Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates

Galaxia socialista

Francisco Olea

AVANCES Nº 48
Mayo 2005

“- estamos locos, padre – le dije
- estamos calientes no más
…después se pone a llorar tímidamente y se acurruca como un niño a mi lado. Yo le tomo la mano y con la otra le acaricio el pelo. Por la ventana, la oscuridad va cambiando de color. El único ruido que oigo son los sollozos de mi padre.
-vamos a la casa –le digo -. Quiero volver”
“Mala Onda”, Alberto Fuguet

¿Cuánto y cómo cambiamos los chilenos? Tituló el Instituto Nacional de Estadísticas al Balance de los Censos 1992 y 2002, allí se exponen los principales resultados de una mirada más profunda del Chile actual, ”más allá de la constatación de cambios en las estructuras de población, mercado laboral y educación, entre otros, estos análisis invitan a una reflexión mayor acerca de sus causas y consecuencias y las líneas de acción a seguir con miras al desarrollo que aspiramos” (1)

Esa misma pregunta deberíamos hacernos los Socialistas al desenlace del XXVII Congreso General Ordinario y las perspectivas y definiciones programáticas este año 2005 ¿Cuánto y cómo hemos cambiado los Socialistas? A continuación, algunas claves para la conversación.

Historias e histerias socialistas

Las prácticas sociales e institucionales del Partido Socialista, son las que dan sentido – tanto a la convocatoria como a los debates congresales -, asimismo a las (re)miradas y nuevos planteamientos frente a los temas del balance histórico y los desafíos socialistas luego de tres gobiernos concertacionistas.

En este tránsito, se han redactado y producido varios debates en el mandato partidario, algunos de ellos han estado vinculados al tipo y naturaleza de la conducción política, y otros, a una mirada retrospectiva de la bitácora política y programática. Durante el año 2004, uno de los documentos más controvertidos fue el presentado por el senador Ricardo Núñez – actual presidente del Partido Socialista – en el marco de los diálogos sobre derechos humanos a 30 años del golpe de estado, bajo el título “El Impacto de las Ideologías en el Respeto a los Derechos Humanos durante el Siglo XXI”, lo mismo ha ocurrido con el texto “PS Histórico y la Alianza Interna MIR MAPU” de Antonio Cortés Terzi. Estos esfuerzos analíticos francamente provocadores están asociados al “ser socialista” y, por ende, comprender lo que se está haciendo y por qué se está haciendo, en la esfera del poder y la toma de decisiones.

Pero sin lugar a dudas, es en-la-vida-cotidiana-de-la-llamada- “militancia” en donde se juega diariamente el sentido, tanto de la historia partidaria, como de las propias interpretaciones del “ser socialista”, en un partido por sobre todo complejo. El socialismo mantendrá por un largo ciclo una relación paradojal entre su identidad, y el proyecto del socialismo chileno en un siglo de profundos cambios. La historia permitirá a los Socialistas no desintegrarse, ni destruirse, en un mundo de incertidumbre y riesgo social permanente, sin embargo, no necesariamente les dará sentido de futuro. ¡Vaya dilema!

Tsunami individualista

Otro rasgo característico de nuestro conglomerado concertacionista y del Partido Socialista, ha sido el realce extremo de los proyectos personales y visiones centradas en los estados de ánimo de nuestros dirigentes que, sin lugar a dudas, opacan un sentido más de cuerpo, más colectivo, tanto de las definiciones programáticas y de agenda como de la propia acción política coyuntural.

La ausencia del elemento colectivo en política tiene más o menos los siguientes efectos: falta de resolución, pérdida de confianza en la propia capacidad organizacional, desconfianza de las intenciones y tendencia a inculpar y acusar a los “otros”. Estas tendencias son síntomas de des-confianza existencial corrosiva que puede dañar severamente una organización política, y por ende, impactar en su ruta de navegación. La izquierda en Chile y en América Latina tiene una vasta experiencia al respecto.

Por otra parte, existe una curiosa inversión, la vida privada ha sido repentinamente redefinida como esfera del derecho a la publicidad y marketing, oscureciendo cada vez más la institucionalidad, y su reemplazo por un despliegue del personalismo de nuestros dirigentes y la propia elite socialista. Parece ser que en nuestro mundo prevalece una suerte de piercings ideológico, chat programáticos de los top models de algunos dirigentes partidarios.

Así entonces, una nueva y emergente concepción del yo político que lleva las marcas y tatuajes de cada dirigente y que sólo expresa visiones personales -importante por cierto – pero cada vez oscurece la idea de Partido o equipo de trabajo. Lo curioso es que la naturaleza de este problema es también un poderosísimo impedimento para instrumentar “remedios colectivos”. El sentido de cuerpo es requisito para la auto-confianza, la autonomía para pensar y actuar racionalmente, más aún en un momento de definiciones presidenciales y parlamentarias.

El poder de la identidad Socialista

El poder sigue rigiendo y ordenando a las sociedades. Este, seduce a las elites, a quienes detentan el conocimiento y hacen uso social y político en la toma de decisiones. El poder, puede disciplinar los cuerpos y las conductas, y a ratos tratar de silenciar y callar las opiniones (lo sabemos por propia experiencia), también seduce y construye relaciones de diverso tipo: clientelar, instrumental, innovadoras, entre otras.

La vorágine de los últimos meses ha vuelto a la discusión, qué lógica y qué marco interpretativo se hace hegemónico al interior de los partidos políticos en el ejercicio del poder político.

Dos hipótesis podríamos plantear, a la luz de nuestra evidencia empírica partidaria:

En primer lugar, una visión que en rasgos genéricos permite señalar que el poder y la información están en todas partes, en múltiples lugares y territorios, se diversifica de acuerdo a mercados y universos de mercados, es decir, el monopolio de este no tiene un centro de gravedad único. Lo anterior implica que, la ausencia de una sede particular de la toma de decisiones perfora y hace más tenue la frontera del control social y abre nuevos desafíos para quienes aspiran a utilizarlo o ejercer una opción o proyecto determinado.

Una segunda lectura establece que, tradicionalmente el poder está en manos de las elites, de las oligarquías, de un selecto grupo de dirigentes, cuya particularidad es la ventaja de imponer su voluntad sobre las personas – o al menos en gran parte de ellas – en los casos más complejos incluso modifican su propia conducta. Esta forma de entender y actuar se ha caracterizado por una cierta “racionalidad instrumental”, es decir, antepone las razones de ”estado o necesidades del bien común” que muchas veces atropellan ciertos principios fundantes.

Es significativo señalar que, el poder en la arena de las decisiones políticas y la lógica con que se ha actuado en el último tiempo (estado, organizaciones empresariales, partidos políticos), o plataformas simbólicas (industria de las comunicaciones, iglesia, academia), ya no concentran la “verdad” y el control de la información, pero paradojalmente encuentran esferas y campos donde sus ejercicios clásicos se hacen evidentes, en particular en los partidos políticos.

Esta realidad en la sociedad chilena se ha ido manifestando de manera ambivalente. Mientras en la esfera interna de los partidos políticos el ejercicio de poder político – parece ser que – aún observa rasgos más tradicionales, y por cierto, no menos efectivos. Por otra parte, la “sociedad real”, reino de las encuestas y de la percepción ciudadana, el poder se observa de manera más difusa, menos jerárquica y más horizontal.

Finalmente, sabemos que la identidad socialista está asociada a un tributo cultural o un conjunto relacionado de ellos. A la vez, tal pluralidad de características es una fuente de tensión y contradicción al interior del socialismo. Uno de los vectores que constituye la vida partidaria ha sido la construcción de su propia identidad, esta aparece no-sólo como fuente de sentido, sino también como experiencia cotidiana de los militantes.

Estos rasgos han sido claves a la hora de otorgar pertenencia y raigambre a través de los imaginarios socialistas (ciertos símbolos, íconos, himno partidario, y figuras entre otros) y por ende, a la hora de materializar una clave de definición del poder interno. Parece ser que estos rasgos – poder e identidad – en un mundo globalizado, una sociedad altamente mediatizada como la chilena, dan cabida para un refugio en el poder de la identidad socialista.

XXVII Congreso…del derrame de espermatozoides a la guerra santa

De los ritos partidarios, han sido los debates congresales los que particularmente han significado una (re)interpretación de cada palabra, de cada gesto, de cada movimiento interno del Socialismo. Aquí se conjuga una mirada extremadamente sensible de su propia biografía, una suerte de auto-comprensión ingenua y primaria en muchas ocasiones. Su particularidad es la multiplicidad de esfuerzos y fragmentados intentos de una visión única, irreductible. Esta intención se hace estéril y evidentemente alejada de toda realidad, al menos de la historia socialista.

El XXVII Congreso Socialista significó una larga lista de miradas y restos de múltiples y compactas redes de contención del pasado, y al calor del debate ya no aparecen uniformes y menos confiables. Este evento congresal corrió el riesgo de enfrentar un conglomerado de preocupaciones tendenciales, de un mercado demasiado amplio de problemas y visiones privadas, una suerte de patchwork electoral formado por una reunión de reclamos individuales, que necesitan una plataforma para dar sentido a sus emociones, estados de ánimos, e intereses – la mayoría privados -, tanto de militantes como de altos dirigentes.

La lógica hegemónica y los intereses electorales plasmaron en este Congreso una racionalidad instrumental extrema marcada fuertemente por el poder de la identidad e historia partidaria. Reflejo de ello es la nueva postal socialista, encabezada por figuras emblemáticas, cargada de íconos e imágenes de la historia socialista de los últimos 30 años.

Esperamos que el asfixiante orden partidario de nuestro partido y forcejeos por librarse de ellos no signifique en esta etapa desviar la atención y centrar una agenda de futuro que acompañe cultural, democrática, y programáticamente la opción presidencial de Michelle Bachelet.

NOTA

1) Cuadernos Bicentenario, Pág. 13, INE