Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales

Cultura latinoamericana: algunos elementos para la discusión

Mladen Yopo / Claudio Santis

AVANCES Nº 37
Agosto 2000

El concepto de cultura y/o espacio cultural latinoamericano, es decir, de imaginarios y espacios identitarios comunes regionales, ha sido una vieja aspiración-discusión que se ha dado desde los tiempos de la Independencia. A pesar de los múltiples esfuerzos hechos por definir y construir esta realidad mediante iniciativas federativas de cooperación e integración, ésta aún no encuentra un anclaje taxativo a partir de la evolución histórica regional y de los elementos que la han moldeado y condicionan en la actualidad.

Evolución histórica

Una apretada síntesis de los elementos condicionantes y potenciadores de la cultura latinoamericana y sus espacios, podría resumirse en lo siguiente:

• La consagración de los pueblos, culturas, naciones y Estados-naciones en América Latina (no diferente a la del resto del mundo) ha sido en general por oposición e imposición (violenta y/o pacífica) de una cultura sobre la otra, más que por colaboración y fusión.

• La asimetría (el poder desigual) del contacto entre culturas en estos procesos, ha terminado produciendo la aniquilación de algunas de las culturas (incluso civilizaciones) o la degeneración y/o “ghettización” de la mayoría de las que aún subsisten en relación a la cultura dominante.

• Esta situación de imposición y oposición explica el actual estado desmedrado de las culturas originarias con relación a la cultura dominante (por cierto), con grados diferenciados en la región), a la vez de expresar la reciprocidad (influencia) tangencial y mínima de las culturas locales en el ethos cultural vigente. La imposición y oposición, en este sentido, impidieron lo que se denomina el “melting” cultural más propio de una democracia que resalta consensos, reconocimientos, tolerancia y diversidad.

• Las coincidencias culturales latinoamericanas (o como las denominó Donald Brown “universales humanos” o “universales culturales”) se produjeron propiamente tal durante el período conquista-colonia y luego en la oposición de los imperios coloniales (independencia). Si bien antes existieron intercambios y usos comunes entre las culturas locales, estos fueron parciales en espacio, tiempo y/o en su profundidad lingüística y simbólica.

• Los universales culturales reconocidos durante estos procesos por los países de la región, se pusieron en “tela de juicio” a partir de las disputas territoriales que se dieron en la operacionalización y consagración de los Estados-naciones postindependencia. La segurización fronteriza (uno de los fundamentos del Estado) y la reafirmación de los espacios propios, se realizó mediante la oposición de la fuerza y de la socialización nacional (identidad diferenciada frente al resto).

• La evolución de los propios espacios simbólicos de los países y su relación con las especificidades de lo local, generaron segundos niveles de interpretación perceptiva y valórica de los reconocimientos comunes que se dieron durante el período colonial y de formación de los Estados-naciones. En relación a ello, cabe mencionar los elementos que se fundieron con las culturas originarias a partir de procesos como la conquista (con el traslado de esclavos africanos por ejemplo) y las posteriores migraciones europeas, situación que produjo realidades diferenciadas a nivel regional (mezclas raciales, lenguas, dialectos, consagraciones religiosas, usos, etc.).

• En más de un país de la región los Estados no fueron capaces de homogenizar lo local (las nacionalidades) en torno a una cultura y una identidad común, más allá de que existiera una cultura dominante, lo que generó identidades diferenciadas incluso al interior del propio Estado-nación.

• Dado el rol periférico que ha jugado América Latina en el concierto mundial, este proceso de evolución cultural continuó permeado por factores externos provenientes de los polos de poder internacional. Primero, desde Europa en la llamada “era de los imperios compartidos”, luego de EE.UU. durante la mayor parte del siglo XX y, por último, por el eje de disputa de las potencias emergentes al finalizar la II Guerra Mundial e instaurarse el período de Guerra Fría (léase EE.UU. y URSS).

• Los ejes ideológicos de la confrontación sistémica de este período, incidieron fuertemente en la vida política, económica y social y, por lo mismo, en la cultura e identidad nacional de los países en cuanto a la pertenencia y reconocimiento de estos modelos, situación que cruzó, transformando y/o mediatizando, los imaginarios comunes.

De vuelta en la región

Los procesos de pacificación de Centroamérica con la constitución del Grupo de Contadora y del Grupo de Apoyo a principio de los ochenta, el retorno a la democracia en Latinoamérica después de décadas de dictaduras militares y el fin de la confrontación sistémica con el derrumbe del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, entre oros aspectos, recentraron la mirada de los Estados-naciones latinoamericanos, revalorizando las peculiaridades de sus procesos políticos y sociales.

En este nuevo contexto, la lucha por el afianzamiento y gobernabilidad democrática, y la consecuente necesidad de desarrollo económico y social, plasmaron nuevas miradas y predisposiciones del liderazgo latinoamericano. Esto permitió que se desarrollara un nuevo escenario regional definido por las siguientes características:

• Los llamados consensos latinoamericanos en los ámbitos político y económico (homogenización de metas y formas de organización) a partir de conceptos como democracia y economía de mercado, sentaron nuevas predisposiciones y, por lo mismo, un eje positivo en las relaciones regionales. Esto se tradujo en la resolución pacífica de viejas controversias, a la vez de un nuevo impulso en el contacto y cooperación regional en a perspectiva de generar un espacio ampliado.

• Este proceso de “re-mirar” la región, se vio fortalecido por las tendencias contradictorias que ha demostrado el nuevo escenario internacional en conformación, donde la esperanza se ha mezclado con acciones de cooperación y conflicto frente a los antiguos y nuevos problemas y dilemas de la agenda mundial. Ello hizo que los países latinoamericanos desarrollaran estrategias políticas más federativas como las del “regionalismo abierto”; es decir, privilegiar y potenciar la integración y cooperación regional como palanca para salir al mundo, y defender intereses y soportar los vaivenes e influencias del poder y mercado global.

Globalización cultural

Este proceso de retorno a la región, por otro lado, ha estado cruzado y condicionado inevitablemente por el proceso de globalización (contracción de las esferas de lo local, nacional e internacional) en marcha, donde las nuevas interacciones no sólo han cambiado la forma de pensar, sino, también los objetivos pensados.

La revolución del conocimiento y de la información, y los procesos aplicativos que la han rodeado, han operacionalizado un modelo global de modernidad que define esquemas de comportamiento y valores (cultura) a través de los productos, técnicas, métodos y nuevas prácticas de organización que proponen. Ello ha terminado permeando y transformando las culturas nacionales en su sentido más integral (valores, símbolos, relatos, mitos, héroes, ritos, etc.), mediante una dinámica que tiende hacia la homogenización de espacios (por ejemplo, estudios realizados por grandes agencias publicitarias de alcance global, han determinado la existencia y los componentes del espacio común del adolescente a nivel mundial).

La “babelización” de la cultura que propone este proceso, en todo caso, está siendo asumida desde las particularidades a partir de lo que Jean Daniel de Le Nouvel Observateur caracterizó como ”el conflicto entre el conservadurismo y el progreso, el vagabundeo y el arraigo, la mundialización y los particularismos, el individuo y la comunidad; en resumen, entre la tradición y la modernidad” . Es decir, en la región hay una confrontación-mutación en marcha que pone en tela de juicio los anclajes de la identidad tradicional en la búsqueda de una síntesis y/o reinterpretación con la cultura global dominante a partir de intereses y necesidades específicas.

Particular importancia de la globalización y del estilo de modernidad que propone, ha sido la fragmentación cada vez mayor de la sociedad a pesar de su tendencia homogeneizadora. Alain Touraine expresó al respecto que ”la sociedad posmoderna llevó al límite la ruptura con todas las representaciones de la vida social. Ya no se podrá hablar de sociedad, sino solamente de expresiones y estilos particulares”. En este sentido, es difícil halar de una identidad pura en las sociedades latinoamericanas y, por lo mismo, habría que señalar distintos “niveles de identidad” como lo expresa Eric Hosbawn. Al respecto, conviene observar que según un estudio de la Oficina Norteamericana de Censos, la población hispana en EE.UU. ascenderá a los 100 millones en el año 2050, lo que nos da una pista de las mutaciones en marcha.

El esquema de “universos abiertos” dentro de la lógica de la integración requiere de una revisión en su evaluación y criticismo respecto del proceso de globalización ya que abre escenarios complejos y peculiares, fragmentaciones simbólicas, etc., que van más allá de la simple reducción al acento sobre los acuerdos comerciales y políticas de intercambio. Entre estos factores puede señalarse el desarrollo informático y comunicativo de las sociedades entre sí, que se han beneficiado por el proceso de integración tecnológica, entre otros.

Algunas observaciones

Podemos observar, por otra parte, que las características, la dinámica y complejidad creciente que han adquirido las relaciones regionales en el último tiempo (espacios donde se han establecido intercambios culturales múltiples), y que contemplan actores diversos, niveles diferenciados, con permanencia e influencia desigual, encontramos un sinnúmero de espacios culturales latinoamericanos que no se agotan o expresan necesariamente en actores tradicionales, en temáticas clásicas o espacios geográficos claramente definidos a partir de la diversificación de intereses y metas. Ello, a pesar de que proximidad y tradición histórico-cultural constituyen variables significativas y potenciadoras de los espacios culturales.

Esto se observa en el proceso de interdependencia compleja que ha impulsado enormemente las relaciones de actores no gubernamentales (ONG, fundaciones, asociaciones gremiales, conglomerados económicos, etc.), en las relaciones internacionales (algunos de los cuales tienen más poder que muchos Estados) y, por lo mismo, los ha convertido en actores de indudable peso en la modelación de realidades.

Los procesos de transnacionalización e internacionalización, operacionalizados por la revolución de las comunicaciones, han creado complejas redes de intercambio, cooperación y asociatividad entre diversos actores de a sociedad civil. En este ámbito, por ejemplo, encontramos distintas redes estructuradas por áreas, rubros y niveles como empresariales, laborales, académicas, políticas, religiosas, étnicas, culturales, ambientales, del poder local, de consumidores, etc., y que van generando dinámicas propias que terminan incidiendo en el comportamiento social.

A pesar de ello, el paradigma tradicional de las relaciones entre Estados (modelo del Estado céntrico) sigue siendo preponderante en las relaciones domésticas e internacionales y en la operacionalización de las relaciones de otros actores. En este sentido, el Estado con sus capacidades de adhesión-socialización y operacionalización social, sigue siendo el principal actor (cuasi hegemónico) en la formulación y viabilización de las relaciones internas y externas de los países y, por lo mismo, en la cimentación de espacios culturales. Sus decisiones y políticas condicionan los caminos sociales y del individuo, la percepción y el simbolismo de la realidad que ellos tienen, operacionalizando o limitando los espacios y formas de contacto.

Por lo mismo, relevante ha sido la formulación y formalización (institucionalización) de los contactos sostenidos por los Estados de la región en el último siglo (en especial en las últimas décadas) para la solidificación de un imaginario común. Estos procesos de integración económica y de cooperación política, se han constituido en espacios dinámicos y complejos de contacto (redes de diálogo) entre los países y actores nacionales diversos y, por lo mismo, en potenciales espacios culturales al consensuar y/u homogenizar criterios y metas, verificar e desarrollo de los acuerdos y prestar apoyo al desarrollo de ellos.

El desarrollo de la relación intrarregional, producto, entre otros, de la necesidad de defenderse de las asimetrías y dificultades que han caracterizado el escenario político y económico mundial, del afianzamiento de una tendencia que encuentra en la vecindad y similitudes en los orígenes, situaciones y perspectivas, el punto de partida para desarrollar proyectos comunes en diferentes planos, y, por último, del impulso que le han dado a los contactos a la revolución de las comunicaciones sus vías y el transporte, especialmente de los actores no gubernamentales, han potenciado el proceso de interacción de las relaciones hemisféricas y mundiales de la región.

Este proceso ha repercutido fuerte y positivamente en las acciones que se dan al interior de organismos hemisféricos como la OEA. Este, que fue utilizado como instrumento político por Estados Unidos durante parte de la Guerra Fría (por ejemplo, parta aislar a Cuba a través de su expulsión en 1962), hoy ha encontrado renovados bríos en su tarea de forjar contacto, discusión y cooperación entre los actores gubernamentales y sociales, situación que ha redundado en el reforzamiento de los denominadores y espacios comunes de la región y del hemisferio.

La existencia y repotenciación de antiguos esquemas (instituciones) de cooperación e integraciones regionales y subregionales; su ampliación hacia esquemas de relaciones más complejas que den cuenta de los actuales desafíos y tendencias; y la formación y operacionalización de marcos de relaciones flexibles coordinación, cooperación e integración, todo ello en el contexto de nuevas predisposiciones, han sido procesos que han dinamizado la relación entre los Estados, las sociedades y los individuos en base a conceptos universales que estuvieron anquilosados y/o mediatizados en el devenir regional como democracia , derechos humanos, desarrollo, economía de mercado, etc.

Ello, unido a la “homogenización de intereses” que guían los sentidos y políticas regionales, por otro lado, han generado un efecto positivo sobre los patrones culturales y de identidad al establecer las relaciones intrarregionales sobre ejes positivos, dinámicos y de amplia base tanto regionales, subrregionales como bilaterales.

Este efecto sobre los patrones culturales y de identidad, quizás no tenga un sentido tan puro como fueron concebidos originalmente por Bolívar u otros próceres de la integración, o por declaraciones oficiales de Cartagena de Indias de los ministros de Cultura y responsables de las Políticas Culturales (IX Cumbre). Sin embargo, sienta un marco más expedito, comprensivo, tolerante y participativo que dé cuenta de los universales culturales latinoamericanos y de los niveles diversos de identidad que conviven en la región, en vistas a un denominador común multicultural.

Comentario final

A modo de resumen, podemos señalar que no existe una taxonomía excluyente o una identificación cultural que no está inserta en la dinámica de las paradojas de la globalización como proceso estrictamente confuso y diluyente de los márgenes de interacción. Es por eso que en América Latina no se puede hablar de una cultura única o espacio cultural único, a pesar de los “universales culturales” forjados en su devenir histórico, ya que no se ha logrado una síntesis cultural a través de la asimilación, el “melting top” o la multiculturalidad, entre otros, que dé sentido a la identidad regional pura. En este sentido, la región está compuesta por “identidades múltiples y combinadas” y, por lo mismo, por ejes culturales diversos que nos asimilan y nos diferencian entre sí y frente a las otras regiones del mundo.

Esta realidad, sin embargo, tiende a cambiar con los procesos que se desatan en la década de los 80 al finalizar lo que Hosbawn llama “el siglo corto”. Los procesos de pacificación de América Central, el fin de la Guerra Fría, la consolidación de la democracia (no sólo vista en la consolidación de instituciones, sino que también como ampliación de los reconocimientos) y el mercado en América Latina, y el proceso de globalización en marcha, impusieron en la región una nueva mirada y valorización de sí misma.

Este consenso en los proyectos de desarrollo e institucionalización nacional, unido a la necesidad de operacionalizarlos en un escenario internacional contradictorio y un escenario doméstico inestable (de problemas de ingobernabilidad como la denomina Huntington), revitalizar los procesos de concertación, cooperación e integración regional consagrándolos en acuerdos de diverso tipo y alcance. Es por eso que la voluntad de los gobiernos y Estados de región, a través de la socialización y operacionalización, por lo tanto, se han convertido en un “motor” dinámico y complejo de los contactos e intercambios regionales diversos.

La imbricación creciente de los Estados y de las sociedades (espacios donde se establecen intercambios culturales), a partir de un universal común pero con intereses fragmentados, ha generado una serie de espacios de contacto que expresan la diversidad de niveles, actores y sentidos al interior de las propias sociedades latinoamericanas.

En América Latina encontramos, de esta manera, múltiples intercambios que inciden en las creencias, los valores, los símbolos, el idioma, las conductas y los usos de los procesos más locales o domésticos, y que van más allá de la concepción más tradicional del intercambio cultural graficado en la educación, las artes y el folclor. Estos intercambios, con el proceso de globalización y de revolución tecnológica, traspasan la esfera regional e influyen los procesos de cooperación-consensos y de conflictos que se dan al interior de las sociedades.

Ello, por tanto, nos llevaría a la constatación de la existencia de un marco universal latinoamericano compuesto por tradiciones, patrimonios y consenso político y económico más recientes (hoy rubricados por los proceso de cooperación, complementación e integración), condicionado, permeado y fragmentado por la globalización y los particularismos en un desarrollo dialéctico.