Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates

El "Navarrazo": responsabilidad del elitismo socialista

Antonio Cortés Terzi

www.centroavance.cl
Agosto 2005

Desde el punto de vista político-conceptual y tecno-político, fue una mala decisión del PS postular al Senado al diputado Alejandro Navarro. Desde esos mismos puntos de vista, la mejor opción era, sin duda, la repostulación del senador Antonio Viera-Gallo.

Pero las decisiones políticas que se adoptan bajo sistemas democráticos no corren sólo por los carriles de las razones puramente conceptuales y técnicas. Probablemente sólo bajo el imperio de un sistema “despótico ilustrado” las decisiones políticas podrían acercarse – y sólo acercarse – a la condición de ser reflejo de la “razón pura”.

En la política real y regida por parámetros democráticos, la “razón pura” está siempre “perturbada” por dos variables: las relaciones de poder y la representación social. Si la “razón pura” no goza de suficiente representatividad y no cuenta con el poder necesario, entonces, no deviene en “razón política”, que es la que, por antonomasia, se impone en la política.

La “razón política” estuvo a favor del diputado Navarro en la disputa con el senador Viera-Gallo. Por consiguiente, esa mala decisión, en términos conceptuales, fue legítima en términos de política real y democrática, convirtiéndose en una “buena decisión”.

Quién conozca mis matrices de pensamiento y de opinión se dará cuenta que están bastante alejadas de las líneas discursivas y políticas que sigue el diputado Navarro. Pero las discrepancias con el diputado Navarro no obnubilan – como les ha ocurrido a algunos dirigentes del PS – al punto de considerar su eventual llegada al Senado como una “catástrofe” y como una amenaza a la gobernabilidad de la probable presidencia de Michelle Bachelet.

El affaire Navarro-Viera-Gallo vuelve a desnudar la soterrada y prolongada crisis larvaria que vive el socialismo criollo, el soslayamiento que de ella se hace y, sobre todo, la pusilanimidad de su dirigencia ante la misma.

En primer lugar, a lo largo del proceso para nominar al candidato a senador por la Octava Costa se develó la fragilidad institucional del PS, agravada por las manipulaciones que se realizaron para impedir que el diputado Navarro fuera el candidato.

En segundo lugar, la votación del Comité Central a través de la cual se definió el asunto, dejó en claro que, a la fragilidad institucional, se le suma un deterioro o quiebre de las mecánicas informales a través de las cuales el PS se daba un ordenamiento funcional.

Mecánica conformada por la existencia de tendencias estructuradas, medianamente disciplinadas y con interrelaciones fluidas y fiables. Lo que hoy se ve es la proliferación de grupos y subgrupos, una mayor autonomización de liderazgos personales y personalistas, interlocuciones numerosas y plagadas de desconfianzas, etc.

En tercer lugar y dado lo anterior, el hecho de marras es una confesión de que son muy precarias y artificiales las fórmulas para la gobernabilidad interna del PS, que se basaban, en el fondo, en: i) la elitización del poder partidario, ii) una distribución del poder más o menos acotada entre los miembros de la elite y sus respectivas fracciones y iii) acuerdos de no agresión y de juegos de poder limitados entre los liderazgos.
La elección del diputado Navarro como candidato a senador irrumpe esas lógicas y ese status y, de hecho, puede convertirse en un dato paradigmático e ilustrativo de su desmoronamiento.

El diputado Navarro accedió a una posición de poder que sólo les estaba permitida a los miembros de la elite. Y lo logró a la manera “plebeya”, tomando las viejas rutas del socialismo histórico: saliendo a la calle más temprano que otros y metiendo los pies al barro. Su poder lo construyó sin ayuda elitaria y concursando, ante que todo, en el plano de la representación social.

Es cierto que en la fase final contó con el apoyo de integrantes de la elite, pero porque con su poder representativo los forzó a ello y no sin antes pasar por resistencias y desaires.

Una parte de las elites socialistas se han referido al diputado Navarro, debido a su éxito, trasuntando no sólo arrogancia y autoritarismo elitario, sino clasismo. Lamentable señal de abandono de la cultura histórica del socialismo. Y peor aún: pésima señal de incapacidad de las elites para comprender cambios socio-culturales y políticos, muchos de los cuales están, precisamente, tras el fenómeno Bachelet.

Antonio Viera-Gallo fue un arquetípico y encomiable político de la transición y de la gobernabilidad. Ni la transición ni la gobernabilidad están hoy en la centralidad de los problemas políticos y así lo percibe la ciudadanía.

Y precisamente porque esas no son hoy las preocupaciones centrales ni de la política ni de la ciudadanía, es que se ha abierto una demanda social por dirigentes más críticos, más audaces, más cotidianamente activos y más sensibles a la función de representación. Cualidades todas que se asocian a dirigentes más jóvenes y a recambio de dirigentes.
Si no se entiende que todo eso pesó en contra de Viera-Gallo y si el asunto se reduce a acusar operaciones y conspiraciones, entonces, el PS no va a superar sus crisis sino a punta de “navarrazos”.

La indignación que irradian algunos miembros de la elite socialista por lo sucedido tiene que ver también con este recambio de dirigentes. El diputado Navarro estremeció los planes que tenían al respecto. La elite partidaria está abierta al recambio, pero bajo ciertas condiciones y bajo su control. Es decir, un recambio, primero, que no altere significativamente el actual poder de la elite, para lo cual es menester designar áreas donde cabe y donde no cabe el recambio (por, ejemplo, cabría en el campo de los candidatos a diputados y en el de los cargos de gobierno) Y segundo, un recambio con jóvenes políticamente inexpertos, sin poder propio, tecnocráticamente calificados y, de paso, adscritos y disciplinados a algunos de los lideres elitarios.

Lo que hizo el diputado Navarro fue salirse del esquema de cooptación para el recambio y recurrir a la representación social para acumular poder propio y con ese poder patear la puerta.

Para terminar, hay otras dos cuestiones de rango profundo y serio que le quedan planteadas al socialismo chileno después de esta experiencia.

Una, se refiere a la alarma que ha causado en sectores socialistas el triunfo del diputado Navarro. Alarma – se dice – porque se le teme a sus posiciones y conductas. Pero resulta que Alejandro Navarro es militante socialista, diputado del PS y, como quedó demostrado, cuenta con apoyos internos. Siendo así, quienes se alarman deberían alarmarse por la realidad del PS, porque el diputado Navarro es una realidad del PS y absolutamente legitimada.

La elite socialista conoce esa realidad, no ha hecho nada por modificarla, la ha instrumentalizado y la toleró porque confió en que podría impedir que se expresara más allá de algunos lindes. El problema es que se empezó a salir del redil y no parece dispuesta a seguir siendo tratada como el “hijo tonto”.

La segunda cuestión es que el conflicto Viera-Gallo/Navarro evidenció un conflicto mayor y que se arrastra desde hace varios años al seno del socialismo: el conflicto entre la lógica de gobierno y la lógica de la representación e identidad social. Los protagonistas de esta historia recogen casi a la perfección tal conflicto. Y el trato que se le ha dado hasta ahora en alguna medida explica su desenlace en este caso específico. Ninguna duda cabe que el PS ha sacrificado en los últimos años parte de su vocación y sentido social en aras de sus responsabilidades como fuerza gobernante. Ese sacrificio, enteramente comprensible en la transición, ya no goza de la mismas simpatías ni al seno de la organización partidaria ni en su entorno social y de electores. La pérdida de hegemonía del imperio de la lógica gubernamental a ultranza es la que, a la postre, derrotó al senador Viera-Gallo.

La elección del diputado Navarro como candidato a senador efectivamente implica una alerta de riesgo de que el socialismo, o una parte importante de él, se incline en demasía por las lógicas de representación social y que extreme el criticismo y el reivindicacionismo a costas de la responsabilidad de ser partido de gobierno.

Pero ese conflicto está encarnado en el PS y no circunscrito exclusivamente a la disputa entre el diputado Navarro y el senador Viera-Gallo. Ambos, en última instancia y en cuanto a su identificación polar con una de las dos lógicas, han sido “víctimas” de la ausencia de una política partidaria que dé cuenta equilibrada del conflicto.
En definitiva, la elite socialista debe asumir que el “navarrazo” es responsabilidad de su manejo como elite.