesga perder votantes entre la ciudadanía socio-culturalmente más precarizada. En los afanes por frenar las desafecciones de las clases altas, la nueva estrategia, descuida esos universos que han sido decisivos para la configuración de la fuerza electoral del lavinismo y que por características intrínsecas jamás se les puede considerar como votantes cautivos

Si tuviera que sintetizarse el dilema en que se encuentra la candidatura de Lavín habría que exponerlo de la siguiente manera: cómo ser “derecha popular” sin lavidiniadas