Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

La Concertación está cansada, pero no agotada

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Febrero 2003

Que la Concertación está agotada es un diagnóstico difundido y aceptado por el propio mundo concertacionista. Hay sectores y dirigentes que lo explicitan y otros que lo confiesan indirectamente. Los constantes y numerosos llamados a refundarla, a renovarla, a readecuarla, etc., reflejan la presencia de ese diagnóstico. Probablemente, tanto para los individuos como para los colectivos, debe haber pocas cosas más agotadoras que auto percibirse agotado.

¿Está agotada la Concertación?

Digamos, para comenzar, que la palabra se presta a confusiones, porque tiene dos significados. Agotamiento puede interpretarse como vaciamiento total de energías, pero también como cansancio extremo, lo que, obviamente, no es lo mismo.

¿A cuál de estos dos significados se hace referencia cuando se habla de agotamiento de la Concertación? ¿Se encuentra la Concertación en un estado de extremado cansancio o, simple y lapidariamente, ha vaciado enteramente sus fuerzas?

Dentro de la propia Concertación existen respuestas que recogen uno u otro de los significados.

Sin embargo, basta un poco de objetividad y/o probidad intelectual para aceptar que los síntomas que aquejan a la Concertación no son de vaciamiento absoluto de sus energías. Lo que sí es innegable es su cansancio, un cansancio agudo. Y cuando en un organismo existe un cansancio tal, una de sus manifestaciones más elocuentes es el comportamiento descoordinado entre sus partes, descoordinación que, también es sabido, se constituye en un factor de reproducción ampliada del cansancio: la descoordinación gasta más energías y, a su vez, deprime al cuerpo que la sufre. La depresión es causa/efecto de cansancio.

La Concertación está deprimida y cansada. Eso debería estar claro y esclarecido. Pero, ¿por qué?

¿Por qué la Concertación está cansada?

Hasta ahora se ha respondido a esta pregunta básicamente con tres argumentos que se imbrican y que, resumidamente, son los siguientes:

- porque la Concertación ha gobernado durante trece años y cuando termine el actual mandato habrá cumplido dieciséis años en esa función;

- porque lo ha hecho sin grandes modificaciones del personal político dirigente y gubernamental, es decir, porque el principal cuerpo direccional sobre el que han recaído las máximas responsabilidades políticas y técnicas se ha mantenido más o menos invariable en el tiempo; y

- porque se ha quedado falta de ideas políticas y programáticas, debido, precisa y predominantemente, a la permanencia prolongada en el ejercicio del poder gubernamental.

Todos estos argumentos – que, en el fondo, pueden reducirse a una crítica sintética: la Concertación habría devenido en un movimiento inercial y burocrático – conforman verdades a medias o medias verdades y no comprenden todas las causas de su cansancio.

Veamos uno por uno estos argumentos, partiendo por el último.

1. La supuesta carencia de ideas en la Concertación puede ser sólo la apariencia de un fenómeno enteramente contrario: a la Concertación le “sobran” ideas. No por nada es que se habla de “almas de la Concertación” y no por nada es que frente a innumerables materias políticas y programáticas la Concertación tiene más de un punto de vista y más de una propuesta. Cabría precisar, entonces, que de lo que se está hablando es de falta de definición, de ordenamiento, de integración, de identificación de ideas comunes y compartidas y no de carencia de ideas.

2. Es enteramente cierto que cualquier fuerza política que gobierna por muchos años tiende a un agotamiento natural. No obstante, aquí hay que distinguir, al menos, tres cosas. En primer lugar, en esos casos es distinto el cansancio que se le puede producir a la ciudadanía ante un largo gobierno de un mismo signo que el cansancio que puede afectar a la fuerza política gobernante. En tales situaciones es enteramente factible que la ciudadanía prefiera experimentar con otro tipo de gobierno, aun cuando la corriente en el poder conserve altas cuotas de energía, de capacidad de iniciativa, de renovación de personal, etc. En segundo lugar – y esta es una de las distinciones más importantes a hacer – no necesariamente las señales de agotamiento que puede dar un gobierno extenso implica agotamiento de la cultura política a la que ese gobierno adscribe. Y en tercer lugar, la prolongación en el poder de una misma fuerza política no conlleva fatalmente a la conversión de esa fuerza en rutinaria y burocrática. Gobiernos continuos y del mismo signo pueden ser muy distintos entre sí cuando enfrentan etapas político-históricas claramente diferenciadas, fenómeno, como veremos más adelante, presente en la realidad chilena contemporánea.

3. El que la Concertación esté agotada porque no ha sido capaz de renovar su personal político es un tema que merece más de una vuelta reflexiva.
Lo primero que habría que considerar es que la escasa movilidad en los cuerpos dirigentes es un fenómeno más general, presente en toda la política nacional. Muchos analistas coinciden en que la política en Chile ha sufrido un proceso de semi oligarquización en sus estructuras liderales, que se manifiesta en una acentuada personalización y centralización del poder (o poderes) en manos de pequeños círculos y circuitos, debido, entre otras cosas, al sistema electoral binominal, la desinstitucionalización y disfuncionalidad de los partidos, la carestía de las competencias electorales, etc. Todo lo cual ha generado una tendencia a la reproducción de los sujetos que componen la elite dirigente.

El porqué de las carencias

Pero, en el caso especifico de la Concertación, hay otras razones que convienen analizar más detalladamente:

a) Los primeros años de la transición fueron determinantes en la configuración de un cuerpo de políticos concertacionistas que desarrollaron una personalidad propia, muy fuerte e influyente. De hecho, ese fue un período que educó o reeducó a buena parte de la dirigencia más destacada y aún vigente de la Concertación. Los momentos y los procesos más arquetípicos de la transición marcaron con dimensión histórica a sus conductores y éstos dieron la impronta y devinieron en paradigma para el político concertacionista exitoso.

Ahora bien, si el cuerpo dirigente de la transición acumuló un poder inusual, ganó prestigio y ha impuesto su sello hasta hoy, en gran medida fue “gracias” a Pinochet, al pinochetismo y a la derecha udista, puesto que, merced a esos actores, la transición chilena se prolongó casi por una década e hizo eficazmente funcional a tal tipo de dirigentes.

Si se compara nuestra transición con otras contemporáneamente similares se descubre una gran diferencia: en estas últimas, por norma general, ocurrió que los líderes que las condujeron fueron prontamente fagocitados por ellas. En Chile, en cambio, dados los extensos e intensos tiempos transicionales, sus dirigentes se afianzaron como tales.

El costo de esta peculiaridad ha sido, precisamente, un alto grado de anquilosamiento de los cuerpos dirigentes de la Concertación.

b) Las dificultades para renovar las planas direccionales de la Concertación tienen otra explicación todavía más profunda, aunque también relacionadas con nuestra extenuante transición. Superada la centralidad política que tuvo la transición y abierto un nuevo ciclo político (y no sólo político) parece obvio que se hubiera planteado un natural, fácil y significativo recambio de dirigentes. Un recambio que no comprendiera sólo rostros o edades, sino y sobre todo, miradas, actitudes y conductas nuevas y novedosas. En esencia, un recambio que comprendiera un nuevo tipo de dirigentes forjados en las nuevas escuelas que ofrecen las nuevas realidades del país.

En esta materia la Concertación tiene problemas mayúsculos, porque sus partidos tienen un enorme retraso en sus procesos de readecuación a las demandas de lo contemporáneo. Es cierto que todos sus partidos han vivido procesos de renovación, pero éstos han quedado inconclusos y se han materializado de manera desigual, tanto en lo que respecta a tópicos como en lo que se refiere a sus grupos internos. Las causas de esto se pueden resumir en los siguientes puntos:

- La transición, durante sus largos años, consumió grandes cuotas de los esfuerzos renovadores de los partidos y distrajo energías que debieron usarse en las renovaciones que exigía la emergencia de un “nuevo mundo”, de un mundo con predominio de la economía de mercado, sin un sistema internacional bipolar, globalizado, en incesante modernización, etc. En consecuencia, las renovaciones partidarias fueron funcionales para la transición, pero no así para enfrentar el nuevo ciclo que domina los escenarios políticos y que está caracterizado por transformaciones estructurales en todo orden de cosas.

- La postergación de una renovación “para la modernidad” generó sus propias desigualdades. La renovación para la transición no le exigió a sectores y bases partidarias una revisión tan radical de sus ancestros doctrinarios, programáticos y políticos como sí lo exige la transición para la modernidad. Por eso es que los partidos concertacionistas han pervivido hasta hoy con la coexistencia de algunas renovaciones y de grandes espacios de tradicionalismo ideológico y político que son un óbice para la renovación modernizadora. El impulso de ésta ha quedado en manos de sujetos y círculos que se renovaron más bien de manera empírica y, principalmente, en el ejercicio de actividades gubernamentales y que, por lo mismo, se distanciaron de las internas partidarias y perdieron presencia e influencia en ellas.

En definitiva, los partidos no cuentan, al menos en el aquí y en ahora, con contingentes apreciables de dirigentes idóneos para producir recambios direccionales relevantes.

c) Por último, en el universo concertacionista más moderno se ha instalado una fuerte lógica gobiernocentrista, esto es, que la política y la acción política se piensa y ejecuta, preferente y a veces casi exclusivamente, en función del poder gubernamental, de sus dinámicas y de las políticas públicas. El predominio de esa lógica y de sus prácticas ha llevado a la aparición de una suerte de escuela factual que uniformiza a las capas dirigentes en sus maneras de apreciar la política y sus problemas, en sus estilos, en sus discursos. Tal homogenización formativa conlleva a la falta o escasez de diversidad en el tipo de dirigente y a la carencia de dirigentes alternativos y/o complementarios. Carencia o escasez que también existe en las generaciones más jóvenes, puesto que ellas tampoco han escapado a la influencia formativa de esa escuela factual. De ahí, entre otras causas, el relativo fracaso de los experimentos con dirigentes jóvenes.

Un “segundo aire”

Considerados estos elementos como factores del cansancio de la Concertación, ninguno de ellos resulta insuperable si esa alianza es capaz de insuflarse un “segundo aire” que evite la posibilidad cierta de un agotamiento total y si le presta atención específica a cada uno de esos elementos.

La más básica de las reacciones de la Concertación para tomar ese “segundo aire” es la de asumirse no sólo como la fuerza de apoyo del actual gobierno, sino también, y esencialmente, como la fuerza unificada y organizada del progresismo criollo. El agotamiento de la Concertación se traduciría en la pérdida del gobierno, pero, además, en la regresión a un estado de cosas en el que la derecha sería amo y señor del país, puesto que, sin Concertación, el progresismo se vería balcanizado y políticamente impotente. Si ese no es un aliciente más que perentorio para hacer esfuerzos adicionales, entonces, se estaría autorizado para avergonzarse de los dirigentes concertacionistas y para acusarlos de frivolidad.

Asumida esa cualidad y abandonado el énfasis gobiernocentrista, el progresismo (y uso el término de progresismo a propósito, porque Concertación es sólo una nomenclatura, un nombre perfectamente sustituible) puede recrearse casi enteramente si decide instalarse en plenitud en los problemas del nuevo ciclo y si a éstos los observa y enfrenta de forma renovadamente moderna. En efecto, el nuevo ciclo permite y acepta una mayor radicalidad para un progresismo moderno, tanto más cuanto que es previsible que los escenarios internacionales de mediano plazo conlleven a una ofensiva conservadora mundial en aras de reordenar una modernidad globalizada que evidencia cada día con más intensidad su naturaleza contradictoria.

En virtud de esa recreación radical e históricamente proyectiva, el progresismo debería recoger la abundante, pero dispersa, cantidad de ideas conceptuales, programáticas y políticas que han surgido en los últimos tiempos e incentivadas, precisamente, por los síntomas de crisis y cansancio que muestra la Concertación. Organizar una nueva batería de ideas y proyectos es dable si se razona con sentido histórico y no con pesimismos coyunturales ni con la intención de enmendar drásticamente la agenda del actual gobierno.

Por último, aún hay tiempos (no muchos, pero suficientes) y condiciones para fraguar nuevos cuerpos direccionales del progresismo que, por lo demás, están latentes en muchos de los círculos dirigentes que ya existen y que basta, para su reconfiguración como “nuevos”, el que se plasme la recreación del proyecto progresista, sus programas y discursos.

Un dato concluyente es que este “segundo aire” debe tener como protagonistas a los partidos. El gobierno puede colaborar con tal proceso, pero no le corresponde ni puede encabezarlo. Hoy por hoy, los partidos son, básicamente, sus dirigentes. Serán ellos, entonces, los máximos responsables de que la Concertación tome o no un “segundo aire”.

Por lo mismo, permítaseme terminar este artículo reproduciendo algunas recomendaciones de Max Weber respecto de las conductas de los políticos: “El caso del político es totalmente distinto. Este trabaja con el ansia de poder como medio inevitable. En consecuencia, el ‘instinto de poder’, como se le suele llamar, en realidad forma parte de sus cualidades normales. Sin embargo, cuando esta ansia de poder deja de ser objetiva y se convierte en mera intoxicación personal, comienza a faltar contra el espíritu superior de su vocación. En efecto, en última instancia existen dos tipos de pecado mortal en el campo de la política: falta de objetividad y – coincidentemente a menudo, pero no siempre, con ésta – irresponsabilidad. La vanidad, la necesidad de destacar personalmente de la forma más clara posible, constituye una poderosa tentación que impulsa al político a cometer uno de estos pecados, o ambos a la vez.”

¿Se entendió?