Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Ernesto Águila Z

AVANCES Nº 46
Junio 2004

…lo verdadero es sólo un momento de lo falso
G.D.

La política, y la realidad toda, se produce y transmite por códigos y formas que se asemejan cada vez más a un gran escenario en el cual discurre un espectáculo sin fin. Un presente perpetuo en el cual una “mano invisible” produce acelerada e ininterrumpidamente “algo para ver”. Somos convocados a la vida social como obsesivos y compulsivos observadores; siempre hay allí «afuera» algo “expuesto” que es capaz – con más o menos éxito – de captar nuestra mirada y nuestro deseo.

Quien mejor dio cuenta de este proceso fue Guy Debord a través de dos libros claves: La sociedad del espectáculo (1967) y Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (1988). También resulta ilustrador de su pensamiento Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici (1985). Todos estos textos se encuentran en castellano gracias a Anagrama del imprescindible editor Jorge Herralde.

El término sociedad del espectáculo se ha hecho hoy de uso corriente. Como suele ocurrir con muchos conceptos teóricos éstos se difunden sin su significado ni sentido crítico original. Tampoco se cita, muy a menudo a Debord, su creador. A la “sociedad del espectáculo”, en tanto teoría crítica, le ha ocurrido, en gran parte, lo mismo que ella explica y denuncia como los grandes mecanismos de reproducción cultural del capitalismo actual: la transformación “espectacular” de toda realidad (en este caso de su propia teoría) y el olvido.

Debord pertenece a aquella corriente minoritaria del marxismo que puso especial atención al fenómeno de transformación de los objetos y más ampliamente de la realidad bajo la forma de “mercancía” que tiene lugar en el capitalismo; entendiendo dicho fenómeno no sólo en su dimensión económica sino, también, como un aspecto central y estructurante de las relaciones sociales, y de la (im)posibilidad de una conciencia histórica y social en los individuos.

Para Debord, siguiendo una de las lecturas posibles de Marx y de autores como Lukács, Benjamin, el concepto de “alienación” es central en la comprensión de la sociedad contemporánea. Es más, se trataría de la molécula principal del modo de organización económica y social moderna. Desde esta perspectiva lo realmente singular del capitalismo sería la creciente abstracción y escisión que se produce entre la realidad y el mundo de los objetos, por un lado, y la conciencia individual y social, por otro. La producción y reproducción de esta “alienación” constituiría el fenómeno capitalista por excelencia.

Unir y dar sentido a esa muchedumbre de solitarios

Para Debord la trayectoria del capitalismo y de la modernidad pueden ser leídas como la evolución de los modos de producción de alienación: dicha trayectoria iría desde el ser al tener y del tener al parecer. Constituiría un proceso de creciente abstracción en que los objetos se van alejando de su realidad, adquiriendo un «valor» cada vez más alejado de su uso y corporeidad.

El análisis de Debord parte de la experiencia cotidiana de la experiencia de la vida vivida, de su fragmentación en ámbitos cada vez más separados y de la pérdida de todo aspecto unitario de la sociedad. El espectáculo consiste en la recomposición de los aspectos separados en el plano de la imagen. Todo aquello de lo cual la vida carece se reencuentra en ese conjunto de representaciones que es el espectáculo (1)

Es esta atomización y fragmentación de la condición social el rasgo distintivo de las modernas sociedades de masas; esa “muchedumbre de solitarios”, de la que hablaba Sartre. El espectáculo, y la “producción espectacular” de la realidad, es la que devuelve la unidad social perdida. Un productor chileno de TV hace poco, en un arranque de lucidez, señaló que la “farándula había salvado a la política”. Debord no podría haber estado más de acuerdo con esta afirmación.

“El espectáculo no es un mero añadido del mundo, como podría serlo una propaganda difundida por los medios de comunicación. El espectáculo se apodera, para sus propios fines, de la entera actividad social. Desde el urbanismo hasta los partidos políticos de todas las tendencias, desde el arte hasta las ciencias, desde la vida cotidiana hasta las pasiones y deseos humanos, por doquier se encuentra la sustitución de la realidad por su imagen. Y en ese proceso la imagen acaba haciéndose real, siendo causa de un comportamiento real, y la realidad acaba por convertirse en imagen” (2)

El espectáculo copa la realidad, y en su fase más evolucionada de “espectáculo integrado” se hace completamente impenetrable. Ya no requiere de ningún argumento para legitimarse y perpetuarse: se constituye en el único actor en escena. Los individuos atomizados sólo están convocados como observadores pasivos de esta representación continua.

No estamos hablando de meras abstracciones teóricas, basta ver lo que ha sido los últimos conflictos bélicos: la guerra como un espectáculo construida en las sombras por libretistas cuyos rostros no conocemos, pero donde seguro convergen magnates del petróleo, camarógrafos, directores de TV, maquilladores, expertos en comunicaciones, ministros y presidentes. Y frente a lo cual el solitario espectador tiene como único instrumento de «liberación» un pequeño control remoto para hacer zaping y sumergirse en algún desfile de moda o en una vieja película.

Hace unos años un estudiante francés escribió en las paredes: “pidamos lo imposible, queremos realidad”, invirtiendo el célebre “seamos realistas pidamos lo imposible”. La nueva consigna daba cuenta del principal cambio que ha ocurrido en estos años: el rapto de la realidad. Y explica la inversión hegeliana propuesta por Debord y que hemos elegido como epígrafe: la verdad es sólo un momento de lo falso.

Los mecanismos del espectáculo: el secreto, la falsedad sin réplica y el presente perpetuo

La “producción espectacular” se alimenta del incesante avance tecnológico, a través de éste crea y recrea nuevos escenarios, guiones e imágenes. Un hito decisivo en este proceso ha sido el surgimiento de la TV a comienzos de la década del 50 (en todo caso es erróneo reducir, como a veces se hace, la teoría del espectáculo de Debord al fenómeno de la TV y de los modernos mass media). Desde entonces el predominio de la imagen, y de la transformación de la realidad en la imagen de ésta (y su consiguiente falsificación), ha sido el proceso cultural más significativo y determinante de las sociedades actuales.

A juicio de Debord tres mecanismos han instalado y favorecen la producción espectacular:

a) El secreto. El cúmulo de imágenes y de información de una errada percepción de transparencia, sin embargo, en las sociedades del espectáculo, lo factual se hace más predominante. El poder se vuelve más opaco y difícil de ubicar materialmente. Mientras consumimos los espectáculos que nos ofrecen, las decisiones importantes se toman en algún lugar que desconocemos, en sigilo y secreto. Con un poco de ironía y paranoia Debord decía que los verdaderos políticos, hoy por hoy, son todos “agentes secretos”.

b) La falsedad sin réplica. El espectáculo no permite réplica. Está allí instalado de manera incontestable. A veces se puede cambiar de espectáculo, muchas veces eso no es posible. No se ha inventado aún un zaping existencial, que permita evitar aquellos espectáculos en que estamos vitalmente comprometidos. (Relaciono con esto la idea del Bretón de los últimos años, más desencantado de la militancia, que proponía como estrategia política el constante «apartarse» de la realidad).

c) El presente perpetuo. La producción espectacular aniquila la memoria. Probablemente ese es su objetivo principal: eliminar el pensamiento histórico. Capturar el deseo presente, producir hasta la saciedad el segundo de glamour y la moda: el último libro (por qué no se podrá hacer crítica literaria de libros antiguos); el nuevo peinado; el político cool, la nueva estrella de cine. Walter Benjamín, el marxista melancólico, proponía salir a buscar los desperdicios y los objetos abandonados de la modernidad, y hacer la “ruptura” con esta convulsión a lo “nuevo”. En la era del espectáculo el tiempo no tiene pasado ni avanza, sino que se “ensancha” permanentemente en un presente eterno.

Epílogo

En sus textos Debord oscila entre la militancia activa y cierto pesimismo histórico. En algunos pasajes ve grietas en la producción espectacular por donde es posible pensar, todavía, el cambio social, en otros momentos de su obra, transmite la impresión que la “sociedad del espectáculo” es una forma de dominación perfecta, un sistema con una gran capacidad de aprendizaje, y que por lo tanto, se perfecciona y se vuelve más impenetrable e invulnerable. “El poder nada crea todo lo transforma”, señala en uno de sus libros.

Con gran lucidez explica cómo su teoría servirá (y ha servido) para perfeccionar la dominación del espectáculo. Profetiza que su teoría será también espectacularizada, falseada y olvidada.

Guy Debord aquejado de una grave enfermedad se suicidó. Busco entre mis libros y papeles que tengo sobre mi mesa mientras escribo este texto, el año en que esto ocurrió y no aparece por ninguna parte la fecha. Tal vez sea otro secreto. De lo que sí estoy seguro es que lo hizo, en un gesto muy poco cartesiano, de un balazo en el corazón.

Notas:

1) JAPPE, A. Guy Debord: Barcelona, Anagrama, 1993, p. 20
2) Ibid. p. 21.