Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates
¿Será capaz el PS?
Osvaldo Puccio H.
La unidad por sobre los temas
El hecho de hacer dos momentos autónomos ratificó en cierto modo la intención de no dramatizar el Congreso con el tema electoral o más directamente dicho, con la disputa del poder. Ello habría sido plenamente logrado si efectivamente el Congreso se hubiese abocado a lo que su naturaleza indicaba. No fue, sin embargo, así. Se trató de un evento en que los grandes temas de la política, el gran debate acerca del futuro de la Nación, la Democracia y el proyecto socialista estuvieron y ausentes. Extremando las cosas, se puede afirmar que todos los temas relevantes para el socialismo y para determinar su rol, su función, su orientación y su forma de inserción en período estuvieron en lo sustantivo ausentes de la discusión.
Pero aquí justamente es necesario tener en cuenta que, si bien se trataba del primer Congreso unitario del PS desde el realizado en el año 1971, la importancia política de éste no residía tanto en los contenidos que habría de tratarse, como en hacer del mismo un acto de consolidación de la unidad partidaria recién lograda.
No se debe olvidar que este Congreso fue convocado como acto de legitimación y en ese sentido, más allá de los resultados de contenido, puede afirmarse por todos los sectores como un logro neto.
En términos reales el único tema exhaustivamente tratado – esto no dice de la forma cómo fue hecho -, fue el que se refiere a la relación PS-PPD. La forma de solución magnificada por la prensa y por algunos analistas, no es sino un claro caso de compromiso en que se deja la solución definitiva a la decisión de la dirección recién constituida, cuya correlación interna de fuerzas no está plenamente conformada, por tanto incluso el tema más discutido quedó como relativamente abierto.
El segundo tema tratado, el del Gobierno, fue muy superficialmente visto lo que no obstó, o más bien condicionó, la aprobación de los dos votos presentados que son distintos. Se optó así por una solución similar a la del tema PS-PPD. Ambos votos sobre el Gobierno, en todo caso, expresaron de modo nítido lo que fue el sentido común general del Congreso en orden a continuar la gestión socialista y por tanto privilegiar la Concertación como alianza única del Partido, independientemente de sus matices.
Esto tiene desde luego dos proyecciones. La una es la transformación muy sustantiva en lo ideológico del rol autoasignado de los socialistas como factor de cambio más allá de algunas rémoras y remembranzas retóricas. La otra, de carácter más práctico e inmediato, dice relación con las próximas elecciones municipales, a las que se quiere acceder con un mayor grado de consolidación y al mismo tiempo como parte sustantiva de un determinado proyecto político, la Concertación, por el que se ha hecho opción y que además es percibido como viable y promisorio.
La ausencia, por tanto, de definiciones sobre temas más estratégicos y doctrinarios tendrá consecuencias, sin duda, en la calidad, profundidad y certeza de la actual dirección. En todo caso ésta podría suplir tales carencias con la gran legitimidad de la que está provista y por la notable pluralidad de su composición.
Todo esto no resta fuerza a la afirmación de que el Congreso, sin embargo se esa su función política e institucional, dejó un debate pendiente que es aquel que los socialistas deber ir abriendo, ampliando y articulando en el futuro próximo.
Lo que sí es importante relevar son las señales emitidas por el comportamiento de los socialistas, lo que va mucho más lejos y a la esencia del problema que las conclusiones formales del encuentro.
La principal de esas señales es la clara y empírica constatación de una ruptura y distanciamiento entre la base partidaria y su dirigencia. Entre otras causas podemos buscar la génesis de este fenómeno en las dificultades de comunicación propias de un período clandestino, las que adicionalmente se acrecientan por la distancia geográfica entre la dirección exiliar, la dirección nacional y la base del Partido. Pero más allá de este fenómeno, propio por demás de muchas experiencias históricas similares, estamos adicionalmente ante procesos de desarrollo ideológico y cultural divergentes. Y vale la pena detenerse en este punto por la relevancia que tiene en el comportamiento actual del PS.
El primer debate en este sentido es la búsqueda de explicación del golpe de Estado. Sin duda las direcciones políticas buscaron, a fin de cuentas, explicar y racionalizar el golpe de manera distinta a como lo hace la militancia, la que más bien tiende a asumir negativamente la “agresión”, como algo externo y que corresponde a un paréntesis.
Más allá de la discusión y las formas como se explica a nivel direccional el proceso político, hay comprensiones divergentes entre las bases y las direcciones en el plano de la afectividad de la política, que van más allá de su racionalidad teórica. Esto tiene consecuencias en la visión sobre la naturaleza y las características de la dictadura y por tanto sobre la naturaleza, profundidad y permanencia – que es otra forma de decir reversibilidad- de las transformaciones emprendidas y logradas por el proyecto neoliberal.
Este elemento de diagnóstico no será irrelevante a la hora de marcar giros y emprender determinadas políticas, sobre todo a partir de 1986. En este aspecto, la evolución y la comprensión de las direcciones fue en lo grueso acertada y se compadecía con las características de la realidad, pero no es menos cierto que ello llevaba consigo un distanciamiento a veces agresivo de la propia base que no fue ni se sintió involucrada en el proceso de discusión, comprensión y aprendizaje.
El peligro de direcciones autorreferentes que apelaban sólo a la para ellos evidente dinámica de los acontecimientos, y bases con un alto grado de afectividad en la comprensión de los problemas y que se sentían arrastradas a determinadas políticas de manera inconsulta, más allá de reconocer con posterioridad su corrección, existió y tendió a cristalizarse.
El adentro y el afuera
Este distanciamiento tiene un segundo momento en la evolución ideológica de los distintos actores. Mientras la elite del exilio (las más de las veces con responsabilidades de dirección) se confrontó con realidades y problemas teóricos y prácticos de índole completamente nuevo, en Chile se extendió una provincianización cultural que no dejó de influir en el sentido común de vastos sectores. Es importante señalar en todo caso que, paralelamente a este proceso se generaron círculos dentro del propio país cuya referencia cultural de trabajo, de discusión, tenía una dinámica más parecida y con mayor comunicación con la realidad que vivían los socialistas en los centros culturales de Europa y América que con los propios procesos de conservación o, derechamente, de involución ideológica en Chile. No es del caso referirse aquí a los contenidos o características de los problemas en cuestión, sino simplemente señalar los problemas referidos a la identidad del y para con el Partido.
En este marco deben entenderse los procesos vividos por personas y grupos no provenientes del PS mismo, que fueron convergiendo con éste y determinaron de manera importante su discusión.
Aquellos que estuvieron ausentes de las dinámicas evolutivas de las elites tendieron a mantener su cohesión y existencia de “modo judaico”, esto es referido a su propio ser sufriente y agredido y a la vinculación con el propio pasado remoto e idealizado (pre 73). Se produjeron por tanto no sólo distanciamientos divergentes en el diagnóstico y en lo ideológico, sino también en la relación y la comprensión de la propia identidad.
Conservadores/hiperrenovados
Es en este plano donde estamos en presencia del fenómeno de mayor relevancia en el socialismo chileno y el que mayores complejidades conllevará en su superación. La forma y las visiones para afrontarlo dará en última instancia la clave de la unidad misma del proyecto socialista, lo que desde luego incluye la conducta hacia, desde y con el PPD.
Vistas así las cosas, en el largo plazo la contradicción renovados – no renovados es sólo la apariencia del fenómeno. El conflicto real está mucho más sobredeterminado por la forma y los ritmos para enfrentar las transformaciones del socialismo y más aún, por la opción de influencia cuantitativa en el socialismo y por tanto en la izquierda.
El punto en disputa es la capacidad que se le reconoce al PS para convertirse a sí mismo en cauce de reformulación de la izquierda, y por tanto de reformulación propia, incorporando a ese proyecto la mayoría sustantiva de los sectores que históricamente se han sentido representados por esa izquierda. Podríamos agregar aquí la capacidad de influir en sectores políticos, sociales y culturales nuevos para el socialismo e históricamente distintos a su ámbito de influencia.
Esto implica el diagnóstico acerca de la capacidad de cambio de los socialistas, su convocatoria en ese proceso, la capacidad que tengan de convertir en valor cultural asumido, en sentido común, los contenidos de la renovación o mejor dicho del socialismo moderno, y su relación y capacidad competitiva y de articulación con el centro político permaneciendo situado en el universo histórico-referencial de la izquierda, su capacidad, en fin, de ser actor efectivo de cambio social profundo y radicalmente democrático.
Será todo esto lo que enmarcará la forma del conflicto dentro del socialismo con aquellos sectores que más propiamente deben ser definidos como conservadores, vale decir, aquellos sectores que, sin embargo estar provistos de un lenguaje revolucionario y manejar categorías que el sentido común entiende como propias del marxismo y del leninismo, va convirtiéndose progresivamente en guardadores de tradiciones atados a una crítica al sistema que ya no obedece a la realidad, sino más bien a esquemas ideológicos. Sectores que han ido limando su capacidad crítica hacia sí mismos y, lo que es más grave, hacia la misma sociedad que al iniciar un proceso de transformación propio no es cambiada por los que pretendieron revolucionarla. Al fin y simplemente van quedando al margen de ella teórica y prácticamente.
El conflicto del socialismo se enmarcará así con esos sectores conservadores. Pero al mismo tiempo lo hará con un sector de la renovación que ha asumido de modo tan radical la ruptura con el propio pasado socialista que no sólo tiende a salirse de su mundo simbólico-referencial, sino además – y no sin alguna reminiscencia vanguardista -, tiende a comportarse como imagen simétrica opuesta de aquellos conservadores. Estos “hiperrenovados” entienden la renovación como una nueva revelación absoluta a la que sólo cabe asumir plenamente so pena de quedar excluido justamente de ese estado virtuoso en que han convertido la renovación.
Tres intentos refundacionales
La segunda señal emitida por el proceso interno socialista es el rechazo del Partido a intentos refundacionales de que fue objeto por parte de un sector de la renovación. Aquí vale la pena detenerse un momento.
El PS ha sido objeto de tres grandes intentos de refundación en los últimos 20 años, que si bien han introducido elementos de cambio y transformación en su seno y quehacer – y no podía ser de modo distinto -, finalmente fueron sobrepasados por una dinámica esencial del socialismo, que lo vinculó siempre a formas de evolución que tienen mayor relación con dinámicas de la política nacional que con las pretendidas dinámicas propias de la misma organización, esto es con desarrollos del mismo partido.
Sin ánimo de detenernos en cada uno de estos proyectos refundacionales, queremos simplemente mencionarlos. El primero, a mediados de los 60 fue aquel que intentó asemejar el PS a las formas que provenían de Cuba y el Movimiento 26 de Julio. El surgimiento de “la organa” y el “ELN” buscaron ir convirtiendo al partido en el ideal teórico de la organización de estos sectores. El reconocimiento, al menos implícito, de la imposibilidad de hacerlo con el conjunto del Partido lleva a considerar a éste como una simple masa o cuerpo de maniobra que debe por tanto ser conducida (¿utilizada?). Esto no es en lo grueso distinto a justificaciones teóricas de las otras empresas similares. El buscar la conformación de una “columna vertebral” y el comprender la salida de los que no están de acuerdo con las propias tesis como “depuración” o “fortalecimiento por claridad”, son lugares comunes a todos los intentos de creación de un nuevo y, sobre todo, distinto partido a partir del antiguo, al que paradojalmente se le considera obsoleto y al mismo tiempo útil.
El segundo intento refundacional es la búsqueda de convertir al PS de Chile en un partido leninista puro. De algún modo este intento se confunde en su origen con el anterior, pero sobre todo después del golpe va adquiriendo un ritmo y una clave propia que al menos en la teoría – demasiado habitualmente la teoría, la práctica, los programas y la acción en el PS discurren por caminos diversos -, tendía a asimilarse con la “lectura PC” del leninismo.
El tercer intento refundacional – rechazado electoralmente en las últimas internas -, es el que procura imponer un vanguardismo modernizante que busca convertir al PS en algo más parecido al centro que a su propia historia de desarrollo desde la izquierda.
Lo singular es que en la actual dirección son excepcionales los cuadros dirigentes que no hayan participado al menos en uno de esos intentos, lo que contrasta con el poco compromiso que pueden encontrarse actualmente en cualquiera de ellos para una nueva empresa refundacional. Esto no es irrelevante a la hora de analizar la tendencia consensual que actualmente tiende a imperar en el socialismo y que ha significado revertir la tendencia histórica de resolver las crisis con rupturas.
Vale la pena, en todo caso, preguntarse las razones de este fenómeno, pero más aún sobre las posibilidades y los márgenes que este otorga ante el necesario desafío actual del socialismo chileno de servir de cauce a través del cual la izquierda nacional se reformule para ser no sólo un actor presente, sino sobre todo influyente, proponente y con posibilidades de forma y contenido en el proceso político democratizador en Chile.
Si este proceso se realiza efectivamente a partir del PS, pudiendo a través de él contar con su historia, con su transformabilidad y por sobre todo con su capacidad de incorporar protagónicamente a los que están llamados a realizar el cambio, será determinante para la calidad de la empresa democratizadora.
Es con esta visión que deben ser vistas las pasadas elecciones y el Congreso socialistas. Más allá también de las formas, los ritmos y los hitos del impulso renovador y a partir de ahí las tareas que el Partido emprenda, cuya esencia debe ser abrir canales de participación que vayan rompiendo tanto la distancia entre la base y la dirigencia como transformando al PS desde círculos iluminados que se arrogan para sí y ante sí innovadoras cualidades.