Sección: Temas sectoriales: Diagnósticos y propuestas
Reflexiones para un nuevo regionalismo
Pablo Salvat
Estamos en un momento en que se requiere dedicar parte de nuestros esfuerzos mancomunados a reinventar un regionalismo para el nuevo siglo. Uno que, tomando en cuenta los cambios en el escenario mundial, reafirme su vocación de trabajar en conjunto para renovar la esperanza en que es factible una vida mejor para todos sus habitantes. Es posible y moralmente obligatorio encaminar nuestros esfuerzos personales, cooperativos e institucionales, en función de una sociedad en la que quepan todos, como nuevo horizonte del bien común que necesitamos. El regionalismo conocido hasta hoy, en particular en los últimos años, ha estado enmarcado en un contexto mayor.
Ese contexto es el de una modernización globalizante que, bajo la égida de una forma de ver las cosas puestas como pensamiento único, ha intentado poner al conjunto de nuestros países en una cierta sintonía de medidas, acciones, leyes e instituciones que, de un modo u otro, forman parte de disposiciones que se recomiendan a todos los países.
Los impulsores han sido los gobiernos, secundados a veces por los parlamentos. Para los ciudadanos no ha sido muy claro el significado de la regionalización. Sí, a nivel de lo público, el proceso ha tenido un signo marcadamente economicista. Dejemos de lado ahora si era bueno comenzarlo por ahí o no. Sabemos que las resultantes y la dirección de las modernizaciones no son neutrales, sus orientaciones han dejado en el camino a muchos ciudadanos y ciudadanas, lo que ha implicado a veces un gran costo social.
Se puede reconocer al menos que el proceso iniciado hace años ha ido sembrando una semilla, la de la conciencia de su importancia y necesidad, como lo ha subrayado el profesor Gerardo Caetano, experto en el tema. La ambivalencia y ambigüedades del proceso modernizador no podrán dejar de afectar la construcción del regionalismo realmente existente. Y si a nivel de nuestras sociedades percibimos un malestar, una distancia o esquizofrenia entre los logros publicitados del proceso por un lado y la percepción de la subjetividad de la sociedad por el otro -expresado con más o menos violencia a veces – es pensable que esta situación afecte la marcha de la regionalización en la actualidad. El fenómeno es más profundo de lo que parece. ¿Qué espíritu nos anima como ciudadanos frente a nuestras sociedades y frente a la región? ¿Quién habita nuestra mente y corazón? Constatamos que tenemos pocos puentes de entendimiento y coincidencia entre un mundo que parece caminar enteramente sobre sus propios pies y nuestro espíritu. Ese mundo nos queda, como señalara un gran novelista, ¿ancho y ajeno?. Hay que reflexionar sobre las experiencias realizadas y aprender de ellas. Pero también sobre el actual espíritu del mundo y cómo ese espíritu contamina el regionalismo de viejas herencias y del presente modernizador.
El presente y futuro nos piden recrear el espíritu del regionalismo realmente existente. Ponerlo al servicio de las mayorías ciudadanas, no sólo desde procesos desde lo alto de expertos y gobernantes, que parece girar en torno a la circulación de productos y mercancías, y al mismo tiempo detiene al otro en la puerta de cada frontera y desconfía de él. Requerimos actuar.
Pero hacerlo no sólo desde el cálculo pragmático siempre pertinente, sino desde cierto diagnóstico y ciertos principios u orientaciones normativas para el entendimiento e intercambio mutuo, la cooperación y el diálogo permanente. En el presente valoraciones, normas o principios de acción, fines, sean personales o institucionales, no vienen desde lo alto ni tampoco son homogéneos entre sí. Entre sociedades con tradiciones propias y pluralismo, tenemos que buscar entre todos qué valoraciones, qué normas más generales pueden servir como conectoras para la toma de decisiones.
No es algo fácil resolver el llamado a la ?tica que entre a tallar. Además hay que tomar en cuenta que en ella hay que mirar al menos dos lados: por una parte, lo referido a nuestros comportamientos y conductas; por el otro, que la evaluación o juicio de valor no se agota en lo que hace cada sujeto. También es posible y necesario someter a raseros normativos las conductas de las propias instituciones que nos vamos dando.
Quizás el eje de la acción regionalista tendría que estar centrado en la lucha contra la desigualdad histórica que ha caracterizado a nuestros países. Un regionalismo para luchar contra las desigualdades en todos los planos y de manera sostenida en el tiempo. Porque también de eso se trata la cooperación entre nosotros: no sólo facilitar el andamiaje jurídico y la circulación de productos-mercancías, o de modificaciones al medio ambiente, exportaciones e importaciones, sino coordinarnos desde otro ethos u horizonte ético. Sí, eso necesitamos.
No asumir esta situación llevar? a tener sociedades dualizadas hacia dentro y fuera. Y esa dualización no augura nada bueno para el futuro de las nuevas generaciones o los más desprotegidos o despreciados. Como tampoco para el porvenir de nuestro hábitat natural. Para iluminar esta larga batalla, necesitamos reinventar entre todos algunos focos orientadores de las decisiones y discusiones de políticas en el espacio de integración regional. O, dicho de otra manera, preguntarnos también qué tipo de integración queremos.
Si colocamos como uno de los focos principales en la tarea integradora regional abordar la desigualdad, lo hacemos desde una propuesta ética que propone colocar entre sus artículos más importantes el reconocimiento de todo otro como sujeto de derechos y digno per se; una idea de justicia social, transfronteriza; y, al mismo tiempo, una nueva ética de la responsabilidad que tome en cuenta las generaciones no nacidas aún y el destino de la misma naturaleza entre nosotros.
Este horizonte puede ir articulando la experiencia histórica acumulada en sus expresiones diversas, desde la base, los movimientos sociales y más allá de las cúspides. Esas experiencias muestran que otro regionalismo es posible. Pero para que ello sea factible no es suficiente su expresión institucional, con ser muy importante. Hay que interrogar el espíritu que habita las instituciones -regionales – y, si es preciso, recrearlo.
No basta compartir la emoción y el sentimiento. Necesitamos comunicar, acción comunicativa para persuadir/convencer a los distintos involucrados. Una política deliberativa y compartida, desde los distintos lugares que habitamos. Tenemos que marchar, entonces, hacia un nuevo regionalismo desde una nueva gramática ciudadana.
Pero para eso tenemos que creer en lo que creemos ya en primer lugar. Dibujar acciones y coordinaciones, firmas y pactos, desde la necesidad del reconocimiento, la justicia y la responsabilidad. Saber y compartir qué podría significar aquello. Hoy, sin embargo, el espíritu de los tiempos parece indicarnos que estamos caminando en el gran desierto, en el gran desierto del gran profeta-Dios: el momento de la prueba, la dura prueba cuando parece que no hay más luz, que nos sentimos abandonados incluso de las propias fuerzas para creer.
Quizás esos son los tiempos en que vive el regionalismo de hoy. En mitad de la noche podemos con todo desde el compromiso firme y leal de cada uno de nosotros, desde las experiencias animar el vuelo del amanecer que se forja paso a paso, día a día. Porque como ya fue dicho hace un tiempo, la esperanza en algo que se ve, no es esperanza.
(Síntesis de la presentación ante el tercer foro ¿Argentina: estrategia país en el
marco de la integración regional y el mundo globalizado?, Pablo Salvat, filósofo).