Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos

Socialismo, racionalismo y argumentación moral

Ernesto Águila Z.

AVANCES de actualidad Nº 26
Junio 1997


El presente trabajo tiene como punto de partida algunas de las siguientes preguntas: ¿Por qué el socialismo ha dejado de argumentar, en tanto visión crítica de la sociedad, desde lo moral o ético?, ¿cuál es el tipo o la idea de razón que inspira al socialismo que le dificulta argumentar desde ese espacio discursivo?, ¿son las raíces racionalistas del pensamiento de izquierda o progresista lo que crea un obstáculo insalvable para asumir un discurso moral?, ¿sólo los pensamientos de raíz religiosa o “irracionalista” pueden argumentar desde lo ético?, ¿por qué el pensamiento religioso y no el “racional” puede argumentar desde lo moral sin dar “mayores explicaciones” de validez? Y por último, ¿desde dónde podría construir su “programa moral” el socialismo?

No es la pretensión de este artículo responder todas esas interrogantes, sino a partir de su explicitación señalar los impulsos originales de estas reflexiones, y un cierto “mapa” para desarrollos futuros.

El Socialismo: la tentación de ser ciencia

Sin duda, uno de los mayores errores de una cierta tradición dentro del pensamiento racional – en el cual se puede ubicar el socialismo – ha sido su intento de prescindir de la reflexión moral, por considerarla propia del ámbito “subjetivo”, y por lo tanto imposible de objetivar y de universalizar. La conocida fórmula de Engels “Del socialismo utópico al socialismo científico” constituyó la expresión del deseo de arrancar al socialismo de un discurso denunciativo e “ideal”, y reinstalarlo en el espacio de la “verdad” de lo “científico”. El socialismo buscó fundar así su superioridad en tanto conocimiento más exacto de la realidad y con mayor capacidad predictiva sobre el futuro. Era, sin duda, el “espíritu de la época”.

Que así sucediese no es extraño pues el paradigma científico, que había funcionado dentro de las “ciencias duras”, y que había sido capaz de crear criterios de validez universales, aparecía como el camino ineluctable que debían seguir las disciplinas humanas, sociales e históricas. En este clima lo moral se despachó con fórmulas gruesas del tipo “moral burguesa vs. moral proletaria”; que reflejaban la instrumentalidad en que había caído la razón: aquello que no era “científico” era un mero “interés”. Lo estético – al igual que lo moral – vivió avatares parecidos.

De esta manera era inevitable que el socialismo corriera la misma suerte que las “verdades científicas” con que quiso que se le identificara. Hoy cuando el socialismo está en un proceso reconstructivo es del todo pertinente preguntarse por el lugar desde donde hará dicho intento.

Habermas: desde la razón monológica a la razón comunicativa

El pensamiento del filósofo alemán Jürgen Habermas se ha destacado por su intento de rescatar lo esencial del proyecto de la modernidad, yendo a contracorriente de las tendencias en boga como el neoconservadurismo, el post modernismo, y más recientemente el “comunitarismo”.

Habermas parte asumiendo en buena medida las críticas y desconfianzas que se han instalado sobre la razón, para luego afirmar que dichas críticas se dirigen a un tipo de razón que él denomina “monológica”.

La pretensión de establecer verdades únicas y en lo posible inmutables en el campo de las disciplinas humanas – bajo el paradigma analítico-experimental de las “ciencias duras” – ha llevado a un “callejón sin salida”: ha estrechado los campos del conocimiento y producido una incomunicación improductiva en la generación de conocimiento consensual: la “razón científica” se basta a sí misma y su “verdad” reina indiscutiblemente hasta que una nueva “verdad” la supera para reinar de nuevo en forma absoluta. Esta “razón” es por definición “monológica”, sus sistemas de validez y legitimidad habitan de manera segura en el lenguaje de su método.

Habermas propone depurar todo el campo de las disciplinas humanas – las llamadas “ciencias sociales”, la política, la moral, la estética – de esta “razón monológica” y reemplazarla por el paradigma comunicativo. Reconstruir el campo de las disciplinas humanas a partir de un “puente” comunicativo, para a su vez reconstruir una comunidad intelectual – que aunque desde diferentes visiones – pueda recuperar un lenguaje común y la posibilidad de construcción de conocimiento consensual y universal.

Habermas mirará con interés lo que ocurre al interior de la comunidad científica de las llamadas “ciencias duras”, y la manera “democrática” y “consensual” como allí se producirá el conocimiento gracias a la existencia del lenguaje común y universal del método analítico-experimental. Su interés llegará sólo hasta ese punto, pues no se tratará nuevamente de trasladar el método científico al campo de las disciplinas humanas – el “callejón sin salida” -, sino proponer una “razón comunicativa” como la forma análoga a la “razón científica” pero ajustada a la naturaleza de lo que se quiere comprender en el campo de las disciplinas humanas.

Este derrotero intelectual llevará a Habermas a profundizar el tema de la comunicación, tratando de establecer aquellas “condiciones ideales de habla”, a través de las cuales los individuos podrían genuinamente entenderse entre sí y compartir un entendimiento común de la realidad; en un giro de dimensiones históricas desde una “filosofía de la conciencia” a una “filosofía del lenguaje”.

Si la “verdad” va a habitar “para siempre” en la comunicación lo que se requiere es una teoría con mayúscula sobre la “argumentación”. Mirar los avances incesantes en las teorías del lenguaje, pero también volver a mirar con atención a esos viejos filósofos griegos – sobre todo el Sócrates de Platón y a Aristóteles -, para quienes el “diálogo” era una actividad rigurosa orientada hacia la búsqueda de la verdad y la belleza. Hablar no era este ejercicio actual – atiborrado de una instrumentalidad apenas disimulada – sino un ejercicio que exigía lo mejor de cada cual, y un verdadero amor por la verdad.

La reinstalación del dispositivo de la conversación como base esencial para la construcción de “verdad” reabre con singular fuerza para esta razón “liberada” los campos naturales de preocupación humana: el arte, lo moral, la religión, la muerte, la política; a condición de hacerlos habitar nuevamente en una comunicación que se esfuerza a sí misma por liberarse de toda interferencia – poder, interés, etc. – que lo aleje del esfuerzo deliberado de comprender y hacerse comprender.

Esta perspectiva permite replantear como un campo de conocimiento riguroso el tema moral, y reintroducirlo en la política, abriendo un nuevo flanco discursivo, que permita sino reemplazar a lo menos matizar el absoluto predominio de los discursos pragmáticos-instrumentales de lo “posible”, lo “técnico”, o de los “juegos de interés”.

¿Se puede reconstruir una idea de progreso moral? Los derechos humanos como “programa moral”

El proyecto de la modernidad ha sido entendido como el avance (el progreso) hacia formas de convivencia superiores – materiales y espirituales – por el ejercicio de la razón. De esta forma modernidad, razón y progreso son tres conceptos entrelazados y muy unidos en su destino.

Desde sus orígenes la idea de progreso estuvo asociada a un doble significado: avance científico-técnico y emancipación social e individual. Mayor conocimiento de la realidad, por un lado, y reconocimiento y realización de derechos, por otro.

Hoy no sólo existe falta de correspondencia entre ambos procesos, sino un predominio incontrarrestado de la racionalidad técnico-instrumental en la simbolización de las ideas de modernización y progreso. Argumentar desde los “derechos” hoy es catalogado la mayoría de las veces como una postura “antimodernizante”.

La base moral laica no es necesario inventarla, pues ella se encuentra en diversos pensadores del mundo socialista y progresista, y bien recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: allí se consagra el conjunto de las libertades individuales, y también los derechos económicos y sociales de las personas, que ningún sistema social, político y económico tiene el fundamento para negar o alienar.

El “programa de los derechos humanos” constituye la plataforma natural para fundar una idea de “progreso moral” que interrogue, cuestione el discurso técnico-instrumental de modernización, y que permita entrar en la lucha política por la resimbolización, y resemantización del concepto de progreso y modernización hoy predominante.

Una propuesta de esta naturaleza abre interrogantes y dudas: ¿pueden operativizarse los derechos humanos? ¿se puede ir desde los “derechos humanos” directo a la política sin caer en “populismos” o posiciones “irresponsables”?

Respondamos provisoriamente estas interrogantes:

a) introducir el discurso moral de los “derechos humanos” no significa reemplazar las actuales racionalidades, sino abrir una nueva perspectiva discursiva, producir, a lo menos, una “interrupción” del continuo discursivo técnico-instrumental;

b) la argumentación moral que se propone aspira a la rigurosidad y seriedad, por lo tanto, se hace cargo aunque de manera cualitativamente distinta a la racionalidad técnico-instrumental de lo “posible”;

c) la manera como se pone a salvo de un “fundamentalismo” esta propuesta es recogiendo la ética discursiva habermasiana: lo moral es una argumentación que finalmente busca el consenso (a condición, eso sí, de reelaborar la idea de consenso tal cual se ha entendido en nuestra transición).

En Chile el tema de los derechos humanos está asociado casi exclusivamente a las violaciones ocurridas durante la dictadura militar. De lo que se trataría ahora es de considerarlo más ampliamente como el “programa moral” del movimiento de izquierda y progresista. Un referente de legitimidad y validez desde donde argumentar sin dar “explicaciones”; y desde donde reelaborar y resignificar nuestro estrecho mundo actual de “lo posible”.