Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

¿Adiós a la “ceremonia del adiós”?

Antonio Cortés Terzi

AVANCES Nº 45
Noviembre 2003

Hace poco más de tres años, en esta misma revista publiqué un artículo que llevaba por título, “Gobierno de Lagos: ¿Proyecto Histórico o Ceremonia del Adiós?”. El artículo fue reproducido, parcial o totalmente, por los principales medios de prensa, alcanzando una amplia difusión. De todo el revuelo que causó lo que importa destacar hoy es que la “popularización” del artículo (“popularización” no significa necesariamente lectura) fue a costa de su mutilación. Virtualmente desapareció el dilema planteado en el título y sólo quedó a firme la idea de la “ceremonia del adiós”.

EL POR QUÉ DEL RETORNO AL TEMA

En estas páginas retomo el tema por razones que paso a explicar. Con la frase “ceremonia del adiós” se aludía a una tendencia declinante de la Concertación que, si bien tenía sustentos objetivos, se potenciaba por ánimos y actos subjetivos inspirados en la percepción de que éste sería el último gobierno de la Concertación. Ánimos y actos que convertían, de facto, lo que era una tendencia, y nada más que una tendencia, en una fatalidad. Para evitar tal conversión sugería, entonces, que el gobierno de Ricardo Lagos debía instalarse en la perspectiva de un “proyecto histórico”, esto es, que su programa y sus realizaciones debían ordenarse en torno a paradigmas mayores, tanto en términos temporales (de ahí lo histórico) como en términos transformadores o reformadores. Es decir, en un proyecto-proceso en el que los cambios del aquí y el ahora cobraran verdadero sentido en cuanto formaran parte y fueran antecedentes de cambios del mañana y cuya vinculación orgánica, continuidad y sumatoria, lejos de tener efectos puramente cuantitativos, respondieran a un imaginario progresista de sociedad.

En otras palabras, se sugería que, para contrarrestar la declinación, el negativismo, el desánimo, el gobierno debía liderar un proceso de refundación de la Concertación (necesidad que hoy nadie interroga, al contrario, todos reclaman) por la vía de darle contenido proyectivamente histórico a su quehacer, con una impronta progresista que deviniera en nuevo eje ordenador de la coalición y reconstructivo de su sentido misional.

El imperio de la “ceremonia del adiós”

En el curso de sus dos primeros años, y algo más, ni el gobierno ni la Concertación asumieron el desafío, al menos, no lo hicieron con claridad y sistematicidad, tanto porque se presentaron contextos de distinta índole que dificultaron esa tarea, como porque el gobierno equivocó caminos.

De los equívocos hay dos que resaltan:

1. El gobierno y sus partidos fueron aquejados por una verdadera obsesión en lo electoral. Las elecciones de octubre de 2000 y de diciembre de 2001 condicionaron en extremo la acción gubernamental y partidaria. El excesivo “electoralismo” conspiró contra el “proyecto histórico”. Las urgencias electorales impusieron sus lógicas coyunturalistas e impidieron que se plasmara un actuar estratégico que expresará la opción refundacional.

2. El gobierno falló en sus diagnósticos sobre las perspectivas económicas, lo que pudo haber sido un error menor y rápidamente subsanable. Pero se erigió en un equívoco mayúsculo por la porfía en no revisar esos diagnósticos y por la mantención de planes y programas en virtud de ellos. Las correcciones tardaron mucho en hacerse. (En algunas entrevistas más o menos recientes el ministro Nicolás Eyzaguirre ha reconocido esos errores).

Ambos equívocos convergieron en un resultado genérico: las políticas gubernamentales se mostraron erráticas en cuanto a su norte y virtualmente intraducibles a algo que semejara proyección y destino histórico predefinido.

Por su parte, los contextos desfavorables fueron múltiples. Deterioro de la economía mundial; cuadros de conmociones político-sociales y crisis económicas en importantes países de la región latinoamericana; fuerte clima de inestabilidad política internacional etc., lo que repercutió en dificultades para la reactivación económica, para la superación del problema del alto desempleo y en el financiamiento de planes sociales. Pero, sobre todo, repercutió en gastos de atención y energías para “proteger” al país de los efectos contaminantes de la situación externa.

En suma, en ese lapso poco se hizo – por errores y por limitaciones objetivas – para instalar al gobierno en dimensión de liderazgo refundacional. O sea, no se desarrolló la principal alternativa idónea para contrarrestar la tendencia graficada como “ceremonia del adiós”.

En cambio, permanecieron y se incrementaron los factores promotores de tal tendencia.

En primer lugar, la no reactivación, el alto desempleo y la escasez de recursos para impulsar programas sociales, por supuesto que fueron nutrientes de desánimo, de pérdida de autoconfianza en la capacidad de la Concertación.

En segundo lugar, la atmósfera de pesimismo influyó en la potenciación de movimientos centrífugos dentro de la alianza gobernante, alentó el criticismo y las recriminaciones, debilitó lealtades y el espíritu de cuerpo, estimuló la búsqueda de alternativismos partidarios y personales, etc.

En tercer lugar, pese a los esfuerzos, electoralmente la Concertación no frenó la huída de votos y la derecha afirmó un piso electoral en varios puntos más arriba.

Y, en cuarto lugar, las denuncias y juicios sobre irregularidades crearon la sensación de una crisis ético-política en la Concertación de tal magnitud que, en momentos, se percibió como su lápida.

Así, el dilema planteado entre “proyecto histórico” y “ceremonia del adiós”, parecía absolutamente saldado a favor de esta última tendencia.

La ceremonia aguada

Desde hace algunos meses, ese escenario se ha ido modificando. No se ha revertido por completo, pero es ostensible que ya no dominan como otrora los síntomas de la “ceremonia del adiós” y que hay una incipiente dinámica ascendente de recuperación de optimismo y autoconfianza. La reversión de los síntomas negativos no son observables sólo entre los mundos y dirigentes de la Concertación. Andrés Allamand y Sebastián Piñera lo han expresado a través de declaraciones en las que señalan que Joaquín Lavín no tiene asegurado su éxito en las elecciones de 2005. Claro, son declaraciones que pueden considerarse poco fiables porque tal vez oculten intereses negociadores. Pero lo que en verdad importa es que, al hacerse públicas, son declaraciones que intervienen en la modificación de las atmósferas negativas para la Concertación. Sin duda que es mucho más ilustrativo del cambio de percepciones el que el propio Pablo Longueira, aunque sea al pasar, reconozca incertidumbres, que antes no reconocía públicamente, respecto del resultado de la próxima contienda presidencial: “No conozco a nadie que esté sinceramente preocupado del triunfo de Lavín que piense que la carrera está ganada” (La Segunda, 26/09/03)

En definitiva, las razones para retomar las reflexiones sobre la “ceremonia del adiós” se pueden sintetizar en una que resulta central: los datos y percepciones indicativos de que ya no se visualizan como “leyes de hierro” la decadencia de la Concertación y el inexorable triunfo de la derecha, son datos y percepciones que operan en el sentido de modificar radicalmente los escenarios políticos y los componentes particulares que los integran.

RECONFIGURACIÓN DE LOS ESCENARIOS POLÍTICOS

En efecto, el que la tendencia que se sintetizó con esa frase se encuentre en proceso de reversión propone cambios cualitativos en las atmósferas y en las conductas políticas. Y esto porque, aunque no siempre de manera consciente, durante buena parte del actual gobierno, estuvo como trasfondo condicionante de los escenarios la percepción – con intensidades variables – de una Concertación declinante y condenada al fracaso el 2005.

Naturalmente que, en la medida que esa percepción generalizada se bate en retirada, ese trasfondo condicionante desaparece para dar paso a otros trasfondos.
Se puede presumir que un ámbito con participación importante en el giro en la construcción de los escenarios será el ámbito discursivo que necesariamente tendrá que hacerse cargo de una mayor densidad y “dramatismo” del enfrentamiento político. Tres causas avalan esta presunción:

1. Mientras se mantuvo incólume la idea del predominio de la “ceremonia del adiós”, la derecha pudo aplicar una estrategia inerte, cómoda, de andar cansino, confiada, en lo fundamental, en el desgaste “natural” de la Concertación. Esta, por su parte, con cuotas elevadas de desesperanzas, con sectores aquejados, en momentos, de síndrome de angustia, con muestras partidarias de desorientación y desorden político y propositivo, dolida por las manifestaciones de desafecto de sus bases, consumidos sus partidos y muchos de sus liderazgos en la búsqueda introvertida y particular de salidas, poco o nada avanzaba en la reconstrucción de diseños estratégicos comunes que comprendiera debates e iniciativas relevantes e innovadoras.

Ambas situaciones llevaron a que los partidos y bloques, a veces por largos períodos, redujeran su actuar a la “pequeña política”. Quiérase o no, durante lapsos no menores, la “gran política” fue un ejercicio casi solitario del gobierno, compartido con unos pocos parlamentarios.

La recuperación iniciada por la Concertación, la reinstalación de la idea de una pugna cerrada por la Presidencia de la República es incongruente con esas conductas. La derecha no podrá continuar con una estrategia abundante en pasividad y con su presidenciable refugiado en el búnker alcaldicio. Y sería absurdo que, abierta una oportunidad de repunte, la Concertación no se reordenara y concordara con el gobierno una estrategia política y programática que marque diferencias con la derecha y que apele a estimular a sus bases de apoyo.

Lo esperable, en consecuencia, es que la actividad política se vuelva más competitiva y que los temas en competencia tengan más contenido y trascendencia.

2. En virtud de lo anterior, cabe prever o conjeturar una reconfiguración significativa del “teatro de operaciones” en el que se darán las batallas discursivas. Cuestión en la que la Concertación debería jugar un papel protagónico. Su revitalización pasa, entre otras cosas, por su capacidad para recuperar la representación del cambio. Después de tres gobiernos, no es fácil ni simple esa recuperación. Pero la derecha ayuda un poco. Comunicacionalmente, la oferta lavinista reduce el cambio al cambio de personal. No se le conoce más sustancia a su oferta (y, atención, tampoco se le conoce el personal que ofrece).

Y no es que el lavinismo carezca de programas. Ocurre que no le es electoralmente conveniente entrar en ese plano discursivo. En primer lugar, porque confía en ganar la representación del cambio por el sólo desgaste de la Concertación. En segundo lugar, porque el debate programático le obliga a desnudar posiciones que lo conflictúan o con sus bases naturales de apoyo (las elites socio-económicas) o con los mundos populares a los que aspira conquistar. Y, en tercer lugar, porque, en rigor, programáticamente el lavinismo representa un cambio regresivo (retorno a la ortodoxia neoliberal) y que discursivamente no tiene nada de novedoso: implica la reiteración de lo esencial que ha trasmitido a través de su discurso opositor.

Para la Concertación, aunque sea compleja su elaboración, es menester levantar un discurso del cambio que recoja las críticas e inconformismos frente al status y que exponga su voluntad de impulsar políticas que lleven al país a otro estadio de desarrollo, habida cuenta que los éxitos logrados lo permiten, pero habida cuenta también del agotamiento relativo del ciclo que posibilitó esos éxitos.

En otras palabras, el “teatro de operaciones” que se avecina y en el que se librarán las pugnas comunicacionales será distinto, porque las baterías argumentales ya no podrán estar dirigidas, sólo o principalmente, a combatir menudencias, medidas o políticas focales, sino también a esbozar imaginarios de sociedad y tipos de proyecto-país. Si uno de los principales ejes de las contiendas políticas será la pugna por la representación del cambio, entonces, una elemental lógica indica que lo que se pondrá en discusión – al menos de parte de la Concertación – son las diferencias referidas a esencialidades entre conservadurismo y progresismo.

3 Hoy, los bloques políticos saben que las elecciones de 2005 son de resultados inciertos y que lo que ocurra en esa fecha será determinante para el futuro de cada alianza y sus partidos. El bloque derrotado entraría en una fase de conmociones críticas. En la Concertación se desatarían las centrifugacidades contenidas por la fuerza centrípeta que emana de la condición de ser gobierno. Centrifugacidades latentes incluso al interior de sus partidos y que, en el fondo, tienen que ver con procesos inconclusos de redefiniciones del mundo progresista. Una derrota de la derecha, por su parte, la dejaría sin una figura lideral competitiva, interrogaría la eficacia de la “lavinización” de la política, pondría en jaque la hegemonía de la UDI y potenciaría la siempre presente posibilidad de escisión de RN.

En pocas palabras, la coalición que pierda las elecciones presidenciales saldrá extremadamente dañada y deberá reiniciar una “larga marcha”.

Con un pronóstico tal, fácil de establecer y compartir, es obvio que la etapa pre-elecciones adquirirá características “dramáticas”, porque, al fin de cuentas, estará en juego la pervivencia de las coaliciones y, probablemente, el propio sistema de partidos. Dada esa dramatización, es congruente sospechar escenarios de mayor endurecimiento de las competencias entre la Alianza por Chile y la Concertación y una paulatina pero ascendente entrada en escena de un superior activismo de los poderes fácticos del derechismo.

EL POR QUÉ DE LA RETIRADA DE LA “CEREMONIA DEL ADIÓS”

En el primer artículo que escribí sobre el tópico planteaba que la alternativa a la “ceremonia del adiós” era una estrategia y programa gubernamental de rango histórico que redundará en la explicitación de un “proyecto histórico”, para así reanimar a la Concertación, responder a las expectativas transformadoras que se instalaron en los colectivos sociales con la elección del Presidente Lagos y relegitimar la vigencia de la Concertación más allá de 2006.

Nadie podría afirmar que la Concertación y el gobierno han reconstruido o reactualizado su proyecto histórico y que su accionar en los últimos años se ha ceñido a parámetros de esa naturaleza. Por cierto que, en lo grueso, tras las políticas y discursos de ambos hay lineamientos conceptuales, trazos de cosmovisiones que responden a lecturas y a aspiraciones históricas, pero son de un carácter tan genérico y se manifiestan de manera tan dispersa que no dan como para identificarlos con la categoría de proyecto.

En consecuencia, podría pensarse que la ostensible recuperación anímica que se detecta en los universos concertacionistas, que contraría la tendencia entrañada en la “ceremonia del adiós”, ha sido fruto de otros factores y no de la reemergencia y reinstalación de un proyecto histórico. Interpretación posible y defendible, pero que, no obstante, requiere de más de una vuelta analítica.

La importancia del imaginario de sociedad

La recuperación anímica es de reciente data, desde hace apenas unos meses. No es exagerado decir que, por más o menos tres años y casi interrumpidamente, la Concertación estuvo bajo la impronta desalentadora de la “ceremonia del adiós”. ¿Que ocurrió de importante en este último tiempo que tuvo la virtud de modificar esa impronta?. En apariencia, nada: ninguna victoria electoral, ninguna gran obra espectacular del gobierno, ningún hecho mediático excepcional y favorable a la Concertación o al gobierno. Los acontecimientos políticos y de gestión gubernamental han sido más bien rutinarios, previsibles, sin connotaciones extraordinarias. ¿Por qué, entonces, esta incipiente y creciente recuperación de autoconfianza en los colectivos concertacionistas.? ¿Bastan para explicarla cuestiones como el estancamiento o leve baja en la popularidad de Joaquín Lavín, los modestos mejoramientos de la actividad económica, los buenos augurios sobre el futuro de la economía…? Son cuestiones que participan, pero que no bastan para explicarlas. La hipótesis que aquí se sostiene es que tal recuperación se debe a dos dinámicas que se interrelacionan y retroalimentan:

• a una sumatoria y conjunción de hechos y procesos – de relieve alto algunos, moleculares otros -, que han transcurrido en plazos relativamente largos y que han producido cambios en la subjetividad social, o sea, en las miradas con que las personas perciben la realidad socio-política, y
• al simbolismo que ha alcanzado el despliegue de la personalidad y discursividad del Presidente de la República, simbolismo que reúne, precisamente, elementos que integran el imaginario colectivo de un proyecto histórico o proyecto país.

Puesto a la inversa, en la figura del Presidente Lagos la opinión pública, con visiones reeducadas por nuevas realidades y acontecimientos, percibe o al menos intuye la existencia de un proyecto histórico.

La retroalimentación estriba en que la personalidad y discursividad del Presidente ha sido factor coadyuvante al desarrollo de una subjetividad social en vías de modificación, merced a la cuál su nivel de liderazgo ha devenido en una constante.

No por nada es que la recuperación de autoconfianza concertacionista ha seguido un camino “extraño”. No partió por iniciativas, por actos de voluntad y esfuerzo de los partidos o de liderazgos partidarios. Estos han sido receptores de la autoconfianza a la que incentiva la constatación del apoyo popular que ha conservado el Presidente, aun en las peores circunstancias.

El factótum Lagos

¿Qué hechos y procesos han participado en la modificación de las formas sociales de percibir la realidad y que explican que el prestigio del Presidente se articule a la percepción colectiva de existencia de proyecto histórico o trascendente? A continuación se puntualizan los más importantes:

1. El fin del período de bonanza económica y de varios años de austeridad y dificultades económicas han terminado de ser asimilados por la sociedad con dosis considerables de racionalidad y realismo. Básicamente, porque pudo comparar la abismal distancia entre los problemas socio-económicos nacionales y los de otras latitudes, especialmente los de Argentina.

2. La sociedad, crecientemente ha venido incorporando a su información y conocimiento que la globalización implica también riesgos y costos nacionales por lo que suceda en cualquier parte del orbe, particularmente después de la seguidilla de acontecimientos bélicos y/o sangrientos de los últimos tiempos (Torres Gemelas, Afganistán, Irán, conflicto judeo/palestino)

3. Varios, sino muchos, países latinoamericanos han vuelto a sufrir inestabilidades políticas agudas y crisis económico-sociales de envergadura, Chile, en cambio, ha dejado atrás los problemas civiles/militares, nada amenaza la convivencia democrática y la conflictividad social está dentro de cauces absolutamente normales de cualquier democracia.

4. También la sociedad chilena ha venido asumiendo que la modernidad no es gratuita, que donde quiera que se expanda acarrea desintegraciones y deconstrucciones, plantea serios problemas conductuales y valóricos que afectan la convivencia social. Asunción que se traduce en dos percepciones, al menos en ciernes y latentes: i) que tales efectos negativos son universales y que Chile no se encuentra entre los que más los sufren y ii) que son fenómenos de complejidad tal que no aceptan el facilismo como respuesta.

5. Pero, probablemente, de todos los factores que más han influido en un cambio de visión en la construcción de percepciones públicas, el más determinante y que está en el trasfondo de los anteriores, tiene que ver con la elocuencia y evidencia de los múltiples datos mundialmente indicativos del derrumbe de las certezas y del predominio de incertidumbres que se yerguen sobre las vidas de las sociedades, de los colectivos sociales y de los individuos. Incertidumbres tanto más angustiantes, toda vez que las estructuras protectoras y orientadoras de antaño son víctimas de crisis de funcionalidad y credibilidad.

Ante el desamparo social e individual al que impelen los fenómenos de la globalización y la modernidad y ante las crisis o resquebrajamientos de las viejas estructuras protectoras y orientadoras, las sociedades y los sujetos perciben tanto más la necesidad de éstas últimas. Se genera así una situación extraña, paradojal: el agudo y común criticismo hacia la política y sus instituciones, bien puede leerse también como una demanda a que ambas repongan o reconstruyan sus funciones protectoras y orientadoras.

Es evidente que estos entornos que tienden a modificar la mirada social a través de la cual se erigen las percepciones públicas influyen con grados distintos entre los diversos sectores sociales y entre los sujetos. Lo relevante es que, genéricamente, conforman una nueva atmósfera media, un nuevo sustrato más o menos común sobre el que se conforman las opiniones colectivas.

El simbolismo del Presidente Lagos

En la personalidad, discursividad e imagen del Presidente Lagos el público, conciente o inconscientemente, tiende a encontrar una respuesta a la búsqueda de liderazgos (estructuras) protectoras y orientadoras (proyecto histórico). Y este aserto puede ampararse en aspectos específicos.

1. Durante su mandato, entornos cercanos – por cercanía geográfica o comunicacional – han mostrado álgidas convulsiones y con amenazas de expansión. No obstante, Chile ha resistido a los embates externos de manera más que satisfactoria. La República, la Nación – conceptos reiterativos en el discurso presidencial – han sabido defender a sus ciudadanos. Y en un país con régimen y cultura tan presidencialista, se asocia espontáneamente Nación y República con la persona del Presidente.

2. Las reconocidas dificultades económicas no se han traducido en soluciones que conlleven a sacrificios de las políticas sociales. Por el contrario, las políticas sociales no sólo se han mantenido en lo fundamental sino que no han cesado de plantearse iniciativas en esas materias y el Presidente ha sido protagónico en el impulso de esas medidas y en las pugnas por su financiamiento. En consecuencia, la institución Presidente de la República o Jefe de Estado aparece como estructura “protectora”.

3. La reiterada reivindicación de la República, del Estado, de las instituciones presente en el discurso presidencial, se condice con la búsqueda social de estructuras orientadoras y protectoras. Hecho que no es incompatible con la existencia de la crítica y el descrédito que afecta a las instituciones. Lo que ocurre es que la ciudadanía – o buena parte de ella – “personaliza” en el Presidente la imagen y aspiración de la “buena” institucionalidad y el ideario del deber ser de la institucionalidad.

4. Los énfasis gubernamentales, particularmente esclarecidos y jerarquizados a partir de mayo de 2002, han ayudado a fraguar la percepción de un gobierno que actúa con proyección histórica, como estructura orientadora. Es obvio que los tratados comerciales internacionales no pueden ser sino interpretados en ese sentido y lo mismo ocurre con el acento puesto en proyectos de largo aliento como los de salud, educación e infraestructurales.
Con todo lo anterior no se quiere decir que la política gubernamental se rija por lineamientos desprendidos de un elaborado y explícito proyecto histórico. Lo que se quiere decir es que en la figura del Presidente Lagos la ciudadanía visualiza un liderazgo trascendente, en virtud de que su personalidad y discursividad trasmite imágenes y señales de prestancia y conducción histórica. De allí que su figura haya devenido en factótum en el proceso de recuperación de autoconfianza de la Concertación, ergo, en el proceso de reversión de la tendencia acuñada en la frase “ceremonia del adiós”. La condición de factótum se hace tanto más comprensible si se tienen en cuenta dos cosas:

• que la Concertación y sus partidos no sólo no han sido capaces de reconstruir proyecto histórico, de exponer ordenada y sistemáticamente políticas e ideas-fuerzas que repongan un imaginario convincente de sociedad a construir, sino que tampoco sus discursividades, sus gestualidades, sus conductas tienen una carga implícita de mensajes que trasunten un sentido trascendente de su obrar;

• que, quiérase o no, la Concertación, sus partidos y no pocos de sus dirigentes lo que, de facto y con mas asiduidad han irradiado hacia el público es un “pesimismo histórico” respecto del gobierno y de sí mismos.

Es decir, no ha habido correspondencia, ni siquiera complementariedad, entre la imagen proyectiva que acompaña al Presidente y las imágenes que rodean a las instancias y dirigencias concertacionistas.

EL FIN DE LA CEREMONIA DEL ADIÓS: TENDENCIAS Y CONTRATENDENCIAS

El proceso de inauguración reciente que se analiza y que sugiere un giro significativo en los escenarios políticos, como todo proceso está sujeto a tendencias y contratendencias. El punto de partida, constatable hoy, es que la declinación de la Concertación ha cesado y que hay una incipiente dinámica que augura posibilidades de continuar siendo mayoría electoral. Esa es, en definitiva, la tendencia novedosa que muestra el cuadro político. Pero es una tendencia que no tiene asegurada su expansión y, por ende, tampoco la afirmación del objetivo. Frente a sí tiene contratendencias que la pueden estancar e impedir su realización.

Las tendencias favorables

El desarrollo de la reversión de la “ceremonia del adiós” encuentra en la popularidad del Presidente, merced al tipo de liderazgo que ha ejercido, un primer factor favorable, pero hay otros que también colaboran para su potenciación. Tres de ellos son probablemente los más gravitantes hasta hoy.

1. Indicadores y pronósticos anuncian que la economía chilena ha iniciado un ciclo ascendente y que, por consiguiente, los dos últimos años de gobierno serán los más holgados en esas materias. En consecuencia, las dos elecciones que vienen se darán en un marco económico incomparablemente mejor para la Concertación que los marcos económicos en los que se dieron las elecciones precedentes.

2. Las elecciones municipales le aseguran a la Concertación, por lo mínimo, dos éxitos: subirá en el número de alcaldes y volverá a obtener una suma de sufragios superior a la derecha. Además, no es en absoluto descartable que, otra vez, logre mayoría absoluta.

De por sí, los dos primeros éxitos garantizados serán un fuerte aliciente al proceso de reversión que aquí se analiza. En primer lugar, porque contribuye a la recuperación de autoconfianza del universo concertacionista. Y, en segundo lugar, porque mejora su plataforma de poder local para las elecciones de 2005.

En un plano más especulativo, si la Concertación sobrepasa el 50% y la izquierda extraparlamentaria obtiene sólo entre un 3% y un 4%, (cifras que está por bajo el promedio histórico que ha alcanzado esa izquierda) el impacto de tales resultados se manifestaría en un viraje más significativo de las tendencias: la pérdida de autoconfianza correría ahora a cuenta de los universos derechistas y de fracciones de un potencial electorado lavinista.

3. Joaquín Lavín ya no es el Joaquín Lavín de la elección anterior. También ha sufrido un “desgaste natural”. Su libreto es el mismo que el de hace más de cuatro años y es poco probable que cambie mucho hacia el futuro. A cualquier candidato le produce efectos negativos la falta de innovación de sus fórmulas políticas y político-electorales. En el caso de Lavín es bastante más dañina. Su admirable éxito en la elección anterior, se debió, en un porcentaje muy elevado, al “factor sorpresa”, a la originalidad de estilos, a la audacia discursiva. Su estrategia de campaña fue un verdadero “destape”, un fenómeno irruptivo que desorientó a sus adversarios (y no a pocos de sus adherentes).

Pues bien, ese factor ya no juega ni jugará a su haber de la manera que lo hizo en su primera candidatura. Ya es un “viejo conocido”, previsible y, por ende, anticipable.

Por otra parte, las condiciones, atmósferas y sustratos partícipes en la configuración de las percepciones públicas ya no son exactamente las mismas que dominaban a fines de la década de los noventa, según lo analizado más arriba. Hay públicos más cautelosos, más desconfiados de la política-espectáculo, menos sensibles al verbo errático, simplista, concretista. Públicos que reclaman contra la política, pero no en demanda de un supuesto apoliticismo, sino en demanda una calidad superior de ella. En las elecciones pasadas Lavín obtuvo su plus apelando, sustancialmente, a franjas del electorado caracterizadas por su anomia social y política y por una bajísima información y cultura cívica. Hoy, por cierto que perviven franjas con esas características, pero los cambios de contextos hacen presumir que son numéricamente menores y/o más difíciles de seducir por fórmulas de la “ortodoxia” lavinista.

Quizás si lo que más deteriore o reste efectividad a la estrategia lavinista, pensando en el 2005, es la imagen de inocuidad que premeditadamente trasmite respecto de la figura de Lavín y del ejercicio de su liderazgo. En la elección anterior, su inocuidad le granjeaba simpatías, anulaba antipatías, convocaba a la confianza. Claro, todavía Pinochet no se extinguía, seguía causando una extenuante polarización. Todavía Chile y el mundo no eran conmocionados por los atentados a las Torres Gemelas. El retorno de la inestabilidad en América Latina apenas comenzaba. Aún persistía, por inercia, el aura exitista de la década de los noventa. Por lo mismo, la sempiterna sonrisa del candidato Lavín le ofrecía a Chile “despolarización” y una calma existencia en un universo próspero y tranquilo. Pero en el mundo y en el Chile actual, la inocuidad política no es inocua, es indefensión, ergo, puede ser dañina. Y ese es un dato que no escapa a la percepción pública media. A la postre, encarrilada la campaña presidencial, Lavín tendrá que habérselas con el obstáculo que le presentará su propia y consolidada imagen de inocuidad.

Las contratendencias

Pese a los factores mencionados, el desarrollo hacia la plena superación de los síntomas de la “ceremonia del adiós” puede verse estancado o adquirir intensidades y ritmos insuficientes para enfrentar con éxito la elección presidencial próxima si no se tienen en cuenta factores que operan como contratendencias.

El 2005 vs. el 2009 . Esta es una contratendencia que queda como lastre de diseños políticos que se fueron construyendo en el período de imperio casi absoluto de la “ceremonia del adiós”. En ciertos sectores se gestó la convicción de una ineluctable derrota el 2005 y, por consiguiente, alzaron la vista hasta el 2009. Aunque los diseños no se hayan elaborado a plenitud sí instalaron lógicas e intereses que todavía no han sido completamente desarmadas. Dicho con todas sus letras, en la Concertación hay grupos y actores que aún piensan en una estrategia que tiene como meta el 2009 y no el 2005 y que, por ende, razonan con ambivalencia. Un razonar tal es antagónico al desarrollo de la autoconfianza de la Concertación y a la recuperación de una dinámica ascendente.

Heredada del período más “negro” para la Concertación, esta contratendencia tiene nutrientes más banales, más prosaicos, pero que son parte de las irracionalidades que, en muchos momentos, acompaña a la razón política o a las leyes del poder y que pesan tanto más en situaciones en las que la personalización y la corporativización de la actividad política alcanza niveles desproporcionados, como ocurre hoy en Chile. Venciendo pudores, digamos con claridad que esta contratendencia se nutre de los cálculos de grupos y personalidades que ven mayores opciones de realizar sus fines particulares el 2009 y después de una derrota de la Concertación el 2005.

Obviamente que son nutrientes subterráneos, inconfesos, pero que pueden tornarse riesgosamente eficaces porque están en condiciones de asumir variadas formas, actuar factualmente, ocultarse en discursos de apariencia principistas y altruistas para movilizar corporativismos grupales y/o partidarios, etc. Es una contratendencia que difícilmente podrá ser eliminada, aunque sí es posible de inhibir y forzar a una subterraneidad que la vuelva casi inoperante.

“Desgaste natural” y carencia de proyecto. El “desgaste natural” es un elemento corrosivo para cualquier fuerza política que gobierna por 16 años. Sin embargo, en la realidad nacional hay una particularidad que debería relativizar la cuestión del “desgaste natural”.

Los gobiernos de la Concertación han conducido al país en situaciones de excepcionalidad, identificables en dos procesos de transición: la transición política y la transición modernizadora. En ambos y en lo esencial, la gestión ha sido exitosa. Bemoles más, bemoles menos, las dos transiciones han sido coronadas con la consolidación de sus elementos fundamentales, lo que no necesariamente significa que estén finalizadas por completo, pero sí consolidadas en lo que respecta a sus dinámicas claves.

El “desgaste” de la Concertación, en consecuencia, también puede asociarse a dos fenómenos históricos y no puramente “naturales”: al éxito obtenido en el cumplimiento de las dos tareas que le fueron asignadas por condicionantes históricas y a la finalización o agotamientos de ciclos histórico-políticos y estructurales, merced, precisamente, al éxito de los gobiernos concertacionistas.

En definitiva, bajo la conducción de la Concertación se está cerrando en Chile un período histórico. ¿Implica ello el fin de la Concertación, su pérdida de vigencia histórica? En absoluto, por el contrario.
El que ese período que se cierra devenga en plataforma para un impulso cualitativamente innovador del país se requiere un progresismo organizado y gobernante (léase Concertación). Con un gobierno de derecha las perspectivas son de un continuismo forzado del período en vías de superación, porque su ortodoxia neoliberal conllevaría a políticas conservadoras o inerciales, dado el estadio en que se hallan las modernizaciones en Chile.

El ciclo que se abre entraña un dilema simple para el futuro nacional: o modernidad progresista o modernización conservadora.

Es en ese sentido que se vuelven entendibles y aceptables las convocatorias a “refundar”, “reconstruir”, “reinaugurar”, etc. la Concertación. Es decir, en el sentido de readecuarla para tareas nuevamente sustantivas, acorde a nuevos escenarios y reclamos históricos.

En esa línea de reflexión, la reconstrucción de un proyecto nacional progresista, le restaría una buena cuota de efectividad a lo corrosivo del “desgaste natural”. Y, a la inversa, sin tal proyecto “el desgaste natural” puede hacer estragos en las fuerzas de la Concertación.

El hecho es que la carencia de un nuevo proyecto de rango histórico es otra de las contratendencias. En primer lugar, porque la idea de que la Concertación ya no tiene proyecto fuerte y ambicioso lesionan la autoconfianza, la mística, la consistencia de las principales bases de sustentación social y partidaria de la Concertación. En segundo lugar, porque le concede a la derecha demasiados espacios para que exprese la crítica y el inconformismo social, críticas e inconformismos que, en manos de la derecha, apuntan hacia el gobierno y no hacia el status, hacia los conflictos y contradicciones estructurales que encierra el orden capitalista globalizado y sus modernizaciones. Y en tercer, lugar, porque sin tal proyecto difícilmente la Concertación puede volver a representar competitivamente la opción de cambio progresista y arriesga el absurdo de aparecer, ante la oferta de cambio derechista, como la fuerza política representativa del no-cambio.

Dificultades para la renovación de dirigentes. Para la Concertación esta es una cuestión clave pues está inmersa en la necesidad estratégica de “reconcursar” por la representatividad del cambio progresista. Renovar liderazgos tiene que ver con representar con rostros nuevos el proyecto refundacional; contrarrestar algunos de los efectos del “desgaste natural”; paliar, en parte, la eficacia del discurso derechista sobre la alternancia.

Sin embargo no hay que llamarse a engaños La Concertación no cuenta con una gran reserva de dirigentes nuevos y alternativos ni está en condiciones de un recambio generacional de cobertura significativa en corto plazo.

Vencer esta contratendencia, o sea, instalar la imagen de renovación de liderazgos, tendría que resultar de una conjugación de ingredientes: de la calidad discursiva con la que se difunda el proyecto refundacional, de la innovación de estilos y mecánicas comunicacionales y, en especial, de la presentación de equipos generacionalmente mixtos.

Bloque histórico vs. alianza electoral. Es evidente que en cuanto a calidad de alianza, la Concertación ha ido de más a menos. Hoy está más cercana a pacto electoral que a “bloque histórico”, esto es, a una alianza política – que se expande a lo social – ordenada por la hegemonía de un ethos común que subsume, sin negar ni silenciar, las particularidades de sus integrantes.

A esta situación se fue llegando un poco por “el peso de la noche” o por el peso de varias noches: por el relativo agotamiento de sus bases fundantes, por las desazones y desconciertos que produjo el imperio de la “ceremonia del adiós”, por la personalización y corporativización de la política, etc. Y se ha ido explayando por otros dos fenómenos:

Uno es, precisamente, la carencia o fragilidad de un proyecto común. Cuestión determinante en el deterioro no sólo porque debilita los pilares de sustentación conceptual, política y programática, sino también porque, de alguna manera, deviene en una suerte de factor “desrregulador” de las competencias. Todo se torna potencialmente discutible y lícito.

El otro se encuentra en la emergencia de las tesis – y prácticas – que postulan la imperiosa necesidad de enfatizar en los perfilamientos partidarios propios. Tesis observables hoy principalmente en el PDC y en el PS. Por lo pronto, ese es el factor que más dificultades plantea para sanear las relaciones interpartidarias y para mejorar la calidad de la coalición.

En efecto, en el fondo a lo que llevan esas tesis es a un pacto entre distintos interesados en marcar las distinciones. Una alianza en la que el centro político (léase, PDC) es y no debe ser más que centrista, y en la que la izquierda (léase PS y ¿PPD?) es y no debe ser más que izquierda.

Es insólito ver cuánto están gravitando estas tesis en las conductas políticas. Y es insólito porque son intelectual e empíricamente arbitrarias, se sostienen en equívocos e, incluso, en absurdos.

Un centro político adquiere una fuerte personalidad, una identidad categóricamente distinta no porque simplemente exista una derecha y una izquierda. Adquiere esas características cuando existe una izquierda revolucionaria, esto es, una izquierda anti-status y que postula el cambio revolucionario. Hasta donde estoy enterado, en la Concertación no hay una izquierda de esa naturaleza. Si uno se atiene a las políticas y no a los verbos, el socialismo criollo es, a lo más, reformista, casi, casi más bien “evolucionista”. ¿Dónde están, entonces, las diferencias tan radicales con el centro que harían justificable un centro “duro”?

Se podría argüir como se arguye que, precisamente, por tal razón el centro tiene poca razón de ser. ¿Y por qué no se podría argumentar lo contrario? Si el socialismo revolucionario se extinguió merced a sus desplazamientos hacia el centro, ¿cuál es su razón de ser? ¿Por qué el centro (léase PDC) no podría reclamar la disolución de una izquierda “centrista”?

Estas son posiciones arbitrarias y absurdas. Lo que en realidad hoy existe en Chile, en términos de corrientes político-culturales gruesas e influyentes, es una derecha oligarquizante y neoconservadora, un centro progresista y una izquierda progresista y en donde la distinción entre centro e izquierda se manifiesta en cuestiones puramente temáticas y en donde las coincidencias, en cuestiones globales y proyectivas, fluyen espontáneamente.

En consecuencia, las condiciones para recomponer a la Concertación como bloque histórico están a la vista. Su ethos radica en su compartida visión anti-oligarquizante y en su voluntad de darle conducción progresista a la modernidad.

Sin la solidez de un bloque histórico, la Concertación difícilmente seguirá gobernando. No podrá reconstruir un proyecto que merezca el título de histórico y con ambición de cambio significativo, ni podrá aunar la fuerza social activa que se requiere para derrotar a la formidable maquinaria de poder que dispone la derecha, ni podrá competir con un candidato único. En efecto, la tesis de los perfilamientos propios, para materializarse congruentemente, implica posicionar liderazgos presidenciales propios.

RESUMEN EN OCHO TESIS

1. El proceso de reversión de tendencias gruesas aquí analizado se traduce en una conclusión políticamente categórica: es enteramente posible que la Concertación vuelva a vencer el 2005.

2. Condición sine qua non para esa viabilidad es que la Concertación interne el objetivo del 200 y se unifique tras él. El objetivo de 2005 es enteramente incompatible con la idea de un 2005 como plataforma para el 2009. Sin esa definición no hay estrategia única, posible y viable que conduzca a otro gobierno de la Concertación.

3. La próxima elección presidencial será extremadamente reñida y con dos “novedades” para la Concertación: i) la autoconciencia de que su piso duro ya no es el 50% más 1, y en consecuencia ii), que las características personales del candidato desempeñarán un papel de una magnitud no prevista en las elecciones anteriores.

4. El candidato deberá contar con un “plus” que le permita recuperar votos emigrados o perdidos por la Concertación y/o de conquistar nuevos electorados.

5. Esa primera característica del candidato plantea la conveniencia de reestudiar el mecanismo de definición del presidenciable. Las primarias, aunque sea un mecanismo muy legitimador dentro del electorado duro de la Concertación, no permite auscultar bien el electorado a recuperar o conquistar. Ese reestudio sólo será factible si se superan las dificultades y desconfianzas entre los partidos. O sea, si la Concertación avanza hacia su recomposición como “bloque histórico”.

6. De las otras características “ideales” del candidato cabe destacar dos:

a) Condiciones y capacidad para simbolizar el nuevo proyecto de cambio progresista y de una Concertación “refundada”.
b) Capacidad de empatía y de movilización de las bases concertacionistas, habida cuenta de que, merced a lo reñido de la elección, el activismo de base será decisivo.

7. Por la naturaleza de algunas de las características enunciadas – y sin evaluar individualidades – es congruente conjeturar que un o una presidenciable de militancia DC está más próximo a los requerimientos. Pero, precisamente, por el papel que desempeñará estrictamente la personalidad del candidato, la sola militancia DC no es suficiente.

8. La completa reversión de la lógica de la “ceremonia del adiós” y la consolidación de una tendencia ascendente de la Concertación, plantea un conjunto de implicancias y acciones complejas, fatigosas, arduas que demandan tiempos considerables. Los tiempos que restan ya son escasos, tal vez, los estrictamente justos. Su desaprovechamiento podría transformarse en una contratendencia letal.