Sección: Sociedad Civil: Transformaciones socio-culturales

Identidad nacional y rol del Estado. Rupturas en los discursos de derecha e izquierda

Ernesto Águila Z.

AVANCES de actualidad Nº 22
Julio 1996

Un hecho que singulariza estos nuevos tiempos es lo que se ha dado en denominar la globalización, es decir, la profunda interrelación de los fenómenos políticos, culturales y económicos a escala mundial. Una de las consecuencias importantes de este fenómeno ha sido la pérdida de importancia relativa de los Estados nacionales y gobiernos locales en la toma de decisiones. De manera más general ha sido la idea de Estado la que se ha desdibujado, no sólo por el recorte de sus roles productivos sino también por el cuestionamiento de sus funciones en esferas mucho más amplias de la vida social y política.

Este proceso de globalización ha tenido un evidente impacto sobre las identidades nacionales y las culturas locales. La unificación de los mercados mundiales y el vertiginoso avance de las comunicaciones han generado una tendencia a la homogenización de mensajes y productos culturales, con la consiguiente amenaza a la diversidad y pluralidad de las identidades nacionales y culturas.

Dos destacados intelectuales han expresado recientemente sus preocupaciones al respecto. El historiador Leopoldo Castedo señaló: “…observo con preocupación que las industrias culturales pasan por encima de las identidades locales, y van arrasando con las personalidades propias, y hasta con los idiomas.” (1) Por su parte el filósofo Humberto Giannini ha sostenido que en Europa “están defendiendo algo muy importante, la cultura. Nosotros no, los que justamente debiéramos defenderla, porque tenemos una sociedad bastante débil como convivencia, como democracia, como respeto, como tradición. Los europeos pueden darse el lujo de no estudiar filosofía en el liceo, porque tienen una cultura filosófica que los salva de ir para atrás. Nosotros no podemos perder la posibilidad de estudiar historia, literatura, filosofía, porque en diez años perdemos la nacionalidad, no sabemos quienes somos. Nuestros países por ir detrás del carro de la competencia, están entregando la cabeza”. Y sentencia luego sobre un tema bastante trascendente y polémico: “La educación privatizada es uno de los más serios inconvenientes que puede haber para una democracia y una identidad nacional”. (2)

La nueva realidad abierta por la globalización ha llevado a un realineamiento de posiciones, observándose reacomodos y rupturas en los discursos tradicionales – tanto en la izquierda como en la derecha – sobre el tema de lo “nacional” y el rol del Estado como ente integrador y garante de la unidad política y cultural del país. A un primer acercamiento en la identificación de estos cambios es el objeto de este trabajo.

La ruptura de la derecha: Góngora y los neoliberales

Poco antes de morir, el historiador Mario Góngora publicó su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, (3) texto que puede considerarse no sólo un valioso aporte intelectual, sino un verdadero testamento político frente a la mutación que estaba experimentando la sociedad chilena bajo el influjo de las ideas neoliberales, y una advertencia a una derecha obnubilada por estas nuevas concepciones.

La tesis central de Góngora es que la nacionalidad chilena ha sido una construcción desde “arriba”, una creación del Estado. Que a diferencia de la realidad europea, donde las naciones y los sentimientos nacionales fueron, en general, anteriores a su constitución como Estados; o bien a casos como México o Perú, donde tanto las culturas precolombinas como la colonización española dejaron una fuerte impronta de identidad que impregnó y marcó culturalmente a las nuevas repúblicas; en el caso chileno el surgimiento de la nacionalidad fue una creación político-cultural realizada luego de la Guerra de la Independencia, en ruptura con un pasado colonial cuyo legado tuvo menos peso que en otros países (la diferencia entre “capitanía” y virreinato”) y en rechazo a las culturas indígenas locales (lo testimonia la prolongada guerra de frontera del Estado chileno con el pueblo mapuche durante buena parte del siglo pasado).

De esta manera, para Góngora “lo chileno” es una construcción histórica reciente, feble, sólo explicable por las guerras del siglo XIX, el civismo y la tozudez de hombres como Portales, o de caudillos fuertes como Alessandri e Ibáñez, o instituciones como la Escuela Pública y el Ejército; y por un Estado tempranamente bien organizado en lo administrativo y con una permanente presencia e intervención en el desarrollo económico del país.

Góngora consideraba que las ideas neoliberales que se habían hecho hegemónicas dentro del régimen militar hacia fines de los 70 constituían un peligro para la subsistencia de la unidad e identidad político-cultural del país: “El neoliberalismo no es efectivamente, un fruto propio de nuestra sociedad, como en Inglaterra, Holanda o los Estados Unidos, sino una “revolución desde arriba”, paradójicamente antiestatal, en una nación formada por el Estado… Se quiere partir de cero, sin hacerse cargo ni de la idiosincrasia de los pueblos ni de sus tradiciones nacionales o universales, la noción misma de tradición aparece abolida por la utopía (neoliberal). En Chile la empresa parece tanto más fácil cuanto más frágil es la tradición”. (4)

Como era predecible, el libro de Góngora fue recibido con gran frialdad en la derecha de la época, convertida mayoritariamente a las ideas neoliberales (aunque con un mayor grado de aceptación en sectores castrenses por el rol asignado a las guerras y al ejército en la configuración de la nacionalidad chilena). Arturo Fontaine T., por esos años director de la revista Economía y Sociedad definió a Góngora a propósito de este ensayo como “un refinado exponente de toda una mentalidad desencantada y nostálgica”, en alusión a su reivindicación del rol del Estado. (5)

Por su parte, Patricio Prieto, en El Mercurio del 1 de agosto de 1982 intentó refutar la tesis de Góngora, exponiendo sobre el aporte de otros agentes privados a la construcción de la nación chilena en el siglo pasado (cita el rol de los agricultores y de algunas congregaciones religiosas). Para este autor lo que estaba realizando el régimen militar no era un “plan de desmontaje del Estado, sino, por el contrario, un programa de fortalecimiento de las funciones que le corresponden de acuerdo con la mejor tradición chilena”, que para Prieto no es otra que las definidas en “la era portaliana”; para concluir catalogando de infundados los temores de Góngora acerca “que en Chile se ha enseñoreado una ideología neoliberal que persigue una peligrosa y antihistórica minimización del Estado”. (6)

La polémica entre Góngora y los neoliberales y el abrumador triunfo político de estos últimos, constituye una de las expresiones más representativas del desgarramiento producido en la derecha y marca una de sus mutaciones ideológicas más significativas en este siglo.

Explicar las razones de este cambio trasciende las pretensiones de este trabajo. Sin duda, el propio proceso de globalización en curso así como los cambios ideológicos operados en el pensamiento de derecha a nivel internacional contribuyeron a ello. O si se quiere ensayar una hipótesis sociológica se podría decir que este proceso se vio favorecido por el desplazamiento de su tradicional base de apoyo, vinculada a la tierra, y el surgimiento de un empresariado más moderno, urbano y cosmopolita, con menos sensibilidad por “lo nacional”.

Como resultado de este proceso se ancló en la derecha una generalizada concepción antiestatal, que no sólo apuntó a las funciones productivas del Estado sino que también buscó proyectar la lógica del mercado y la ampliación del rol de los privados a prácticamente todas las esferas de la sociedad y la cultura (particularmente significativo será la política del régimen militar hacia la educación superior, y el debilitamiento de la escuela y el liceo público durante la década de los 80).

La izquierda: su complejo proceso de vinculación a “lo nacional”

Para el pensamiento de izquierda el tema de la “identidad nacional” nunca ha resultado fácil de abordar. Desde sus raíces el socialismo ha estado vinculado a una concepción “universalista”, ya sea humanista o de clase. Conceptos como “fronteras nacionales”, “sentimientos nacionales”, o “patria”, por lo general fueron considerados categorías subalternas frente a “lo social”. De esa jerarquía de valores derivó una posición internacionalista que privilegiaba la unidad de los “oprimidos del mundo”, por sobre otras consideraciones.

Su segunda dificultad surgía de que en su idea de “lo nacional”, “el otro” – a diferencia de la derecha y de las FF.AA -, no eran los países fronterizos sino, por el contrario, en ella anidó siempre un ideal latinoamericanista, o a veces un indioamericanismo, unidos a una concepción bolivariana de la unidad regional.

En la literatura socialista tanto nacional e internacional es posible rastrear, particularmente en los comienzos de este siglo, esta sensibilidad que con distintos énfasis ha acompañado a la izquierda chilena a lo largo de su historia.

En el periódico obrero La Democracia, dirigido por Luis Emilio Recabarren, del 11 de noviembre de 1900, se puede leer un llamado a la unidad con los obreros argentinos en pleno período de agudización de los conflictos fronterizos: “Obreros chilenos, mirad ese cuadro que hoy presentan nuestros hermanos – también oprimidos – de allá (Argentina); ellos se niegan a concurrir a los cuarteles, porque ellos no quieren dejar viudas a nuestras esposas, ni huérfanos a nuestros hijos… Obreros chilenos reflexionemos con calma. Pensemos con serenidad que debemos evitar la guerra. Si nuestro gobierno quiere guerra, que vaya él a pelear, pero no nosotros. Por eso no vamos a los cuarteles; no seamos soldados; seamos hombres i amemos a la humanidad”. (7)

Expresión de este “humanismo universalista” será también, por ejemplo, la generación universitaria de los años 20, la cual deberá enfrentar variadas persecuciones y acusaciones de “sedición” y “traición a la patria”. Como es sabido, esa generación tendrá una importante gravitación en las elites de izquierda y en los claustros universitarios en las siguientes décadas.

De esta manera en nuestro país “lo nacional” fue siempre articulado discursivamente por la derecha, y con las características ya señaladas. La izquierda no logró configurar un concepto para “lo nacional” que se lograra armonizar tanto con el contenido universalista como con su énfasis social, donde ese “otro” (que genera identidad) no fueran a su vez los países latinoamericanos.

El allendismo será, sin duda, el esfuerzo más serio de la izquierda por entroncar las ideas socialistas con una idea de “lo nacional” (“una revolución con olor a empanadas y vino tinto”). Sin embargo, la llamada “vía chilena al socialismo” nunca alcanzará un grado de hegemonía y gravitación política y cultural dentro de la izquierda, la cual mayoritariamente seguirá intentando reconocerse en los modelos más tradicionales y ortodoxos donde “lo nacional” aparecía completamente supeditado a “lo social” y al “internacionalismo”.

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 será articulado discursivamente por la oposición de entonces, a propósito del tema de la “patria” y la defensa de los “valores nacionales”. Más allá de la falacia del argumento, éste calará hondo en sectores muy significativos de la sociedad chilena, y la izquierda no será capaz de construir un discurso alternativo eficaz.

En parte por esa historia, pero fundamentalmente por la configuración del nuevo escenario globalizado y sus efectos sobre las identidades culturales, se ha producido en la izquierda una revisión del tema. Para la izquierda el actual proceso de globalización estaría dejando de ser una oportunidad para el desarrollo y el diálogo entre diversas culturas, y estaría conduciendo a crecientes procesos de homogenización cultural.

Estas visiones y nuevos énfasis han quedado reflejados en el Proyecto Socialista aprobado en el XXV Congreso del Partido Socialista. Allí se señala: “El rasgo principal que define esta mutación histórica en desarrollo es la globalización de la vida en el planeta en sus múltiples dimensiones: sociales, económica, política y culturales”, proceso que ”implica grandes posibilidades de conocimiento mutuo y de ensanchamiento de los horizontes de la humanidad. Sin embargo, conlleva amenazas considerables en lo que se refiere a la preservación y el desarrollo de la diversidad cultural, que es parte fundamental del patrimonio de la humanidad… la defensa de las identidades y raíces nacionales le entrega al Estado responsabilidades inéditas en esta época de globalización”. (8)

Significativo de este nuevo énfasis por lo nacional lo constituye también el capítulo III de dicho documento – “La contribución del socialismo a la historia de Chile” -, en que se hace un esfuerzo por entroncar el desarrollo de las ideas socialistas, en particular su aporte a las luchas por la igualdad social y las libertades políticas, en un concepto más amplio de desarrollo de la nación chilena. (9)

Como ya henos señalado, la izquierda ha llegado a su actual preocupación por “lo nacional” fundamentalmente a partir de una inquietud por “la diversidad”. La trasformación de “lo diverso” en un valor de tan alta jerarquía dentro de la izquierda no deja se ser un hecho novedoso. Su fuerte revalorización de la democracia ha puesto en el centro de sus valores el “pluralismo” y la “tolerancia”, universo conceptual desde donde emerge “la diversidad”. Para hacer coherente este “movimiento” en las ideas de izquierda fue necesario remover otro obstáculo conceptual: la idea del socialismo como un modelo predeterminado e inexorable, acercándose más a una concepción “constructivista” de la realidad. Este giro queda sancionado en el documento del XXV Congreso del Partido Socialista cuando señala que “sigue vigente la necesidad del cambio social, aún cuando hoy no consideremos que éste provenga de un destino ineluctable como lo vaticinó el esquema prevaleciente durante muchos años en el movimiento socialista mundial. No existe un curso lineal de la historia, ni tampoco el futuro se programa de acuerdo a un plan preconcebido. Son los hombres y mujeres los que forjan su propio destino y el de la sociedad en que viven”. (10)

En esta valoración de “lo nacional” no se puede caer tampoco en la trampa de lo que Jorge Larraín Ibáñez llama el “esencialismo”, es decir, aquellas visiones que suponen “la existencia de una esencia o matriz cultural única y definitiva” (11) ; sino que debiera entenderse – junto con la salvaguarda de un patrimonio o tradición – como la defensa de la posibilidad que una comunidad o nación pueda seguir desarrollándose y dialogando internamente; porque finalmente la cultura es fundamentalmente “la manera como un pueblo tiene de conocerse a sí mismo”.

En este contexto la izquierda puede ser un actor que propicie una resignificación del Estado (o más ampliamente de “lo público”) a partir de los roles culturales que éste puede jugar. No para caer en dirigismos o paternalismos sino para favorecer la diversidad o especificidad que nuestro país representa; para permitir que en el actual proceso de globalización-homogenización nuestra sociedad pueda “seguir conociéndose a sí misma”, lo que no es otra cosa que el sentido profundo del quehacer cultural.

A modo de resumen

La adscripción mayoritaria de la derecha a las ideas neoliberales a fines de los años 70 ha significado la adopción de un discurso antiestatal, y el intento de proyectar hacia el conjunto de la vida social del país las formas de interacción del mercado. En esta nueva derecha el discurso de “lo nacional” ha perdido significación. La noción de “Estado mínimo” proyectado desde la economía hacia la totalidad social lo deja sin una respuesta convincente cómo se preserva la cultura nacional – no sólo como tradición sino como posibilidad de desarrollo presente y futuro – en un mundo globalizado y en proceso de homogenización cultural. La fuerza del prejuicio antiestatal la lleva a traspasar esta responsabilidad al mercado y a los privados – por ejemplo en temas como la educación -, pero éstos son demasiado parte de la propia lógica del proceso de globalización-homogenización en marcha como para asegurar el cumplimiento del rol de garantes de “lo nacional”.

La izquierda, por su parte, pareciera tomar como propio en esta etapa histórica el tema de de la “identidad nacional”. Ello como defensa de lo “diverso” amenazado por los procesos de homogenización cultural en curso. La resignificación del Estado a partir de sus roles políticos y culturales le otorgan a la izquierda una centralidad potencial en la definición y configuración de “lo nacional” como muy pocas veces en la historia de nuestro país.

Notas:

(1) Entrevista a Leopoldo Castedo, ”La crisis del humanismo”, Revista de Educación (233), abril 1996.

(2) Entrevista a Humberto Giannini, Hacia una sociedad reflexiva, Revista de Educación (230), noviembre 1995.

(3) Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX Editorial Universitaria, 4ª ed., Santiago de Chile, 1992.

(4) Ibid, págs. 269, 270.

(5) Arturo Fontaine T., Un libro inquietante, en Góngora, op. cit., pág. 313.

(6) Patricio Prieto Sánchez, El Estado: ¿formador de la Nación chilena?, en Góngora, *op. cit., pág. 346.

(7) ?? La Democracia??, Santiago de Chile, 11 de noviembre de 1900, en Carlos Maldonado y Patricio Quiroga, El prusianismo en las Fuerzas Armadas chilenas, Ed. Documentas, 1988, Santiago de Chile, pág. 103.

(8) El Nuevo Horizonte del Socialismo Chileno, Documento Programático del XXV Congreso del Partido Socialista de Chile, 1996, págs. 4-5.

(9) Ibid, pág. 3.

(10) Ibid

(11) Jorge Larraín Ibáñez, Modernidad, Razón e identidad en América Latina, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1996, pág. 14, cap. 5.