Sección: Gobierno Bachelet: Gestación y desarrollo

El comando de Alvear y el tradicionalismo político

Antonio Cortés Terzi

www.centroavance.cl
Abril 2005

Es evidente que la política nacional se ha visto convulsionada las últimas semanas, particularmente por los desencuentros que se han manifestado al interior de cada uno de los dos bloques que dominan en la escena política y que han resultado de cuestiones atinentes a las candidaturas presidenciales.

A primera vista, se podría pensar que la causa principal de las convulsiones se encuentra en el “fenómeno Bachelet”, pues la mayoritaria y sólida popularidad de la precandidata del mundo PS-PPD tiene en estado de tensión máxima a la DC y a la derecha. En realidad, el “fenómeno Bachelet” no es más que un catalizador de otros fenómenos que hace tiempo se expresan en la sociedad y en la política chilena y que no han sido resueltos adecuadamente por la porfía conservadora de la política y de sus actores. El “fenómeno Bachelet” ha emergido y se ha extendido merced, precisamente, a los vacíos dejados por el distanciamiento entre el tradicionalismo político y las nuevas realidades socio-culturales y conductuales de la sociedad chilena.

Las convulsiones que se produjeron por los dichos del Presidente Lagos, en los cuales confesaba su “intención de voto” en las primarias de la Concertación, son prueba tangible de un tradicionalismo conservador que encorseta y acartona a la política y que no se condice con los aires más transparentes, informales, abiertos que circulan por las mentalidades modernas.

El Presidente Lagos no es democratacristiano. Adscribe al amplio espectro político-cultural del socialismo. Esos son datos dados y conocidos urbi et orbe. Ergo, “urbi” y “orbe” deben haber inferido hace tiempo que en una contienda electoral intra Concertación el Presidente emitirá su voto favoreciendo a quien represente la vertiente político-cultural a la que adscribe. De lo contrario, sería incongruente e inconsecuente.

Del pecado que se le acusa es haber dicho lo que todos saben. Se le reclama, en definitiva, que, ante una consulta periodística, su actitud debió ser la de callar, soslayar, cantinflear o cualquier otra, pero nunca la de decir una sencilla y simple verdad y, además, una verdad socialmente obvia. Se le acusa, en otras palabras, por actuar con sana transparencia y sin esa carga ideológica conservadora que le asigna y demanda a ciertas autoridades conductas hipócritamente ecuménicas.

¿Cómo no entender que el desprestigio de la política y de sus actores pasa, en gran medida, por el hastío que produce en las personas, y especialmente, en las nuevas generaciones, las ritualidades, las formalidades, los lenguajes sibilinos, etc., propios de una tradición política respetable pero obsoleta, debido a que hoy vivimos en una sociedad más secular, más irreverente, más cartesiana en el manejo de la duda, más exigente en asertividad y, sobre todo, deseosa de recuperar confianzas en liderazgos e instituciones?

Reconozcamos que en términos de política tradicional, tal vez, el Presidente cometió un error. Pero un error que sólo afecta a la “clase política” o, en rigor, a un sector de ella. En cuanto a efectos sociales es un tipo de errores que deben seguir cometiéndose: renovar el sentido, las prácticas y los estilos de la política conlleva, forzosamente, a “errores” de esa naturaleza.

El comando de Soledad Alvear ha reaccionado, como era absolutamente previsible, dentro de los cánones del tradicionalismo conservador. Ha exagerado las consecuencias del episodio, lo ha dramatizado y, sobre todo, intenta el viejo truco de la victimización. Todo ello a través de gastados y casi pueriles rituales.

Es hora que los conductores de la candidatura de Soledad Alvear se hagan responsables de los propios errores en que han incurrido por desarrollar una campaña compulsiva, que bordea la animadversión hacia Michelle Bachelet.

Así, por ejemplo, en un acto de probidad intelectual y político deberían dar explicaciones por qué durante meses han hecho circular por los mass media y por los pasillos la tesis que la candidata del Presidente Lagos es, en realidad, Soledad Alvear, toda vez que su presidencia sería más funcional para sus supuestas intenciones de repostularse el 2009.

Pero deberían dar cuenta además del diseño estratégico de campaña que, en su aplicación, ha ido desdibujando las verdaderas virtudes de Soledad Alvear en vez de potenciarlas.
En efecto, es natural y lícito que la candidatura de Soledad Alvear recurra a ciertas dosis de agresividad y a grados de exaltación discursiva para ganar espacios mediáticos, dado que está compelida, en plazos relativamente breves, a acortar las distancias que la separan de la popularidad de Michelle Bachelet. Pero esa compulsión está induciendo a una estrategia que equivoca los rumbos, especialmente, en cuanto a distorsionar la propia figura e imagen de Soledad Alvear.

Por ejemplo, esa estrategia ha forzado a su candidata a un protagonismo sobreexpuesto en la competencia con Michelle Bachelet. Eso se ha traducido en dos tipos de señales negativas. De un lado, en la irradiación de mensajes que propenden a percibirla como prisionera de una subjetivada ansiedad por ser Presidente. Y, de otro lado, en señales que dejan la idea de una obsesión con Michelle Bachelet, de una búsqueda obsesiva por confrontarse con ella. Con esas señales, Soledad Alvear ve afectada su bien ganada imagen de ponderación, prudencia, desprendimiento y genuina y desinteresada vocación pública.

Por otra parte, la reiteración propagandística acerca de sus cualidades de disciplinada estudiosa, de “matea”, de experimentada y multifacética funcionaria, redunda en la percepción de que se busca ungirla como la candidata representativa de la sapiencia y como la única que cuenta con una imbatible batería de ideas para el tema que sea. Es perfectamente posible que el abuso de ese instrumento propagandístico haya empezado a ser leído como gesto de jactancia, pedantería y soberbia y despreciativo para con la persona de Michelle Bachelet.

Por último, a nadie le cabe dudas que los engorrosos argumentos dados por el comando de Soledad Alvear para proponer un sistema todavía más engorroso de primarias, se debe a que requiere ganar tiempo para estar en condiciones de competir con la precandidata del universo PS-PPD. Estratagema comprensible, aunque costosa por la falta de sinceramiento. Pero más costosa aún porque esa es materia propia de operadores, por consiguiente, nunca debieron haber comprometido en ella a Soledad Alvear. Y sin embargo, lo hicieron.

El comando de Soledad Alvear tratará de sacar provecho de las comentadas palabras del Presidente Lagos, pero no le servirá de mucho, porque sus problemas de fondo radican en la compulsividad de su estrategia. Si cambiaran la compulsión por una compunción, le iría mejor.