Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Renovación Nacional: el regreso de los vencidos

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Junio 2001

El exitoso y publicitado retorno de los liberales, encabezados por Sebastián Piñera y Andrés Allamand, a la conducción de Renovación Nacional, responde a un proceso de carácter orgánico y estructural. No es resultado sólo de cuestiones coyunturales y sobrepasa los lindes de las dinámicas internas de ese partido y de la Alianza por Chile.

De un tiempo a esta parte son muchos los signos y señales indicativos de que en Chile se ha inaugurado la era post Pinochet, un período en el que los temas de la transición no sólo han perdido centralidad sino que han sido subsumidos por otros problemas. El nuevo ciclo que se inicia está marcado por cambios radicales que van desde transformaciones en las conductas de las instituciones (v. gr., Poder Judicial, FF.AA), hasta nuevas expresiones societarias (v. gr., presencia de una generación juvenil culturizada sin referencias al régimen militar o a la transición.)

Los retrasos en la política y los partidos

La política, en general, y los partidos políticos, en particular, son los momentos que más lentamente han percibido los cambios y, por lo mismo, los que más han demorado en readecuarse. Incluso, aun cuando detectan las transformaciones se encuentran con serias limitaciones para acomodarse a ellas. Y esto, básicamente, por dos razones.

En primer lugar, durante alrededor de un cuarto de siglo la política chilena se desenvolvió en situaciones excepcionales – régimen militar y transición – ambas, a la vez, y precisamente por esa cualidad de excepción, muy intensas, muy sobredeterminantes, muy condicionantes de las formas y contenidos de la actividad política. Fueron etapas que reeducaron profundamente a los partidos y a sus actores y en las cuales lo excepcional se volvió habitual. De allí que, normalizados, en lo substancial, los entornos políticos, las instancias de la política han debido pugnar contra sus propias inercias, fraguadas y desarrolladas en fases excepcionales, para volver a actuar dentro de marcos normales.

Y en segundo lugar, y vinculado a lo anterior, durante los dos períodos mencionados, la política y los partidos, en términos gruesos, se autonomizaron en exceso respecto de los movimientos que se gestaban y desplegaban en las otras esferas de lo social. Es efectivo que en estos períodos hubo un proceso de elitización de la política que se tradujo en una suerte de suplantación de los partidos y de las lógicas asociativas que estos entrañan por pequeños círculos de poder y por relaciones privadas. Fenómenos que no fueron producto de decisiones premeditadas y arbitrarias, sino que reflejaban la excepcionalidad de las etapas y que se impusieron por la insoslayable – a veces – necesidad histórica, pero que redundaron en ciertas incapacidades para leer lo que ocurría fuera de esas esferas y en limitaciones para interlocutar con la infinidad de espacios societarios que se generan en sociedades más heterogéneas.

Esta suerte de enajenación, de encapsulamiento que ha afectado – y que todavía afecta – a los partidos chilenos y que induce a que muchas de sus decisiones, prácticas, discursos, no tengan organicidad con relación a las mecánicas que dominan en la realidad, estuvo como sustrato en el conjunto de factores que a partir de 1997 parecieron marcar el camino hacia la extinción o aniquilación de la fracción liberal de RN.

La alternativa que eligió RN para reemplazar el liderazgo de Andrés Allmand fue la del diputado Alberto Cardemil, quien oficiaba como jefe de una tendencia denominada “nacional doctrinaria” y cuyo contenido y sentido es, hasta hoy, un misterio, salvo en el evidente añejamiento que trasunta la sola frase. ¿Era Alberto Cardemil y su nacionalismo doctrinario lo que requería RN para superar la crisis que se le había planteado como consecuencia del mal resultado electoral de diciembre del ’97? Cualquier elemental diagnóstico sobre los universos sociales y electorales hacia los cuales debía orientarse RN para competir de mejor manera con la UDI y con la Concertación, daba como respuesta un rotundo no. Pero se optó por Cardemil, porque primaron las introversiones partidarias, las pequeñas y sectarias políticas internas.

Que esa fue una típica decisión inorgánica, inconsistente, sin cálculos y reflexiones proyectivas, se encargaría de demostrarlo, paradojalmente, la contundente emergencia del lavinismo. En efecto, mientras RN virtualmente abominaba de su fracción liberal, la UDI, a través de Joaquín Lavín, recogía en lo medular, bemoles más bemoles menos, el estilo opositor y la discursividad de los liberales de RN, sorprendiendo a todos con su notable éxito electoral.

Liberales de RN: retorno inevitable

El regreso de los vencidos de ayer tiene bastante de una venganza de la política-historia y es demostrativo de que la política todavía está regida por matrices sociales y culturales más o menos estables y por procesos estructurales más o menos previsibles.

Era absurdo que en Chile no tuviera expresión significativa una derecha liberal, aunque sea a la manera criolla: con gusto a tecito simple. (Pero concedámosle el apellido de liberal sin cursivas) Es cierto que casi por antonomasia las derechas tienden a ser los partidos del orden y que, por lo mismo, tienden también a grados intrínsecos de conservadurismo. Pero desde que en el mundo occidental se establecieron sin contrapesos, la economía de mercado y los valores y prácticas del pensamiento demoliberal, fracciones de las derechas han evolucionado hacia posiciones más integralmente liberales, asociando congruentemente libre mercado con mayores libertades personales y democracia con índices valóricos más plurales y tolerantes. Las derechas más inteligentes saben que son las propias modernizaciones que ellas impulsan las que conllevan a demandas colectivas más libertarias.

En Chile, como en todas partes, importantes núcleos sociales que adscriben espontáneamente a la derecha son, a su vez, cultores de un mayor liberalismo. De allí que fuera una absoluta distorsión el que la derecha no tuviera más expresión que la del neoconservadurismo de la UDI y la del viejo conservadurismo de los enigmáticos “nacionalistas doctrinarios”.

De lo dicho hasta aquí se desprende que el retorno de los liderazgos liberales a RN era una posibilidad abierta desde siempre. De lo contrario, al poco andar se habría tornado un partido inviable o marginal. Síntomas que se venían manifestando y agudizando desde 1999. ¿Pero por qué ese hecho se produjo hoy y no ayer o mañana?

Si bien la política continúa sujeta a fenómenos y procesos socio-económicos y culturales de orden estructural, éstos sólo definen tendencias generales. Los actos políticos concretos, aun inmersos en racionalidades históricas, dependen también de otros factores menos objetivables, más temporales y casuales.

La colaboración de Longueira y de la UDI

El trabamiento de las negociaciones para las elecciones de fin de año fue un elemento precipitador de los acontecimientos que facilitó la reinstalación de los liberales a la cabeza de RN. Un trabamiento que no era por simetría de fuerzas, que no resultaba de un empate en las negociaciones. La UDI hacía pesar todo su poderío: su persistente ascenso electoral, su favoritismo en las encuestas, el disponer de un incuestionado candidato presidencial, el contar con alcaldías en municipios electoralmente muy relevantes, etc. Poco podía oponer RN a ese poderío: un partido sin personalidad, en fase de declinación electoral, sin figuras nacionales competitivas, desanimado, con silenciosas deserciones, etc.

¿Cómo había llegado RN a esa situación de tanta debilidad ante la UDI?

Porque el diputado Alberto Cardemil y su equipo, con la complicidad de la UDI, habían socavado o exiliado de RN las mayores ventajas comparativas que ostentaba ese partido: a sus figuras liberales, sus discursos y políticas. Por cerca de dos años le habían cedido a la UDI la primacía al seno de la derecha, y habían facilitado que el lavinismo les arrebatara el estilo no confrontacional característico a RN de Andrés Allamand.

La de Cardemil había sido una victoria pírrica frente a sus adversarios internos, fruto de una política sin visión, y que una vez consumada lo dejó desarmado para enfrentar a sus adversarios dentro de la alianza. Por consiguiente, reforzar al partido para las tratativas con la UDI y devolverle el poder interno a los liberales eran una y la misma cosa.

Es injusto acusar exclusivamente a los afanes hegemónicos de la UDI de la crisis que vivió la derecha. En realidad, los ex dirigentes de RN le allanaron el camino al diputado Pablo Longueira para intentar una dura negociación parlamentaria que se condijera con su estrategia de debilitar a RN al punto de forzarla a aceptar su sueño de crear un solo partido de derecha, el Partido Popular, y cuya mayoría de acciones – ergo, su propiedad – ya tiene adquirida. Y Pablo Longueira no es un personaje que deje pasar las buenas oportunidades. Claro, tampoco son frecuentes en él los errores, pero esta vez cometió uno de envergadura. Extremó en demasía su dureza con RN, hasta un punto muy cercano a un sadismo humillador, provocando como reacción un redespertar del orgullo y del chovinismo partidario, la reinstalación en la jefatura de RN de sus más calificados adversarios y, de paso, causó la postración de quienes habían sido los dirigentes de RN más funcionales a sus propósitos. Los liberales de RN tuvieron en Pablo Longueira un inesperado aliado.

Incógnitas y repercusiones

Insistiendo en lo sostenido al principio de este artículo, los recientes acontecimientos protagonizados por RN responden a readecuaciones de la política y de los partidos a los nuevos escenarios que se gestan en la era post Pinochet y sus alcances sobrepasan los márgenes internos de la colectividad y tenderán a repercutir en el conjunto del arco político.
Por cierto, forman parte de procesos todavía inconclusos y cuyas dinámicas tampoco son enteramente previsibles.

Una primera incógnita que cabe plantearse es si el retorno de los liberales a la conducción de RN implica que definitivamente ese partido va a mantenerse más o menos homogéneamente por la senda que postulan sus actuales dirigentes. La cálida y alegre acogida que les brindaron los integrantes de RN es un dato que debe considerarse con cautela. En términos de conducción interna, el partido se encontraba al borde de la debacle y con la sensación de encontrarse próximo a una crisis catastrófica. Con tal situación y sentimientos era fácil que se extendiera un clima propicio para que los nuevos dirigentes fueran recibidos con el jolgorio y la esperanza que se recibe a los salvadores. Pero de ahí a que el partido se homogenice en torno al discurso liberal hay una enorme distancia y toda ella plagada de dudas. Evidentemente que estas dudas recién empezarán a disiparse con claridad después de las elecciones parlamentarias.

Una segunda interrogante surge del siguiente considerando: por lógica política – y confirmada por declaraciones del actual presidente – RN no puede renunciar a trabajar para levantar su propia precandidatura presidencial. En el pasado, las competencias de esa naturaleza entre RN y la UDI los llevaron a conflictos escandalosos y que no llegaron a mayores porque ambas colectividades sabían que realmente no tenían opción de transformarse en gobernantes. Pero es probable que para el 2006 esa opción sí exista. Bajo esas circunstancias, ¿serán capaces ambas colectividades de llegar a acuerdos para dirimir la competencia y sobre todo para respetarlos?

Por lo demás, esta es una competencia implícitamente ya abierta, ante que todo, porque para RN Joaquín Lavín, hoy por hoy, no es su candidato presidencial. Por otra parte, la prescindencia que ha adoptado Joaquín Lavín en materia de negociaciones parlamentarias, pese a las solicitudes que al respecto le formulara RN, le ha recordado a este partido dónde milita el alcalde de Santiago, peor aún, le ha confirmado la sospecha de que las intenciones hegemonizantes tras las posiciones de la UDI en las negociaciones electorales contaban con la anuencia de Joaquín Lavín.

Por último, Sebastián Piñera ha sido enfático en señalar que la responsabilidad de un dirigente político opositor es colaborar y dar respuestas hoy, y no en cinco años más, ante las situaciones críticas que afectan a la economía nacional y al empleo. A todas luces ese es un ataque a la actitud de Lavín que ha escogido como estrategia devenir en una suerte de refugiado político dentro de las fronteras de la Municipalidad de Santiago.

Una tercera interrogante alude a qué virajes estratégicos va adoptar la UDI y el lavinismo ahora que Sebastián Piñera ha vuelto a levantar, de facto, la política de los acuerdos. Con ella no sólo contradice

la política de endurecimiento opositor de la UDI, sino que también deja en muy mal pie a Joaquín Lavín pues lo obliga a decidir entre plegarse a ella, no siendo él el conductor – y tampoco el Gobierno le va ceder la condición de principal interlocutor -, o se arrima más a la política de su partido o se guarece en el cosismo alcaldicio que hasta ahora no parece ser muy abundante.

Pero también en la Concertación tendrá repercusiones el cambio de mando en RN. La más inmediata puede ser en el campo electoral. Si efectivamente Piñera ordena a Renovación Nacional y la embulle de su política, de su estilo, de su impronta se le generaría una alta posibilidad de empezar a incubar en Chile el primer partido de la era post Pinochet, en el sentido de que tendería a romper el persistente alineamiento ciudadano entre quienes fueron pinochetistas y antipinochetistas.

Es claro que ese alineamiento se ha roto en más de una elección, lo que se hizo patente en las últimas elecciones presidenciales. Pero, esos traspasos han tenido dos características: no han sido plenamente captados por alguna corriente política y/o correspondían a votantes provenientes fundamentalmente de estamentos sociales bajos o muy bajos y de formación cívica y cultural muy precaria.

En cambio, Sebastián Piñera puede hacer que esos traslapes sean de rango orgánico, permanentes, puede transformar a RN en un partido atractivo para núcleos de sectores medios, que fueron opositores a la dictadura y que han estado entre las bases electorales permanentes de la Concertación. Es decir, puede penetrar no a los márgenes del electorado concertacionista sino hasta algunos de sus círculos interiores.

Una segunda repercusión más global – dentro del marco de las hipótesis – podría ser la consolidación de un liberalismo transversal – emulando la convocatoria Schaulsohn-Allamand -, con expresión en una bancada senatorial, fortalecido por cuerpos intelectuales también transversales y amparado ni más ni menos que por la jefatura de un partido.

Se hagan o no realidad estas hipótesis, el efecto ya mensurable del cambio de mando en RN es que en la derecha ha reemergido un liderazgo y una interlocución distantes de la trivialidad política del lavinismo y de las obcecadas miradas de la UDI y que debería redundar en un pronto mejoramiento de la calidad de la política nacional.