Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

Socialismo y alianzas

Antonio Cortés Terzi

Avances de actualidad Nº 12
Octubre 1993

La actual alianza política en que la está inmersa el PS tuvo origen en situaciones históricas temporales: la existencia de la dictadura y, después, la necesidad de configurar un gobierno democrático de amplia mayoría.

La dinámica de la Concertación ha ido afianzando la voluntad de mantenerla. Por lo mismo, se han empezado a buscar argumentos nuevos y de fondo que expliquen su permanencia.

Discutir el tema es trascendente y de cierta urgencia. Precisar conceptualmente el problema permitiría responder con más consistencia y racionalidad política a los inevitables problemas que conlleva el sostener una alianza en la que el PS no tiene la conducción y pugna por obtenerla. Sólo definiendo la sustancialidad de la alianza puede enfrentarse con eficacia la definición acerca de hasta dónde es permisible un lugar subordinado, cuáles serían los límites de la competencia por la hegemonía y, en caso de lograr esta última situación, cuáles son los aspectos transigibles para asegurar el pacto.

En este artículo se pretende aportar elementos al debate revisando antecedentes históricos, analizando los cambios adoptados en estas materias y las interrogantes que persisten.

VARIANTES EN LAS POLÍTICAS DE ALIANZAS

Se ordenan aquí, con un inevitable grado de arbitrariedad, algunas de las variantes que más han participado en las definiciones sobre en el curso de la historia del PS.

Sociológico-ideológica. La definición de “partido de trabajadores” ha sido una caracterización conceptual clave del PS y la que más ha marcado, por cierto, el ámbito político en que se ha desenvuelto para los efectos de buscar acuerdos con otras colectividades.

El uso sólido y reiterado de la categoría de trabajadores merece particular atención por cuanto:

a) estableció distancias con la “ortodoxia marxista-leninista”, para la cual es el concepto “proletariado” el que define el “carácter de clase” del partido; y

b) abrió cauces para la legitimación de los sectores medios como agentes sociales activos del socialismo.

En otras palabras, el PS reconoció desde sus inicios una sociología plural tanto en su composición partidaria, como en cuanto a la identificación social con un proyecto socialista.

Proyecto-Programa. Es evidente que el proyecto sobre el cual el PS estableció históricamente alianzas tiene como eje la noción de cambio social, con contenidos de radicalidad cualitativos. Es decir, está presente la idea de “cambio estructural”, cuestión que atañe por excelencia a la estructura de propiedad. Este sentido revolucionario del proyecto tiene, no obstante, matices poco atendidos y que son de gran interés.

Se puede afirmar hoy que la voluntad por los cambios en las estructuras de propiedad tenía que ver tanto o más con una profunda concepción estatista que con la lógica de la “expropiación a los expropiadores “. Es cierto que en la ideología y programas tradicionales el PS postula la expropiación. Pero ésta no es una demanda absoluta ni igual en todos los tiempos, como sí lo es la demanda por un Estado poderoso, activo y dirigente de todas las esferas de la vida social.

Y es esto lo que le dio singularidad a la vocación revolucionaria del PS. El estatismo posee, desde la formación misma de la República, una alta dosis de aceptación en la sociedad chilena. Por lo mismo, la “revolución estatista” propugnada era, sin duda, la proposición de un cambio radical, pero amparado en cierta dinámica histórica, en espacios grandes de consenso. Si se observa, incluso en los momentos de luchas álgidas e intransigentes entre 1970 y 1973, salvo la derecha corporativa, las críticas opositoras eran menores en cuanto al derecho del Estado a estatizar y asumir la conducción de la economía, que en cuanto a las supuestas amenazas que el socialismo representaba para la libertad de las personas y para el respeto a los derechos fundamentales.

En suma, el proyecto revolucionario así definido tenía amplios puntos de contacto con la historia político-cultural e institucional del país.

Vocación de poder y hegemonía. A diferencia de un rasgo que se encuentra muy latente en la izquierda tradicional, el PS jamás se vio sometido a una ideología “abstencionista” y de origen iluminista, cuya crítica bien sintetiza Gramsci: “todo abstencionismo político en general se basa sobre una similar concepción mecánicamente catastrófica: la fuerza del adversario quebrará en forma matemática si con un método rigurosamente intransigente se la boicotea en el campo gubernamental”.

La vocación de poder se expresa en dos situaciones: de las ocho elecciones y gobiernos que hubo entre 1932 y 1973, el PS estuvo presente en cuatro gobiernos y postuló a la presidencia en cinco oportunidades, obteniendo la segunda mayoría en tres y la primera en una. Esa vocación aparece en contradicción con su anhelo hegemónico entre 1938 y 1952, cuando apoya a los candidatos radicales y al general Ibáñez, contradicción que se interna produciendo escisiones partidarias. De cualquier manera, la línea histórica muestra con más fuerza la voluntad de gobierno bajo conducción propia que en condición subordinada. Sólo la candidatura de Pedro Aguirre Cerda tuvo el apoyo total del PS, en los otros casos hubo postulación socialista, aun cuando fueran de carácter marginal.

Confianza institucional. Aunque parezca secundario, fue relevante para las políticas de alianza la valoración otorgada a la institucionalidad. Para los efectos electorales, las alianzas fueron pensadas en razón de alcanzar la mayoría relativa necesaria para obtener la presidencia. Los esfuerzos unitarios nunca tuvieron como norte obligado la configuración de una mayoría electoral absoluta.

ARTICULACIÓN DE LAS VARIANTES EN DISTINTOS PERÍODOS

Primer Período (1933-1937). Durante este lapso, de hecho no hay políticas de alianza. El énfasis está puesto en la consolidación del partido naciente y ello presiona para una política autocentrada. Sin embargo, hay otras dos razones que explican lo anterior. De un lado, aunque de manera no explícita en esta fase el PS está bajo una fuerte influencia “aprista”. En consecuencia, tiende a pensarse a sí mismo más como un movimiento, como un frente, que como un partido en su acepción tradicional. Por ejemplo, en muchos documentos y discursos, el PS se autodescribe como “un frente de trabajadores manuales e intelectuales”: partido y frente aparecen como sinónimos.

De otro lado, se encuentra muy acentuada en esa época la voluntad de poder y hegemonía, lo que tiene, por su parte, respaldo en la realidad electoral. El máximo líder del PS, Marmaduque Grove, había alcanzado el segundo lugar en las elecciones presidenciales de 1932 con un 17,7%. En las elecciones de 1937 el PS se encontraba sólo a 7 puntos bajo el PR.

El ánimo hegemónico se demuestra además en el hecho de que es el PS el último partido en aceptar la constitución del Frente Popular. Y los primeros acuerdos al respecto condicionan su participación a la demanda que sea Grove el candidato presidencial.

Segundo Período (1938-1944). La etapa de participación del PS en el FP ha sido ampliamente analizada, destacándose en los análisis el contexto internacional que coadyuvó a su construcción. Pero poco se ha observado el peso que tuvieron otras dos circunstancias.

Después de la “ruptura oligárquica” de los años veinte, la derecha había logrado reconstituirse durante el gobierno de Alessandri, de tal suerte que el FP era, en gran medida, la fórmula única e idónea para sostener la “desoligarquización” de la sociedad chilena. Por otra parte, el FP asumía programáticamente una de las matrices del proyecto socialista: el afianzamiento del Estado como instancia dirigente de la economía.

Así en este período la variante que domina la política de alianzas es de carácter político-programático, pero también, en algún grado está presente la variante sociológica, no sólo por las políticas sociales que postula el FP, sino por cuanto el proyecto grueso se inscribe en estrategias de corte “desarrollista” que a la sazón se consideraban articuladas a las demandas del mundo laboral.

Tercer Período (1945-1952). Junto con la dispersión de las lógicas seguidas hasta entonces, se inicia en esta fase el ordenamiento de las variantes que caracterizarían el período posterior.

Ya a partir de 1942, los debates en torno a la permanencia en el FP se tornan amenazantes y la primera gran división se materializa en la elección parlamentaria de 1945, cuando el PS Auténtico obtiene el 5,6% de los votos. La escisión entre dos partidos que disputan más o menos equilibradamente al electorado socialista se mantendrá hasta 1957.

Lo importante de este período se puede sintetizar en los siguientes puntos:

a) Se empieza a desarrollar la convicción de que sólo la hegemonía socialista asegura una política afín a su proyecto, lo que doctrinaria y políticamente se va a expresar en la afamada “Línea del Frente de Trabajadores”.

b) Empíricamente se agota la corriente de sesgo populista, cuya última y breve experiencia consistió en el apoyo dado a Carlos Ibáñez.

c) Comienza la política de alianzas que pone la unidad con el PC como dato básico.

Cuarto Período (1953-1973). La característica medular en estos años es que el PS armoniza las distintas variantes que habían estado presentes en sus políticas de alianzas. Sociológicamente se acentúa la ubicación estricta el PS en el universo de trabajadores, integrando a la definición de ese universo considerandos de orden ideológicos. Izquierda y trabajadores se tornan virtualmente sinónimos. A la par, radicaliza su programa aproximándolo al proyecto global de cambio estructural anticapitalista. Y asegura, por último, a través del liderazgo de Allende, la hegemonía en el sistema de alianzas.

Cabe hacer notar que el espacio relativamente restringido de las alianzas en ese período, tiene que ver tanto con la ideologización de la categoría de trabajadores, como con la aspiración hegemónica y la sobrevaloración del sistema institucional. En efecto, por arbitrariedad ideológica se limita, de facto, el universo de los trabajadores al cubierto política y gremialmente por el PC y el PS. Limitación que se condice con la ambición hegemónica del PS: cualquier extensión de las alianzas más allá del PC, ponía necesariamente en interrogación el problema del liderazgo. Y la fuerza electoral alcanzada y estabilizada desde 1958 por esa alianza, indicaban la posibilidad de convertirse en el tercio mayoritario requerido para gobernar.

ALGUNAS INTERFERENCIAS

La experiencia acumulada por las alianzas del PS desde su fundación hasta 1973, permiten establecer algunas conclusiones de carácter empírico:

a) Cuando el PS es hegemónico logra con más facilidad mantener su unidad.

b) La hegemonía en las alianzas y la unidad del PS no aseguran de por sí un crecimiento electoral. Por ejemplo, desde 1957 hasta 1969, lapso de indiscutido liderazgo de Allende y de gran estabilidad partidaria, el PS se estanca en un promedio del 11% de los votos en 7 elecciones.

c) Subordinado en las alianzas, el PS se divide y sólo una o algunas de sus fracciones participan en la alianza gobernante.

d) En tales circunstancias, la suma de los votos de los grupos escindidos tiende a ser igual a los votos obtenidos por el partido unificado.

e) La fracción participante de la alianza gubernamental logra un mayor electorado que la fracción escindida, pero ésta conserva una votación respetable.

INNOVACIONES EN LAS POLÍTICAS DE ALIANZAS

Como se ha dicho, en la actualidad la política de alianzas ha sido resultado de circunstancias específicas y a las que se ha arribado de manera más bien empírica. Sin embargo, son detectables algunos ejes político-intelectuales que están operando en las lógicas partidarias.

Programáticamente, el PS ha privilegiado dos propósitos: la democratización del sistema político y la corrección de las dinámicas de las políticas económicas y sociales instauradas durante la dictadura. Lo que, por cierto, abre un amplio campo a las alianzas. Pero esta amplitud se ve respaldada por una convicción que no tuvo la misma intensidad en el pasado: la necesidad categórica de agrupar mayorías sociales y político-electorales absolutas para impulsar políticas progresistas. Cambio que tiene que ver no sólo con la modificación del sistema político, sino, principalmente, con la experiencia del gobierno UP.

Las definiciones de orden sociológico son probablemente las más difusas. El concepto de “trabajadores” está siendo reemplazado por categorías más extensas (“pobres”, “marginados”, “ciudadanos”, etc.). Situación comprensible y congruente. Primero, por las dificultades que entraña hoy identificar el mundo laboral. Y segundo, porque programáticamente las políticas del PS no ofrecen una alternativa particular para ese universo ni reclaman de él roles vanguardistas como antaño.

El problema de la hegemonía ha perdido el valor que tuvo otrora, simplemente porque las políticas socialistas no son radicalmente distintas a las de las otras fuerzas que participan en la actual alianza.

La cuestión de fondo, empero, la que mejor explica la lógica presente en la política de alianzas, es el abandono, de facto, de la idea de cambio social. Hasta ahora el PS se ha comportado como un partido sistémico, por lo mismo, no requiere buscar un soporte sociológico propio y distinto al de los demás partidos democráticos; ni tampoco requiere pugnar por una hegemonía sociológico-política que asegure un proyecto de cambio.

En consecuencia, el campo de las alianzas se define básicamente por considerandos político-electorales y por materias políticas consensuadas en el espectro democrático. En ese contexto, la pugna por la hegemonía tiene que ver más con datos cuantitativos (fuerza electoral) y formales (calidad direccional) que con motivaciones derivadas de un proyecto cualitativamente distinto.

INTERROGANTES HACIA EL FUTURO

Sostenemos aquí que la actual política de alianzas va a ser interrogada en el futuro y no sólo por la disputa acerca de quién tiene más derecho a levantar candidato presidencial. Esta afirmación se sujeta en tres hipótesis:

a) El fin de la transición obligará a rediscutir el tipo de pacto vigente, por el simple hecho de que muchas de las razones fundantes serán superadas.

b) Todos o casi todos los presupuestos sobre los que se ha basado la política de la Concertación han eliminado las posibilidades de crisis y/o deterioro de las actuales condiciones económicas y sociales. Sin embargo, éstas se sostienen sobre enormes espacios muy febles: bajos salarios, indicios de retrasos tecnológicos, desigualdad del ingreso, con su secuela de mercado interno estrecho, etc. Incluso las reconversiones demandadas en muchas áreas pueden ir acompañadas de desempleo y de desplazamiento de capitales que acentúen la desigualdad distributiva. Por otra parte, la dependencia de los mercados externos incrementan las incertidumbres acerca del progreso futuro. Y no sólo por las fluctuaciones de precios y demandas, sino por la integración a la competencia internacional en otras áreas, especialmente de América Latina. Las perspectivas de crisis o pérdida de dinamismo económico no están ajenas a la realidad futura, lo que, por cierto, haría aparecer fuertes tensiones en cuanto a las alternativas.

c) El socialismo, y este es un fenómeno universal, sobrepasados los traumas que lo llevaron a una extrema cautela, tiende a reorientarse hacia políticas de mayor radicalidad, que no puede sino desembocar en políticas más agresivas contra el imperio de las inercias neoliberales.

Todo lo anterior le plantea al socialismo:

1. La necesidad de acotar un proyecto de cambio social que sin ser necesariamente antisistémico, retome las tendencias evolutivo-progresistas propuestas por la modernidad y que, sin duda, implican un mayor nivel de confrontación con la modernidad conservadora.

2. Un proyecto de esa naturaleza exige también la búsqueda de un sostén sociológico, esto es, de fuerzas sociales permanentemente operantes y cuya posición estructural le permitan hacer suyas los discursos y políticas de cambio. Ninguna transformación social puede depender sólo del poder de la ciudadanía, puesto que ésta se expresa temporalmente (votaciones) y sobre incentivos temáticos más que globales. Ahora bien, una fuerza social para el cambio no es, en la actualidad, forzosamente ni la totalidad de los trabajadores ni sólo los trabajadores. Una primera impresión es que tales fuerzas se encuentran entre los trabajadores más directamente articulados al los procesos productivos avanzados y a funciones direccionales medias, y que tienen la ventaja, a su vez, de mantener vínculos orgánicos con el resto del mundo laboral. Hipotéticamente, incluso no es insostenible que determinadas fracciones empresariales puedan acceder a un proyecto de cambio. De hecho, hay indicios que en países europeos y en Japón, grupos de empresarios aceptan formas de relación y organización empresarial susceptibles de ser catalogadas como molecularmente progresistas.

3. El problema de afianzar al PS sobre fuerzas sociales estructuradas es, además, un reclamo de la contemporaneidad política, esto es, no se requiere sólo para los efectos de impulsar un proyecto de cambio, sino también para sostener el proceso democratizador. Uno de los grandes desafíos que enfrenta la democracia moderna es la existencia de fuertes poderes factuales que tienden a condicionar las políticas que emanan de sus instituciones. Por lo mismo, la democracia requiere también de “poderes factuales” afines a ella, es decir, capaces de confrontar los poderes conservadores dentro de la sociedad civil.

4. Es evidente que en un cuadro como el descrito la cuestión de la hegemonía se plantea con más intensidad. Pero no entraña una convocatoria ni al “vanguardismo” ni al “camino propio”. Implica que las políticas de alianzas deben ser pensadas armonizando la voluntad por realizar el proyecto socialista y la necesidad de construir mayorías para tales efectos. Cuestión que implica asumir dos aprendizajes legados por la historia:

a) El proyecto se adapta en el tiempo merced a las alianzas. Es decir, los aliados tienen un papel activo en la determinación del proyecto común, lo que significa que programáticamente no hay proyecto socialista “puro”.

b) Hegemonizar la alianza no es sinónimo de candidato presidencial socialista. Esto último pudiera ser dable a costa de excesivas renuncias programáticas, lo que al final de cuentas puede significar la pérdida de hegemonía en lo sustancial.

5. Por último cabe destacar que el esquema expuesto aparece como políticamente muy alejado de la realidad. Y esto es así porque el tema se aborda de manera inerte y apriorística. Es decir, se parte de la existencia de la Concertación y se la piensa estáticamente. La reflexión debe asumir varios considerandos si el PS postula a definir una política de alianzas congruente a sus políticas e intereses.

a) Son inevitables cismas en la Concertación, en la misma medida que el PS reconstruya su ideario y proyecto.

b) Ninguno de los otros partidos de la Concertación dejan de estar cruzados por conflictos esenciales y que tienen que ver con la recuperación de su progresismo. Por lo mismo, nada impide suponer que una mayor radicalidad socialista no vaya acompañada de fenómenos similares en las otras fuerzas. Aún más, es probable que un proyecto socialista más orientado hacia el cambio, incentive el progresismo de sus aliados.

c) En virtud de lo anterior, si el socialismo asume un liderazgo transformador se factibiliza, primero, un avance importante en su hegemonía cultural dentro del progresismo, a partir de la cual puede impulsar su hegemonía política y electoral.