Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

¿Tendrá Capacidad Lavín para Ser el Jefe Político de la Derecha?

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Marzo 2004

¡ “Joaco, Joaco”!

Recién detenido Augusto Pinochet en Londres, la derecha hizo una manifestación masiva de repudio, cuyo único orador fue Joaquín Lavín. En esa oportunidad las cámaras del desaparecido programa de TV “Factor Humano” mostraron escenas que dejaban al desnudo la (no) personalidad política de Lavín: mientras éste arengaba a las masas, desde los pies del escenario dirigentes de la UDI, entre otros, el senador Hernán Larraín, le gritaban a viva voz “¡Joaco, Joaco!”, para llamar su atención e indicarle hasta detalles de lo que debía decir.

Pocas personas vieron esas escenas. El programa de marras era transmitido por el canal más pequeño de entonces y con muy escasos teleespectadores y ningún otro canal ni ningún medio escrito recogió las imágenes que, por lo ilustrativas y gráficas, se prestaban de sobra para reportajes o análisis. ¡Cuánto han protegido los mass media a Joaquín Lavín!

El decano mudo

Sin ir más lejos, no es creíble en lo más mínimo que las informaciones que publicó el semanario Siete+7 el viernes 4 de marzo y que desataron el capítulo más álgido de la crisis de la derecha, no fueran conocidas con antelación, a lo menos, por periodistas o editores de El Mercurio. Pareciera que en los lineamientos editoriales de la prensa de derecha operan, en igualdad valorativa, dos principios: el de la libertad de expresión y el de la libertad de callar.

Pero retornemos al “Joaco”. Las imágenes recogidas en el programa mencionado nos muestran un Joaquín Lavín débil de carácter, dubitativo, necesitado de recibir ayuda, influenciable y cuyas dotes de “líder natural” no inspiran confianza entre sus pares.

Y esos rasgos de su personalidad los delatan con claridad no tanto las imágenes que las cámaras captan de él, sino, sobre todo, las visiones que dan de la soltura con la que sus camaradas lo instruyen, pese a estar rodeados de público. “Joaco, di esto, Joaco, di esto otro”, le gritan impúdicamente y él obedece.

En su larga carrera como alcalde y candidato presidencial se suman infinidad de datos que ratifican esa debilidad de carácter, por supuesto de manera menos ostensible que la descrita en ese evento.

La mano de la “Derecha Profunda”

En razón de ese débil temperamento es que su “enérgica” decisión y propuesta para salvar la crisis de la derecha emite de inmediato señales de falsedad. Lavín no tiene carácter para adoptar motu proprio medidas de esa radicalidad ni menos para ejercer un liderazgo unipersonal efectivo, como el que requeriría el modelo de reingeniería direccional y organizacional presentado.

¡Por favor, no nos cuenten que Joaquín Lavín, en la “soledad del poder”, resolvió dar un golpe de timón! Y que Allamand tampoco nos cuente una versión tan ingenua como la que insinúa en la entrevista que aparece en Reportajes de El Mercurio del domingo 14 de marzo: “Y los que estuvieron cerca de él en ese momento – Francisco de la Maza, Cristián Larroulet y yo – lo que hicimos fue aportarle puntos de vista para la resolución que él iba a tomar”. ¿Lavín y ellos tres fueron los artífices de la obrita, como insinúa Allamand? ¿Y debajo de qué manga sacaron tanto poder?

Esta fue una operación de cirugía mayor, ergo, riesgosa, con heridas, sangre y cicatrices. A la postre, incluso, puede significar ni más ni menos que estremecimientos importantes en los escenarios políticos y en el sistema de partidos.

No cabe ninguna duda que, por la magnitud de la operación, tuvo que ser adoptada por un circuito muy poderoso, con funcionamiento típicamente extrainstitucional y tuvo, además, que haber estado prevista y preparada con antelación a los hechos que la posibilitaron.

No es broma lo que se hizo. Se alteraron abruptamente las institucionalidades partidarias, las lógicas políticas democráticas, las estructuras y mecánicas formales de los poderes y relaciones de los partidos. De buenas a primeras se le impuso a la derecha una nueva instancia central de comando político, electoral, programático. Y todo ello pasando por encima de dirigentes, parlamentarios, bases de los partidos, etc.

Joaquín Lavín no tiene la personalidad, el talento, la habilidad política ni el poder para impulsar una iniciativa de esa dimensión. Tampoco disponen de la fuerza necesaria para ello los integrantes de los dos equipos que configuran la nueva estructura dirigente de la derecha.

En definitiva, se trata de una operación respaldada por los núcleos de poder “invisibles” de la “derecha profunda” que resolvieron zanjar de un solo zarpazo varios problemas de larga data que se venían acumulando peligrosamente. A continuación se analizan tres de éstos.

Resguardar al líder de sus carencias

Primero, de un tiempo a esta parte, desde el propio seno de la derecha habían surgido factores y elementos que erosionaban la figura de Lavín y su estrategia de campaña. Factores y elementos que tenían o tienen una peculiaridad, a saber, que en circunstancias “normales” no producirían efectos deteriorantes para una candidatura. Si lo producen es por las peculiaridades de la figura de Lavín, por la “anormalidad” de su candidatura.

Para los parámetros histórico-nacionales, la personalidad de Lavín como presidenciable es muy frágil y artificial. Por cierto, su popularidad es innegable, pero los basamentos de la misma son estructuralmente débiles, pues depende, en lo fundamental, de lo mediático y de las empatías que establece con estamentos masivos cívicamente precarios, ergo, volubles.

En rigor, no es un jefe político. Tampoco es un político-intelectual con capacidades de conducción estratégica. No luce habilidades negociadoras ni de buen manejo de conflictos. Ni siquiera es un gran articulador de poderes.

Todas estas carencias, obligan a que, para sostener su liderazgo, deba estar sobreprotegido.

Una sobreprotección que empieza en sus propios espacios políticos “naturales”, esto es, en la derecha. En esos espacios no puede haber elementos o situaciones que delaten sus fragilidades. Nada de discrepancias o conflictos trascendentes; muy poco debate político-estratégico; escasa visibilidad de dirigentes políticos de fuste; nada de personalidades que resulten competitivas en popularidad; etc.

Pues bien, con Sebastián Piñera a la cabeza de RN y con un Allamand política e intelectualmente crítico de la estrategia lavinista, el blindaje protector tendía a romperse, augurando una inevitable declinación de la candidatura de Lavín. A Allamand se le aplicó la vieja fórmula de cooptación del disidente, muy fácil de implementar cuando el disidente “peca” de vanidad y megalomanía y no cuenta con un poder propio equivalente a su auto sobrevaloración.

Con Piñera no era factible ni querible la misma fórmula, pese a la similitud que tiene con Allamand en cuanto a rasgos psico-políticos. Lo impedían las desconfianzas y animadversiones que le profesan no sólo los dirigentes de la UDI, sino también el empresariado más arquetípico de la “derecha profunda” y del lavinismo. Y lo impedía también el hecho que, a diferencia de Allamand, Piñera es más audaz y dispone de poder propio.

En consecuencia, descartada la fórmula de la cooptación, lo que quedaba era la defenestración, la guillotina.

Digamos, de paso, que la salida de Pablo Longueira de la jefatura de la UDI, en parte, se relaciona también a la necesidad de sobreproteger al líder. La ingeniosa puesta en escena del teleteatro con que se despidió Longueira no alcanza para ocultar que ese era un interés de los “guardaespaldas” políticos de Lavín, a quienes no les pasaban inadvertidas las sombras que le estaba produciendo Longueira al candidato, merced a sus muy superiores dotes de jefe, de negociador y de estratega.

En suma, este primer problema, o sea, el impedir que se siguieran delatando las fragilidades del candidato, pasaba por una operación de profilaxis, por crear un entorno políticamente “anormal”, artificial, ad hoc a las características y limitaciones del candidato.

Deciden los accionistas mayores

El segundo problema a resolver era el siguiente: “la propiedad” de Lavín y de su candidatura.

Joaquín Lavín fue ungido como la figura elegida por las elites de la “derecha profunda”. En él han invertido éstas su capital-dinero, su capital mediático, su capital político. Lavín está dentro de sus “propiedades”.

Sin embargo, en los últimos tiempos se estaban produciendo fenómenos que interferían en el control de su “propiedad”. Las pugnas entre RN y la UDI y el agrandamiento de Longueira en liderazgo y poder, estaban forzando a que Lavín concediera cuotas de poder a agentes externos al núcleo de poder lavinista, a agentes exógenos a los depositarios del poder de la “derecha profunda”. La integración de Allamand al círculo cercano fue uno de los síntomas de estas concesiones. Pero también fue sintomático que Lavín se allanara a aceptar la constitución de un equipo de trabajo programático integrado por miembros de los centros de estudios de la derecha y dirigidos por un “externo”, Juan Andrés Fontaine.

Por otra parte, las enconadas disputas de la UDI con RN le estaban confiriendo una influencia mayor a la deseada y presupuestada tanto a la UDI como a Pablo Longueira. La señal más potente de que esas dinámicas no eran del agrado del núcleo de poder lavinista, fueron los llamados de atención a Longueira que públicamente le espetara el alcalde de Las Condes, Francisco de la Maza, a propósito del manejo que el primero tuvo en el caso Spiniak.

En definitiva, el problema estaba en que, en virtud de intentar frenar el extremo desorden en la derecha, se abrían cauces para que irrumpieran nuevos socios en la “empresa” propietaria de la candidatura. Cerrar esos cauces, en consecuencia, era perentorio para la “derecha grande”. Había que cortar de raíz las disputas, recuperar el control centralizado de la candidatura y reconstruir un mecanismo de conducción que diera garantías futuras de impermeabilidad.

Si se observa con atención, si se mira más allá de las formas, el llamado “golpe de timón” redundó, en definitiva, en una suerte de “partido único” de la derecha y cuyo mando efectivo y factual queda en el equipo más cercano e íntimo de Lavín, ergo, en los “capitanes” de la “derecha grande”

El programa de gobierno no se toca

Y el tercer gran problema que impulsó y aceleró la declaración de un “régimen de excepción” para la derecha dice relación con los riesgos que empezaban a erigirse para el proyecto-país que le importa a la “derecha profunda”. Y estos riesgos no provenían sólo de las intromisiones de los ”agentes externos” mencionados, de las demandas programáticas de RN y de Sebastián Piñera, de las propuestas que pudieran surgir de las entidades de estudios, sino, incluso, del udismo longueirista, peligrosamente entusiasmado con la idea del partido popular.

En el plano de proyecto y programa la discursividad de Longueira tendía cada vez más a separar aguas con el empresariado, hasta con cierta tonalidad beligerante y amenazante y a asentar el “principio” de que, en un eventual gobierno de Lavín, la centralidad de la conducción del país seguiría en manos de la política y sus instituciones. Es decir, por las razones que fueran, el hecho es que los coqueteos de Longueira con expresiones del pensamiento socialcristiano estaban yendo demasiado lejos para la estructura mental del gremialismo, del neoliberalismo y del corporativismo-político de la “derecha grande”. Y si en algo ésta no transige es, precisamente, en materia de proyecto-país y programa de gobierno.

Se equivocan tajantemente quienes acusan al lavinismo de carecer de programa de gobierno y son unos ilusos los adherentes de la derecha que se esfuerzan por “aportar” a ese programa. Ya existe, está guardado bajo siete llaves y nunca va a ser sometido a discusión abierta, salvo en lo que corresponde a sus anexos, a sus pies de páginas. El debate o el conocimiento público sobre puntos referidos supuestamente a lo programático son necesidades que surgen de las políticas y estrategias comunicacionales. Lo demás es poesía.

La reingeniería aplicada a la estructura direccional de la derecha resuelve esos riesgos. La sola redefinición de las jerarquías de mando pone un tipo de orden que cierra los intersticios por donde podían colarse ideas programáticas “subversivas”. Por otra parte, centraliza las vocerías sobre esos tópicos o, dicho con menos elegancia, obliga al silencio a Longueira con sus anuncios filo socialcristianos y acalla el criticismo de los Sebastián Piñera, de los Allamand, de los liberales de RN, etc.

Y, por último, la instancia creada para esos efectos en el Estado Mayor lavinista le permite al líder y a los agentes de la “derecha grande” ejercer un riguroso control sobre el discurso programático a difundir y asegurarse de que los cerebros allí concentrados se dediquen a la misión asignada: a construir slogan pseudo técnico-intelectuales, baterías argumentales para las polémicas y sustentos ideológicos para la estrategia comunicacional.

Camisa de once varas: el autorregalo de Lavín

Los problemas esenciales que paralizaban y erosionaban a la derecha van a ser resueltos, en lo fundamental, por las medidas tomadas. Los corcoveos de los inconformes serán temporales o testimoniales y estériles. Por sus compromisos con el lavinismo, Andrés Allamand desarmó a Sebastián Piñera y a los “resistentes” liberales de RN. De hecho, él se apropió del partido: es el único militante de RN que pesa en la directiva del “partido único”.

En el fondo, los problemas se van a resolver porque lo ocurrido es una suerte de udización de la Alianza por Chile. No sólo porque la hegemonía al seno de ella será ejercida por la articulación histórica entre dirigentes de la UDI y la “derecha grande”, sino también porque su orgánica fue reestructurada udísticamente: férrea disciplina, nulos o escasísimos espacios para expresión de sus pluralidades, sistema cupular de toma de decisiones, etc.

La flaqueza o contradicción del modelo surge de esto último. La udización – para ser tal y funcional – comprende la figura de un mando unipersonal. Obviamente que, en este caso, no podría ser otro que Joaquín Lavín.

Omitamos – por ahora y sólo por ahora – el tema de sus intrínsecas limitaciones políticas y planteémonos interrogantes obvias: ¿Cómo va a conciliar, convincentemente, su “apoliticismo” con el ejercicio de la jefatura de una alianza política? ¿Irá a modificar su trabajada imagen de no-político que implicaría, a su vez, modificar su estrategia de campaña practicada con éxito por tantos años? ¿Podrá seguir dándose el lujo –que se ha dado en múltiples oportunidades- de apoyar iniciativas gubernamentales mientras sus parlamentarios las rechazan? ¿Cómo va a responderle al gobierno cuando éste lo emplace a comportarse como líder de la oposición? ¿Resolverá sus “contradicciones vitales” con la desfachatez de anunciar su retorno a la alcaldía y su “retiro” de la política de los políticos?

No le saldrá gratis a Joaquín Lavín su incursión en la política y aparentando ser jefe político. Al menos, en más de un momento, le será imposible mantener su perenne sonrisa.