Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates

Un hito en la historia partidaria

Eugenio Rivera U.

AVANCES de actualidad Nº 22
Julio 1996

El vigésimo quinto Congreso del Partido Socialista constituye sin duda un hito en la larga historia del partido. El documento programático aprobado reconcilia sus tradiciones políticas e ideológicas con los cambios acaecidos en las últimas décadas en el país y en el mundo. El documento articula en una proposición coherente para las próximas décadas, la radicalidad social con una profunda radicalidad democrática. En el ámbito doctrinario, se ha logrado consensuar una perspectiva que reconociendo la importancia histórica de la crítica del marxismo al capitalismo, releva con la misma fuerza la tradición del liberalismo político, las concepciones del humanismo laico y los principios éticos provenientes de la tradición cristiana así como la vocación transformadora del cristianismo popular.

El papel del marxismo en el Partido Socialista

Visto en la perspectiva de la propuesta programática de 1947, elaborada por Eugenio González el nuevo documento programático representa un cambio sustancial. En 1947 el marxismo constituía, con razón, el instrumento analítico fundamental del partido, utilizado de manera crítica y creativa. Ello era razonable en la medida que sobre la base del marxismo no sólo se estaba construyendo la sociedad soviética, intento profundo de superar el capitalismo, sino que también sus ideas impregnaban la acción política de los partidos progresistas en Europa que desde los gobiernos o desde la oposición estaban transformando el capitalismo, afectado gravemente por la crisis del año 29.

Luego de la segunda guerra mundial, sobre la base de la crítica marxista del capitalismo, particularmente en lo referido al carácter anárquico e injusto del sistema de producción, se desarrollan políticas que lo van a transformar significativamente. Sobre la base de la idea de que la crisis del 29 fue efecto de las limitaciones que presentaba el mercado como mecanismo de coordinación de las decisiones de los agentes económicos, se promueve el acuerdo entre el empresariado, los trabajadores organizados y el Estado en torno a una política de ingresos, a compromisos en materia de inversión y a la orientación del gasto público hacia la creación de una sociedad de bienestar. Lo anterior se complementa con la generalización de la planificación que se desarrolla tanto en las grandes corporaciones como en el propio Estado.

En Chile estas orientaciones se expresan, entre otros, en el desarrollo de la CORFO y en la importancia asignada a la planificación. Aparece así la noción de capitalismo organizado. Sobre esa base se genera un largo período de crecimiento económico y de expansión del bienestar. Las ideas promovidas por el ideario marxista ganaban aceptación general.

Treinta años después, en las décadas de los 70 y 80 entra en crisis el capitalismo organizado Y el Estado de bienestar. Los mismos elementos que habían permitido la superación de la crisis del 29 – el acuerdo tripartito, la política de ingresos, el Estado de Bienestar, el apoyo público al desarrollo industrial, el gasto público -, empiezan a experimentar un proceso de agotamiento. Y son justamente las radicales críticas al capitalismo organizado cuyo principal vocero son las tendencias neoliberales, las que generan las proposiciones que van a permitir nuevamente al capitalismo entrar en la actual fase de expansión y dominio. El nuevo documento programático del PS destaca el fenómeno al señalar que la emergencia de los gobiernos Reagan y Thatcher y la debacle del “socialismo real” son los principales símbolos del inicio de una nueva época histórica que plantea nuevos desafíos a los socialistas.

Para entender el nuevo escenario y generar proposiciones políticas capaces de enfrentar los desafíos del siglo XXI, el Partido Socialista debía constatar el agotamiento del marxismo. El XXV Congreso dio el paso y con ello marcó un hito fundamental en la historia del Partido Socialista.

El agotamiento del proyecto socialista tradicional

Son numerosas las causas que hacían necesario la formulación de un nuevo proyecto socialista. El modelo de Estado (“Estado de bienestar” y “Estado social”, en sus versiones propias de país desarrollado y subdesarrollado) con el que se logró que las aspiraciones sociales fueran aceptadas por todo el espectro político y con el cual el movimiento popular alcanzó importantes éxitos, entró en crisis en la década de los 70. El cuestionamiento apuntó a sus fundamentos ideológicos, obligando a los socialistas a aceptar el término de la identidad entre los cambios sociales deseables y la expansión de la propiedad pública.

El intento de sustituir los mecanismos de mercado a través de la planificación centralizada y la regulación administrativa de la economía, la manipulación de los impuestos y subsidios de manera discrecional, terminó en estancamiento con inflación. El agotamiento de esta política afectó tanto su versión suave, formalizada en las proposiciones de Karl Schiller en Alemania, como las versiones extremas representada por los países comunistas. El cuestionamiento de la propuesta económica socialista tradicional alcanzó también la pretensión, propia de la Ilustración, de forzar el imperio de la sociedad solidaria. El fracaso rotundo del mundo soviético demostró la inviabilidad de introducir la “buena sociedad” aun en contra de los deseos de los supuestos interesados.

La proposición de generalizar la propiedad estatal de los medos de producción y de establecer la planificación centralizada fueron expresión de una propuesta más radical del socialismo tradicional: poner orden frente a la anarquía que imperaba en la “producción social” para terminar con el desperdicio propio del capitalismo y sustituir la ganancia por la búsqueda del bienestar de las personas como motor de la actividad económica. Una expresión de ese objetivo fue la empresa pública y, otra más general, el intento de imponer límites a la racionalidad económica tal como se expresaba en las relaciones de competencia y de mercado y de colocarla al servicio de una racionalidad superior. El “socialismo realmente existente” representó el intento radical de reemplazar “la mano invisible” del mercado por la mano visible del Estado y construir así una organización social que tanto moral como técnicamente superaría al capitalismo.

No obstante, este esfuerzo cristalizó en una sociedad totalitaria incapaz además de generar un manejo razonable de los recursos escasos. La causa básica radicó en que con la eliminación fáctica del mercado se liquidó la posibilidad del cálculo económico y, al monopolizar el Estado los medios de producción, se eliminó la base de la autonomía ciudadana. En este contexto, la propuesta actual de los socialistas de dar preeminencia al mercado (que permite a millones de productores coordinar sus acciones) en un reconocimiento de que ello ha permitido el crecimiento económico y debe constituir el escenario dentro del cual los socialistas deben desarrollar su lucha por una sociedad mejor.

Pero el pensamiento socialista tradicional no fue afectado sólo por el agotamiento de sus proposiciones programáticas básicas sino también por el paso al primer plano de nuevos problemas que no estaban presentes dentro del tradicional bagaje de la doctrina socialista. Se trata de problemas relacionados con la discriminación de la mujer, con la amenazante aparición de los desequilibrios ecológicos que ponen en cuestión la propia supervivencia del planeta y con la centralidad que adquiere el control de la información en el mundo informatizado. En ese sentido, la renovación del socialismo es parte de la renovación del pensamiento político y de las ideologías y de la transformación cultural en el mundo como efecto de los enormes cambios que han ocurrido en las últimas décadas.

El nuevo capitalismo

Una nueva fase del desarrollo capitalista se ha iniciado. Esta se caracteriza en primer lugar por la globalización de la economía y la sociedad. En segundo lugar resaltan las profundas transformaciones tecnológicas en marcha, cuyo impacto reestructurante es sólo similar a la que tuvo la revolución industrial o el desarrollo de la industria del transporte a principios del presente siglo. Nos referimos a la revolución informática y de las telecomunicaciones.

Un tercer elemento que caracteriza la nueva fase, menos relevado pero igualmente crucial, es la ampliación de la cobertura y la profundidad que alcanza el mercado. Varias fases de la producción de los servicios públicos, otrora caracterizados por su estructura monopólica, se constituyen en mercados competitivos. Piénsese por ejemplo en la telefonía de larga distancia. La provisión de bienes públicos – como la educación y la salud – también es invadida por el mercado. La propia organización de los grandes conglomerados se transforma desde la empresa gigante hacia la constitución de empresas autónomas que constituyen unidades de negocios independientes. En el propio Estado se introducen mecanismos de mercado.
Estado y mercado

El Congreso del PS representa una puesta al día de sus postulados básicos y un punto de partida significativo para formular una propuesta socialista para las próximas décadas.

¿Cómo avanzar en la renovación del socialismo en el campo económico-social? Parece indispensable reconocer el predominio de la racionalidad económica en el ámbito que le es propio. Junto a ello es necesario determinar las áreas que deben escapar a esa racionalidad y los ámbitos en que el mercado debe ser apoyado y completado. Para avanzar puede ser adecuado, antes de buscar las soluciones, precisar los problemas que en la actual fase es necesario resolver. Ello requiere identificar el tipo de problemas que las propuestas tradicionales del socialismo buscaron resolver. Requiere también identificar los nuevos problemas que es necesario enfrentar para que el socialismo siga siendo la fuerza del progreso social: los riesgos y oportunidades que abre la internacionalización de las economías y el reconocimiento de que el mercado genera desigualdades sociales, desequilibrios ecoambientales y distorsiones monopólicas que sus mecanismos no pueden corregir por sí mismos.

Un aspecto clave es el referido a las relaciones entre el Estado y el mercado. La propiedad pública de los medios de producción ha sido considerada como un tema básico de los socialistas. En los países socialistas la gran mayoría de las empresas eran de propiedad estatal. No obstante, ellas eran frecuentes también en los países capitalistas desarrollados. En tal sentido la empresa pública fue una respuesta generalizada a la necesidad de desarrollar sectores productivos indispensables para el crecimiento económico que el capital privado no quería o no podía impulsar.

La intervención pública en la economía presenta insuficiencias significativas; el horizonte de planeación está sujeto a las incertidumbres propias del futuro desconocido y, como ocurre con los individuos, se ve afectado por las imperfecciones de los sistemas de información. Procesos burocráticos atentan contra la toma de decisiones oportunas. Las empresas públicas están sujetas a presiones que tienden a dificultar su gestión como empresas. Naturalmente, es posible perfeccionar la capacidad de gestión de estas empresas, pero hay que reconocer que no es una tarea fácil.

Por su parte, el mercado ha experimentado un perfeccionamiento que le permite aparecer en una serie de ámbitos como más ágil y eficaz que el Estado. Los inversionistas privados pueden emprender, en la actualidad, muchos proyectos que en el pasado por su magnitud parecían sólo posibles de ser realizados por el sector público. Al contrario del pasado, existen capitales, también nacionales, interesados en invertir en energía eléctrica, en los servicios sanitarios y en otros servicios públicos. No obstante, la experiencia nacional e internacional deja en evidencia que el mercado dejado a su libre arbitrio se transforma en mercado salvaje, con graves costos sociales e incluso económicos. Un campo de fundamental importancia es el esfuerzo por mejorar la distribución del ingreso mediante la instrumentación de diversas políticas públicas. De la misma manera es indispensable analizar las modalidades que debe asumir el esfuerzo público por mejorar los equilibrios medioambientales y territoriales que plantea la internacionalización.

¿Cómo y quién debe complementar al mercado en los ámbitos señalados? La respuesta tradicional del socialismo fue que el Estado debía asumir esa tarea. Sin duda que al Estado le cabe un papel de singular importancia. Mantiene vigencia la idea de que en determinados ámbitos delimitados el mercado debe subordinarse a una lógica definida en lo político. Pero un peligro claro es el regulacionismo excesivo. Es vital explorar, con mayor dedicación, una perspectiva que releve la importancia de las acciones destinadas a promover la competencia y hacer más transparente los mercados. En este campo el fortalecimiento de los actores sociales es un factor de primera importancia.

La nueva modalidad de participación del Estado representa una ruptura con el Estado empresario al restringir su participación directa en la economía. Pero presenta también una discontinuidad respecto del Estado subsidiario. Al contrario de este último, da cuenta de que para asegurar un desarrollo equilibrado resulta insuficiente actuar en subsidio de los privados: es indispensable estructurar, desde el Estado, los mercados. Al contrario del Estado empresario, el nuevo Estado no fuerza la lógica económica; al contrario del Estado subsidiario, la orienta y ordena. Se retoma así el ideario socialista que cree posible que los seres humanos se organicen y desarrollen las condiciones para instalar la sociedad buena. Pero el marco de este esfuerzo es la democracia y la condición de éxito es la aceptación de la racionalidad económica.