Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
"Revolución" modernizadora y terrorismo moderno
Antonio Cortés Terzi
Robespierre
Es muy probable que los luctuosos acontecimientos del 11 de septiembre de este año en las ciudades norteamericanas de Washington y Nueva York marquen un hito histórico en cuanto a la manera que la humanidad comience a percibir la modernidad y la globalización y en cuanto a pensar la sociedad contemporánea occidental.
En términos histórico-estructurales en nada substancial ha cambiado el proceso modernizador mundializado, ni es previsible que cambie en plazos mediatos. Pero es innegable que las apreciaciones acerca de tal proceso han entrado en una franca fase de revisión que incluye tanto a sujetos individuales como a instituciones de toda índole y de los más variados alcances.
Si es imaginable corpóreamente una conciencia universal, habría que imaginársela hoy en estado de reflexión y meditación.
Desconocimiento de lo global y de lo moderno
Mucha falta le hacia al mundo occidental detenerse a reflexionar y a meditar sobre sus preciadas construcciones modernas y globales. Lo pudo haber hecho antes, pero estaba demasiado ocupado festejando sus éxitos, demasiado ensoberbecido por la idea de que el fin de la historia era el principio de una inexorable e infinita historia de bienestar, demasiado convencido de que disponía de la fuerza y de los tiempos necesarios para arreglar los problemas naturales y menores que acarreaba la modernidad y la globalidad.
Y debió haberlo hecho antes porque eran innumerables los anuncios de que algo andaba mal en el mundo.
El Presidente de los Estados Unidos definió los atentados sobre Nueva York y Washington como “actos de guerra”. Pues bien, Desde Karl von Clausewitz sabemos que: ”La guerra nunca estalla súbitamente ni su propagación se produce en un instante”, que la guerra resulta de la acumulación de acontecimientos previos.
La modalidad terrorista de la guerra irregular no nació el 11 de septiembre del 2001. Ese día marcó una diferencia, sin duda, por el uso de aviones comerciales y por el simbolismo del país y de los edificios atacados. Pero en lo esencial reprodujo experiencias conocidas: comandos suicidas, blancos civiles, desprecio e indiferencia absoluta por el volumen de daños y de muerte, etc.
“La acumulación de acontecimientos previos” y la información previa hacían previsible, al menos en el plano hipotético, una escalada mayor de la guerra terrorista. El periodista del Washington Post, Richard Cohen, escribió: “Esta ´guerra’ que Busch insiste en mencionar no empezó esta semana. Comenzó incluso antes que 241 marines norteamericanos fueran asesinados en el Líbano en 1983” (*La Tercera*, 16 de septiembre)
El punto fundamental, sin embargo, no es la falta de previsión técnico-militar. Y tampoco es lo fundamental, aunque sí más grave, la falta de políticas y acciones contra la infinidad de grupos armados o ejércitos irregulares dispersos por el orbe, que disponen de alta preparación, de moderno armamento, de un pensamiento anti estatus por antonomasia y para los cuales la guerra es su forma normal de existencia y de subsistencia.
En definitiva, lo fundamental es la carencia de un veraz conocimiento y comprensión acerca de lo que es el mundo moderno y global. El terrorismo actual, los terroristas y sus actos son tan expresión de la modernidad y la globalidad como la comunicación satelital.
El terrorismo: una realidad moderna y globalizadora
Salta a la vista que los atentados sobre EE.UU fueron perpetrados con lógicas e instrumentos de la modernidad tecnológica: manejo del espacio aéreo, capacidad técnica, sistemas de comunicaciones, etc. El talentoso y agudo intelectual español Fernando Savater nos da luces sobre otra prueba de modernidad presente en esos sucesos, ahora en el plano de uno de los baluartes discursivos de la modernidad capitalista: “El terrorismo patrocinado por un millonario fanático es también un triunfo siniestro de la sacrosanta iniciativa privada” (*El País*, España, 13 de septiembre)
Y qué duda cabe de su carácter globalizador: se supone que el atentado fue decidido en las montañas de un país del Asia meridional, planificado en un país europeo, ejecutado en Norteamérica y por individuos originarios de distintos países. La organización terrorista a la que se le responsabiliza no tiene bandera ni territorio. ¿Esta transnacionalidad no es un aspecto propio y común a los fenómenos globalizados?
Modernidad y globalización: ni unívocas ni unidireccionales
Los discursos oficiales más difundidos y ostensiblemente hegemónicos nos hablan de un concepto unívoco de modernidad, traducible como sinónimo de continuo progreso y uniformemente realizable en todas las latitudes. Nos hablan de un devenir histórico exento de conflictividades intrínsecas significativas (de ahí la tesis acerca fin de la historia y uno de los porqué de la desvalorización de la política) Según los mismos discursos, los conflictos significativos en el mundo contemporáneo estarían explicados y reducidos a la pervivencia de momentos premodernos que resisten o chocan con lo moderno. O sea, las conflictividades significativas en el universo actual serían causadas por razones externas a lo moderno.
En definitiva, se concibe lo moderno como una suerte de mundo cerrado, sin nexos orgánicos con lo premoderno y, por ende, inocente de las conductas sociales que allí se engendran.
Visión flagrantemente contradictoria con el otro gran fenómeno contemporáneo: la globalización. ¿Qué es la globalización sino la expansión universal de la modernización y que se torna posible, precisamente, merced a los instrumentos de lo moderno?
La globalización es la mundialización de lo moderno. Lo que los liderazgos occidentales no quieren o les cuesta aceptar es que la modernización incluye una modernidad pobre, marginal, contestataria, pero igualmente moderna. Lo premoderno virtualmente ha dejado de existir como realidad autónoma y ha sido reacondicionada, reconfigurada, por la globalización modernizadora. Por ejemplo, en los lugares del África Negra donde todavía predomina la organización tribal, las tribus, cuando combaten entre sí, no lo hacen con lanzas, sino con sofisticados fusiles automáticos. La impronta de la modernización subyace en todos o casi todos los conflictos relevantes presentes en el orbe.
La modernización, por consiguiente, es en sí un proceso que incluye conflictos significativos. Y no sólo eso, su expansión hacia áreas receptoras de modernizaciones crea conflictos significativos, en algunos casos, o agudiza, modernizando, conflictividades relevantes y preexistentes, en otros casos.
Hasta antes que la humanidad entrara en la etapa post socialismo, en las áreas o países de modernidad inducida, de recepción pasiva de la modernidad, los conflictos que allí se presentaban tendían a ser subsumidos y controlados por la contradicción mayor entre los dos macro bloques en disputa y, como consecuencia de ello, las manifestaciones sociales o bélicas de los conflictos se acotaban geográficamente, localmente. Es decir, el conflicto global entre los bloques se desplazaba desde los centros de poder para realizarse materialmente en áreas limitadas y alejadas.
Concluida esa etapa, lo que ha sucedido es que los conflictos focales, merced a lo moderno y a lo global, tienden ahora también a seguir el camino inverso, esto es, a desplazarse hacia los centros de la modernidad, al menos en algunas de sus manifestaciones. La globalización ha dejado de ser unidireccional, si alguna vez lo fue, es decir, no consiste sólo en el traslado desde los centros avanzados del capitalismo de sus productos, su tecnología, sus costumbres, sus discursos políticos y culturales, sino también en el retorno hacia esos centros de los problemas de los países receptores de todo aquello, empezando por el más visible y conocido, las migraciones, y terminando con el más funesto, la violencia extrema.
En tal sentido, se puede decir que el 11 de septiembre del 2001 fue una irracional y sangrienta advertencia: modernizar y globalizar al mundo es un afán complejo y riesgoso, que requiere de más cuidados y cautelas de los que se habían tenido y que los costos que implican, especialmente para las naciones pobres, o los asume el mundo que lidera tales procesos – ojalá con la misma prontitud, con el mismo gigantesco esfuerzo y con recursos similares con los que ha asumido la “guerra contra el terrorismo” – o se corre el riesgo de perpetuar amenazas que pueden alterar radicalmente el devenir de la civilización.
Peligros involutivos
En efecto, todavía es prematuro prever todas las consecuencias que acarrearán los atentados en Nueva York y Washington y las réplicas que se esperan de EE.UU y sus aliados, no obstante sí existen suficientes señales como para temer la posibilidad de alteraciones importantes e involutivas.
• En primer lugar, se ha incrementado la factibilidad de una recesión mundial aguda, acompañada, además, de un encarecimiento del comercio mundial debido a los controles y medidas de seguridad, lo que podría repercutir en un empeoramiento de las economías frágiles, como las latinoamericanas, y, por consiguiente, en un aumento de la conflictividad social y de la inestabilidad política.
• En segundo lugar, es evidente que se ha puesto en duda la eficacia del ordenamiento institucional mundial para los efectos de resolver los problemas que emergen de la globalización pos guerra fría.
• En tercer lugar, las condiciones internacionales creadas y por crearse puede inducir a la tentación de que la perenne contradicción entre los binomios democracia/ libertades individuales y seguridad nacional/orden social tienda a resolverse privilegiando elementos del último en desmedro de los valores del primero. Las evidentes coacciones a la libertad de prensa son ya un testimonio de los primeros sacrificios democráticos en pro de las necesidades de la guerra.
• En cuarto lugar, la tendencia anterior, sumadas a otras medidas, puede provocar que se incentive el desarrollo de una suerte de neoestatismo económico (“justificado” por el “estado de guerra”) que frene o limite los procesos de liberalización de mercados nacionales e internacionales.
• En quinto lugar, si se suman los puntos señalados y se les agrega el hecho de que en la población globalizada existen hoy fuertes temores y sentimientos de inseguridad, es enteramente sostenible la hipótesis de que se podría estar ad portas de una revitalización del neoconservadurismo político extremo, especialmente en los países centrales, puesto que los miedos masivos y exacerbados alientan siempre la búsqueda de respuestas maniqueas y endurecidas.
Reivindicación del pensamiento social y la política-historia
Lo escrito hasta aquí tiene como premisa la convicción de que los sucesos analizados no se agotan en Osama Bin Laden o en los talibanes ni en el fundamentalismo islámico. No se les puede obviar, por cierto ni tampoco permitírseles impunidad. Pero el gran tema es la conflictividad que engendra el nuevo mundo global y moderno.
A lo largo de la historia, toda transformación radical trae aparejada conflictos sociales y culturales álgidos, dramáticos, desordenadores y desorientadores. Y trae aparejada víctimas, rebeldes y violencia. En nombre de esas víctimas y rebeldes siempre han aparecido minorías iluminadas, vanguardistas e ideologías maximalistas, sustraídas de religiones o filosofías, habitualmente, respetables. Hoy, citando el Corán, ese papel se lo asignaron fracciones musulmanas. Pero pudieron ser – y podrían ser – otras fracciones y otras ideologías.
El mundo occidental creyó que la revolución modernizadora y global escaparía a esas leyes de la historia. Tal vez, porque la ha percibido fundamentalmente como una revolución de las cosas (máquinas, tecnologías, comunicaciones) a la que el ser humano y las sociedades sólo debían seguir resignada y alegremente, sin contaminarla con sus imperfecciones. Pero, precisamente, ha sido esa convocatoria a la pasividad humana ante la revolución globalizadora y modernizadora, la que no ha evitado o morigerado la violencia y la tragedia.
Ha sido característico de la revolución modernizadora y globalizadora el menosprecio por la reflexión crítica sobre sí misma y la devaluación de la política como actividad direccional histórica y trascendente. Claro está que el pensamiento crítico no ha desaparecido, pero, cual demente, se le ha encerrado en las academias – en rigor, en algunas academias – o se le ha ignorado como a un molesto niño en la edad inquisidora. Y la política ha querido ser reducida a técnica administrativa y a discurso comunicacionalmente eficiente, seductor de masas pasivas. Es una revolución, en definitiva, que se ha ido quedando sin previsiones y sin conducciones.
Es hora de pensar en que la revolución modernizadora y globalizadora es tan vigorosa, tan avasalladora, tan irruptiva, tan estremecedora y deconstructora de lo existente que dejada a su sola inercia, a la inercia de las cosas, abandonada de la mano humana, de la reflexión crítica, de la orientación histórica, nos puede conducir no a la globalización del mundo sino a su caotización, no a la modernización de la civilización sino a formas de existencia y de relaciones sociales regresivas.
¿Exagerado? Miremos entonces lo que ha estado ocurriendo en los últimos años en Europa central, en África, en territorios asiáticos. Miremos lo acaecido hace unas pocas semanas en las ciudades de Nueva York y Washigton. ¿Acaso no estuvieron, por algunas horas, sometidas al caos?
No nos confiemos en que los lados más oscuros de la modernidad no nos alcanzarán porque se ven distantes en los mapas. No olvidemos que hemos repetido hasta el cansancio que el mundo de hoy es una aldea global. Y menos podemos confiarnos en países como Chile en donde la modernización y la globalización entronizan conflictividades nada despreciables.
Las dinámicas modernizadoras y globalizadoras requieren ser previstas y orientadas en su integridad, puesto que tienen efectos integrales. Para ello es menester recuperar y reivindicar el valor de las reflexiones críticas, de las cosmovisiones, de los pensamientos, de los estudios de alcances históricos. Y también es menester revisar y corregir el concepto de política y de político moderno. Después del 11 de septiembre del año 2001 sería una estulticia seguir repitiendo que el oficio del político moderno consiste “en saber lo que la gente quiere” y que la política consiste sólo en resolver “los problemas concretos de la gente”. La verdad es que en el momento conflictivo en que se encuentra la modernidad y la globalidad, que son de por sí conflictivas, “los problemas concretos de la gente” están sujetos a tan enormes y múltiples variables que sus soluciones sólo pueden ser identificadas desde grandes ejercicios de abstracción, de generalidad y desde visiones universalizadas y de estadistas.