Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates

El verdadero poder en el Partido Socialista (a propósito de la polémica de Cortés Terzi)

Roberto Pizarro

www.centroavance.cl
Junio 2004

La discusión en el Partido Socialista se ha proyectado a la opinión pública gracias a un controvertido artículo de Cortés Terzi. Es bueno que así sea ya que las diferencias en los congresos partidarios escasamente trascienden, sus acuerdos muchas veces se traspapelan o desvirtúan, por recomendación gubernamental o por decisión de sus barones y, al final, no se convierten en acción práctica. Vale la pena, entonces, dilucidar la fuente de poder de “los barones”.

Cortés Terzi apunta en buena dirección. Nos dice que el socialismo histórico ha sido desplazado de las esferas de decisión en favor de actores provenientes de las corrientes político-culturales Mapu y Mir. Es cierto, como destaca Gonzalo Martner, que los dirigentes de las estructuras internas del PS son, en lo esencial, elegidos democráticamente, aunque no se pueden desconocer intervenciones ajenas a la libre conciencia militante, dinero y presiones mediante. Pero, por otra parte, si se revisan las representaciones parlamentarias y los altos cargos en el sector público la tesis de Cortés Terzi es difícilmente refutable. En éstas, las corrientes no-históricas son abrumadoras.

La explicación conspirativa no parece convincente para entender las posiciones hegemónicas que, a nombre del Partido Socialista, han conseguido personas del ex-Mapu y ex-Mir en el parlamento y en altos cargos en gobiernos de la Concertación. Creo, más bien, que el carácter de la transición es lo que hizo posible que dirigentes provenientes de esos orígenes se convirtieran en los políticos más funcionales para desempeñar roles destacados en un proceso pactado con la derecha, en base a la Constitución del 80. Provenir de familia tradicional, de colegio privado, de la Universidad Católica, de formación jesuita, con contactos internacionales y parientes en la derecha convirtió a los ex-Mapu en personas relevantes para hacer un tipo de política en que las operaciones cupulares y la negociación han sido fundamentales.

Los ex-Mir, también con origen en la clase media alta, han sido funcionales a esta transición, adaptándose con facilidad al modelo económico y a las formas de hacer política. Aunque tienen una línea de diferenciación político-cultural con los mapucistas, que se encuentra en su formación laica, ambos han estrechado sus vínculos políticos y sociales.

En los políticos de ambos orígenes el elitismo y la voracidad por el poder es similar, probablemente por su escasa vinculación con el movimiento social, junto a tradiciones ideológicas ligadas, en un caso, al paternalismo religioso y, en el otro, a la concepción de “partido de vanguardia”. Esta caracterización no desconoce, sin embargo, que muchos militantes de ambos orígenes respondan a otro tipo de lógicas.

Por tanto, el tipo de transición que aceptó la Concertación es la que permitió a ese pequeño grupo de personas, con orígenes culturales distintos al socialismo histórico, que asumieran la mayor parte de los ministerios y representaciones parlamentarias o, que sin contar con representaciones formales, tengan influencia relevante en las decisiones públicas. Es lo mismo que ha permitido a algunos de ellos convertirse simultáneamente en influyentes lobbistas en favor de los grandes empresarios y del propio gobierno.

Desde el punto de vista cultural los socialistas históricos tienen otro origen, poco funcional a la transición en curso. Nacieron en barrios populares, jugaron fútbol en canchas de tierra, se formaron en colegios fiscales y en universidades públicas, con ninguna vinculación con el poder tradicional. Cuando las decisiones importantes se adoptan en reuniones en Casa Piedra, en la SOFOFA o en la casa de Agustín Edwards, quedan fuera del juego los socialistas históricos y su base natural de representación, vale decir, obreros, empleados fiscales, pequeños empresarios, pobladores, estudiantes pobres e indígenas.

La transición pactada con la derecha dejó ausentes de toda participación a las fuerzas sociales que debilitaron a Pinochet en 1982 y que a fines de esa década dio vigor a la Concertación. O sea, el tipo de transición excluyó a los sectores populares de toda opinión e intervención determinante en las decisiones de la vida nacional. En tales condiciones, el bloque gubernamental colocó como verdaderos interlocutores de los gobiernos democráticos a los grandes empresarios, al duopolio de las comunicaciones – El Mercurio y Copesa – y a las cúpulas políticas. Así las cosas, son los representantes de la oligarquía y de la clase media alta los que han negociado los destinos de nuestro país. La “medida de lo posible” y “la mejor política comunicacional es no tener ninguna”, han estado presentes durante catorce años en todas las decisiones de la vida nacional, expresión significativa de que los límites fijados por aquellos actores no se pueden traspasar. Esto es lo que ha provocado el rechazo abrumador de la ciudadanía a la actual forma de hacer política.

Y aquí es donde encajan a la perfección los dirigentes del Partido Socialista con origen en el Mapu y parcialmente en el Mir, mientras los socialistas históricos tienen escasa cabida.

Bajo tales condiciones, ha resultado imposible la construcción de un movimiento social poderoso para introducir modificaciones a un modelo económico caracterizado por la desigualdad, aún cuando sea vigorosamente demandado en los congresos socialistas. De la misma manera, el Partido Socialista tampoco tiene fuerza para impulsar modificaciones al actual sistema político en que las minorías tienen más representación que las mayorías. Al final de cuentas, la dirigencia socialista ha aceptado la “medida de lo posible”, renunciando apelar directamente a la ciudadanía, porque se encuentra cómoda actuando en las cúspides. Con ello se ha convertido en una fuerza conservadora, incapaz de representar a los excluidos económica, social y políticamente.

Tiene razón Cortés Terzi en el copamiento del Partido Socialista por los no-históricos.

Esta es una de las razones que ha debilitado la representación de los excluidos en el sistema político, obstaculizando el camino hacia una mayor democratización de la sociedad chilena. Sin embargo, hay que reconocer también que los históricos estuvieron en las decisiones originales del proceso de transición, aceptaron el camino trazado, y posteriormente no se replantearon la transición ni tampoco cuestionaron la forma de hacer política de los recién llegados. Ahora, subordinados a éstos, los más destacados socialistas históricos se han acomodado a esas mismas lógicas, aceptando vínculos y compromisos con los grupos económicos, compartiendo reverencias cortesanas y operaciones oligárquicas para acceder o mantener posiciones de poder.

Socialista con origen en el Mapu y parcialmente en el Mir, mientras los socialistas históricos tienen escasa cabida.

Bajo tales condiciones, ha resultado imposible la construcción de un movimiento social poderoso para introducir modificaciones a un modelo económico caracterizado por la desigualdad, aún cuando sea vigorosamente demandado en los congresos socialistas. De la misma manera, el Partido Socialista tampoco tiene fuerza para impulsar modificaciones al actual sistema político en que las minorías tienen más representación que las mayorías. Al final de cuentas, la dirigencia socialista ha aceptado la “medida de lo posible”, renunciando apelar directamente a la ciudadanía, porque se encuentra cómoda actuando en las cúspides. Con ello se ha convertido en una fuerza conservadora, incapaz de representar a los excluidos económica, social y políticamente.