Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

Ceremonia del adiós y Proyecto histórico: tendencias en disputa

Antonio Cortés Terzi

AVANCES Nº 42
Enero 2002

Cuando un año y medio atrás, en agosto del 2000, se publicó el artículo de mi autoría, “Gobierno de Lagos: ¿Proyecto histórico o Ceremonia del Adiós?”, periodistas, analistas, dirigentes políticos, autoridades de gobierno, pusieron atención preferente – y en casos, exclusiva – al segundo término de la disyuntiva y escasa o ninguna atención al dilema expuesto en el título.

Después de las últimas elecciones parlamentarias y a poco menos de cumplirse dos años de gobierno, el análisis y, sobre todo, la disyuntiva planteada en ese artículo retoma vigencia.

El gobierno del Presidente Lagos continúa sujeto a la alternativa de realizar un proyecto histórico o de ser arrastrado por las tendencias que pueden convertir los cuatro años que le restan en una larga ceremonia del adiós. Ninguna de ambas opciones está hoy y de por sí cancelada. Por el contrario, las dos se han potenciado en lo que va corrido del actual gobierno.

Los factores inerciales que, desde los inicios del período presidencial, han operado en el sentido de la ceremonia del adiós no han desparecido. Es más, algunos pasaron de un estado de latencia e inconciencia, a un estado de conciencia y de activismo relativo. Incluso, hay sectores que comienzan a rodear de racionalidad política y a pensar como estrategia la ceremonia del adiós.

“Los porfiados hechos”, por otra parte, han tornado empíricamente más evidente la necesidad de un proyecto gubernamental de rango histórico. Las frustraciones en los diagnósticos y en las pretensiones primeras del gobierno, los escenarios internacionales globales y regionales, los agotamientos de procesos y ciclos en la vida nacional, las percepciones y estados anímicos de la sociedad, han puesto en tela de juicio la posibilidad de progreso y desarrollo – a ritmos e índices congruentes con las exigencias sociales y con los padrones de la época moderna – sin revisar y sin introducir transformaciones significativas en los caminos y estructuras que han dirigido la marcha del país.

La constatación de esos requerimientos ha robustecido la idea de proyecto histórico que tímida e incipientemente se ha ido plasmando en discursos sobre “acuerdo nacional”, “nueva etapa del gobierno”, “nueva agenda” y en medidas políticas como los recientes cambios de autoridades.

Ceremonia del adiós: organicidad de la tendencia

En un principio la idea de que este sería el último gobierno de la Concertación se instaló – en algunos sectores y en algunos dirigentes – más como producto de un presentimiento que como resultado de reflexiones maduradas. En gran medida fue una reacción espontánea, instintiva, emocional a la sorpresa que causó la votación obtenida por Joaquín Lavín en las elecciones presidenciales. Los efectos prácticos de tal idea fueron igualmente difusos.

No obstante, con el transcurrir de los días tanto la idea como sus efectos han ido alcanzado organicidad, esto es, se la ve ligada a factores objetivos y conduce a prácticas tangibles, creando una espiral reproductiva del fenómeno: se actúa en la lógica del adiós y esas actuaciones hacen más racionalmente viable una futura derrota de la Concertación.

Los factores que objetivizan la tendencia hacia la ceremonia del adiós son múltiples. Interesa analizar aquí tres de ellos y que tienen común el ser factores que aluden al espíritu y al cuerpo de la Concertación.

Desafección en las bases populares de apoyo
Existe una desafección más o menos generalizada en las bases de apoyo tradicionales de la Concertación y en un número importante de éstas los desafectos se manifiestan en conductas negativas:

• descompromiso y criticismo respecto de lo obrado por el gobierno, por parlamentarios y por los partidos de la Concertación, y
• pasividad o desgano ante eventos políticos y político-electorales.

Son conductas que se desarrollan con más intensidad en los universos identificables como populares, donde las bases tradicionales de la Concertación son fuentes de creación de opinión, que, en su modestia, localmente conforman significativos cuerpos comunicacionales y que en períodos electorales cumplen – o solían cumplir – papeles gravitantes.

Las razones que producen esta desafección pueden ser desagregadas en muchas variables, pero hay dos que las sintetizan: la Concertación ha ido perdiendo la representatividad del cambio y la representatividad de lo popular, cualidades que por antonomasia están demandadas por sus bases de apoyo. Ciertamente que en tal pérdida tiene méritos la derecha, en especial, a través del accionar de la UDI y de la estrategia lavinista. La Concertación ya no se enfrenta a una derecha que hasta ayer aparecía frente a lo masivo como puramente conservadora y elitaria, sino a una derecha que le compite en la representación de algunas de las cualidades del progresismo.

Sin embargo, las causas mayores del fenómeno se encuentran en la propia Concertación:

a) No ha sabido manejar el conflicto entre ser gobierno, condición que naturalmente tiende a asociarse al status quo y ser a su vez fuerza progresista, popular, del cambio.

Ese complejo conflicto sólo es manejable adecuadamente si, de un lado, los avances gubernamentales se presentan como parte de un proceso global de cambio inconcluso y no como un resultado absoluto que la ciudadanía debe agradecer y aceptar acríticamente. Y si, de otro lado, se sabe distinguir entre funciones de gobierno y funciones de partidos de gobierno.

El apoyo a las políticas gubernamentales no implica que los partidos deban abandonar la crítica social, el inconformismo y la rebeldía ante el status. Pero, lo que ha ocurrido con los partidos de la Concertación es que su crítica social es difusa, preferentemente sectorial y contestataria, en muchos casos conservadora y no refleja con precisión la existencia de una visión integral de sociedad a construir, de proyecto histórico propio y distinto al de la derecha. Además, cuando partidos o dirigentes optan por perfilar posiciones más críticas tienden a dirigir su criticismo hacia el gobierno y no hacia las cuestiones sistémicas y estructurales.

b) Lesionan la imagen de fuerza progresista y de cambio la repetición en el tiempo y el envejecimiento del personal dirigente de los partidos y de las autoridades de gobierno. Pero más allá de la cuestión de imagen, la verdad es que la escasa renovación dirigencial de los partidos, de las autoridades y funcionarios de gobierno ha ido generando en ambas instancias, cuerpos, culturas y prácticas burocráticas (en el peor sentido), indiferentes, insensibles y faltas de energía y creatividad. Fenómeno que, además, se extiende y cubre circuitos de poder burocrático en donde se articulan organismos o personal de gobierno con intereses gremiales de la administración pública y con fracciones o personalidades de los partidos. De esta forma la burocratización se vuelve altamente auto reproductiva de conservadurismo y refractaria al cambio.

Por otra parte, esta burocracia corporativizada es una de las causales del deterioro de la representatividad de lo popular. En efecto, en muchos casos la visión popular acerca del gobierno y de la Concertación se impacta más por las conductas insensibles de esa burocracia que por las macro medidas gubernamentales orientadas a la satisfacción de necesidades de ese universo.

c) Los partidos de la Concertación cuentan cada vez con menos de aquellos elementos que tradicionalmente les permitían establecer relaciones endógenas y endopáticas con lo popular, a través de vínculos espontáneos entre dirigentes y dirigidos y que se nutrían a partir de la percepción o intuición de común pertenencia o afinidad socio-cultural. Situación que se debe, en lo grueso, a lo que sigue:

• Poca presencia y gravitación pública de dirigentes sindicales y sociales, en lo que, por cierto, participa el escaso peso y poder de las organizaciones sindicales y sociales.

• El deterioro de los partidos en su función de interrelacionar dirigentes y espacios sociales populares.

• La falta de riqueza socialmente integradora de lo popular en la vida interna de los partidos.

• Virtual inexistencia de mecánicas que permitan pluralidad social en la composición de los cuerpos dirigentes, de parlamentarios y de funcionarios jerárquicos.

• El cambio de status social de una parte considerable de la dirigencia concertacionista, merced a carreras políticas o funcionarias, se ha manifestado también en que los nuevos status adquiridos han asimilado cultural y conductualmente a porcentajes no menores de esa dirigencia. Quiérase o no, para sujetos y grupos de la Concertación la actividad política (y/o actividades conexas a la política) ha sido un recurso de ascenso hacia las clases altas, lugar que lejos de incomodarles, los ha ido absorbiendo de manera cada vez más integral y, por ende, distanciándolos objetiva y emotivamente de los universos populares.

De la desafección a las retiradas silenciosas

Los desafectos no actúan sólo en los sustentos populares y masivos de la Concertación, también lo hacen en esferas de militantes y de dirigentes. Algunas de las razones expuestas en el punto anterior operan en estos casos, pero hay otras de carácter particular y que alcanzan efectos más categóricos.

En sectores de la militancia y de cuadros medios de la Concertación se viene desarrollando un fenómeno poco atendido en los análisis y discusiones, pero que, no obstante, tiene la fuerza de tendencia creciente.

Desde que en la militancia surgió la incertidumbre acerca de qué coalición va a gobernar el próximo período o la certeza que Joaquín Lavín será el próximo Presidente de Chile, surgieron también fuertes aprensiones y temores por sus futuros personales. Piensa o siente que un gobierno de derecha amenaza la cotidianidad de su existencia futura. Empezando por lo laboral, dado el volumen de ella que trabaja en la administración pública o en actividades dependientes de sus relaciones con el gobierno. Pero los miedos son aun más extensivos, porque son provocados por sentimientos de indefensión. Temen a una derecha gobernante vengativa, extremadamente sectaria, perseguidora y sospechan que tras una Concertación derrotada sus elites no tendrán poder, capacidad ni disposición para protegerla.

Este todavía no es un fenómeno generalizado, pero sí lo suficientemente instalado en múltiples espacios locales como para calificarlo de tendencia en desarrollo. Por lo demás se ha tornado bastante visible en comunas o provincias en donde los poderes de la derecha, políticos y factuales, se dejan notar casi ostentosamente.

La militancia afectada por estas aprensiones y temores ha empezado a resguardarse de los potenciales riesgos, a tomar previsiones personales y a alejarse paulatina y silenciosamente del activismo político.

A nivel de sujetos y de algunos grupos dirigentes ocurre algo similar: la retirada está en marcha. En estas esferas, el proceso se expresa básicamente a través de dos conductas.

La primera es extremadamente pragmática. Algunas autoridades de gobierno o ex autoridades, algunos ex-parlamentarios, algunos dirigentes o ex-dirigentes partidarios consumen bastantes energías en consolidar posiciones en el mundo privado o en preparar su traslado hacia él. No aludo ni a irregularidades ni a corrupción. Son actos que participan en la tendencia de la ceremonia del adiós, en tanto que, de facto, confiesan su aceptación, que distraen de sus propósitos energías y relaciones políticas y que implican restar dirigencia a las tareas de la Concertación, de sus partidos y del gobierno.

La segunda conducta es menos prosaica pero político-culturalmente más lesionante para la Concertación. En efecto, son conductas que se hacen acompañar de discursos y prácticas condescendientes con la derecha y con el empresariado hegemónico, que están permanentemente dirigidas a licuar los conflictos, a “despolitizar” las contradicciones políticas, a impedir o morigerar enfrentamientos políticos ineludibles, en definitiva, a lavinizar a la Concertación.

El secreto mejor guardado: la ceremonia del adiós como estrategia política

En ciertos liderazgos y en ciertos grupos de la Concertación, de sentimiento o presentimiento la ceremonia del adiós ha ido tomando forma de estrategia política.

Hay al menos tres esbozos estratégicos que apuntan en esa dirección.

Uno de esos esbozos proviene de una transversalidad concertacionista que supone casi imposible evitar una derrota el 2005. Con ese diagnóstico se piensa que, para que la derrota no se traduzca en una debacle de la Concertación y de la cancelación por mucho tiempo de una alternativa gubernamental progresista, es conveniente mover la mira para apuntar al 2009. Es la menos estructurada como voluntad y corriente política y también la menos intransigente de las tres posiciones. Transcurre, preferentemente, por los círculos político-académicos y no representa una conflictividad mayor, puesto que no es antagónica (de hecho, coexiste) con la esperanza y los esperanzados de un cuarto gobierno consecutivo de la Concertación.

Un segundo esbozo estratégico parte de un diagnóstico más negativo de la Concertación: supone su agotamiento como fuerza capaz de sostener el proyecto político idóneo para la modernización y el progreso del país, básicamente por la pervivencia, dentro de ella y de sus partidos, de fuertes conglomerados sociales y políticos, atávicos, rezagados, irreductibles a las lógicas de la política moderna. Sería esa composición contradictoria de la Concertación la que conduciría al fracaso de la gestión del actual gobierno. Cuestión que, a la postre, redundaría en beneficios, puesto que disolvería a una Concertación devenida en óbice para la modernización del progresismo, ergo, facilitaría la reorganización del progresismo moderno y la emergencia de un nuevo sistema de alianzas.

Los principales sustentadores de esta visión estratégica se encuentran dentro de los llamados grupos liberales, sin incluirlos a todos, claro está. Los más radicales poseen distingos generacionales y vivenciales: son jóvenes (“adultos jóvenes”, en rigor) con experiencias de poder principalmente tecnopolíticas y apartidistas.

Su estrategia comprende el máximo activismo posible dentro del gobierno para posicionar fórmulas y liderazgos liberales y para aprovechar las situaciones de poder a efectos de desarrollar redes y mecánicas de organización alternativas a los partidos tradicionales. Conciben lo que resta de la actual gestión gubernamental como un espacio útil para su expansión y para experimentar con un nuevo tipo de política.

Es un grupo que probablemente incrementará las tensiones al seno de la Concertación. En primer lugar, porque sus rivalidades político-culturales fundamentales son con los sectores “conservadores” de la Concertación y no con la derecha. Y en segundo lugar, porque su indiferencia respecto del futuro de la alianza gobernante lo libera de inhibiciones a la hora de criticar o polemizar.

No obstante, dado que se trata de un grupo en construcción y sin gran expresión y fuerza en los cuerpos institucionales y formales de la política, su “aporte” a la ceremonia del adiós será más mediática que política. Salvo que, paradojal y conspirativamente, se ponga a disposición y bajo el alero de algún presidenciable.

No cabe ninguna duda que en donde más avanzada se encuentra la ceremonia del adiós como estrategia política es en un sector minoritario del PDC, encabezado por el senador Adolfo Zaldívar. Ha sido el mismo quien ha explicitado, aunque de manera un tanto errática, su diseño. El diseño estratégico del senador Adolfo Zaldívar se afirma en una matriz conceptual que tiene mucho de mesianismo centrista y, además, artificioso. Esquematizando, tal matriz se puede sintetizar así:

La prosperidad y estabilidad de las naciones se asegura cuando se impide que en la conducción de ellas se impongan las alternativas polares, ergo, cuando están gobernadas por el centro político.

El Chile de hoy estaría amenazado por una tendencia creciente a la polarización, porque:

• en un lado se encuentra un gobierno dirigido por un socialista que si bien responde a una coalición formada por el centro y la izquierda es ésta última la que ha pasado a ser políticamente dominante, y

• en el otro lado se halla una oposición de derecha hegemonizada por sus sectores más extremos y cuya opción de ser gobierno ha quedado en manos de un líder de esos sectores.

Tal tendencia polarizadora se habría visto facilitada por el debilitamiento del eje del centro político chileno, o sea, del PDC. Fenómeno que se explicaría, a su vez, por el desperfilamiento que empezó a sufrir ese partido esencialmente a causa de su alianza con la izquierda y de las concesiones que le hizo a ésta en el afán de sostener la alianza. Desperfilamiento que se habría agudizado desde que la izquierda se ubica en la jefatura del gobierno.

En consecuencia, para el senador Adolfo Zaldívar y sus seguidores el retorno a un camino que garantice estabilidad y progreso para Chile requiere de un reposicionamiento del centro político. Para lograr tal objetivo es imperativo el reperfilamiento de la DC, lo que conlleva a distanciarse del gobierno y a acentuar las diferencias con la izquierda.

Toda esta discursividad no alcanza para ocultar que no se cree en la viabilidad de un próximo gobierno conducido por un democratacristiano y que el objetivo estratégico es el 2009. Lo que se piensa, en realidad, es que el escenario más favorable para un repunte del PDC comienza con el fracaso del “gobierno socialista”, a condición de que en ese momento la DC esté suficientemente lejos del gobierno.

Que una estrategia de esa naturaleza sea asumida hoy e institucionalmente por la DC es un imposible. Pero sí es posible que acepte las dos primeras dosis de la medicina zaldivariana: señales indicativas de un relativo alejamiento del gobierno y énfasis diferenciador con la izquierda de la Concertación. Por ahora, con eso bastaría, porque del resto se encargaría factualmente la fracción de los “colorines” como tal y relativamente autonomizada. Posición que ya anticipó el diputado Pablo Lorenzini, el 22 de diciembre, en declaraciones formuladas a La Tercera: “Hay que tener cuidado, porque en ese sentido los 63 votos no están asegurados… Si la instrucción no es clara, obviamente que vamos a tener problemas, porque más de una vez no van a estar alineados cuatro, cinco o seis diputados”

A pesar de que no son muy relevantes en términos estrictos de medición de fuerzas políticas y sociales, en conjunto estos movimientos o fenómenos centrífugos pueden ser letales para la Concertación y para el gobierno. Su poder estriba, más que nada, en su accionar corrosivo. Y la corrosión es más feroz y rápida cuando actúa sobre objetos inmóviles y, más todavía, si los objetos se encuentran sobre aguas estancadas.

El proyecto histórico

Desde hace años que se escuchan convocatorias para refundar la Concertación. Desde hace menos tiempo, pero no poco, que se insta a provocar un giro en la gestión gubernamental. La Concertación hasta ahora ha eludido el tema. Es probable, sin embargo, que el tema se reabra a la luz de los debates y definiciones que se han venido desarrollando en la DC. Pero el impulso mayor para que la idea de refundación prospere debería venir del gobierno, puesto que tal objetivo es condición para un efectivo giro en su acción y porque el estancamiento en esas materias le concede terreno a la tendencia hacia la ceremonia del adiós.

En los últimos tiempos se observa que el gobierno ha reaccionado con señales indicativas de su voluntad de reorientarse estratégicamente. De manera dispar y un tanto desordenada una reacción similar se observa en los partidos, parlamentarios y dirigentes de la Concertación. El paso que falta es la decisión de sistematizar las ideas y propuestas innovadoras a fin de hacerlas coincidir en un proyecto de rango histórico que no sólo renueve el programa y la agenda gubernamental sino que también reafirme el contenido y el sentido de la Concertación como fuerza del progresismo “popular”.

El uso reiterado del concepto de proyecto histórico que se hace aquí nace de la convicción de que estamos ante la apertura de un nuevo ciclo histórico y que por consiguiente los cambios políticos y sociales no están sólo demandados por retrasos en el desarrollo nacional sino también por la necesidad de readecuaciones que ayuden al parto de ese nuevo ciclo y, sobre todo, por la necesidad de no volver a ser sorprendidos y desorganizados como nación por las transformaciones universales que están en marcha.

Bases genéricas de un proyecto histórico

1. El mundo ha entrado definitivamente a otra fase histórica. El período inaugurado a fines de la década de los ochentas y descrito como post socialismos reales, post guerra fría, etc. – período que en el fondo era una transición universal – ha concluido. La nueva era es la del predominio absoluto del capitalismo globalizado.

Los desafíos y conflictos modernos son los propios del capitalismo globalizado, sin distorsiones, sin perturbaciones desde factores exógenos. Hoy el libre mercado se conflictúa con sus propias lógicas y no con la planificación central. La democracia no enfrenta amenazas desde ideologías y políticas totalitarias sino conflictos con sus propias carencias e incongruencias.

Merced al éxito del capitalismo globalizado sus estructuras, instituciones, valores, etc. deben relegitimarse en virtud de sus méritos intrínsecos y no en virtud de comparaciones ni competencias con otras formas de organización de las sociedades. Por consiguiente, todos los aspectos fundamentales del capitalismo están sujetos a revisión, porque el contexto que los legitimaba ha cambiado radicalmente. La esencia de los conflictos y discusiones ha variado. Por ejemplo, las polémicas actuales en torno a los límites éticos que debería tener la biotecnología, ¿serían las mismas si aún existiera la URSS?

La idea de proyecto histórico tiene, entonces, una primera connotación reflexiva, intelectual: lo contemporáneo no sólo estremece o resquebraja o declara la obsolescencia, de ideologías, de instituciones, de estructuras, de mecánicas relacionales, etc., sino que ha puesto en interrogación incluso las formas de pensar la vida colectiva y sus problemas, interrogación que conlleva, a su vez, a la necesidad de revisar la idoneidad de las respuestas que la forma de pensar tradicional ofreció para resolver los problemas de las sociedades.

2. La globalización capitalista tiende a reducir a las naciones a la condición de agentes económicos, de sujetos del mercado global. En las relaciones económicas mundiales el Estado-nación como tal empieza a devenir en comprador y vendedor, entra a competir como producto, productor y cliente. Es decir, comienza a ser sometido a las leyes de mercado. Las políticas públicas, en consecuencia, se debaten entre responder a funciones sociales o a los requerimientos que le plantea la economía mundializada al agente económico Estado. Dicho más claramente, el Estado-nación está perdiendo autonomía para definir sus políticas públicas, incluidas las políticas sociales.

Para competir internacionalmente, por ejemplo, debe invertir en medidas de mejoramientos medioambientales. Pero, ¿en cuáles medio ambientes? ¿En los que afectan más dramáticamente a sectores de la población o en aquellos que afectan a productos de exportación?

Proyecto histórico significa, entonces, asumir las conflictividades que entraña la inevitable e insoslayable globalización y la asunción de políticas en virtud de tales conflictividades. En este sentido, proyecto histórico es traducible a proyecto nacional, esto es, destinado al fortalecimiento de la sociedad nacional, en función no de resistirse u oponerse a la globalización sino en función de una mayor capacidad para enfrentar sus conflictos.

3. La experiencia de América Latina y de países en vías de desarrollo de otros continentes ha evidenciado que ciertas formas de acelerado crecimiento económico pueden degenerar en círculos perversos. La lógica e ideología del crecimentismo reconoce costos sociales como resultado de la aplicación de políticas destinadas a privilegiar el crecimiento, pero las justifica y “compensa” con ofertas de beneficios sociales futuros. La realidad es:

• primero, que no siempre esos beneficios sociales llegan a todos los conjuntos populares impelidos a los sacrificios supuestamente temporales, y

• segundo, se corre el riesgo de que los costos sociales contemplados en una estrategia de crecimiento se prolonguen en el tiempo y produzcan altos índices de desintegración social, de conflictividad, de desencanto y anomia colectiva, etc., fenómenos que a la postre pueden convertirse en un óbice para el crecimiento, por sus efectos negativos sobre la estabilidad, la gobernabilidad, el riesgo país, etc.

El proyecto histórico debe comprender entonces una nueva manera de pensar las estrategias de crecimiento económico. Quiérase o no, bemoles más, bemoles menos, lo que se ha privilegiado en Chile a la hora de pensar estrategias de crecimiento es el binomio ganancia-inversión, convirtiéndolo en eje ordenador y subsumidor de otras variables del crecimiento, incluso también de carácter económico. Las estrategias de crecimiento se han empresarializado, esto es, se ha concedido que el empresariado se haga cargo sólo del eje conductor del crecimiento, según la ideología crecimentista, o sea, del binomio ganancia-inversión, mientras se le exige al gobierno, al Estado, a la sociedad, que se hagan cargo de la subordinación de las otras variables y de la cancelación de los costos que tal subordinación genera.

Sin ninguna duda, el crecimiento económico es factótum para el desarrollo social. Pero un factótum de doble vía: puede tener efectos progresivos o regresivos para el desarrollo social. No todas o cualquier estrategia de crecimiento conduce al progreso social. Por lo mismo, las estrategias deben ser vistas de manera totalizadora e incorporando las visiones de todos los actores representativos de las diversas variables.

La estrategia de crecimiento no puede seguir siendo concebida como una formula que resuelve cómo y cuánto el gobierno, la sociedad y el Estado cooperan con los empresarios, les facilitan sus tareas, pero sin demandar reciprocidad, vale decir, cómo y cuánto el empresariado coopera con esas instancias en la resolución de los conflictos y problemas que acarrea la propia estrategia de crecimiento.


4. Chile está afectado por procesos deconstructivos de las formas tradicionales de asociatividad y también de muchos de los parámetros culturales-valóricos tradicionales. Todo ello sin que se visualice la emergencia de procesos reconstructivos de nuevas escalas conductuales sólidas ni de nuevas formas de asociatividad. Las explicaciones a estos fenómenos se encuentran principalmente en los efectos de tres movimientos:

• la rapidez con la que ha evolucionado el capitalismo chileno,

• la instalación de una tipificación mercantil en las relaciones sociales, y

• la celeridad y radicalidad de las modernizaciones.

Uno de los más serios equívocos de la Concertación y de sus gobiernos ha sido su despreocupación respecto de lo que acontece en el plano de la organización (o desorganización) de la sociedad. Ha existido una alarmante indiferencia, rayana en la frivolidad, con relación a las dinámicas atomizadoras de la existencia colectiva, al deterioro de las instancias de representación corporativa o comunitaria, a la casi inexistencia de redes de interrelación entre cuerpos sociales y cuerpos políticos, a la precarización de la condición de ciudadano, etc.

Estos son problemas que no atañen sólo a la cuestión de la participación social o al de la democracia participativa. Son problemas que gravitan en las perspectivas del desarrollo económico y social y en el mejoramiento de la calidad de vida. Según el PNUD, “la sociedad que se piensa, se realiza y se determina a sí misma como un orden colectivo es la que, en definitiva, tiene la capacidad de construir un Desarrollo Humano que sea sustentable” (Tercer Informe sobre Desarrollo Humano. Año 2000)

El tema se puede plantear de otra manera: el crecimiento económico del país en los últimos años y las políticas que lo han acompañado no han velado por el “capital social”, al contrario, lo han ido desgastando sin reposiciones, agotando así una de las condiciones y fuentes para el desarrollo social, toda vez que “se habla de ‘capital social’ para destacar el aporte creativo de determinadas formas de organización para dinamizar y potenciar la vida social” (PNUD, informe citado)

Punto clave, en consecuencia, de un proyecto histórico es la inclusión de políticas que converjan en la reconstrucción del valor y de las prácticas asociativas, que extiendan y consoliden instancias y redes en la sociedad civil.

5. Crecer económicamente, mejorar la calidad de vida, superar y/o morigerar las desigualdades sociales son tres títulos que sintetizan el conjunto de demandas más sentidas por la sociedad.

Pues bien, la escasez y fragilidad de instancias y redes en la sociedad civil, la falta de cooperación organizada, la anomia social, la precarización de vastos sectores ciudadanos, etc. tienen efectos generadores de obstáculos tangibles, materiales para resolver esas demandas. Son factores que encarecen, demoran, dificultan y hasta impiden, en algunos casos, las soluciones o progresos.

La subvaloración del “capital social”, de parte de los cuerpos dirigentes, probablemente se explique porque durante varios años se dispuso de altas cuotas de capital-dinero y ello posibilitó modernizaciones que no requerían la concurrencia de “capital social”.

Pero, cuando la disponibilidad de recursos financieros es baja o muy baja y cuando el país necesita reformas y no sólo modernizaciones, menospreciar el capital social es un error mayúsculo, es una carencia de visión estratégica que puede conducir a la postre al estancamiento y reducir a un gobierno a la sola administración defensiva de lo existente.

De allí que el proyecto histórico debe ser comprendido también como un cambio de mirada hacia los problemas y sus respuestas. Invertir en “capital social” para invertir con “capital social” es una mecánica probada exitosamente por naciones que han alcanzado el desarrollo. Pero la confirmación más contundente del valor de esa fórmula se encuentra en las experiencias de naciones pobres que habiendo contado, en momentos de su historia, con grandes volúmenes de capital-dinero, lo despilfarraron por no contar con “capital social”.

6. El principal desafío para la Concertación y su gobierno es avanzar en la disminución de las diferencias sociales, que no se expresan sólo en las desigualdades en los ingresos. Se expresan también en las distancias que existen entre los poderes que ejercen en y desde la sociedad civil sus diversos conglomerados y en las distancias impuestas en cuanto a respeto y dignidad de las personas.

Ese desafío es prioritario para la Concertación porque toca a las esencialidades más profundas, históricas y compartidas por todas las culturas políticas que la integran. Es dable aseverar incluso que muchos de los ingredientes que alimentan la tendencia hacia la ceremonia del adiós provienen de lo siguiente: al seno de esas culturas políticas hay extendidos sentimientos de frustración por lo realizado al respecto y grados de desesperanza o escepticismo en cuanto a lo que este gobierno va a realizar al respecto.

Ahora bien, equilibrar poderes, respetos y dignidades es una materia en la que las leyes o disposiciones estatales cumplen roles más bien formales si no existen, a su vez, dispositivos que en el plano de la sociedad civil y de lo cultural-valórico, operen en el sentido de los equilibrios.

No es menor, por consiguiente, la necesidad de impulsar políticas y programas destinados a recomponer, crear y ampliar sociedad civil.

Por otra parte, en una economía de mercado y en las circunstancias por las que atraviesa la economía nacional, son pocos los medios a los que puede recurrir la política y el gobierno para abrir cauces a procesos significativos de redistribución del ingreso. Sin embargo, una sociedad civil más fortalecida, más equilibrada en cuanto a juego de poderes, más sensibilizada en cuanto a valores dignificadores del trabajo, sí podría encontrar medios y espacios para avanzar en lo redistributivo.

Despedida

Nada de lo dicho aquí sobre proyecto histórico está ausente en los pensamientos de la Concertación y del gobierno ni en sus propuestas políticas y programáticas. Si tales pensamientos, políticas y programas no se han plasmado en proyecto histórico es porque no se ha tenido la voluntad de ordenarlos en virtud de ejes que no sean ni las urgencias electorales ni los paradigmas obsesivos y excluyentes del crecimentismo. Menos se ha tenido la audacia de ordenarlos en torno a un categórico y confeso eje social y popular.

No obstante, la evidencia de que la ceremonia del adiós es una tendencia que existe, la certeza de que la Concertación ya no es mayoría absoluta per sé, la convicción de que la alianza gobernante debe reconcursar para reinstalarse como representativa del cambio con contenido social-popular, configuran un cuadro político racional que impele, primero, a enfrentar la tendencia hacia la ceremonia del adiós como una realidad actuante y, segundo, a pensar o repensar la proyección histórica del gobierno y de la Concertación.

Confiemos en que impere, ahora sí, la racionalidad política.