Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Incertidumbres en la Concertación y el “Factor Zaldívar”

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Enero 2005

Los preparativos para las elecciones de fin de año se encuentran todavía en una fase llena de incertidumbres y que pueden prolongarse por un buen rato. Son incertidumbres un tanto distintas a las propias en otras circunstancias similares, porque el abanico de opciones visualizables es más amplio.

En otros momentos preelectorales como el actual, las incertidumbres se encontraban más acotadas y, en rigor, provenían más de cautelas y temores, ante la sempiterna “ley del azar” en política, que de hechos analíticamente objetivables. En consecuencia, si se recurría a proyecciones sustentadas en cálculos políticamente racionales, era relativamente fácil visualizar cual sería el escenario una vez superados los inciertos.

Hoy no es tan fácil hacer esas proyecciones. O, si se quiere, es fácil hacerlas, pero asumiendo un considerable margen de error.

Un candidato contradictorio

En efecto, aplicando racionalidad política “pura” se podría concluir que el cuadro político-electoral definitivo debería ser como sigue:

En la derecha, el candidato, obviamente, será Joaquín Lavín, pero con cambio de formato respecto de las presidenciales pasadas. Su figura tendría que apostar al eclecticismo que incluye el uso de una imagen y de una discursividad insoslayablemente contradictoria: cosista mediático y estadista; apolítico y, a su vez, líder de partidos; propositivo y negociador, pero sin compromisos legislativos; conciliador y, a la par, jefe de una oposición críticamente endurecida; personalidad simple y “popular” y, simultáneamente, tecnocrática y con don de mando, etc.

Programáticamente, su diseño debería estar inspirado en la ortodoxia neoliberal, pero traducido a una fórmula que bien podría definirse como de “neoliberalismo populista”, esto es, ortodoxamente crecimientista, pero con agregados que ofrezcan integración masiva a los “beneficios” de las lógicas y prácticas neoliberales, a la manera, por ejemplo, de la propuesta de la Universidad Andrés Bello en relación a la AFI.

Por último, la estrategia electoral de la derecha debería tener como impronta un “dualismo doble”: a) el dualismo entre una campaña presidencial “autónoma” que facilite implementar la infinita flexibilidad contradictoria del candidato y una campaña parlamentaria ordenadamente criticista, endurecida, belicosa, denunciante, etc. y b) el dualismo entre el sello valórico-cultural conservador de la UDI y el supuesto sello liberal que en esa área aportaría RN.

Dos variables de cambios en la Concertación

En la Concertación, lo esperable sería – siempre dentro de una especulación de racionalidad política “pura” – que, después de algunos sufrimientos, la candidata de la DC fuera Soledad Alvear y que la candidata única terminara siendo Michelle Bachelet, previa realización de una primaria abierta.

En términos de concepción programática y pese a todas las disquisiciones al respecto, los espacios reales impondrían una concepción de acento continuista, aunque con dos variables gruesas de cambios. Una, determinada por la necesidad de profundización cualitativa en áreas donde se ha avanzado con procesos o reformas relevantes (educación, justicia, salud, etc.) Y otra referida a darle una dimensión de más contenido social integral y unitario a las políticas sectoriales de manera que la evaluación del desarrollo lo puedan hacer las personas midiendo la situación y el progreso familiar.

La estrategia de campaña, por su parte, tendría que tener un diseño que apuntara a: i) sacar provecho del continuismo (prestigio del Presidente Lagos), ii) generar imágenes de renovación y de reimpulso de la Concertación en tanto representante del cambio y iii) retener o conquistar electorado desde sectores masivos poco integrados a los beneficios del progreso del país.

Resistencia al cambio: fuente de incertidumbres

Ahora bien, la simpleza de este cuadro hipotético emana de la simpleza de las tendencias políticas más estructuradas que se han desarrollado e instalado a lo largo de los últimos años, frente a las cuales y hoy por hoy, no hay indicadores políticos contundentes que permitan suponer alteraciones sustantivas de ellas. ¿Por qué, entonces, el escenario pre-electoral está preñado de incertidumbres?

Aunque parezca un contrasentido, en gran medida, las incertidumbres tienen una primera explicación, precisamente, en las rigideces que plantea esa estructuración de las dinámicas políticas, que, en momentos y para determinados efectos, deviene en una verdadera osificación de la política.

Las asentadas tendencias que rigen la política nacional hace tiempo que entraron en conflicto con las demandas innovadoras que surgen de los cambios que ha vivido el país en lo socio-económico, cultural-valórico, generacional, conductual, etc.

Ante tales demandas la política se ha mantenido relativamente estática; sin embargo, no ha podido evitar que aquéllas se le entronicen, de suerte que el conflicto ya no le es puramente externo sino también endógeno. La política, en general, atraviesa por un periodo internamente incierto, de dudas, porque sabe que debe cambiar y adecuarse a las nuevas realidades, pero no se decide a ello, básicamente, porque el proceso de cambio implica arriesgar, al menos temporalmente, las actuales posiciones de poder que ocupa cada quien, sea, este “cada quien”, instancia o persona.

Al interior de cada cuerpo político y de cada cultura política está presente una “incertidumbre vital”: iniciar o no iniciar los cambios. La cercanía de las elecciones presidenciales acentúa la duda, pero también la resuelve. El criterio que se impone es el de no arriesgarse con el entorno electoral encima.

El columnista de El Mercurio, Juan Carlos Eichholz, expuso este criterio con toda crudeza en un artículo del 21 de diciembre pasado y referido a la derecha: “No hay duda que la derecha debe avanzar hacia un cambio profundo, que va mucho más allá de lo meramente estructural. El problema está en que intentar construir ahora la Alianza del futuro va a llevar a que Lavín pierda la próxima elección presidencial”

Sin embargo, el que las fuerzas políticas opten por postergar sus readecuaciones no elimina el que en sus debates, en sus construcciones de pensamientos y propuestas, en sus resoluciones políticas, no se “infiltre” la atmósfera que propende al cambio y, por consiguiente, resurjan las incertidumbres acerca de qué camino seguir en cada uno de los tópicos.

Por cierto que una de las áreas más afectadas por el clima incierto es la que cubre lo estratégico y programático.

Las incertidumbres programáticas

Aquí la contradicción puede ser, metafóricamente, calificada de dramática. Esquematizando se podría decir que la contradicción radica en que ninguna de las fuerzas políticas está enteramente dispuesta a levantar públicamente un “programa en serio”, es decir, uno que responda a la radicalidad de las innovaciones que Chile requiere, porque ello forzaría a asumir una estrategia de cambio político, que es, precisamente, lo que se quiere eludir y postergar. Puesto de otra manera, en el rubro programático ambos bloques políticos serán en esencia continuistas respecto de sí mismos, porque así lo aconsejan las estrategias político-electorales basadas en el no-cambio. En el fondo, la consiga será “mucha estrategia, poco programa”.

Es evidente que una contradicción tal es caldo de cultivo para que se gesten y expandan las incertidumbres respecto del qué decir en materia programática.

Incertidumbres sobre los presidenciables

En el plano de cuáles serán las candidaturas definitivas que competirán en diciembre de este año las incertidumbres son más amplias de lo que parece a primera vista; y si bien el origen de estos inciertos se encuentra en el espacio del juego político de poder más elemental, la forma e intensidad que ha adquirido ese juego también está influido por el desfase entre política y nueva realidad nacional.

Se tiene la certeza que Joaquín Lavín es y será el candidato de la derecha. Pero la incertidumbre es ¿cuál Joaquín Lavín? ¿Un “engendro”, como la criatura del Dr. Frankenstein, compuesto de partes diversas? ¿El Joaquín del 99? ¿El Lavín 2004? ¿Otro Lavín?

Por supuesto que estas indefiniciones obedecen a dudas de carácter puramente mediático y político-comunicacional, pero también intervienen en ellas cuestiones atinentes a irresoluciones sobre lo programático y sobre las readecuaciones de rango mayor. Las discusiones acerca de la conversión del pacto derechista en “Alianza Popular”, aunque estén formalmente finiquitadas, objetivamente le seguirán produciendo dudas a la derecha.

El “Factor Zaldívar”

La emergencia y desarrollo del “factor Zaldívar” en la Concertación es, por ahora, la principal causa de incertidumbre sobre la candidatura presidencial. Y de una incertidumbre extrema, porque la línea de conductas políticas que explicita el senador Adolfo Zaldívar valida la hipótesis de un posible quiebre del pacto gubernamental.

Al analizar este “factor” hay que tener en cuenta que su despegue y gravitación se debe a que supo instalarse en determinados vacíos e intersticios que se fueron creando al seno del mundo concertacionista y de la política en general, merced a las vacilaciones de la Concertación en materia de readecuaciones y que terminaron por perpetuar un status inerte de estructuras de poder con cada vez menos contenido socio-cultural y político-histórico.

Quiérase o no, el “factor Zaldívar” se explica, en gran medida, porque representa el único proceso orgánico identificable como intento de reactualización dentro del universo concertacionista. Si ese proceso es el más adecuado o si es equívoco, es otro cuento. El punto es que el senador Zaldívar se instaló en la corriente de la realidad socio-estructural y cultural demandante de cambios políticos e introdujo enmiendas tangibles en el campo político y discursivo. Sus detractores, lejos de responderle con alternativas renovadoras y aun cuando compartieran el diagnóstico acerca de la necesidad de cambios, se pusieron a la defensiva con lo cual quedaron neutralizados dentro de un establishment osificado.

El factor Zaldívar, en consecuencia, es “racional-real” y no una pura subjetividad, como se lee o escucha tan a menudo. De otra manera, por lo demás, sería difícil entender cómo una simple subjetividad tiene en sus manos no sólo el escenario político futuro de la Concertación, sino del país.

Si el senador Adolfo Zaldívar vence en la Junta Nacional democratacristiana de mediados de mes y es proclamado candidato de ese partido, la Concertación entra en crisis y a la derecha se le abre una compuerta de esperanzas.

Zaldívar: negociador sí, presidenciable, no

Precisamente, porque ése sería el cuadro que se generaría es que cabe la sospecha de que el senador Zaldívar no pretende lo que dice pretender.

El itinerario que se supone seguiría el presidente del PDC para erigirse en abanderado de la Concertación estaría tan plagado de verdaderos desastres políticos que nadie con la sagacidad y el pragmatismo de Adolfo Zaldívar estaría dispuesto a concretar.

Hay que considerar que ese itinerario parte por imponer su candidatura derrotando a la figura partidaria, Soledad Alvear, con más respaldo popular, electoral y político y que tal imposición se haría por la vía del manejo de un pequeño claustro. ¿Puede un candidato a la presidencia pagar el costo en prestigio social que significaría un acto de esa naturaleza?

Luego, el itinerario continuaría con una cerrada negativa a realizar primarias abiertas, porque sería absurdo que el senador Adolfo Zaldívar, después de plasmar su precandidatura a tan alto precio para la interna del PDC, se prestara para ser derrotado por Michelle Bachelet en una primaria.

Tal negativa sería de por sí otro golpe al prestigio público del senador. Pero, además, si se mantiene en el tiempo – como tendría que ocurrir, en virtud de la supuesta estrategia zaldivarista – sería el anuncio de una crisis terminal de la Concertación, porque es impensable – y sería impresentable – que Michelle Bachelet, fruto de una negociación, abandone la carrera presidencial en favor de un candidato que no sólo está lejos de alcanzar sus índices de popularidad, sino que es resistido como tal por buena parte del universo concertacionista. Un golpe de autoritarismo dirigente de ese calibre no sería soportado ni por los partidos que respaldan a Bachelet ni por un alto porcentaje del electorado más fiel al concertacionismo.

El itinerario, en consecuencia, se cerraría con dos candidaturas provenientes de partidos de, a esa alturas, ex Concertación y con el más que previsible anticipo que el candidato DC ocuparía el tercer lugar en la elección de diciembre.

Cuesta creer que el senador Zaldívar tenga en mente la implementación de una estrategia que conlleva a este conjunto de funestos desatinos para el PDC.

En racionalidad política “pura” existe sólo una explicación para las conductas de Zaldívar. Su propósito no es llegar hasta el final en la competencia presidencial intra Concertación, pero sí ser él quien controle a fardo cerrado y con la doble calidad de presidente del PDC y de precandidato, el proceso de negociaciones para acordar candidatura única. La precandidatura de Soledad Alvear perturbaría su estrategia, la haría más engorrosa y, sobre todo, mermaría su poder partidario que es la llave de todo su poder presente y futuro.

Si esta hipótesis es errónea, si el senador Zaldívar pretende, efectivamente, iniciar su marcha hacia La Moneda – con fecha 2006 – en la próxima Junta Nacional y cumplir el itinerario que implica, entonces, el tema sale del campo analítico de la ciencia política y entra en el área del psicoanálisis.