Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas
Socialistas: ¡el 12 de diciembre hay elecciones!
Antonio Cortés Terzi
La trascendencia de las elecciones de diciembre no tiene todavía un correlato exacto en las actitudes y conductas del mundo partidario de la Concertación. Respecto del PDC este fenómeno se explica por los problemas y procesos internos que vive ese partido. Es decir, son actitudes y conductas comprensibles desde la racionalidad política. El PPD es inevaluable desde esta óptica puesto que es un partido sui géneris, es más bien una “asociación libre” de individualidades y, por consiguiente, habría que indagar en cada uno de sus dirigentes las causas de sus procederes. La escasez de figuras públicas hace que los esfuerzos del PR no influyan notoriamente en la densidad de la campaña electoral.
La falta de energía que afecta al PS es la más difícil de explicar. No sólo porque resulta de múltiples variables, sino también porque algunas de ellas escapan a la racionalidad política.
• En rigor es un partido que no se ha terminado de reconstruir como tal y, sin embargo, insiste en comportarse como si o hubiera logrado. Por ende, está consumido por el conflicto entre la parodia institucional que le rige, entre una ritualidad sin alma y la realidad de lo que efectivamente es.
• Su cuerpo direccional está neutralizado desde el punto de vista político-cultural – lo que se traduce en neutralización político-estratégica – y no cuenta con un liderazgo con prestancia y personalidad suficiente como para comunicar una identidad legible y aceptable para la ciudadanía. A tal punto llega esa debilidad que cada vez que así lo quiere y requiere, y a su bien o mal entender, Camilo Escalona instala comunicacionalmente la imagen del socialismo chileno.
• Sin una institucionalidad verídica, sin liderazgo fuerte, sin uniformidad político-cultural y con un precipitado y compulsivo dirigente “alternativo”, es natural que las políticas del PS sean erráticas (1) frente a la sociedad y desorientadoras y desalentadoras para su militancia.
• Limitado como está en su cuerpo conductor, el PS se asienta cada vez más como un partido “negativo”, quejumbroso, con una rebeldía más de adolescente que de crítico social.
En fin, las fuerzas del PS están destinadas y dispersas en una “guerra de guerrillas” en momentos en que de lo que se trata es de una “guerra de posiciones”.
La posibilidad de un triunfo de Joaquín Lavín no es una hipótesis desdeñable. En las pasadas elecciones parlamentarias la Concertación apenas superó el 50%, cuando la crisis económica y su secuela de desempleo todavía no arribaban. Que una parte del electorado de la DC tienda hacia la derecha cuando la otra opción es una candidatura socialista, es una probabilidad empíricamente demostrable. Así lo confirma, por ejemplo, un estudio realizado por el Centro AVANCE después de las elecciones municipales de 1997. La campaña de Lavín, por su parte, ha operado inteligentemente respecto de ese electorado, no sólo por su alejamiento discursivo de la dictadura y por su posición de respeto a la justicia en materia de DD.HH., sino también porque su estrategia ha conjugado adecuadamente dos valores motivadores para esos conjuntos: sensibilidad social y una dosis de conservadurismo ético-cultural.
Un dato no menor, que puede ser decisivo para forzar a una segunda vuelta, es que esta es la primera vez que la derecha levanta, de hecho, un sólo candidato. La candidatura de Frei Bolívar simplemente no prendió y el pinochetismo más duro terminó disciplinándose tras Lavín (téngase en cuenta las recientes declaraciones de apoyo formuladas por Lucía Hiriart y por Álvaro Corbalán).
Es esta posibilidad la que dramatiza la próxima elección. Si se analiza en términos político-históricos, podría decirse, haciendo un juego de palabras, que es más grave que gane Lavín a que pierda Lagos.
El poder concentrado de la derecha, en la derecha como categoría extendida socioculturalmente, es de tal magnitud que sólo es comparable a la que poseía en el período oligárquico. El poder que radica en los llamados “enclaves autoritarios” es apenas un agregado a su poderío real y total. El gran empresariado y las clases altas han construido en Chile un sistema de poder capaz de disputarle al Estado la conducción del país.
Poder amplificado merced a la debilidad – y en casos, inexistencia – de instancias o espacios en la sociedad civil erigidos desde lo popular, lo laboral, o desde la ciudadanía masiva y que pudieran considerarse como contrapoderes.
Lo cierto es que en el hoy y en el mañana más cercano, virtualmente el único poder que ha impedido – y que puede impedir – que Chile devenga en una suerte de abierta plutocracia, es el Gobierno.
Póngase esto a la inversa. Con Joaquín Lavín como Presidente de la República los poderes a levantar contra la derecha serían irrisorios en comparación a la formidable red de poderes institucionales y extrainstitucionales de la que ésta dispondrá.
Es insólito que los socialistas no se estremezcan con esta amenaza, que continúen marcando el paso y preocupados de acciones, operaciones y debates que, en relación a lo estratégico, resultan puramente distractivas.
Quizás tampoco se han percatado que es su partido y su cultura la más amenazada si Ricardo Lagos es derrotado.
Para el PDC, por ejemplo, y en una reflexión fría, esa situación, no siendo la óptima, no sería tan traumática.
Le está asegurado que, al memos por dos años, sería el principal partido opositor en el paramento, lo que lo ubicaría como interlocutor privilegiado. Con una izquierda concertacionista derrotada, tendría todos los argumentos para reclamar la reposición de su liderazgo dentro de la alianza. Gobernando la derecha y con una izquierda debilitada – y lo más probable, en un proceso de diáspora – se le abrirían las puertas hacia los mundos sociológicos del centro y populares. Además, es un partido con nexos bastante más sistémicos y orgánicos con el Chile “moderno” que el PS, lo que le permitiría un buen vivir en la oposición.
Para el PS, en cambio, sólo son augurables desastres. Después de un fracaso y sin el elemento centrípeto que significa ser gobernante, su inconclusa reestructuración tendería a convertirse en fuente de divisiones. Sus fragilidades institucionales, ideológicas, orgánicas, políticas y electorales quedarían expuestas a la luz. Sin poder institucional significativo y con una precaria articulación a otros momentos de poder, no tendría más que aceptar posiciones muy subordinadas en cualquier fórmula de alianza.
En fin, una victoria de Joaquín Lavín le significaría al PS una minimización de la influencia de su cultura en la sociedad chilena y un período incalculable de penurias para sobrevivir.
Salvo que busque en sus viejas bibliotecas el libro “Así se templó el acero” e intente sacar fuerzas de sus nostalgias. Pero en los tiempos que corren, es muy improbable que alguien desee releer a Nikolai Ostrovski y menos que quiera emular a Pavel.
¡Socialistas, en diciembre hay elecciones… y parece que son importantes!
Nota
La presentación y posterior retiro de una querella contra el cura Hasbún fue el último botón de muestra de una dirección política errática. Digamos de paso que la querella era una idiotez de principio a fin y que terminó siendo un escudo protector para un Hasbún que atravesaba el peor momento de su vida política.