Sección: Gobierno Bachelet: Gestación y desarrollo

Bachelet es más que su campaña

Antonio Cortés Terzi

www.centroavance.cl
Octubre 2005

Para muchos comentaristas y políticos la campaña de Michelle Bachelet resulta virtualmente inaprehensible. Algunos hablan incluso de una suerte de no-campaña.

Las principales razones que se dan para explicar tal situación aluden a cuestiones de estrategia. Es decir, la inaprehensión sería resultado de una premeditada estrategia “conservadora” y “quietista”, edificada a partir de la idea que las tranquilizadoras ventajas que Michelle Bachelet mantiene sostenidamente en las encuestas se instalaron casi espontáneamente, han persistido sin más activismo que un andar cansino y, sobre todo, sin correr riesgos de ningún tipo: ni de sobreexposición, ni programáticos, ni discursivos.

Tales explicaciones, no obstante, no resuelven las preguntas sustantivas y más bien fortalecen lo inaprehensible. En efecto, el punto es cómo se ha llegado a ese estado de cosas con una candidata mujer –enfrentada, por consiguiente, a prejuicios político-electorales históricamente asentados-, con muy escaso tiempo de protagonismo político y de ocupar posiciones de elite –lo que la enfrenta al tradicionalismo elitario- y sin desarrollar una campaña “como Dios manda”: su comando está muy lejos de responder al aura castrense del término, su programa de gobierno definitivo aún no se conoce, las ideas-fuerzas programáticas que expresa no tienen nada de espectacular ni de eruptivo, la organización basal de sus seguidores se estructura, mayoritariamente, de acuerdo al buen entender de cada quién y según el dónde, etc.

La hipótesis que aquí se maneja para explicar lo inaprehensible tiene como premisa la siguiente reflexión gruesa. Michelle Bachelet encarna la representación de un sinfín de procesos de cambios socio-culturales, valóricos y conductuales que aún no tienen traducción sistemática ni en el plano intelectual ni en el político. Por consiguiente, su oferta trata directamente con los lugares y los actores donde los cambios ocurren y, por ende, sin – o con muy poca- intermediación del discurso político -intelectual y de la política organizada bajo los cánones conocidos. Podría decirse que su proyecto es “factual”. Tras él no existe una conceptualización explícita y orientadora, ni un discurso integralmente preparado y su circulación no se da, exclusiva o principalmente, por los carriles institucionales y formales de la política tradicional. Es un proyecto de cambio en el que el cambio empieza en las formas de construcción y expresión del proyecto.

En ese entorno se mueve la campaña. Por eso no es ni será una campaña aprehensible. Así como el proyecto de Michelle Bachelet factualmente se ha anticipado a las renovaciones discursivas y políticas sistémicas que deberían acompañarlo y su acompañamiento proviene fundamentalmente de las transformaciones societarias, así también la campaña se desarrolla sin esperar la reinvención intelectual y política de un nuevo tipo de campaña y experimentando factual y multifacéticamente. Hasta ahora esa orgánica inorganicidad funciona, aunque siempre bajo algunos signos y amenazas contradictorias.

La campaña podría funcionar mejor si liberara las potencialidades del proyecto recogido y manifestado por Michelle Bachelet. En otras palabras, si se decidiera a ser campaña de “nuevo tipo” y no se autoinhibiera ante las presiones – concientes e inconscientes – del tradicionalismo político y sus resistencias corporativas.

Un efecto de esas autoinhibiciones lo está recibiendo la propia Michelle Bachelet, puesto que le ponen limitaciones y condicionantes a sus facultades para mejor representar y exponer el proyecto de cambio que sintetiza y simboliza. Es decir, están siendo subutilizadas algunas de las ventajas sustantivas que tiene la candidata de la Concertación sobre sus contendores.

La primera de esas ventajas no plenamente expuesta en la competencia se encuentra en una diferencia esencial de Michelle Bachelet con los candidatos de derecha. Si se observan con atención los discursos, los énfasis programáticos, las conductas, las habilidades personales que se relevan, etc., de la una y de los otros y si después de observarlos se hace el ejercicio de analizarlos en sus contenidos esenciales, se descubrirá que mientras la candidata trasunta una nítida postulación a la Presidencia de la República, a la Jefatura del Estado, los candidatos de derecha se ofrecen para dirigir la Administración Pública (y, hoy, merced a su propio reduccionismo, Joaquín Lavín parece aspirante a la jefatura de las policías.)

Sin embargo, la campaña no ha explotado en su debida potencialidad esa ventaja. Ante todo, porque no la explicita y, sobre todo, porque se ha allanado en exceso a la agenda temática que impone la política tradicional y que es más ad hoc a las postulaciones tecnoburocráticas de Lavín y Piñera.

Una segunda ventaja radica en que el proyecto de cambio que encarna Michelle Bachelet es muchísimo más integral que los que promueven sus rivales y, lo que es tanto o más importante, es el proyecto que mejor reúne las características y condiciones que demanda el cambio en sociedades modernas.

Dicho muy esquemáticamente y a vuelo de pluma. El cambio en la modernidad se realiza:

- a través de la selección de una de las subestructuras dirigentes de la sociedad para erigirla en el agente y polo dinamizador de las restantes, y

- con programas que no pretenden acotar desde la A a la Z una infinidad de medidas, a la manera de los planes quinquenales de los socialismos reales o a la manera de Juan Andrés Fontaine y sus talleres, sino con programas que fijan marcos de propósitos y lindes del instrumental político-técnico a usar y, a la par, dejen espacios para que el proceso de toma de decisiones definitivo sea consensuador e integrativo y capaz de enfrentar la movilidad histórica, enemiga número uno de los programas pétreos y apriorísticamente detallistas.

La propuesta de Michelle Bachelet contempla ambos requisitos. Acertadamente ha elegido el cambio en la subestructura política (renovación de dirigencias) como el resorte para instalar desde esa allí un eje dinamizador de la totalidad social y ha anunciado innovaciones trascendentes en el proceso de toma de decisiones para ejecutar lo político-programático.

Esas son enormes ventajas ante las pedanterías y autoritarismos programáticos de sus contendores. No obstante, tampoco se les ha sacado todo el provecho posible. Las autoinhibiciones han operado otra vez. Es absurdo que, siendo lo señalado una centralidad del proyecto Bachelet, no esté respaldado de una discursividad equivalente.

Por último, otra ventaja poco o nada explotada es la superior densidad y extensión cultural e intelectual que tiene Michelle Bachelet sobre Piñera y Lavín, medida tal superioridad en términos de riqueza reflexiva y valórica humanística. Los presidenciables de la derecha son muy próximos al arquetipo del sujeto formado por la culturización economicista y por las lógicas del “consumo culturoso”. Michelle Bachelet en cambio proviene de la tradicional y típica culturización humanística y sus vivencias personales han sido nutrientes del forjamiento de un intelecto más complejo y sofisticado.

Entre una y otra formación cultural, ninguna duda cabe que la de Michelle Bachelet es más idónea para la función presidencial, si se entiende que el Presidente es la cabeza dirigente de una sociedad integralmente concebida y de una sociedad que, como la chilena, debe y necesita ser comprendida en sus complejidades, dinámicas, subjetividades, incertidumbres, etc. La sapiencia tecnocrática y economicista no basta, además, es adquirible en el mercado. Se requiere una mente más reflexiva y endopática, más educada por la universalidad cultural y por las experiencias grandes y menudas de la vida real.

La campaña de la Concertación no ha sabido relevar la mayor densidad intelectual de Michelle Bachelet y la idoneidad que tal densidad le otorga para el cargo al que aspira. Aquí no sólo han actuado las autoinhibiciones, sino también los complejos que genera la hegemonía culturosa del economicismo.

Al parecer, los estrategas de la campaña no han comprendido aún que Michelle Bachelet también representa una ruptura socialmente compartida con el predominio cultural-valórico del economicismo.

En conclusión, lo inaprehensible de la campaña de Michelle Bachelet se debe en lo fundamental a que ha devenido en una suerte de campaña ecléctica: no es tradicional, pero tampoco es todo lo innovador que el proyecto Bachelet expresa.

Con ese eclecticismo se le conceden facilidades a las candidaturas de derecha, porque se subutiliza la potencialidad discursiva de la candidata y porque, en muchos momentos, se le impele a aceptar desenvolverse en escenarios propios del tradicionalismo que no son los que le acomodan.

La candidatura de Michelle Bachelet es sustantivamente más que lo que hasta ahora ha reflejado su campaña.