Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Desde fuera de la DC: miradas y preguntas acerca de su futuro

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Abril 2002

DC: ¿introversión depresiva?

Los acontecimientos y discusiones que hoy recorren a la Democracia Cristiana están lejos de tener una relación proporcional con los dramáticos diagnósticos y discursos que se sucedieron desde el mismo día de las últimas elecciones parlamentarias hasta la elección de la nueva directiva. A cualquier observador interesado en la política y ajeno a las vicisitudes internas de la DC, le debe resultar extraño el aura de tranquilidad que hoy rodea a ese partido. Parece excesiva, aun teniendo en cuenta el receso político – producto del período vacacional – y comparándola con las extremas alarmas lanzadas al aire hace tan poco y con la gravedad de las evaluaciones y pronósticos que, en su momento, formularon los propios dirigentes de ese partido.

Pudiera ser que esta quietud se deba a cuestiones puramente fortuitas o de segundo orden y/o a decisiones comunicacionales y tácticas. Pero pudiera ser, también, otra expresión de la crisis: escepticismo y cansancio en algunos sectores y personalidades, escasez de ideas y de energías para enfrentar la situación, etc. O quizás se deba a un estado anímico colectivo que conlleva a una suerte de introversión depresiva.

Cualesquiera sean las razones, el hecho es que lo que se ve hoy y lo que se visualiza no son esfuerzos sistemáticos y globalizadores que se condigan con los balances críticos que se han expuesto acerca del PDC.

El tema de la DC es un problema que atañe a los democratacristianos, pero no sólo a ellos. Lo que en definitiva ocurra con ese partido afecta a la Concertación y al gobierno, no sólo en tanto instancias políticas acotadas a lo electoral y programático, sino también en tanto expresiones de un fenómeno mucho más amplio y de rango histórico: como manifestaciones genéricas de la corriente político-cultural del progresismo humanista chileno. Pero, además, el devenir de la DC, dependiendo de las dinámicas que adquiera, puede repercutir en el actual sistema de partidos, lo que, a su vez, redundaría de facto en alteraciones del sistema político vigente.

La DC es una cultura nacional popular

Veamos este planteamiento con más detención.

Desde un punto de vista político, cultural y valórico, la mayoría de la sociedad chilena es, en promedio, razonablemente progresista. Para ser más precisos, es una sociedad que, por historia, por desarrollo socioeconómico y cultural, por el estadio de modernidad en que se encuentra, está más propensa a expandir sus patrones valóricos y culturales progresistas que a dejarse conquistar por la visible y bien organizada ofensiva cultural y comunicacional impulsada desde hace años por el neoconservadurismo criollo.

La fuerza política y social del progresismo humanista – canalizada básicamente por la Concertación -, en cuanto cultura y ética social, está conformada de manera plural, toda vez que en su seno hay graduaciones. Si bien no es dable medir rigurosamente cuántos grados de progresismo recoge y representa cada partido, sí es posible aventurar que ha sido la DC el partido mejor instalado en el espacio compuesto por el razonable progresismo social promedio que predomina en la sociedad chilena.

En el supuesto de una crisis político-electoral y orgánica del PDC que terminaría por fraccionarlo, minimizarlo o extinguirlo, el gran problema que se plantearía sería el de cuál, o cuáles, de las corrientes políticas existentes, ocuparían el espacio socio-cultural dejado por la DC. Observando el espectro actual de partidos, la respuesta tendría que ser que, en lo inmediato, ninguna.

Para mejor entender esta afirmación hay que distinguir entre los fenómenos o procesos político-electorales y aquellos que son de carácter político-culturales.

En efecto, conjuntos significativos de ciudadanos tradicionalmente adscritos o sensibles a determinada cultura política pueden, bajo determinadas circunstancias, desplazar sus preferencias electorales, sin que ello signifique que abandonen lo medular de sus adscripciones o sensibilidades político-culturales.

Un ejemplo de este tipo de situaciones se encuentra en las últimas elecciones presidenciales. Es enteramente demostrable que en la primera vuelta alrededor de la mitad del electorado habitual del PC votó por Ricardo Lagos y no por la candidata de ese partido. Pero de ese dato nadie podría concluir que tal contingente ciudadano renunció a lo grueso de sus cosmovisiones político-culturales.

En la eventualidad de una “crisis catastrófica” de la DC, lo más probable sería que su electorado se desplazara siguiendo la misma tendencia que muestra su pérdida de votantes en los últimos años, esto es, hacia la UDI, el PPD y hacia el enorme conjunto compuesto por los votos nulos, blancos y la abstención. (Véase asuntospublicos.org., Informes 168 de Genaro Arriagada y 175 de Carlos Huneeus).

Un desplazamiento de esa naturaleza produciría un fenómeno similar al que se define con el concepto de “crisis de representatividad”. Es decir, quedaría con escasa o sin representación política – armoniosa y orgánica, desde el punto de vista cultural y valórico – un volumen importante de ciudadanos que profesan o se identifican con un determinado tipo de progresismo humanista: aquel que tuvo origen en el socialcristianismo de la Rerum Novarum y que devino con el tiempo en una vertiente histórica de la cultura nacional-popular.

Partidos como la UDI y el PPD, u otros, o simplemente el abstencionismo, pueden ser los cauces que canalicen a vastos sectores del electorado proveniente de ese progresismo humanista, pero, sin la DC, sería a costa de la pervivencia atomizada y sin gravitación de esa cultura política.

La DC y la amenaza de crisis institucional

La trascendencia de este hipotético y amenazante fenómeno no parece haber sido bien percibida ni desde el ámbito político ni desde al ámbito intelectual. Quizás se deba a que en Chile se ha impuesto un método analítico que compartimenta en extremo lo electoral, lo político, lo económico social, lo sociocultural, etc.

El hecho es que los riesgos que se yerguen sobre la DC no son ajenos a riesgos que se erigen sobre todo el sistema de partidos y sobre el sistema político chileno y que no son tan diferentes a los que han estado produciendo estragos en los ordenamientos políticos de otros países latinoamericanos.

En la mayoría de los países de América Latina se viven procesos que afectan críticamente a los sistemas políticos. En casi todos los casos, tal situación se inició con crisis catastróficas de los partidos tradicionales, particularmente de aquellos inmersos en un pasado de pensamientos y políticas desarrollistas. Las causas de esas crisis han sido variadas, pero sobresalen dos de ellas:

1. O bien, los partidos de matriz desarrollista no se readecuaron oportunamente a las nuevas realidades que gestaban las modernizaciones y la globalización e insistieron en sus políticas ancestrales, devenidas en extemporáneas (Vg., el APRA peruano, durante el gobierno de Alan García);

2. O bien, sus procesos de readecuación tuvieron como características: i) se hicieron sobre la base de la asunción pragmática y acrítica de políticas provenientes de concepciones otrora adversarias, y ii) fueron contradictorias o distantes a la cultura política masiva de sus bases de sustentación, incluso, en algunos países, a buena parte de la cultura nacional-popular, y no estuvieron precedidas ni acompañadas de procesos reculturizadores de los colectivos sociales más activos e influyentes (Vg., el Partido Justicialista argentino en el período de Menem, el COPEI y la ADECO en Venezuela. Hasta el PRI mexicano se vio afectado por el fenómeno, especialmente a partir del gobierno de Salinas de Gortari).

En Chile ese proceso está latente desde hace varios años y no se ha manifestado con radicalidad porque:

a) la transición política fue el eje ordenador y disciplinador de la política nacional por lo menos hasta los dos últimos años de la década pasada;

b) las reformas modernizadoras más polémicas y resistidas por las culturas de tradición desarrollista fueron implementadas por el régimen militar y no por los partidos de la Concertación;

c) la bonanza económica que tuvo el país hasta 1997 postergó la coincidencia de las molestias político-culturales del mundo del progresismo humanista con el inconformismo social producto del deterioro de las tasas de crecimiento y de empleo.

Agotada la centralidad política de la transición, planteada la necesidad de nuevas reformas y medidas modernizadoras que incomodan a las culturas políticas del progresismo humanista y a las que se suman los inconformismos sociales en razón del relativo estancamiento del desarrollo social, el fenómeno de crisis álgida compartido por los partidos tradicionales y de corte desarrollista de América Latina se ha hecho sentir más intensamente en el PDC chileno. Ante que todo, porque, por su protagonismo y visibilidad desde el retorno de la democracia, ha sido el partido más sensible y abierto a la internación del conflicto entre una empírica readecuación política modernizadora y la cultura tradicional y masiva del progresismo humanista.

Pero a lo que se debe prestar especial atención es a que ese conflicto aqueja a todos los demás partidos de la Concertación y, por ende, a la Concertación en su conjunto. De allí que un derrumbe del PDC, merced a tal conflicto, bien podría ser el anticipo de crisis y fuertes estremecimientos de todas o casi todas las formas de representación política a través de las cuales hoy se expresan las vertientes político-culturales masivas del progresismo humanista. Porque – y hay que insistir en ello – una crisis político-electoral y orgánica del PDC y de alcances severos implicaría la diáspora de una de las más importantes fracciones que hoy componen el universo social del humanismo progresista y no un simple reordenamiento de sus formas de manifestación política. Por ende, una consecuencia obvia sería el debilitamiento político general de esa corriente, acompañado de fracasos y derrotas políticas y electorales, situaciones que ninguno de los otros partidos de la Concertación están en condiciones de soportar sin sufrir serios conflictos y mermas.

Ante tal eventualidad, el escenario político nacional quedaría compuesto:

a) en primer lugar, por un progresismo debilitado en lo electoral, con sus recursos políticos dispersos e internamente fragmentados,

b) en segundo lugar, por una derecha electoralmente mayoritaria, hegemonizada por sus fracciones neoconservadoras y,

c) en tercer lugar, por una sociedad que ensancharía las fronteras de lo políticamente anómico.

Dúplicas a las réplicas

Un cuadro político de esa naturaleza sería a todas luces artificial, inorgánico respecto de la verdadera composición político-cultural del país, puesto que habría una sub representación política de las culturas del progresismo humanista y una sobre representación política de la cultura neoconservadora. Desfase que, en definitiva, instalaría la latencia de una mayor deslegitimación del sistema político tanto por sus carencias en representatividad como por sus límites en funcionalidad. Y de ahí hay sólo un paso para una abierta crisis del sistema político.

El asunto de la DC es, entonces, un asunto serio, un asunto de país. Con seriedad, entonces, hay que plantearse dos preguntas. ¿Tiene solución el problema del PDC? ¿Cuál es esa solución? Revisemos someramente algunas respuestas.

La inevitable extinción

“Si miro comparativamente la DC chilena con el resto del mundo, tendría que llegar a la conclusión dramática de que necesariamente va a extinguirse. No tiene lugar. El único partido DC que hoy tiene fuerza es el alemán. Pero en el resto del mundo casi han desaparecido”. Esta es la opinión del cientista político Oscar Godoy vertida en entrevista publicada por asuntospublicos.org. Opinión que ronda en varios círculos y que es también una expectativa para otros.

Sin duda que la extinción es una posibilidad, como lo es para cualquier partido de larga data histórica. No obstante, este presagio demanda un par de reflexiones.

Primero, el que cambien las condiciones históricas en las que surgió y se desenvolvió un partido no son indicadores fatales de su extinción. A los partidos Laborista y Conservador en Inglaterra o a los partidos Republicano y Demócrata en EE.UU., se les ha movido y conmovido el mundo varias veces y, sin embargo, perviven. Claro, se podría replicar que sólo han conservado el nombre. A lo que habría que duplicar que existe alguna racionalidad política que explica la mantención del nombre. En mi opinión, esa racionalidad se encuentra en que el nombre evoca y convoca una parte de la cultura política nacional masiva e histórica que ha evolucionado al igual que lo ha hecho la figura política que la recoge.

Segundo: ¿qué es, para un partido, extinguirse en términos político-históricos? Bien podría decirse que el PSOE de Francisco Largo Caballero se extinguió cuando Felipe González transformó el partido. Pero nadie usa ese término para referirse a ese hecho.

Un partido está condenado a la extinción cuando:

- sus cosmovisiones y programas se han demostrado enteramente inviables (los partidos comunistas, por ejemplo), o cuando los procesos político-históricos han realizado lo fundamental de sus planteamientos,

- sus bases de sustentación socio-culturales se han visto extremadamente menguadas o lisa y llanamente desaparecidas por una sucesión de cambios socio-estructurales (por ejemplo, los partidos anarquistas).

Ninguna de las dos condicionantes rige para la DC. Lo que no significa que no esté presente la amenaza de la extinción. Pero tal amenaza proviene fundamentalmente del ámbito de la lógica política, o sea, de las capacidades o incapacidades de sus cuerpos orgánicos y de sus elites intelectuales para readecuar sus discursos y políticas en un escenario de competencias en el pasado desconocidas por la DC.

La cedeudización del PDC

“Si la DC en Chile sigue el modelo alemán, ¿debería autodefinirse y buscar una autoidentificación como partido de centroderecha? No lo sé. A veces pienso que Zaldívar podría estar pensando en algo así”. Oscar Godoy no es el único que tiene la misma sospecha acerca de hacia dónde mira el senador Adolfo Zaldívar y otros dirigentes del PDC en el afán de superar las dificultades de su partido. Y resulta bastante comprensible que el modelo del CDU alemán sea tan atractivo. Al fin de cuentas es el partido democratacristiano más poderoso del mundo.

¿Pero es, en realidad, el CDU un modelo viable para el socialcristianismo criollo? La respuesta oscila entre lo improbable y lo imposible, por lo siguiente:

- el CDU, si bien se afilia al socialcristianismo, es un partido que se desenvuelve dentro de una nación que no es mayoritariamente católica, sino protestante. En su ideología, en consecuencia, la influencia de la vieja doctrina social de la iglesia está lejos de ser igual a la que tuvo y tiene en la DC chilena. Eso le facilita libertades ideológicas y políticas que no le están posibilitadas a la última, salvo que esté dispuesta a contradecir categóricamente buena parte de su herencia doctrinaria.

- Alemania se encuentra entre los selectos países de mayor desarrollo económico. La implementación de políticas sociales afines a determinados principios del socialcristianismo no le plantean al CDU la necesidad de políticas reformistas o correctivas de las dinámicas naturales de una economía capitalista. Ser defensor y promotor de la acción pura de las leyes del mercado no le impide el sostener políticas sociales medianamente progresistas ni le obliga a reticencias o a críticas hacia el status. Con el status le basta para ser socialcristiana. Obviamente que ese es un entorno que le está negado a la DC chilena.

- El CDU se fundó como un partido de centro-derecha (Y – ¿por qué no? – de derecha-centro. Quizás, los orígenes del “conservadurismo compasivo”, o sea, de la ideología derechista que nutre a los partidos de derecha más actualizados, estén, precisamente, en la experiencia de la democracia cristiana alemana). Desde sus inicios fue el partido de la derecha inteligente, moderna, con vocación para competir por lo popular revindicando las virtudes del capitalismo. Muy distinto es el nacimiento y la marcha del PDC: su tradición es anti-derecha, crítica al capitalismo, apelativa al protagonismo popular en alianza con la intelligentzia.

- La propuesta de un una DC chilena de centro-derecha como símil al CDU llegaría demasiado tarde. Primero, porque su mundo socio-cultural ha vivido una larga historia dentro de las atmósferas ideológicas anti-derechistas, críticas del capitalismo puro y del puro capitalismo y, por consiguiente, difícilmente disponibles para asimilarse a un pensamiento y a una práctica neoliberal, condición, hoy por hoy, sine qua non, para obtener membresía y confiabilidad dentro del mundo de derecha. Y segundo, porque, con las diferencias que entraña la historia, el camino del CDU ya lo empezó a recorrer la UDI y ha aventajado lo suficiente a cualquier otro competidor, máxime si este muestra claros signos de cansancio.

Vanguardización y elitización política

Transformar a la DC en una elite política de vanguardia “despreocupada” de la contingencia y de lo político-electoral más inmediato, de las relaciones de poder vigentes, es otra de las opciones que se han explicitado o que se deducen de algunos análisis.

Su actual presidente, por ejemplo, declaró hace algunas semanas que lo más importante para la DC no eran los cargos, sino “recuperar su alma”.

Carlos Huneeus trajo al tapete la idea de partido de “vanguardia” rememorando una antigua tesis de Jaime Castillo Velasco (véase asuntospublicos.org, Informe 186).

Sergio Micco, en una reflexión breve y apasionadamente proyectiva, escribió, refiriéndose a los líderes de la Falange como ejemplos a seguir: “Por eso fueron marginados y durante veinte años no obtuvieron más del 5% en las elecciones parlamentarias”.

La sugerencia que entregan estas frases es, a la par, interesante y dramática. Interesante, porque implica un reconocimiento de la gravedad de la crisis de la DC y la disposición a pagar costos políticos muy altos. Y dramática, porque no parecen tener en cuenta que esa predisposición conlleva a la “ceremonia del adiós”, a una renuncia sin lucha de parte del progresismo humanista a ser gobierno o fuerza socio-política determinante en el presente y en el futuro mediato y a la probable apertura de un período sometido a un incontrolable poder de la neoderecha.

Dícese que durante la legendaria pelea entre Mohamed Alí y George Foreman y momentos antes de que finalizara el pugilato, cuando Foreman evidenciaba su agotamiento, Alí le espetó: “Muchacho, elegiste el peor lugar para cansarte”. Segundos después, Foreman caería sobre la lona del tableado para no levantarse.

Da la impresión que estas convocatorias a dedicarse a ser “vanguardia” político-intelectual son producto del cansancio político-práctico que sienten sectores y dirigentes de la DC y que no consideran que se están dejando rendir por el cansancio cuando se encuentran arriba del ring, cuando la amenaza no es perder algunos senadores, ministros y diputados, sino el knock out.

¿Por qué los esfuerzos político-intelectuales – que sin duda necesita la DC – requerirían de la introversión, de una suerte de monjes encerrados en monasterios, a la manera del imaginario de Umberto Eco en su célebre novela?

¿Por qué, si se trata de reconstruir un intelecto y una discusividad para conquistar o reconquistar sociedad, eso ha de intentarse desde el ostracismo social, como si el vínculo con lo social, que comprende secularizaciones, vulgaridades, pudiera contaminar la verdad y la eficacia del pensamiento trascendente?

“La teoría es gris, amigo mío. El árbol de la vida es eternamente verde”. Esta es una oración no rezada por un político pragmático, sino por uno de los más grandes intelectuales de la cultura occidental: J. W. Goethe.

La aspiración vanguardista es, seguramente, la mejor opción para la DC, siempre y cuando no la entienda grisáceamente teórica, sino nutrida por el “árbol verde de la vida”.

Una provocación amistosa

A propósito del último párrafo me atrevo a sugerirle a mis amigos del PDC, a aquellos que se esfuerzan honradamente por revitalizar, por refundar, por hacer renacer a la DC, que reflexionen acerca de estas dos tesis de uno de los pensadores que siempre ha estado en su antípoda doctrinaria:

1. “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”.

2. “La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica”. (Carlos Marx, “Tesis sobre Feurbach”).