Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Concertación: el azar y la calidad en política

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Agosto 2004

Los mejores momentos de la Concertación suelen anticipar sus peores momentos. Por lo menos así ha ocurrido con bastante recurrencia. En los últimos meses, principalmente merced a méritos del gobierno y a deméritos de la derecha, la Concertación ha venido atravesando por buenos momentos. En consecuencia, debería asustarse y moverse con cautela para no echarlos a perder.

En sí mismas, como fenómeno más o menos recurrente, estas oscilaciones entre buenos y malos momentos merecen un par de reflexiones, puesto que hay cierta tendencia a interpretarlas de manera casi esotérica, como producto de rachas de buena o mala suerte.

El azar no lo es tanto

Es innegable que en los cambios de situaciones favorables o desfavorables para uno u otro de los dos bloques políticos que dominan la política nacional, ha estado presente la influencia de la casuística y de la casualidad en política. De ahí que tienda a explicárseles por la ocurrencia de hechos azarosos que ora dañan a un bando ora a otro (Vg. caso indemnizaciones, Spiniak, Mop, Riggs-Pinochet)

Pero hay que saber distinguir entre hechos azarosos que son imprevisibles por su naturaleza intrínseca y otros que devienen en azarosos por imprevisiones. Por imprevisiones, al menos, respecto de los fenómenos gruesos que desencadenan el “azar”.

Lo que aquí se sostiene como hipótesis es que en las sociedades modernas lo casual y lo casuístico interviene constantemente en la dinámica política y, por lo mismo, por esa constante intervención, debería ser un dato asumido en los diagnósticos, análisis, proyecciones y previsiones de la política. Máxime, teniendo en cuenta que varias de las fuentes que originan el azar son o pueden ser conocidas.

Las “estructuras” de lo azaroso

Hay una primera fuente general que es, además, la más reconocida y que tiene que ver con la modernidad y la globalización. En suma, la influencia de lo casual y de lo casuístico se debería, considerando ambas variables, a la fuerte interconexión que establece la globalidad entre acontecimientos locales y efectos mundiales y a la rapidez con la que surgen y se expanden universalmente fenómenos nuevos.

Pero también existen otras tres fuentes generales que, aunque vinculadas o derivadas de la anterior, funcionan de manera más específica en la política de cada país. Se describen a continuación muy resumidamente:

• Los cambios valóricos-culturales y conductuales que acompañan a la globalización y la modernidad, por supuesto que entrañan cambios de esa índole en la política y en las relaciones entre sus agentes. En Chile – como en otras latitudes – tal vez uno de los efectos más significativos de esas transformaciones en el ámbito político sea la ruptura de los códigos de conductas políticas y ético-políticas tradicionales. Ninguna duda cabe que la política hoy es – por decirlo eufemísticamente – más “secular”, con menos límites éticos en las contiendas, con menos escrúpulos para enfrentar al adversario y menos cuidadosa de la salud ética-colectiva.

Este nuevo clima político y político-valórico facilita la conversión de un hecho casual y puntual en un macro evento político, merced a su sobreexplotación político-discursiva.

• Una segunda fuente son las lógicas y prácticas modernas de los mass media, que también han alterado sus viejas normas conductuales, que gravitan mucho más que otrora en las estructuras de poder y cuentan con la capacidad para imponer la agenda noticiosa masiva. En el presente, los mass media se nutren, en un alto grado, de lo casual y casuístico, reproduciéndolo hasta asentarlo como acto social trascendente.

• Por último, está una fuente que, siendo probablemente la más pródiga en “hechos azarosos”, es la que más cuesta asumir como dato de la política moderna, a saber, aquella que articula la mercantilización de delitos organizados a gran escala con poder político. Estamos hablando de narcotráfico, lavado de dinero, trata de blancas, tráfico de armas, explotación sexual infantil, comercio de emigrantes, etc. Es archisabido el desarrollo económico gigantesco que han tenido estas actividades, gracias, precisamente, a la globalización y modernización, y es archisabido también que tales actividades traen aparejado como tendencia insoslayable el incremento de la corrupción política.

El submundo oscuro, secreto que produce este fenómeno constituye, por cierto, una de las bases que más promueven a la emergencia de “hechos azarosos” y que pueden resultar decisivos en el desenvolvimiento de la política.

Mucho de descuido

De lo dicho hasta aquí es posible sustraer al menos tres conclusiones.

a) Es obvio que en política, como en cualquier actividad humana, se generan situaciones fortuitas, imposibles de prever y de efectos sorpresivos. Sin embargo, en la política moderna se puede constatar que muchos acontecimientos irruptivos adquieren ese carácter más por descuidos de la política que por su imposibilidad de precaverlos, toda vez que las fuentes inspiradores de ellos son conocidas y estudiables. Es decir, dentro de ciertos campos, lo casual y lo casuístico en política deviene en una suerte de “ley de probabilidades” y, por consiguiente, susceptible de antelaciones o de manejo político.

b) Varias de las fuentes causantes de hechos azarosos deberían ser componentes integrados a plenitud en las preocupaciones y lógicas de la política y, sobre todo, de sus instituciones e instancias, porque esas fuentes engendran procesos político-sociales y, por ende, no se manifiestan sólo como actos individuales.

c) La calidad de la política moderna debería medirse también por la capacidad político-intelectual de asumir las fuentes de lo casual y lo casuístico y que son susceptibles de ello y por la capacidad de contar con dispositivos políticos que puedan resolver lo intempestivo con cierta rapidez y colaborar con los prontos retornos a los ciclos políticos normales.

Es claro que sobre estas materias podría discutirse mucho más a la luz de sucesos recientes y que parecieran enmarcarse en el papel de lo azaroso en política. Pero no es ese el tema de este artículo.

Concertación: carencias en su calidad política

Como se dijo desde el principio, lo que se quiere discutir aquí es si la Concertación va a romper o va a seguir con su tradición de echar a perder, motu proprio, sus buenos momentos. La extensión del acápite anterior se debe a una suerte de advertencia: si se cumple la tradición y la Concertación enfrenta un eventual futuro mal momento, que no busque explicaciones en la aparición de “hechos azarosos”. Una política de calidad sabría superarlos.

Los riesgos para la Concertación no están en los hechos casuales que pudieran surgir, sino en carencias en cuanto a calidad política. Precisemos. A veces cuando se habla de Concertación se entiende por ella una suerte de entelequia de la cual, por lo mismo, nadie es responsable. La Concertación son los partidos que la integran y sus responsables son los dirigentes de esos partidos.

Disipado esto, nos encontramos con la primera debilidad política. La Concertación, como actor político, no existe o existe esporádicamente. Tal estado de cosas tiene dos costos mayores:

- El cuadro político real está alterado, puesto que sus protagonistas (y antagonistas) virtualmente son sólo oposición y gobierno. Está ausente o relativamente ausente la fuerza política (organizada) de apoyo al gobierno y la fuerza política progresista que debe enfrentar a la derecha en infinidad de espacios que son sociales, pero no públicos, ergo, donde el gobierno no accede como tal. Todo lo cual se traduce, primero, en una gratuita concesión de terreno político y social a la derecha y, segundo, en una tendencia a sobrecargar al gobierno en sus funciones de dirección política, con el consiguiente desgaste que ello le implica y que sería enteramente evitable.

- Y el segundo costo es de perspectivas. Una alianza política que no opera consistente y eficazmente como tal afecta su credibilidad como oferta gobernante y merma la autoconfianza de sus propios adherentes. A menos de dos años de una elección presidencial este costo puede crear mecánicas autorreproductivas, porque la inconsistencia alienta tendencias centrífugas.

¿Descansando en Lagos?

Tampoco indica buena calidad política que la dirigencia concertacionista confíe electoralmente en demasía en las muy buenas evaluaciones públicas que recibe el Presidente Lagos y en las buenas evaluaciones que recoge el gobierno. Son datos halagüeños, por cierto, pero que no justifican esa extrema confianza.

Una política de calidad no podría perder de vista los antecedentes históricos que señalan que no siempre ni necesariamente una buena gestión gubernamental se traduce per se en buenos resultados electorales para el partido o alianza gobernante. El Partido Conservador en Inglaterra perdió las primeras elecciones post Segunda Guerra Mundial pese a estar encabezado por sir Winston Churchill. La propia Concertación tiene experiencia en tal sentido. En las elecciones parlamentarias de diciembre de 1997 obtuvo una de sus más bajas votaciones, precisamente en los momentos culminantes de un ciclo económico de crecimiento excepcional.

Que el prestigio presidencial y gubernamental se transforme en votos para la Concertación requiere de una política y de un diseño estratégico de política comunicacional destinado a ese fin, o de lo contrario no redundará más que en asegurar el piso electoral de la Concertación que hoy está por bajo el 50%. Todavía no existe ni esa política ni ese diseño, salvo que se le quiera llamar así a algunos balbuceos que se formulan al respecto y a algunas acciones esporádicas que normalmente se gestan por iniciativa del gobierno.

Escenarios mal previstos

Un síntoma muy serio de mala calidad política es la confusión que tiene la Concertación en sus visualizaciones de los escenarios políticos. Confusión que se ha manifestado en dos cuestiones claves.

1. Durante los últimos meses la Concertación, consciente o inconscientemente, ha operado con dejos de triunfalismos sustentados en diagnósticos febles, superficiales o erróneos. Entre otros, los tres que siguen:

- el supuesto – ya mencionado – de un “chorreo” mecánico de la popularidad del Presidente y del gobierno hacia la Concertación.

- la convicción que habrá un fortalecimiento de las expectativas concertacionistas por efecto de la mejoría en los índices de crecimiento económico para este año y el próximo.

- la hipótesis que las perspectivas electorales de la derecha y de Lavín se han estancado -hasta con posibilidades de declinación – merced a los éxitos gubernamentales, a hechos “azarosos” que la aquejan o aquejaban – Spiniak, Riggs Pinochet – y a algunas muestras de desconcierto en cuanto a estrategias políticas y electorales.

Estos elementos efectivamente forman parte de los escenarios, pero sus influencias no son decisivas como para nutrir triunfalismos que, a la postre, han implicado que los partidos se entretengan y consuman en pugnas internas menores, pospongan miradas y acciones prospectivas, metan en un mismo saco negociador municipios, diputaciones, senadurías y presidenciables, etc.

La nueva estrategia derechista

2. Los dirigentes de la Concertación parecieran no haber asimilado en toda su magnitud los giros en estrategia, en estilos, en discursos, en imagen que ha adoptado la derecha y el lavinismo que, aparte de ser significativos, denotan que son fruto de acumulación de experiencias y que representan un verdadero salto en sus propios procesos “renovadores”.

Una reseña breve de esos cambios:

-La derecha ha presidencializado la elección municipal, lo que tiene tres efectos prácticos:

i) le da continuidad a la presencia pública de su candidato presidencial; ii) ejerce presión sobre las precandidaturas concertacionistas, estimulando conflictividades iii) le permite articular el carácter local de las campañas con una discursividad opositora de rango nacional.

- Joaquín Lavín se ha “politizado” y sus conductas apuntan a asentar la imagen de líder, conductor y estadista. Con ello ha dejado obsoleta la discursividad crítica que acuñó en su contra la Concertación (“cosismo”, “política-espectáculo”) y se mueve en un plano que obliga al gobierno o a tratarlo como interlocutor o a buscar fórmulas para escabullirlo.

- El tipo de oposición que está practicando la derecha es – por llamarla de alguna manera – “alternativista”, es decir, no obstruye abiertamente ni se niega a negociar, sino que levanta alternativas a los proyectos o medidas gubernamentales, con discursos que siguen la lógica del gobierno de favorecer el “bien común”.

Hoy por hoy, las dirigencias de los partidos concertacionistas todavía se encuentran sorprendidas por estos cambios.

“Prohibiendo” un tema inevitable

Y un último comentario sobre mala calidad política. La presidencialización del escenario político es una atmósfera que lo cubre todo y que se cuela por cuanto intersticio encuentra. Probablemente no hay reunión de políticos, formales o de pasillo, en donde el tema presidencial no esté presente directa o elípticamente. Sin embargo, “oficialmente” los partidos de la Concertación han decretado que el tema no se discute hasta después de octubre. ¡Muy curiosa forma de hacer política!

Así como a lo casual en política tiende a asignársele una dimensión mágica, los dirigentes concertacionistas le están otorgando una dimensión similar a los resultados de las elecciones municipales. Parecieran esperar que todo se vuelva diáfano una vez que ese evento concluya. Craso error. Si no se toman providencias ahora, en noviembre la Concertación se va a encontrar con un panorama oscurecido, aun cuando las cifras electorales le sean favorables.

Obviamente que sería enteramente inconveniente desatar las competencias por las precandidaturas. Tomar providencias no significa aquello. Significa simplemente reflexionar, discutir, avanzar sobre algunos aspectos, en especial, en los que claramente se ha retrocedido.

Por ejemplo, hoy no hay consensos sobre un mecanismo para decidir candidatura única. Incluso existen opiniones que hablan de más de una candidatura concertacionista en primera vuelta. Existe, por otra parte, disparidad de criterios acerca de cuáles son los considerandos más relevantes para definir al mejor candidato o candidata. En fin, los temas son múltiples.

El asunto trascendente que debe internalizar la dirigencia concertacionista es que las elecciones presidenciales de 2005 no se resolverán por factores azarosos ni por los datos electorales del pasado. Será una elección en la que primará la variable calidad política. La derecha, en esa área, esta haciendo bien lo suyo. Los partidos de la Concertación, no.